¡Hey! Bienvenidos hipotéticos lectores. Os pido unos segundillos para leer esta nota.
Este es el primer fanfic que me decido a publicar, y he de confesar que es una pequeña amalgama de varias ideas que me rondaban por la cabeza y de detalles que he ido encontrando en otros fanfics y que me han gustado (espero que a sus autores no les moleste, obviamente esto no es ningún plagio).
Seguramente cuando lo publique me daré cuenta que hay mil cosas que se pueden mejorar, pero si no lo subía reventaba.
Disclaimer: esto no es mío (excepto algunos personajes) y esas cosas que se dicen...
Advertencia: de momento sólo lenguaje malsonante y ciertas conductas de dudosa moralidad. Si la cosa continúa habrá algo de sexo explícito y puede que un poco de gore. Me lo tengo que pensar.
Así que nada, disfrutadlo. Dejad reviews que siempre mola (ya sea porque me consideráis un Dios, o porque me deseáis una muerte lenta y dolorosa).
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1. Pero no eran ella.
Se despertó sobresaltado. La luz se abría paso cansina a través de las cortinas de la habitación. Se quedó un rato con los ojos cerrados, simplemente respirando el aire helado de principios de Noviembre que se filtraba por las rendijas de la ventana. Intentaba relajar el ritmo cardíaco que amenazaba con matarlo allí mismo.
Escuchó una respiración y se giró para contemplar a la persona que yacía a su lado. Era una chica castaña, bastante alta. Lo sabía porque la había visto de pie. Estaba en un bar tomándose una cerveza con un vestido corto que él mismo se había encargado de quitarle unas horas antes.
No se molestó en intentar recordar apenas algún detalle de la pesadilla que lo había sacado de su reparador sueño. Estaba acostumbrado a ellas.
Se levantó sigilosamente intentando no despertar a su "invitada". Se duchó, se vistió y preparó el desayuno en la cocina. Un café con leche y dos tostadas con mantequilla después, Harry Potter agarró un puñado de polvos flu y los lanzó con fuerza contra el hueco de la chimenea, que estalló en llamas esmeralda al instante. Releyó la nota una vez más antes de dejarla sobre la repisa de la chimenea.
"Llego tarde al trabajo. Lo he pasado muy bien. Tienes algo para desayunar en la cocina por si te apetece. No te preocupes por las llaves, cierra con un portazo. Harry"
Con la cantidad de mensajes similares que había escrito, y aún así seguía sin encontrar el tono adecuado. "Menos da una piedra" pensó. Y dejó que el fuego se lo tragara.
***
El atrio del ministerio seguía igual que siempre. Las altísimas paredes acabadas en una gigantesca bóveda rezumaban prisa por las personas que salían, algunas tosiendo y otras escupiendo hollín, de la hilera de chimeneas que se amontonaban a sus pies. El ding-dong de los ascensores repiqueteaba por encima de los tenues "buenos días" que aquellos a los que ni madrugar podría quitar el buen humor lanzaban cortésmente al aire.
Harry no tenía muchas ganas de hablar. Seguía pensando en la chica de su cama.
No estaba preocupado por que se quedase más tiempo del esperado. Era muy cuidadoso a la hora de elegir a las mujeres con las que compartir una noche. Y sí por algún casual su intuición fallaba, Kreacher se encargaría de comunicárselo.
Lo que le traía de cabeza era el hecho de que ella hubiese comprendido, tal y como él intentaba siempre dejar claro, la razón por la que esa noche no había dormido en su casa.
Recordó su cara. Era una mujer guapa. Sus ojos azules, muy brillantes, se ocultaban tras los cristales de unas delicadas gafas de montura al aire. Sonreía con facilidad y le gustaba la música jazz. Tenía un cuerpo bonito, estilizado. Y la nariz de Barbara Streisand. Pero una mujer no tiene defectos, sino detalles que la diferencian de un maniquí de escaparate. Aún así, no...
Casi sin darse cuenta había llegado al ascensor principal. Se abrió hueco como pudo entre un montón de funcionarios ministeriales. Un sobre de color púrpura pasó revoloteando a escasos centímetros de su oreja para después comenzar a planear en círculos.
Harry estaba tan absorto en su cansancio que por poco no alcanza a salir del ascensor cuando la voz, sensual y sintética, repitió por tecera vez "Departamento de aurores".
No había todavía mucha gente en el Departamento de Aurores a aquellas horas. Los veteranos estarían organizando las patrullas matutinas en el seminario y los novatos, reunidos con sus encargados, organizando la tarea diaria. El resto, descansando en sus casas después de haber tenido turno de noche.
La imagen de la vida del auror tal y como Harry la imaginaba quedó hecha añicos el día que se graduó. Tras el entrenamiento, las pruebas de admisión y los estudios complementarios, su trabajo en pos de erradicar el mal uso de las artes oscuras se limitaba a pasar ocho horas al día rellenando informes, actualizando expedientes de magos convictos o en búsqueda y captura, y algún que otro interrogatorio ocasional.
Con este panorama Harry llegó al despacho 816 y encontró a Joe devorando con escaso recato una caja de rosquillas.
- ¡Mph! ¡Qué pafa Poffer!
- Se dice "buenos días", Joe.
- Puef efo – corrigió su compañero, escupiendo una pocas migajas - ¡buenof diaf! ¡Qué pafa Poffer!
Harry no pudo evitar sonreír.
- ¿Y Violet? – preguntó el moreno.
- En la reunión – Joe había tenido la decencia de tragar antes de responder y ahora miraba la caja de rosquillas vacía como quién se arrepiente de haber bebido demasiado de la cantimplora estando perdido en el desierto. – Ha dicho que volvería en un rato.
- Bien.
Aprovechó para echar un vistazo al Profeta. Nada interesante. Inauguraciones, actos sociales, alguna detención... pero todo nimiedades. No es que Harry echase de menos la época en la que el Profeta abría su primera plana con una lista de los asesinados a manos de los Mortífagos, pero el periódico había caído en una dinámica rutinaria que aburría a las musarañas.
Joe se desperezó con un bostezo paquidérmico. Era un hombre alto, de complexión musculosa, y el hecho de tener que llevar ropa muy ancha debido a su estatura lo hacía parecer más gordo de lo que en realidad estaba. Tenía el pelo castaño rizado y la frente despejada. Muy despejada. Joseph "Joe" Carrick había estudiado en Hogwarts con Harry, aunque era dos años mayor que él. Joe era un Ravenclaw atípico. Su cáracter socarrón y bromista enmascaraba una aptitud más que probada para todo tipo de juegos de lógica y rompecabezas que habrían dejado apagado al más brillante de los cerebros. De hecho, el pasatiempo favorito de Joe era el "prisma de Íncubo", una especie de icosaedro cuyas caras cambiaban de color intermitentemente. El objetivo del juego, o eso era lo que Harry había llegado a comprender, era conseguir que las caras del mismo color estuviesen juntas, lo que se hacía realmente difícil, a base de girar el icosaedro sobre sí mismo. Una versión camaleónica y geométricamente desquiciante del cubo de Rubick, vamos.
En ese momento la puerta del despacho se abrió y una bruja pequeña con el pelo de un color negro intenso recogido cómicamente en dos coletas entró con la varita en ristre. Tenía los ojos de un color púrpura claro, como una crema de leche y remolacha... y de ahí su nombre.
- Buenos días Violet. – saludó Harry.
- Buenos días caballeros.
- ...nos días jefa – respondió Joe demasiado absorto en sus cavilaciones matemáticas como para prestar más atención de la necesaria.
Violet se sentó en su silla respirando aceleradamente. Harry no estaba seguro de si era por la prisa con la que había vuelto al despacho o es que estaba nerviosa por otro motivo...
- ¿Qué tal la reunión? – aventuró el moreno.
- Bien. De eso quería hablaros – Joe dejó rápidamente su juguete en la mesa. Una cosa era no saludar a su jefa y otra pasar de ella cuando explicaba su tarea para hoy. – Tengo dos noticias, una buena y una mala, ¿cual queréis primero?
- La mala – respondieron los novatos casi al unísono.
- Pues la mala noticia es que tenemos otros cuatro informes que actualizar y luego hay que bajar a tomarle declaración a un sospechoso. Ese es todo nuestro trabajo para hoy.
- Fantástico... – murmuró Harry.
- La buena noticia... – prosiguió Violet haciendo caso omiso de sus bufidos, y aquí los chicos la miraron expectantes – es que puede que os haya conseguido la primera misión seria desde que estáis aquí.
- ¿Ah sí? – sugirió Joe con sarcasmo.
- Sí – el tono de Violet dejó bastante claro que no se trataba de una broma. – Todavía no puedo daros más detalles puesto que técnicamente la misión no es nuestra todavía, pero creo que los he dejado bastante impresionados. – concluyó satisfecha.
Violet era una bruja increíble. No debía de ser mucho mayor que Joe, y aún así los aventajaba en miles de materias. Violet había pertenecido a Slytherin durante su estancia en Hogwarts, lo que quedaba patente a la hora de verla negociar. Era una auténtica experta en el arte de la manipulación y la observación. Según se contaba en el departamento, era la responsable de la desaparición de la mayoría de los relojes de alto valor de sus compañeros, los cuales ganaba en "partidas cuya existencia no ha sido demostrada" Póker, blackjack o cualquier otro juego de azar en el que el más mínimo detalle de la expresión delatara tus intenciones.
- ¿Alguna pista? – insistió Harry.
- ¿Quieres que me despidan Potter? – bromeó Violet. Aunque probablemente dar detalles a dos aurores novatos sobre una misión no autorizada podría traerle muchos porblemas. Así que el chico lo dejó por imposible.
Harry había conocido a sus compañeros de equipo tan sólo unos meses antes y aún así ya se consideraban una pequeña familia. Violet era una de esas aurores a los que Harry admiraba profundamente, pues había sacrificado la excitante vida de los que no son demasiado inexpertos ni demasiado curtidos, que le habría garantizado aventuras y emociones fuertes, para tutorar a un par de novatos y enseñarles el oficio. Se hacía de querer.
En cuanto a Joe, su simple compañía destilaba optimismo. Además tenía a Harry por una especie de modelo a seguir con las mujeres. Lo cual, aunque superficial, era halagador.
La mañana transcurrió soporífera entre pergaminos y lechuzas. A las doce del mediodía, el reloj que colgaba encima de la mesa de Violet eructó un profundo chirrido indicando que ya era hora de ir a comer. O al menos la suya.
- Habría que arreglar ese reloj Violet.
- Buena idea. Ya sabes lo que hacer cuando tengas tiempo libre.
- Muy graciosa. ¿Vienes a comer con nosotros?
- No, he quedado con Hal. Pero gracias de todas formas.
Violet se marchó a paso rápido y Harry juraría haberla visto dar un par de saltitos al cruzar el umbral de la puerta. O quizás su apariencia de colegiala le hiciera imaginar cosas.
- ¿Qué coño le verá a ese maromo?
- No sé, es un tío majo.
- Mientes como el culo Potter.
- Vale, es un gilipollas, pero yo que sé, como no sea una fiera en la cama...
La mirada de Joe bastó para que ambos se echaran a reír.
- ¿Tu crees que la única neurona que tiene flotándole en el cráneo le dará para saber cómo comportarse en la cama?
- Espero que eso sea una pregunta retórica.
Habían decidido bajar por la escalera pues el ascensor era una trampa mortal en la hora punta del almuerzo.
- ¡Harry! Lo llamó una voz familiar pocos metros por detrás.
- ¡Diego! – Harry abrazó a Diego, quién le devolvió el saludo con efusividad. - ¿Qué tal por Hungría?
Bien, no hemos tenido contratiempos.
Diego había pasado los últimos seis días con su unidad en Hungría, en misión para el ministerio. Y lo había echado mucho de menos.
Las manos por fin le estaban entrando en calor. Para ser septiembre, la temperatura en el exterior no era demasiado agradable.
Harry estaba realmente nervioso. Se sentía muy estúpido teniendo en cuenta que durante los últimos meses había visitado Hogwarts bastante a menudo. Pero el simple hecho de poder volver a las clases, a la rutina, y al lugar que más apreciaba en el mundo le hacía cosquillas en el estómago.
Bien, esto, ejem... – la profesora McGonnagall, flamante nueva directora del colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, exudaba nerviosismo por cada uno de sus poros – Este año tenemos algunas novedades muy interesantes – los alumnos murmuraron con expectación – así que vamos a ir poco a poco. Debido a lo "excepcional" del curso pasado tenemos entre nosotros a varios alumnos que aunque deberían haber terminado ya sus estudios tendrán que cursar su último año en Hogwarts. Dado que no disponemos de vacantes suficientes en los dormitorios existentes, y para no alterar el ritmo del resto del colegio, los alumnos citados antes se alojaran en un anexo que se ha construido en el jardín, frente al castillo – la idea pareció sorprender a muchos y agradar a otros tantos – Y... para fomentar las relaciones entre dichos alumnos, no haremos distinciones en base a la casa a la que pertenecen, convivirán todos juntos.
Aunque McGonnagall intentó añadir algo a su último anuncio un aluvión de gritos y protestas surgió de entre la multitud.
¿Perdón? – dijo Harry intentando encontrar un error gramatical en aquella noticia.
Que parece que nos va a tocar compartir cuarto con Malfoy colega... – respondió Ron, que se frotaba los nudillos.
En la mesa de Slytherin, Draco Malfoy había palidecido aún más de lo normal ante la perspectiva de tener que convivir con sus "archienemigos".
- ¡Silencio! – la directora consiguió por fin poner orden en el bullicio haciendo uso de un encantamiento "sonorus" – Espero que os comportéis como adultos y aceptéis esta decisión. – indicó mirando a los alumnos aludidos que boquearon ante lo infructuoso de sus protestas. Siguiendo con las novedades, tengo el placer de presentar a un nuevo alumno, que estará este año con nosotros.
El Gran Comedor enmudeció ante aquella sorpresa. La gente miraba de un lado para otro intentando encontrar al intruso.
Entonces, un muchacho moreno de pelo oscuro y algo desgarbado, subió lentamente los escalones para colocarse a la altura de la directora.
Os presento a Diego Hernández – dijo señalando al chico y esperando una reacción que nunca llegó, su público estaba demasiado sorprendido como para hacer nada. Diego por su parte sonrió tímidamente a sus nuevos compañeros – Diego ha venido desde México porque su hermano es un famoso jugador de "fürgtroll".
"Fútbol" profesora – la corrigió el chico. Diego tenía el pelo revuelto y bastante largo, los ojos oscuros como el carbón y la nariz cuadrada.
Eso, eso – continuó McGonnagall muy azorada tras una carcajada general del Gran Comedor - Todavía no ha terminado sus estudios de magia en su país, de manera que cursará aquí su séptimo y último año. Para evitar conflictos y papeleo innecesario, Diego se alojará con los "repetidores" en el nuevo edificio.
El "nuevo edificio" fue bautizado cariñosamente por los estudiantes como La Buhardilla. Un gigantesco edificio de madera con paredes circulares justo encima del gran comedor al que se accedía mediante una escalera de caracol que daba poca confianza. A simple vista, era como si un viento huracanado hubiese dejado allí la cabaña de Hagrid.
Los huéspedes de La Buhardilla entablaron, y algunos la retomaron, amistad en pocos días. Y aunque pasaban la mayor parte del tiempo en sus salas comunes, compartían las clases y alguna que otra juerga ocasional en su nueva vivienda. Todos a excepción de Malfoy que parecía no querer relacionarse con ninguno de sus compañeros y paseaba taciturno por el colegio. Seguramente estaba allí obligado por sus padres. En cierta manera a Harry le daba lástima.
Diego resultó ser una compañía agradable. Al ser hermano de alguien famoso en el mundo muggle entendía perfectamente cuando Harry se quejaba de las niñas pesadas que se empeñaban en llevarle el desayuno a la mesa. Aunque por otra parte él mismo parecía ser bastante popular en su nuevo colegio: Harry y Ron ya habían sorprendido a más de una chica observándolo de reojo y suspirando afligidas, ante lo que sólo podían reírse.
Durante los últimos meses, Diego y Harry habían vuelto a ser los buenos amigos de los meses en Hogwarts.
Ron pasaba la mayor parte del día en Sortilegios Weasley dado que George había decidido abrir otra sucursal de su negocio en Hogsmeade y había cambiado su apartamento en el Callejón Diagon por uno en el pueblo, dejando a su hermano menor encargado de aquel local.
Hermione por su parte, trabajaba hasta tarde en los tribunales del ministerio haciendo de asesora y Harry sólo la había visto un par de veces en todo el tiempo que llevaba trabajando allí.
Así que, privado de sus dos confidentes favoritos, Harry había encontrado en Diego al "sustituto" perfecto, por así decirlo. Además, el pasado, pasado estaba...
- ¿A dónde vais? – Diego había cambiado poco desde Hogwarts. "Igual que yo" pensó Harry. Un poco más altos, un poco más anchos, con algo más de músculo y de vello facial.
- A Chickendancer's.
- Me apunto... echo de menos la comida insana. Ahora os veo, tengo que terminar unas cosas.
Chickendancer's era una hamburguesería mágica que se encontraba un par de calles más al centro del Ministerio. Debido a su especialidad en bocadillos, eran muchos los empleados que iban a comer allí.
Cuando estaban doblando la esquina de la calle Fitzgerald, un hombre con una gabardina de color beige y gafas de pasta los abordó.
- Harry Potter, ¡qué sorpresa!
Llevaba el pelo entrecano peinado con una ralla un tanto caótica y Harry creyó entrever una mecha de color rosa. Varios piercings colgaban de las orejas y se agarraban a las cejas como diminutos murciélagos metálicos. La sensación era la de un punk echado a perder.
- ¿Sorpresa? Todo el mundo sabe que trabajo en el ministerio.
Tenía toda la pinta de ser periodista. Aquella sonrisa aceitosa y la mirada inquisitiva. No cabía duda. O periodista, o trabajaba para el circo.
- ¿Qué tal? – preguntó el periodista haciendo caso omiso del comentario del joven.
- Bien, gracias – Harry aceleró el paso.
- No tan deprisa. ¿Qué tal has dormido Harry?
Aquello no le gustaba un pelo.
- Eres de Corazón de Bruja, ¿verdad?
- ¿Cómo lo has sabido?
"Por ese aura de cursilería y las pintas de ave carroñera" estuvo tentado de contestar. En lugar de eso, optó por la típica defensa: contestar a una pregunta con más preguntas.
- ¿Qué quieres?
- Información, Harry, sólo eso.
- ¿Cómo te llamas?
- Lollipop Karmatt.
- ¿Lollipop?
- Es un apodo. Ludwig Karmatt. – el periodista esbozó una sonrisa peligrosa - ¿Y la señorita que durmió en tu casa anoche como se llamaba?
- No tengo ni idea de que me hablas – esquivó Harry. Joe había alzado las cejas y lo miraba con satisfacción y una sonrisa de admiración.
- Si que la tienes, ¿era bruja o muggle?
- Ya te he dicho que no tengo la más remota idea de lo que hablas.
- Quizás si te enseño una foto...
El periodista mostró entonces una instantánea (o no tan instantánea teniendo en cuenta que era una foto mágica) de la muchacha que Harry había dejado en su cama por la mañana, marchándose por el jardín delantero de Grimmauld Place.
- ¿Espías mi casa?
- Quizás. ¿Quién es? – insistió agitando la foto frente a su cara.
"¡¡Tu puñetera madre!!" Harry se mordió la lengua. Ni la chica ni la madre de aquel espécimen tenían culpa de nada.
- Disculpe, ¿le está molestando?
Diego acababa de hacer aparición, cómo un ángel salvador, justo detrás de Joe, que contemplaba la escena divertido. En opinión de Diego, aquello no tenía pinta de ser divertido en absoluto.
- Molestar en un eufemismo demasiado delicado.
- ¿Y usted quién es? – preguntó el periodista sin perder la sonrisa.
- Diego Hernández, y está usted molestando a un auror, ¿quiere ganarse un cargo de atentado a la autoridad?
Karmatt lo miró con desconfianza y se dió la vuelta.
- Un placer señor Potter, ya nos veremos.
- Ojalá que no.
Caminaban en silencio hacia Chickenancer's. Aprovechando que Joe había reanudado su batalla con el "prisma de Íncubo" Diego se acercó a Harry.
- ¿Qué quería? – estaba muy claro que se refería al periodista.
- Tocarme la moral, ¿a ti que te parece?
- Que te lo has buscado tú solito.
- No empecemos Diego. – Harry lanzó un largo suspiró. – Vele, tienes razón, pero no creo que esté haciendo nada malo.
- Nadie ha dicho eso, pero con tu popularidad, ir de flor en flor no ayuda a espantar a las alimañas.
Harry contempló el cielo plomizo. ¿Por qué era todo tan complicado?
- ¿Era muggle?
- ¿Quién? – Diego entornó los ojos - ¡Ah! Sí, sabes que me siento más cómodo. No se pasan el rato mirándome la cicatriz ni murmurándome que "llevan soñando con ese momento toda su vida".
- ¿Era guapa?
- ¡Vamos Diego! ¿Por quién me has tomado? – Diego arrugó la frente - ¡Pues claro que era guapa! Estaba buenísima y tenía un c...
- Suficiente Harry, que yo hace mucho que no ligo.
- Porque no quieres – sentenció el moreno.
- Nadie dice lo contrario – sonrió Diego.
Por fin llegaron a Chickendancer's. Diego, Harry y Joe cogieron una de las mesas al lado de las ventanas y pidieron tres hamburguesas de pollo con salsa de la casa, una ración grande de patatas y tres cervezas de mantequilla.
La comida no tardó en llegar y la conversación fue navegando entre temas triviales. Hasta que Diego decidió soltar la bomba que llevaba rato dudando si lanzar o no.
- He recibido una lechuza de Ginny.
Harry no puedo evitar que el gigantesco trozó de pollo envuelto en lechuga y pan seco que acababa de tragarse no se quedase quieto en su estómago. Trató de mantener una expresión de agradable sorpresa ante una noticia sin ningún tipo de interés.
- ¡Oh! ¿Y qué tal está?
- Bien, bien... me ha dicho que viene a Londres la semana que viene.
Maldito pollo. Ahora Harry entendía porque el local se llamaba Chickendancer's.
- Y también me ha dicho que se pasará por el Ministerio para verme.
Aquí Harry ya no aguantó más y casi escupe de golpe toda la cerveza de mantequilla destinada a aliviar el movimiento de sus intestinos. Tosió violentamente.
- Por eso mismo te aviso. Sé que no os lleváis bien...
- Nos llevamos perfectamente Diego. – mintió el moreno.
- Ya, claro, por eso la última vez que estuvimos en casa de los Weasley acabaste jugando al escondite con el ghoul del desván.
- Se sentía sólo y decidí hacerle compañía. - musitó Harry avergonzado.
- Haz lo que quieras, yo ya te he avisado. No quiero un numerito como el de la cena de Navidad.
***
Cuando Harry llegó al número 12 de Grimmauld Place, Kreacher lo esperaba con un humeante plato de sopa en la mesa. Desde luego en Londres nunca hacía suficiente calor como para despreciar un plato de sopa, pero las dotes culinarias de Kreacher flaqueban únicamente en la preparación de caldos. Aún así Harry sorbió un par de veces el líquido al borde de la ebullición ante los ansiosos ojos de su elfo doméstico.
- Puedes irte a dormir Kreacher, ya recogeré yo.
En otras circunstancias Kreacher habría protestado a su amo por hacer tareas que le correspondían a él, pero estaba acostumbrado a los desplantes de su dueño.
Cuando Kreacher salió de la cocina Harry limpió el plato con un movimiento de varita y se preparó un sandwich de pavo con lechuga y mahonesa.
Apagó todas las luces del piso de abajo y subió a su habitación. Harry dormía en una cama de matrimonio que, aquella noche y sin compañía femenina, se le antojaba enorme. Lo más lógico hubiera sido que se sintiera nervioso por la misión que posiblemente les encargaran, la primera de verdad desde que era auror por pleno derecho. Pero la lógica, al menos en estos detalles, no era el punto fuerte de Harry Potter.
Por aquella cama, entre aquellas sábanas, habían dormido muchas mujeres. Altas, bajas, delgadas, regordetas, rubias, morenas, castañas, con cuerpo de niña y con algunas arrugas. Brujas y muggles. Pero no eran ella.
