Silencio

En la oscuridad de esta habitación puedo ver tu silueta observándome silenciosamente desde una esquina. Como un cazador que busca el mejor momento para atrapar a su presa. Paciente y perfecto.

¿Desde cuando has estado ahí?

Tú, el demonio de ojos rojos que nunca duerme. El misterio que refleja tu inexpresable rostro. ¿Qué piensas cuando me miras así?

Mi boca no pronuncia sonido, pero en mi mente es todo menos silencio. Finjo dormir pero se que no puedo engañarte, al mismo tiempo que tu no puedes traicionarme. Estamos unidos por una fuerza mas allá del contrato, mi alma ha estado ligada a ti desde el principio y lo será hasta el fin de los tiempos. La muerte es solo una transición, pues nuestro lazo no se romperá con ella.

Te acercas silenciosamente dejando a tu paso la huella de un perfecto cazador. La línea del silencio que se vuelve frágil cuando te encuentras al pie de mi cama. Siento escalofríos, una mezcla de miedo y alivio. Me debato mentalmente en si romper este silencio o seguir fingiendo el sueño.

Siento tus manos apoyarse sobre las sabanas. Acortando la distancia cada vez mas hasta que soy capaz de oír tu respiración. Estas demasiado cerca. Ladeo mi cuerpo dándote la espalda, en un vago intento de volver a generar la distancia entre nosotros.

Una mano blanca, enguantada y perfecta toca mi hombro deslizándose suavemente por mi brazo. La corriente eléctrica que recorre mi cuerpo me impide definitivamente dormir. Ladeo de nuevo el cuerpo, haciéndonos quedar frente a frente. Cazador y presa.

Una sonrisa perfecta interrumpe a la noche. A la vez que una mano blanca acaricia mi rostro. No hay palabras, solo un momento detenido en el tiempo.

Desvaneciéndose en una brisa conjunta, en un par de alientos entremezclándose. Nuestros labios habían roto definitivamente la distancia, fundiéndose en un instante único.

Aquellas perfectas manos, desprovistas de timidez, acariciaban mi cuerpo poco a poco. Con la lentitud de alguien que degusta un caramelo, esperando y disfrutándolo lentamente. La blanca pijama que cubría mi cuerpo estorbaba tu paso, pero no fue vencedor a tus hábiles dedos que me dejaban desprovisto de cualquier protección. De cualquier resto de duda que quedara en mi mente.

No pude, o no quise avanzar lentamente en una suave danza prohibida. Las caricias se volvieron nuestro oxigeno, los besos nuestro alimento y la luna nuestro testigo. Testigo inocente de la transformación de nuestros cuerpos en uno solo, del cazador atrapando finalmente a su presa. Del placer que invadió aquel momento fugaz.

La mañana asomaba por mi ventana, sobre las blancas sabanas un perfecto demonio estaba observándome fijamente. Aquella profunda mirada que me acompañara a la eternidad.

Por que yo di mi alma a un demonio.