El Reino del Cielo forma parte de la Tierra de los Ángeles que una vez fue gobernada por dos divinidades muy poderosas: Palutena y Praelodium; diosas que compartieron el reinado del Plano Divino. Ambas ejercían un excelente gobierno, así fue durante siglos. Los dioses y los humanos convivieron en armoniosa paz.
Se cuenta que Praelodium era bellísima, su cabello negro y lacio cautivaba a todo aquél que lo contemplara. Sus ojos morados cristalizados destellaban luces por cada parpadeo. Poseía una figura hermosa, su femenino cuerpo era muy imponente. No tenía nada que envidiarle a su compañera de gobierno, Palutena. Ésta última destacó por su inteligencia, mientras que Praelodium por su liderazgo en la guerra contra los seres del inframundo que osasen atacar a sus protegidos.
Sus personalidades chocaban de vez en cuando, al igual que sus mentalidades. A Palutena le importaba mucho respetar la vida, incluso se atrevía a perdonar a ciertos demonios del inframundo, ella notaba cierta aura en su interior y los convertía al lado de la luz. Praelodium prefería ser muy severa respecto a la justicia, no dudaba en aniquilar a cualquier espectro que haya violado la regla de "nunca regresar de abajo", ella no perdonaba. Por esta razón se les apodó como: Palutena, diosa de la misericordia y Praelodium, diosa de la justicia.
Hubo momentos en que ambas se toparon con que estaban en desacuerdo, sin embargo Palutena acostumbraba a ceder ante su compañera.
Mientras tanto en el Plano Mortal pasaron los años y los humanos rompieron sus barreras mentales. Ya se preocupaban por andar desnudos, empezaron a avergonzarse. El egoísmo entre ellos nació, de igual manera, nacieron otros pecados: la lujuria, la codicia, la gula, la pereza, la avaricia. Sus mentes se corrompieron mientras la semilla de la sabiduría germinaba dentro de sus ignorantes cabezas.
Así surgió el odio y la envidia entre los mismos humanos, cometieron los primeros crímenes. Asesinaron, violaron, robaron. La barbarie humana parecía no tener límites.
A cierta deidad no le agradó este comportamiento que se volvía natural en los hombres y mujeres actuales. Praelodium se llenó de rencor contra los humanos.
Empezó a manifestar su odio destruyendo sus cosechas, provocando abortos prematuros, destruyendo amores, mandó lobos a aniquilar ganados. Su contienda secreta e individual confundió a Palutena por un tiempo.
Praelodium pensó que estaba haciendo justicia, ni ella misma se dio cuenta cuando ese sentido justiciero la convirtió en un verdugo, en una diosa maníaca llena de odio contra los humanos.
Palutena no tardó en notar estos cambios a largo plazo, ya que durante 100 años Praelodium actuó bajo el odio, un odio justificado, que seguramente Palutena no aprobaría.
La manera de lidiar con estos actos en ambas diosas había una enorme variación. Palutena siempre se preguntó por qué su compañera guardó silencio ante la nueva manera de ser de los humanos, siempre había actuado en nombre de la justicia. Y ahora que podría actuar... ¿No lo hacía? ¿Habría cambiado de opinión?
Palutena intuyó, entonces, que algo andaba mal. Su inteligencia de nuevo la llevó a cierta corazonada. Los trágicos incidentes en el pueblo humano podrían estar relacionados con la ira oculta de Praelodium, actuaba contra su mentalidad y para echarle leña al fuego de su imaginación, de vez en cuando desaparecía sin dejar rastro.
Sabía que tendría una charla muy seria con su compañera de gobierno.
Los cabellos verdes de Palutena, ondeados por los vientos de su vuelo, brillaron bajo la luz del amarillo sol del Reino del Cielo. Aterrizó en una isla flotante, muy estilizada con muros de oro, concreto dorado y columnas de plata color amarillo. Al poner sus pies sobre la plataforma de piedra naranjiza, puso carrera a los aposentos de Praelodium. Estaba desesperada por hablar con la diosa de la justicia.
Tenía que calmar su loca corazonada, y es que le veía mucho sentido, deseaba que fuese imaginación de ella misma.
— ¡Praelodium! —sollozó en un grito abriendo dos compuertas gigantescas de golpe y al mismo tiempo con sus pequeños brazos adornados con brazaletes de oro.
El salón estaba vacío. Todo estaba demasiado desordenado. Palutena, muy asustada, se adentró.
Sillas volteadas, cristales rotos en el suelo, candelabros caídos, cortinas cerradas y rasgadas... La única luz que había era la que entraba por las enormes puertas.
— No está —se dijo a sí misma Palutena, se llevó su mano blanca a sus labios divinos— Esto es malo. No puede ser cierto. Debería estar aquí —se postró sobre sus rodillas aún incrédula.
Pero aún era demasiado pronto para confirmar, Praelodium podría estar en cualquier parte.
Pensó en una batalla de emergencia en las puertas del inframundo, pero no podía ser, no recibió convocatoria. Las diosas son esenciales para estas batallas y es imposible que le dejen a un lado. A parte que no escuchó tres campanazos seguidos, que indicaban que había que contener las fuerzas del inframundo.
Se dispuso a salir y se quedó en la plataforma de aterrizaje observando los nubarrones blancuzcos y dorados.
El agradable sonido de la corriente de viento que soplaba sus túnicas blancas se vio atormentado por dos campanazos. Los ojos de Palutena se abrieron como platos, se quedó petrificada.
— Dos campanazos significan problemas en el Plano Mortal... —susurró débilmente.
Cogió carrera y se lanzó al vacío de nubes. Las lágrimas salían de sus ojos verdes y se desprendían como si fuesen plumas. Su mirada triste veía directamente hacia abajo, sabía qué tendría que hacer y a qué iba. El viento resopló su rostro, no dejó que ni una lágrima tocara sus blancas mejillas, activó sus alas y bajó con mayor velocidad lista para encarar una verdad cruel.
Detrás de su figura un pequeño tumulto de ángeles bajaba a toda velocidad, listos para defender a los humanos, que tal vez ya ni merecían ayuda divina.
Y es que la verdad es caprichosa, hiere a veces y conforta en algunas ocasiones.
