Pues... aquí estamos de nuevo, después de años de no escribir y de perder espantosamente personajes en dos historias, regreso con algo en un nuevo fandom, donde ciertamente todo es un poco más consistente.

Esta vez se trata de mi primera historia basada en The Hunger Games, viendo Panem desde los ojos de un Peeta que no es propiamente él mismo y que, sinceramente, espero disfruten. La lectura es un poquito densa, por lo mismo, los capítulos cortos.

. . : : Disclaimer : : . . Todos los personajes, lugares y en su mayoría, situaciones, pertenecen a Suzanne Collins, lo único que es mío, es la forma de ordenar hechos y palabras para dar una perspectiva distinta a la de Katniss.


¿Real o No Real?

Capítulo 1.- El Capitolio

Cierro los ojos, no quiero ver más, no quiero pensar más… un silencio sepulcral me rodea, no estoy seguro del tiempo que ha pasado, podrían ser días… o años, en ocasiones se sienten como siglos. Hace ya tiempo que me han dejado solo y finalmente me permito respirar, aunque duele tanto que quisiera dejar de hacerlo. Intento poner en orden los pensamientos en mi cabeza, nada parece tener sentido y me pregunto por enésima vez en no sé cuánto tiempo si recuerdo mi nombre… me siento incapaz de recordarlo.

Escucho nuevamente pasos de botas en el pasillo y mis sentidos se ponen alerta, abro los ojos sólo para notar cómo baja el voltaje, haciendo que las luces blancas de aquella sala parezcan aún más mortecinas: no es un sueño. Un segundo más tarde la voz afectada de una mujer desgarra el aire, creo que su nombre es Johanna, ¿Johanna?, claro, Johanna Mason, vencedora del Distrito 7, la que convenció a todos de no ser un enemigo de cuidado y resultó ser una asesina imparable; Johanna Mason, el tributo femenino del Distrito 7, la que se desnudó en el ascensor después del desfile de los Tributos Vencedores.

Quiero levantarme, ir a ayudarla y nuevamente encuentro mis manos sujetas con firmeza a esa plancha mecánica helada y puedo recordar con claridad que hace poco he visto a Lavinia morir frente a mis ojos, en una muda súplica por terminar con su agonía… también a Darius, que no se rindió sin pelear, incluso aunque su voz fue silenciada. Lágrimas impotentes se deslizan por mis ojos cansados y la piel demacrada, es entonces cuando lo hago consciente por primera vez: soy prisionero del Capitolio, prisionero de Snow y si tengo un poco de suerte, pronto estaré uniéndome a su larga lista de cautivos muertos por tortura.

Forcejeo una vez más con los grilletes, siento como el metal ha hecho mella en la piel de mis brazos, es probable que tenga heridas en los bordes donde roza mi carne maltratada, lo sé por la forma en que la piel me arde con cada movimiento. Independiente a este dolor, me doy cuenta que siento el cuerpo dolorido, no por la posición y menos aún por el golpe que acabo de darme contra la parte trasera de la cabeza; es más como si cientos y cientos de minúsculas agujas estuviesen clavadas en mi cuello, pecho y piernas. La luz se mueve de una forma extraña y vuelvo a cerrar los ojos, intentando respirar profundamente.

Johanna ha vuelto a callarse y la luz vuelve a su intensidad normal, puedo percibirla a través de mis párpados. La puerta se abre deslizándose con suavidad, los que ahora son dos viejos conocidos llegan sosteniendo sus pesados fusiles, puedo escuchar cómo el metal suena con la cadencia del avance de sus portadores, sin embargo, esta vez hay algo nuevo, un nuevo par de pisadas ligeras que no llevan calzado militar… ni siquiera me molesto en abrir los ojos, no quiero mirarles: esta vez, el objeto de la tortura seré yo.

Mi nuevo visitante tiene las manos delgadas y sus dedos son hábiles, lo sé por la forma en que manipula sin esfuerzo mis párpados, sujetándolos con pinzas que los mantienen abiertos, de forma tal que, aunque realmente lo intento, todo lo que puedo hacer, es ver son sus guantes blancos y después el rostro de un hombre que más que eso, parece un roedor escuálido de mi distrito. Acerca un gotero y deja caer un líquido cristalino que de inmediato procura una sensación de alivio a esos pobres ojos míos, que llevan bastante sin saber lo que es el descanso.

Siento la plancha bajo mi espalda cobrando vida, poniendo mi cuerpo en vertical, frente a mí, la que reconozco como la palidez de una pantalla de televisión que va cobrando vida poco a poco. Lo que sigue, es algo que no soy capaz de describir y mucho menos de entender, son grabaciones, voces de la gente de mi distrito gritando desesperada, silenciada
casi al acto por gigantescas lenguas de fuego que van consumiendo nuestros edificios saturados de polvo de carbón por el paso del tiempo. Deseo con todas mis fuerzas poder cerrar los ojos y no sucede, las imágenes invaden mis ojos y mi mente, y entonces ella, Katniss, el motivo, motor y razón de todo, está en la pantalla, con ese gesto concentrado que pone siempre que está por disparar… un agudo dolor hace presa de mí, su gesto concentrado se convierte en una mueca burlona; un pinchazo más y el gesto burlón se convierte en la esencia del horror encarnado. Intento llorar, pero mis ojos se han quedado secos.

Doce dolorosos pinchazos y varias horas de imágenes después, la pantalla se apaga y la plancha cobra vida una vez más; el hombre roedor mira hacia arriba y asiente levemente, antes de retirar las pinzas de mis ojos, que finalmente se cierran, dejándome sumido en una obscuridad tan densa que casi agradezco, ya que no deja lugar a ninguna pesadilla. Intento aferrarme a mi idea del final feliz: Katniss, tomando mi mano después de compartir el tueste… una casita pequeña y cálida, el olor a pan recién horneado que emana de la mesa… un rostro redondo y sonrosado con aquel tono oliva de piel tan propio de la veta y finos cabellos rubios apenas mostrándose por la incipiente superficie de su cabeza; un bebé… nuestro bebé.

Pasan uno, dos, tres, cuatro días… no logro seguir contando, día con día despierto agotado, lleno de una ansiedad tan vieja como mis temores un día antes de los primeros juegos, aunque aún intento aferrarme a la imagen de aquel perfecto final feliz, ese que ahora sé que no tendré, está ella, su rostro transformado en medio de la violencia y la expresión de sus ojos me provoca tal terror, que despierto bañado en sudor. Ella no es Katniss, ya no es mi Katniss, nunca lo ha sido; es sólo un producto más de este mundo retorcido que, por su culpa, me ha transformado de pieza de sus juegos, en una víctima de ella, la que me abandonó en la arena cuando había jurado que daría la vida por mí.

El dolor en el cuerpo ya ha rebasado niveles de lo que hubiese conocido y he llegado a tal punto, en que ya ni siquiera puedo sentirlo; mis sentidos adormecidos son incapaces de percibir algo más que la desesperanza en que me encuentro. He sido restablecido en dos ocasiones, una tríada de extraños se dedican a prepararme para aparecer frente a las cámaras. En un ataque de osadía pregunto en dónde están Portia y mi equipo de preparación… uno de los agentes de paz ríe y en una voz que parece más el rugido de una fiera que la voz de un hombre, responde que han sido ejecutados: es en ese momento, que decido dejar de pelear.

Veo mi imagen en el espejo, soy incapaz de reconocerme; en algún punto debajo de las bolsas bajo mis ojos, la piel pálida y esa expresión perdida, aún hay algo de mí, aunque no logro encontrarlo en esos segundos. Antes de salir a cuadro, me entregan un discurso escrito por alguno de los esbirros de Snow, es una labor titánica lograr un poco de concentración y mi única instrucción es parecer normal. El cuello del saco me asfixia, y puedo sentir cada uno de los pinchazos que he estado recibiendo, el estudio parece una creación psicodélica salida de la mente de los morphlings del 6 y eso me distrae todavía más.

Escucho a Snow hablando a través de mí, y algo, un atisbo de mi viejo yo, se abre paso hasta mi consciencia lesionada; puedo sentir esa náusea hacia mí mismo, el odio que siento hacia el Capitolio, hacia Snow, hacia lo que sus torturadores han hecho conmigo durante todo este tiempo, hacia ella, que es la causa de todo este sufrimiento y aún así, sé que está
viéndome en algún sitio, oculta y segura, lejos de todo este horror. La odio profundamente, tanto que si pudiera, si me diera una simple razón, la mataría sin pensarlo y sin embargo, no puedo evitar advertirle que volarán el trece… esta vez por su culpa. Lo último que puedo recordar es la culata del arma del agente de paz estrellándose contra mi sien izquierda,
el olor a sangre y el golpe de mi cabeza en el piso.

Vuelvo a mi encierro, a la plancha que se ha convertido en una extensión de mí mismo, a los grilletes que privan a mis manos del movimiento que necesitan para sentirse útiles. El hombre roedor y sus dos acompañantes vuelven una, otra y otra vez, con cada una de sus visitas, siento como cada vez pierdo un poco más la cordura, hasta que un día despierto y no puedo sentir nada más, estoy vestido y mis manos libres, no hay rastro de la pantalla, ni de todas esas cosas que usan día con día para mostrarme una verdad que, ahora sé que había estado negando.


Como siempre, les doy las gracias por llegar hasta aquí y también a mi Beta Reader, que ha estado ahí desde que surgió la idea de este pequeño proyecto.

Hasta otra.

Saiph L.