Ella está ahí.

Está sentada en su mecedora y mira la ventana hacia el exterior, hacia la hermosa y pálida luna. Ella se mece lentamente mientras canta una linda canción de cuna que tal vez su padre le habría cantando cuando ella era tan solo una niña, cuando ella era tan solo un poco más pequeña de lo que era cuando llegó por primera vez ahí. La vi sonreír extasiada y cantar con más animo, como si una nueva emoción la invadiera en ese instante.

Para mí, escucharla cantar era como escuchar a una sirena seduciendo a algún marinero en medio del océano en una de las tantas historias que mi preciosa Alicia nos contaba. Mi preciosa Alicia, mi pequeña Alicia, mi traviesa Alicia, mía. Sí, mía, porque solo me pertenece a mi y me lo ha demostrado de infinitas maneras, ella no solo es mía, yo soy suyo, le pertenezco en cuerpo y en alma. Después de meses de soledad, ella entró otra vez en mi vida como un rayo de sol que antecedía a un gran despertar cegador y se quedó durante estos tres años, conmigo.

Es increíble que yo, Tarrant Hightopp, el Sombrerero, este casado con la mujer más hermosa que haya conocido.

En este acogedor momento, mi Alicia se está meciendo mientras yo me acerco y paso mis manos por su muy erguido y delicado cuello, aquel cuello níveo que me encanta, aquel cuello que huele tan deliciosamente a lavanda, aquel cuello níveo que beso todas las noches que le hago el amor, aquel cuello hermoso que beso ahora. Ella deja de cantar para ponerse a tararear en timidos suspiros. Sigo besando y subo hasta su oreja logrando arrancarle una pequeña risa juguetona que me encanta;ella coloca su cabeza en mi hombro.

Te amo — me dice mientras sigue acariciando con delicadeza aquel pequeño bulto rosado que ya descansa sobre su pecho desnudo.

Igual que yo — le respondo apoyando mi cabeza en su hombro y dirigí mi mirada a la pequeña vida que está cubierta por mantas azules y respira lentamente. Alicia quita las mantas lo suficiente como para ver la pequeña mata de cabello dorado mezclados con los rojizos heredados de mí en una perfecta combinación.

¿Quieres verla, amor?— me pregunta.

, por favor, cariño —Suavemente me la entrega. La veo. Veo a mi preciosa hija.

Estás dormida, hijita, y estás tan tibia y protegida. Acomodó tu cabello que remarcan tus pequeños ojos verdes ya cansados y cerrados que dan paso para apreciar tus pestañas rubias que caen sobre tu piel pálida como la de tu madre y tan hermosa como ella. Es increíble que estés aquí, hijita, y hasta ahora no puedo creer que ya pasaron tres meses, quince días y veinte horas desde que llegaste a nosotros cuando parece que solo fue ayer que entre a la habitación y te vi siendo entregada a tu madre por la partera.

Beso suavemente tu frente, tengo miedo que pueda lastimarte, tengo miedo de que al tocarte pueda romperte por lo que te sostengo tan delicadamente como puedo. Te regreso con ti mami y ella te coge en sus brazos con tanta confianza que a veces me pregunto si soy yo el que exagera. Vuelve a acomodarse en la mecedora contigo y empieza el vaiven otra vez.

Es muy hermosa, es perfecta como tú, querida —le digo mientras le besó su mejilla, su nariz, su oreja del lado derecho—Ella tiene tu cabello, tu piel, tu curiosidad y tu hermosura…

-Cierto, tienes toda la razón aunque olvidaste decir que es muy lista — agrega antes de soltar una carcajada que calla para no despertarla —, pero también tiene cosas tuyas, por ejemplo, tus ojos, estos mechoncitos rojos que adoro y tu carácter — agrega entre risas.

Me encanta escuchar tu risa, Alicia, me encanta como tus ojos se iluminan, me encanta la forma en como le cantas a la hermosa luna… A nuestra hermosa Luna.


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