Hola! Acá otro fic de Sherlock y John, porque esta pareja es hermosa, hay que admitirlo! :3

Advertencias: slash y lemon (+18)

Sherlock le pertenece a Conan Doyle y a la BBC.


Una nueva casa vacía.

I

La reaparición

La bufanda se movía débilmente gracias a la suave brisa que corría. El gorro a cuadros, que tan famoso se había hecho hacía años, descansaba sobre su cabeza, haciéndole sombra a gran parte del rostro; y el desordenado flequillo caía sobre sus ojos, probablemente quitándole un gran margen de visión. La ropa sucia, arrugada y rota cubría su cuerpo, el cual descansaba sobre un pequeño y en apariencia debilucho bastón, razón por la cual su espalda se arqueaba alevosamente formando una pronunciada joroba. Aquel pobre hombre de seguro había pasado por muchas cosas en su vida… O al menos eso era lo que pensaba John Hamish Watson, mientras lo observaba en aquella plazoleta.

El rubio médico, ex-militar y también ex-compañero del único y más grande detective consultor del mundo entero, se encontraba sentado en un banco de una pequeña plazoleta, observando a un grupo de vagabundos, entre los que se encontraba aquel encorvado hombre que, sin embargo, no sobrepasaba los cuarenta años de edad. Suspiró profundamente, tomando su bastón, dispuesto a ponerse de pie. Hacía dos años y medio que Sherlock Holmes había muerto, tirándose de la azotea del Barts, ante su propios ojos. Y a partir de ese momento, su vida se había desmoronado aún más que cuando vivían juntos: no bastaron tres psiquiatras, cinco novias y una esposa. No, John Watson no había podido quitar el nudo de su garganta, la desesperación de su mente y el vacío de su corazón.

Comenzó a caminar, algo dificultosamente, porque por supuesto, luego de su muerte, la cojera había vuelto. Miró hacia el cielo, las nubes lo cubrían, como era habitual en Londres. Dibujó una mueca en su rostro, mueca que pretendía ser una sonrisa. Desde que él se había ido, todos sus días parecían sumidos en una niebla espesa, sin importar como estuviera el cielo realmente. Le había dado vueltas al asunto miles de veces, más de las que hubiera querido, pero no podía, simplemente aún no cabía en su cabeza porqué Sherlock había hecho lo que había hecho… No podía creerlo, nunca lo haría, sin importar cuantos años pasasen. Él estaba seguro que algún día Sherlock tocaría a su puerta como si nada, o que él mismo despertaría en Baker Street con el sonido de aquel violín, suspirando aliviado, ya que todo había sido una pesadilla.

Tan sumido estaba en sus pensamientos, que no se percató de que aquel vagabundo se había cruzado en su camino, por lo que chocó accidentalmente, haciendo que varios libros –los cuales llevaba el hombre entre sus brazos– cayeran con un sonido sordo al suelo.

— Disculpe— susurró él, agachándose para ayudarle a levantar aquellos ejemplares. Mientras los juntaba, observó sus títulos. Extrañado, levantó la vista, para ver mejor a aquel vagabundo culto, que leía sobre matemáticas, anatomía y química— ¿Acaso usted…?

— Son para vender— dijo casi inaudiblemente el hombre, tomando todos los libros de forma rápida y dándole la espalda, evitando que sus miradas se encontrasen—. Muchas gracias…— dijo, mientras se alejaba—. Doctor.

El aludido doctor abrió los ojos de par en par. Conocía esa voz, la conocía a la perfección. También conocía esos alborotados cabellos y aquellos ojos, que aunque no había visto directamente, sabían que eran esos ojos penetrantes y cristalinos… Sin pensarlo más, se puso de pie de un salto y comenzó a correr detrás de aquel hombre, el cual ya se encontraba bastante lejos, pero que podía alcanzar, lo sabía. Misteriosamente, su bastón quedó tirado, olvidado en medio de la vereda, como si nunca lo hubiera necesitado. Corrió lo más rápido que sus piernas le permitieron, hasta quedar a un distancia considerable; pero entonces, el hombre se percató de que lo seguían y comenzó a correr también. No, no se escaparía, esta vez lo atraparía y le gritaría lo que fuese necesario para que le diera una buena explicación de porqué rayos había desaparecido por casi tres años.

— ¡Sherlock!— gritó, sin poder contenerse— ¡Maldito, deja de correr! ¡Sherlock!

Pero su presa no se detuvo, simplemente siguió escapando, como si no escuchara nada, hasta que llegaron a cierta parte de la ciudad en donde era un tanto difícil correr a gran velocidad. Allí, al fin pudo alcanzarlo, cuando aquel fingido vagabundo dobló para meterse en un callejón. Lo apresó por el brazo y, luego, lo atrapó contra la pared, tomándolo por los hombros.

— ¡Sherlock! ¿En qué diablos…?— comenzó a decir, pretendiendo lanzar un gran discurso a su amigo. Pero entonces, el hombre alzó el rostro, mirándolo. Tenía una mirada asustada, una cara tostada por el sol y el cabello ondulado cayéndole sobre los ojos… ojos que no eran los de Sherlock, no eran aquellos ojos que tanto había añorado, que tanto había deseado volver a ver… Eran ojos comunes, de cualquier otra persona sobre la faz de la tierra, no eran los de él, los de su Sherlock—. Disculpe…— fue lo único que pudo pronunciar, mientras soltaba lentamente a aquel hombre, que nada tenía que ver con nada.

— Lo siento, señor, pero yo no soy Sherlock Holmes— dijo el vagabundo, comenzando a alejarse, razón por la cual el ex-militar se giró y volvió a tomarlo por el brazo.

— ¿Cómo sabes que estoy buscando a Sherlock Holmes?

— Porque todos lo hicimos en su momento… y usted es el único que por nada del mundo lo abandonaría, ¿verdad, doctor Watson?

Y entonces lo comprendió, aquel era un miembro de la red de vagabundos que tenía esparcida Sherlock por toda la ciudad, era simplemente eso.

— Si, tienes razón… Lo siento, adiós— y se alejó rápidamente, para volver, maldiciendo por haber olvidado su bastón, hasta su casa.

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Ya se encontraba sentado a su escritorio, con su computadora enfrente, cuando un sonido lo sobresaltó. Un mensaje en su celular. Lo abrió y se encontró con un mensaje de su hermana que, de nuevo, le pedía dinero. Lanzó el teléfono sobre la cama, ignorando por completo el pedido. ¿En qué había pensado hacía un rato? No encontraría a Sherlock en Londres a plena luz del día, eso era seguro. Por otro lado, ya habían pasado años… ¿Acaso debía abandonar todas las esperanzas? ¿Él en verdad había muerto? Si bien era cierto que lo había visto, que había tomado su muñeca, comprobando su pulso, que lo habían enterrado, que había una lápida con su nombre… No entraba en su cabeza. Además, Sherlock era perfectamente capaz de fingir su propia muerte, después de todo, era un genio, y los genios pueden hacer cualquier cosa… Pero tres años… Se refregó los ojos, suspirando de cansancio. Había tenido una larga semana. Muchas consultas, y los papeles del divorcio… Odiaba aquella rutina a la cual había vuelto, le era simplemente insoportable.

Tanto la odiaba, que de vez en cuando abría su antiguo blog y releía aquellos curiosos casos, de los días en donde salía corriendo detrás de Sherlock, cuando casi no dormía, solo para ver como él hacía sus deducciones. Pero aquellas relecturas también le traían otros recuerdos a la mente. Recuerdos sobre otros días y otras noches… Días en donde una sonrisa por parte del detective bastaba para mantenerlo feliz por el resto de la semana; noches en la cuales ninguno de los dormía demasiado, ya que los besos del otro lo impedían, recorriéndose mutuamente, susurrando sus nombres entre jadeos y gemidos… ¿Cómo olvidar a aquel hombre que con sólo dirigirle una mirada hacía que toda su piel se erizara? ¿Cómo pretendían que se quedara de brazos cruzados, si él había hecho de su vida algo que valía la pena? ¿Cómo pretendía él mismo olvidarlo, tapándolo con romances con mujeres que ni siquiera lo entendían, cuando su corazón aún estaba repleto de Sherlock Holmes?

No, simplemente no podía. Porque necesitaba tener cerca esos ojos, ese cuerpo, esa voz, esos labios, esa piel… Y que fueran suyos, completamente suyos y de nadie más…

Volvió a sobresaltarse. Esta vez era un golpeteo en su puerta. No esperaba a nadie, por lo que le pareció extraño, de hecho, muy extraño, ya que hacía meses que no recibía visitas.

— Un momento…— dijo en voz bastante alta, mientras se ponía de pie y, con cierta dificultad, se acercaba a la puerta para abrirla. Un hombre encorvado, vestido con ropas sucias y rotas, bufanda, gorro a cuadros y libros en las manos se apareció frente a él— Buenas… tardes…— dijo, con cierta inseguridad.

El hombre sonrió, alzando la cabeza para poder mirarlo mejor. Unos hermosos ojos lo miraron por debajo de la sombra de aquel ridículo sombrero y del ondulado cabello azabache.

— Buenas tardes, doctor… sólo quería agradecerle por haberme ayudado hoy en el parque— dijo el hombre, sin dejar de sonreír a un estupefacto John Watson.

El rubio abrió la boca para hablar, pero no encontró las palabras adecuadas. Aquel era el vagabundo que él había confundido con Sherlock. Y ahora estaba ahí, en su puerta. Pero no iba a volver a cometer una estupidez, no se le iba a abalanzar gritando el nombre de su amigo sin antes estar seguro. Pero no podía ver sus ojos con claridad, por lo que simplemente se quedó allí, como esperando que alguna señal divina le dijera qué hacer.

Y justo entonces, un gran ruido se sintió a espaldas del ex-militar, lo que lo hizo girarse, para mirar hacia el origen de tan extraño sonido. Probablemente proviniera de la calle, ya que no había ocurrido nada dentro de la habitación. Pero cuando volvió su vista, no se encontró con aquel vagabundo cargado de libros. Se encontró cara a cara con aquel a quien hacía tanto tiempo deseaba volver a ver: el cabello negro azabache ondulado y algo despeinado, los cristalinos ojos celestes mirándolo fijamente, la sonrisa sutilmente dibujaba en esos delicados labios, la piel blanquecina apenas surcada por un bronceado casi imperceptible… Sherlock Holmes estaba parado enfrente suyo, como si se hubiera materializado de la nada, una aparición fantasmal y divina al mismo tiempo.

— ¡Sher… Sherlock! ¡Maldito, sabía que estabas vivo!— gritó con todas sus fuerzas. Fueron las únicas palabras que se le ocurrieron, antes de abalanzarse sobre aquel cuerpo esbelto que tanto añoraba, abrazándolo fuertemente.

— John… ¿Qué clase de saludo es ese?— dijo en forma de respuesta el detective, rodeándolo con sus brazos de forma posesiva. Él también había extrañado a su queridísimo John, por supuesto.

Pero aquel abrazo sincero y cariñoso no duró mucho, ya que se separaron y, con tan solo cruzar miradas por un instante, volvieron a unirse, pero esta vez en un beso apasionado y fogoso. John rodeó con sus brazos el cuello de Sherlock, mientras que éste rodeó la espalda del médico con posesión, como siempre lo hacía. Una lucha por la dominancia se impuso en sus traviesas lenguas, que danzaban sin parar dentro de sus bocas, excitadas y apasionadas por el tiempo que habían permanecido alejadas. El corazón del rubio doctor se llenó de felicidad, dando saltos dentro de su propio cuerpo, a la vez que toda su piel se erizaba, ya que seguidos escalofríos recorrían su espina dorsal. Todo su cuerpo estaba deseando por ese momento: el reencuentro con el cuerpo del detective. No volvieron a separarse más que para poder tomar pequeñas bocanadas de aire cuando sus pulmones se lo exigían. Había pasado demasiado tiempo y se deseaban, se necesitaban… Necesitaban comprobar que no eran presa de una ilusión, de un sueño, que aquello era real, verdaderamente real…

Con pasos torpes fueron acercándose a la cama de John que, al ser la vivienda de éste un mono-ambiente, estaba a poco metros de ellos. Se lanzaron sobre el colchón, Sherlock sobre John, mientras comenzaban a desvestirse mutuamente. El detective deslizó una de sus frías pero suaves manos por debajo del suéter del rubio, acariciando primero su abdomen y luego su pecho, mientras daba pequeños besos en el cuello del mismo. Mientras, John se deshacía del lúgubre saco del morocho, luego de haber lanzado por los aires su bufanda y su gorro. Luego fue el turno de la camisa que Sherlock llevaba: desabrochó botón por botón, acariciando la piel que iba quedando al descubierto a medida que lo hacía.

— John… mi querido John… No tienes idea…

— Sherlock… Cállate y no te detengas…— lo interrumpió. Él también lo había extrañado, a sobremanera, pero ahora no tenía ganas de escuchar las patéticas excusas que de seguro le daría. Ahora sólo quería disfrutar de volver a tenerlo para él solo.

El detective sonrió y volvió a besarlo en los labios, bajando rápidamente por el cuello, hasta llegar al pecho, que ya había quedado al descubierto. John abrazó la espalda desnuda de su amante, recorriéndola con sus dedos en toda su extensión, sintiendo la calidez que comenzaba a emanar de aquel cuerpo perfecto y hermoso, mientras sus sentidos se iban nublando a causa de los besos y caricias que los labios de Sherlock le daban a su piel.

El pelinegro continuó bajando, hasta llegar a la hebilla del pantalón del doctor. En un abrir y cerrar de ojos se deshizo de ella, al igual que de los pantalones y bóxers del rubio, dejándolo completamente desnudo.

— Sherlock…— comenzó a decir, pero fue interrumpido.

— Esta vez me toca a mí, John, recuerda— dijo Holmes, besando suave y fugazmente el miembro de su amante, dibujando una sonrisa pícara en sus labios.

¿Cómo pretendía que recordara? En ese mismo instante sólo podía pensar en él, en que no quería que el tiempo pasase, en que por nada del mundo quería verse sólo y lejos de él una vez más… No de nuevo, nunca, jamás… Simplemente se dejó hacer por el otro. Sus huesudos y largos dedos tomaron su miembro, comenzando a masajearlo suavemente, yendo de arriba abajo, mientras que aquellos ojos cristalinos se clavaban en los suyos. Cuando la virilidad del ex-militar estuvo lo suficientemente erecta como para satisfacer los caprichos del detective, éste la embutió por completo en su boca, saboreándola sensualmente con sus labios y acariciándola con su lengua. Un gran gemido salió de la garganta de John, a la vez que arqueaba un poco la espalda e internaba una de sus manos en el ondulado cabello azabache, mientras que con la otra apretujaba las sábanas que tenía debajo suyo.

El gran detective continuó con sus atentos actos para con el miembro de su amigo, lamiéndolo y besándolo en toda su extensión, subiendo y bajando. Los gemidos y susurros del médico llenaron poco a poco la habitación, mientras el líquido pre-seminal iba inundando las manos y los labios de Sherlock. A tal ritmo, John no tardó en descargar su néctar entre los dedos del morocho, salpicando un poco su desnudo pecho y su propio abdomen.

— Sherlock… Sherlock…— jadeó el médico, mientras observaba como su amigo y amate volvía a posarse sobre su pecho, besándolo apasionadamente en los labios, introduciendo su lengua en su cavidad, luchando con la suya. Volvió a rodear la espalda del detective, mientras sus pechos al descubierto se rozaban, haciendo que la excitación los invadiese cada vez más, provocando que su propio miembro volviera a endurecerse rápidamente—. Sherlock… te quiero dentro de mi… ahora…

El detective sonrió, comenzando a desabrochar su propio pantalón, el cual no tardó en terminar tirado en el piso, junto a las demás prendas de ambos. Mientras, comenzó a acariciar los glúteos de John, para luego pasar a su entrada, dando suaves masajes con sus dedos alrededor de la abertura. El doctor abrió las piernas y levantó casi por instinto su cadera, como incitando al otro para que se apurara y lo poseyera. Pero el azabache no lo hizo automáticamente, quería disfrutar de ese momento lo más posible, después de todo, hacía más de dos años que no disfrutaba de John, de su querido y preciado John. Se lubricó un poco los dedos de sus manos, primero con su saliva y luego con la del médico mismo, para después introducir el índice en la cavidad del ex-militar. El rubio lanzó un suspiro, mientras se estremecía gracias a la suave penetración.

Sherlock continuó besando el cuello y los labios de su amante, mientras que éste lo abrazaba, apresando fuertemente el cuello del ojiazul; mientras aquel dedo se movía en el interior de John. Otro dedo se escabulló a la brevedad y lo siguió un tercero, provocando que más oleadas recorrieran la espina dorsal del rubio.

— Sherlock… ¿qué rayos…?— dijo entre suspiros excitados.

— ¿…Estoy esperando?— terminó el otro, también entre jadeos.

El médico asintió, mirándolo a los ojos. El detective no respondió, solo le mostró esa extraña pero dulce sonrisa que tanto le encantaba, justo antes de volverlo a besar apasionadamente en los labios. Fue entonces cuando aquellos dedos salieron, dando lugar al miembro del genio londinense. Watson entonces lanzó un sonoro gemido, que era casi como un grito de dolor, pero que reflejaba clara excitación y placer, mientras arqueaba la espalda. Sherlock entonces colocó una de sus manos en la espalda ajena, mientras que con la otra buscaba la mano de su amante, la cual apresó fuertemente, como brindándole contención.

— ¿Te sientes bien John?— le susurró al oído.

— Perfectamente— respondió el otro, sin poder contener una ligera lágrima—. Te he extrañado demasiado, Sherlock.

— Y yo a ti John…— dijo, dándole un nuevo beso. Luego se separó un poco y lo miró fijamente a los ojos— ¿Puedo…?

— Claro que si…— respondió, casi suplicantemente. Deseaba sentirlo con todo su cuerpo y alma, fundirse con él en aquel acto como muchas veces antes… pero sabía que ésta vez sería especial, muy especial… porque ambos se habían extrañado por tres años, habían vivido con un vacío en sus corazones, con una sensación de pesar en el cuerpo…

Sherlock se había empezado a mover lentamente. Todo parecía como si fuera la primera vez… movimientos lentos, delicados, un poco torpes quizás, dolor y placer mezclados, suspiros, carisias, gemidos, susurros, finas lágrimas y ahogados gritos… pero todo con la misma pasión desenfrenada y el mismo amor profundo que los caracterizaba en esos momentos de intimidad.

Las embestidas se hicieron más fuertes y rápidas, haciendo que los cuerpos de ambos comenzaran a empaparse de sudor. John llevó su mano libre –ya que la otra estaba entrelazada con la del detective– al cabello ondulado de Sherlock, apretujándolo con fuerza, sintiendo toda su suavidad, mientras sentía que se inundaba más y más con el aroma y la esencia de su preciado ex-compañero de piso.

Y así continuaron, fundiéndose el uno con el otro, hasta que llegaron al punto máximo del clímax. Sherlock descargó su néctar dentro de John, mientras que éste lo hizo entre sus cuerpos desnudos, salpicando sus pechos y las sábanas. El detective se recostó sobre su amante, con la respiración entrecortada, sin salir de él. Watson, por su parte, lo abrazó tiernamente, dejando que se durmiera entre sus brazos, internando su rostro entre aquellos bellos risos que tanto había añorado volver a acariciar.

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Y bien? Que les pareció? Es el primer lemon que hago de esta pareja jeje :3

Me he imaginado tanto a John como a Sherlock de semes, asique creo que ambos son sukes... por lo que espero que en la segunda parte de esta historia, se inviertan los papeles de esta ^^

Porque sí! Este es el primer capi! Al principio iba a ser one-shot, pero se volvió muy largo, asique decidí partirlo ^^

Bueno, espero que les halla gustado y también espero poder subir pronto el segundo y ultimo cap :)

Merezco reviw~? **

Besos~!