En nuestro pueblo nunca habrán rascacielos, ni multitudes al caminar, el lugar esta estancado, paralizado y condenado a permanecer siempre igual.
Ni se imaginan las ganas que teníamos de pegarnos un tiro en medio de la sien, y digo teníamos, porque en esa época confusa y desdichada que llamamos adolescencia tuve la suerte de ser amigo de la persona más original que tuvo la desgracia de encontrarse conmigo. Su nombre nombre es Craig, siempre y cuando no se lo haya cambiado con los años, porque según él no le desagradaba, pero tampoco lo volvía loco.
A Craig los conocía desde el jardín de niños, pero no nos hablamos hasta el penúltimo año de secundaria cuando nos dimos cuenta de que teníamos un montón de cosas en común, como por ejemplo a los dos nos gustaba The strokes, la comida de la cafetería, y aún más importante: Nos quedábamos atrás en relación a nuestros compañeros. En pocas palabras, no servíamos para nada, sólo para calentar un asiento, follar y llenar nuestros pulmones con nicotina diario; Quizá sí hubiésemos sido menos infantiles habríamos caído en cuenta antes que bastaba con ver la lista de calificaciones para saber que compartíamos el último puesto y la peor asistencia del semestre. A final del último año el maestro, ni siquiera se molestaba en nombrarnos. Como decía, con Craig como mucho nos habíamos tomado de las manos en cuarto grado, cuando nos vimos obligados a formar pareja en un estúpido paseo a quien sabe donde, solamente recuerdo que mis manos sudaban porque ese crió me daba escalofríos, lo digo enserio, con apenas once años se había ganado cierta reputación, incluso se decía que le había rajado la cara a un niño con unas tijeras.
De todas maneras en ese entonces sabía unas cuantas cosas de él, por ejemplo que cuando creciera quería ser un astronauta, lo sé porque lo dijo en un ensayo.
Con el tiempo deje de tenerle miedo e intente no prestar atención, incluso en un par de ocasiones quise de hablarle diciendo cosas normales como —¿Sabes, Tucker? Puedo verte en mí cama esta noche— pero no fue hasta cuando teníamos dieciséis, en las gradas del campo de fútbol escolar cuando comenzamos a hablar enserio... Y digo enserio refiriéndome a un montón de chorradas. Todo sucedió en la época cuando no me gustaba regresar a casa y él no encontraba mejor lugar para alejarse del mundo.
Sí me preguntan no tengo la misera idea de como empezamos a charlar en ese momento, sólo se que lo vi sentado, él me devolvió la mirada e hizo un gesto con su rostro para saludarme. Instantáneamente en ese instante sonreí, supongo que le dije alguna estupidez, el caso es que una cosa llevo a otra y en menos de lo que pudiéramos darnos cuenta estamos drogados con la puesta de sol encima de nuestras cabezas.
Y es que en esos años mis padres se habían puesto con un negocio de marihuana, con mi hermano solíamos robarles un poco. Hasta ese entonces todo lo que robaba me lo había fumado solo en un parque cercano a mí casa, y no es como sí no lo hubiera querido compartir con mis amigos, pero bastaba con verlos para darse cuenta que Broflovski y Marsh eran demasiado correctos y Cartman nunca fumaria esas mierdas hippies. Algunas veces me pregunto ¿Porqué eran mis amigos? Nos llevábamos mal, pero a medida que crecíamos parecía que nos envolvíamos en nuestros propios asuntos. Supongo que todos estábamos tensos, lidiando con el día a día, las hormonas y tratando de descubrir quieren carajo eramos y hasta donde podíamos llegar.
—¿Esta bien, Tucker?—
—¿Uhm?—
—¿Está bien qué perdamos el tiempo así?—
