Muerto. Se sentía muerto, tan muerto. Y sin embargo, seguía ahí. Respiraba, veía, oía y sentía. Y era extremadamente cuerpo, sus heridas. Todo.
Se enamoró de la muerte. Se enamoró de la idea de estar junto a ella por eternidades. Se enamoró de la paz que le prometía la muerte. Y sin embargo, no la tenía. Y no era por no estarlo; era porque la muerte era dolorosa. ¿Quién le aseguraba que la paz venía después de la turbulencia? ¿Quién le decía que iba a encontrar todos sus deseos frente a sí?.
La muerte le mintió. Y dolía.
Dolía, porque aunque no la haya alcanzado, esta de todas formas dejó huellas.
Dejó su esencia. La muerte le visitó y dejó su esencia en sí. Como un perfume constante y adherido a la piel.
—Dominik—su madre entró a la habitación, con gesto de preocupación.—Hijo, debes comer.
Este bufó, sin siquiera dirigirle la mirada.
—No lo has hecho en días. —agregó ella, con un tono seco.
—Y no tengo pensado hacerlo; no tengo hambre, madre. —le respondió este, con cierta lejanía y cordialidad; como si fuese un desconocido y no su propia madre.
—Dominik... —susurro esta.
—No puedes obligarme a comer. —aclaró este, con autoridad. Mantenía los brazos cruzados y la mirada aun baja.
Esta soltó un rugido furibundo, frunció el ceño y apretó los dientes, para luego acercarse fugazmente a su hijo y darle una cachetada.
Dominik, al sentirlo, abrió los ojos de impacto y pudo volver a caer ante la realidad que le atormentaba: la crueldad.
—¡Todo esto es nuestra culpa!¡Eres un malcriado!—gritó ella, utilizando toda la fuerza de su laringe. Luego, respiró agitadamente y colocó su mano sobre su pecho, buscando calmarse. Seguía con esa expresión furiosa, y observaba con recelo como su hijo se acariciaba la mejilla con delicadeza y asombro.—¡¿Como puedes hacernos esto?!¡Eres un desgraciado!
Dominik mantuvo silencio, escuchando sorprendido todo lo que su madre decía. Y las paredes blancas de su habitación y el olor mareante del hospital no ayudaban mucho a su salud tanto mental como psicológica en ese instante.
—¿Es qué quieres humillarnos, no?—le cuestiono su madre, con odio en sus palabras y en sus oscuros ojos, que resaltaban por ese mismo sentimiento.—Primero te declaras como un marica, y luego esto. Te intentas matar. ¡¿Qué tienes en la cabeza?!
Dominik, que intentaba contener las lagrimas, finalmente estalló. Y gritó todo lo que pensaba. Todo el infierno que vivía.
—¡Muerte!¡Cada día es una maldita pesadilla de la cual no puedo escapar!—Su madre abrió los ojos, y dejó el ceño fruncido para sorprenderse. Dominik golpeaba el colcho de su cama con sus puños apretados y hacía crujir sus dientes al rozarlos con brutalidad.—¡Siempre he estado solo!¡Tú nunca has sido una madre!¡Nunca he recibido un abrazo ni te he tenido ahí!¡Nunca estuviste cuando te necesite!¡Ni tu ni papá!¡Solo su dinero, nada más!¡Ustedes son un vacío dentro de mí!
—Tú no eres mi hijo!—le respondió ella, eufórica.—¡Alguien tan miserable y desgraciado como tú no es mi hijo!
Y en ese instante ella salió de la habitación, furiosa, atacando a todo aquel que se cruzara en su camino. Dominik alcanzó a ver como empujaba de forma brusca a un par de enfermeras.
Estoy solo. Ahora sí, estoy totalmente solo. Pero...con la muerte dentro de mí. Yo y la muerte, solos en la oscuridad, en la perdición del abismo, batallando contra nuestras pesadillas, invencibles.
—Dominik—escuchó una voz masculina, y observó con sus hinchados y rojos ojos a un doctor con una barba castaña clara, ojos grises y poco cabello de tono rubio. Debía tener alrededor de 50 años.—Soy tu psicólogo, el Dr. Lewis, mucho gusto.
Le tendió la mano y le entregó una amable sonrisa. Dominik dudó si estrecharle.
—No necesito ningún psicólogo, así que no pierda su tiempo. —respondió él, siendo cortante y poco amigable.
—Bien, no me tomes como un psicólogo, tómame como un terapeuta. —el sonrió de nuevo, y quitó su mano, sabiendo que eso era caso perdido. —Un amigo al cual le cuentas tus problemas.
—¿Problemas mentales, no? Ese es el punto al cual quieres llegar. —Dominik estaba siendo hostil, descargaba todos los sentimientos que había retenido y callado con odio y rencor. —Y no es mi amigo. Yo no tengo amigos.
— ¡No, no, no! —exclamo él, con gracia. —Problemas cotidianos. Todo el mundo tiene. Como por ejemplo, yo y mi esposa estamos un tanto peleados—agregó, siendo amigable. Bueno, en sí debía ser amigable para buscar la aceptación de su complicado y cortante paciente. —Creé que me gusta la enfermera. Pero admito que no está nada mal. —soltó una risita pecadora. Y sin embargo, Dominik no tuvo reacción alguna. —¿Cómo es eso de qué no tienes amigos?¿No hablas con nadie en la escuela?
—No sé porque usted sigue creyendo y esperando que le vaya a decir algo. —Dominik aclaró, con mirada gélida. —Se lo reiteraré, y espero que entienda esta vez. No va a lograr nada, no lo necesito. No pierda su tiempo. Así que vamos, vuelva a su oficina y traté con otros pacientes que realmente lo necesiten.
—¿Sabes por qué estoy acá, no? —le dijo él, borrando su sonrisa y estando neutral. —Te intentaste suicidar. Y más encima, el personal del lugar me contaron que tuviste una discusión con tu madre. Dicen que fue bastante fuerte.
—Ella me desestimó. —este murmuró, más para sí que recitándole al doctor. —Soy hijo del vacío. Y estoy totalmente solo. No le pertenezco a nadie, y nadie quiere estar conmigo.
—¿Por qué hizo eso? —preguntó, pero no recibió respuesta alguna. Entonces pensó formular otra pregunta más adecuada para su paciente. —¿Tus padres influyeron en qué intentarás suicidarte?
—Ellos aumentaron la soledad que me alberga. Ellos me juzgaron y me rechazaron cuando sentí que era yo; ser realmente yo mismo. Cuando me conocí, y me arme de valor para contarles. —Dominik se contuvo un momento, y luego siguió. —Soy gay.
—¿Crees que el rechazo te llevo a suicidarte, Dominik? —le cuestiono Lewis, con cuidado. Sabía perfectamente que un paso en falso podía destruir todo el camino que había avanzado.
—Este mundo es cruel, Doc. —declaró Dominik, con una cínica sonrisa. Fingiendo estar bien, cuerdo, cuando veía solo monstruos intentando destruirlo. —No, no tengo amigos. Creía tenerlos, pero solo se trataba de gente cínica que te da la espalda cuando más los necesitas.
—Ya veo…¿ellos sabrán de esto? —le cuestiono, curioso. Dominik negó con la cabeza mientras soltaba una risita. —Mi madre debe estar quemando todo registro de mi intento de suicidio. ¡Ja, soy tan desgraciado ante sus ojos!
Y ante los míos.
—Pero en algún momento todos se enterarán, y se burlarán de mí a mis espaldas. Me tildarán de loco y emo.
—Yo te considero un chico bastante agradable. —le comentó el doctor, para luego sonreír con frescura. —Un chico bastante libre.
— ¿Libre? —cuestiono el paciente, para luego reír sarcásticamente. —Es lo que menos soy. Los fantasmas del pasado siguen atacándome en mis pesadillas. Ellos siguen ahí, clavando sus uñas contra mi espalda cuando cierro los ojos. Soy todo menos libre.
—…¿y cómo descubriste qué eras…—sabía que eso no sonaba muy bien, y el chico estaba frágil, vulnerable, débil. Podía estallar en cualquier momento. —…qué tenías una opción distinta al resto?
—Hubo un chico…Alexander. —Dominik no pudo evitar recordar cuando se besaron, y luego toda la burla y el dolor que siguió. Que lo destruyeron. —Fue otro cínico más.
— ¿Puedes contarme más? —pidió el doctor, casi hablando bajo, con un poco de inseguridad.
—No quiero hablar sobre ello. —dijo el más joven, luego cruzando los brazos y desviando la mirada. Esa mirada con sus aun hermosos ojos azules, aunque hinchados y rojizos de tanto llorar.
—Bien, creo que es suficiente por hoy. —dijo el Doctor, sabiendo que no iba a llegar a más por hoy. Pero feliz, de haber alcanzado más información de la que pretendía en un principio. —Nos veremos mañana, Dominik. —el nombrado solo asintió, con desinterés. —Que descanses.
Dicho eso, abandonó la habitación. Dominik soltó un suspiro y se deslizo más abajo en la cama. Cerró los ojos e intentó sentirse aliviado de estar en calma. Y sin embargo, eso significó estar solo. Y le angustió.
Temió otra vez, de que nadie escuchase sus gritos, de que todos olvidarán su insignificante existencia. De nunca poder vivir. De estar solo. El simple hecho resultaba algo tan inefable y a la vez le causaba tantas ganas de gritar todo lo que siente. Era una mierda. El miedo era una absoluta mierda.
Entonces, oyó una voz.
—Señor Dominik—se destapó, y vio a una enfermera, joven y de piel trigueña, que sostenía un ramo de flores en sus manos. —Alguien le ha mandado este ramo.
— ¿Quién? —cuestiono, con sequedad. Aunque le sorprendía recibir eso, sin siquiera una visita.
—Me hizo prometer no decirle. —la enfermera sonreía como una niña jugando al romance, divertida. —Pero era un chico joven, como de su misma edad. Se registró como Alexander.
Eso causó que Dominik casi soltase una exclamación.
—¿Por qué no paso? —siguió cuestionando, curioso.
—Dijo estar apurado. —respondió la enfermera, con cordialidad y amabilidad.
—¿Ya se ha ido? —por alguna razón, Dominik sintió ganas de observarlo. A él y su juguetona sonrisa, sus ojos. Esos fuertes ojos. Mentirosos…tan mentirosos.
—Sí, pude observar como salía del edificio y subía a un auto. Parecía ser de él, puesto que estaba vacío. —la enfermera detallaba, y eso solo alimentaba más la curiosidad de Dominik. Sin embargo, no había nada más que relatar. Fue tan rápido y extraño, solo Alexander dejándole flores.
¿Qué significaba eso?¿Eran reales condolencias?¿O era una burla irónica y cruel?
—Bueno, me retiro Señor. Si necesita algo, usted me avisa.
Dominik, ya solo, observó y olió las flores, sintiéndose extrañamente emergido. Por un instante olvido la angustia e inefabilidad de su soledad, y la mierda que era el mundo y sus habitaciones por la dulce aroma de esas bellas flores. Eran de un tono amarillo, otras rosadas claras, tímpanos.
Hurgando en ellas, encontró una nota, casi oculta por la parte inferior de la raíz.
Lo siento. Era lo único que decía, además de la firma de su inolvidable letra.
Y eso le pudo confirmar otra cosa. La gente era cínica y estúpida. Cometían errores y luego se disculpaban, como si estuvieran curando todo el daño que causaron.
Y por eso, las odiaba. Dominik odiaba a la gente. Odiaba a Alexander. Los odiaba por hacerlos sentir. Y los odiaba por destruirlo, y hacerlo destruirse a sí mismo después.
