Recuerdo perfectamente aquel día. Ese en el que caí en un profundo sueño disfrazado en pesadilla, del cual nunca he despertado.
El sutil aroma a manzana, la calidez de su respiración nasal sobre mi boca, la piel erizada tras las caricias que recorrían mis mejillas. El primer contacto con sus labios, nuestra primera vez sobrepasando la barrera de la amistad.
Cualquier ser digno de leer nuestra historia estaría disfrutando de las descripciones detalladas, de cada sentimiento plasmado, sin saber que la historia que tanto esperan no es más que una vomitiva bazofia cursi que hasta a mí me da vergüenza contar.
Suplicó una y otra vez el sediento rubio para que dejara de apuntar la mirada al techo, pero nada sirvió. Aún con las puntas de los pies sosteniéndose en equilibrio, seguiré fardando orgullosa de no haber perdido la compostura.
Si os preguntáis de qué basiliscos hablo, os lo resumiré en pocas palabras: si tenéis que preguntarlo, es que os habéis convertido en víctimas del engaño.
Porque antes de que cuentas grises se convirtieran en mi perdición, las mías de tonalidad verdosa se coronaron con antelación las de otro.
Os estoy redactando, escoria humana sin capacidad alguna de síntesis, cómo Draco Malfoy se suma al bochorno de narrar nuestro lamentable romance, dejándome a mí el papel principal para desmantelar su perfecta historia en la que una niñata de pelo corto y flequillo desigual besaba el suelo dónde pisaba.
Voy a ser lo más exacta posible y espero ser clara, no quiero convertirme en el ídolo de nadie. Intentad reprimir esa necesidad imperiosa, que reconozco es difícil tratándose de mi.
