Elegía en el ocaso.

Capítulo primero: un destino marcado por la saeta del infortunio.


Al mirar hacia el cielo solo se distinguía una red de hojas oscuras que coronaban el bosque. Los delicados brazos de los árboles se entretejían, dando a conocer pequeños retazos del lienzo magenta del amanecer. Allá afuera el sol era solo tibio, como correspondía a esos días del umbral del otoño, un cielo sin mancha alguna esperaba a anunciarse.

Fue así como una mirada penetrante de un azul grisáceo contemplaba el nacimiento del día. Su cabello oscuro, que como la noche era largo y fino, se mecía con la brisa que respiraban los árboles. Su rostro terso y juvenil ocultaba la sabiduría obtenida luego de presenciar todos los aquellos árboles que mudaron sus hojas frente a sus ojos, acentuando su vibrante energía con el brillo que se mostraba en ellos, como dos estrellas en un día de lluvia. Descansando sobre una de las ramas de un fuerte árbol, sus piernas jugueteaban con el aire, dotándolo así de inocencia y alegría, tal como eran todos los buenos elfos, espíritus libres de Arda.

El río de sus pensamientos lo llevó a imaginar el rostro de su buen amigo, el montaraz de Imladris. Se habían conocido cuando el joven heredero había asistido al pueblo élfico del Bosque Negro para destruir las amenazas de Enemigo. Se río de aquella imagen: un vagabundo silencioso de mirada torva que escondía un valor digno del rey de Gondor, yendo de aquí a allá a realizar hazañas. "extraños humanos" –pensó. Se abrazó las piernas y contempló el cielo nuevamente, deleitándose con el canto de los oscuros pájaros del bosque, escuchando el murmullo de los árboles y que noticias traían desde no muy lejos…


Con pasos seguros una figura alta, envuelta en raídas ropas de viaje, se hacía pasó entre la vegetación. Aragorn, hijo de Arathorn, se adentraba en la espesa negrura del bosque. La tibieza del día había quedado atrás y sus pies lo llevaban cada vez más cerca de su destino. El equipaje era liviano y su montura era conducida mediante los estribos, ya que las bajas ramas de los árboles dificultaban su tarea de jinete. La angustia que lo había llevado hasta las puertas del reino de Thranduil, se había disipado al notar todo en calma. Su memoria volvió a recordarle la sonrisa de su excelso amigo entre los elfos y casi pudo escuchar la armoniosa risa con la que le daría la bienvenida… luego de que él planeara alguna astuta tetra con la cual hacerse presente de sorpresa…

El cielo estaba a punto de teñirse de azul radiante, indicio de que el mediodía estaba cerca. Aragorn divisó entonces, a lo lejos, el motivo de sus previos pensamientos. "allí está ese elfo perezoso, dejando su espalda a descubierto a los enemigos en tiempos negros" –pensó. Disminuyó a propósito el sonido de sus pisadas, una sonrisa juguetona se dibujó en sus labios.

Legolas Hojaverde sintió la sustancia pegajosa del fruto de los árboles y la manera en que esta se resbalaba por su cara. Despertó de su tranquilo sueño y el aturdimiento no le permitió exaltarse. Intentó distinguir la dirección de la que había provenido el peligroso misil y le pareció escuchar una hoja resquebrajarse bajo el peso de unos conocidos pasos. "mala forma de burlar a un elfo, olvidarse de su fino sentido de la audición" –pensó divertido.

Aragorn aguantó a duras penas la tentación de reírse de la cómica fruta reventada en la cara de su viejo amigo y observaba como este intentaba quitársela. Cerró los ojos para omitir una carcajada, pero cuando volvió a fijarlos en la rama Legolas ya no estaba allí. Un segundo más tarde sintió como una fuerza liviana y fuerte a la vez lo tiraba al suelo, una sensación líquida se resbalaba por su rostro. La armoniosa risa, como música para los oídos de la gente mortal, no tardó en hacerse presente.

-Te olvidaste de todo lo aprendido luego de vivir con elfos, "curtido montaraz". –dijo Legolas entre risas sin preocuparse de levantarse de su posición sobre Aragorn. Triunfante había caído sobre su amigo, demostrándole que no podía burlarlo.

-Muy gracioso. –Aragorn se limpiaba la cara de los restos de la fruta que fue a terminar de forma trágica desparramada en su rostro- se supone que el de la sorpresa sería yo.

-Lamento haber destruido tus planes… -dijo Legolas poniendo una expresión muy seria. Sus hermosas facciones por las cuales no pasaban los años dedicaron a Aragorn un indicio del regocijo que sentía al ver allí al que era su mejor amigo entre elfos y hombres. Aragorn olvidó entonces su venganza y se dejó ayudar por el elfo para volver a ponerse de pie y al segundo después rodear con sus brazos a Legolas. Este respondió el abrazo que lo estaba dejando sin respiración, dándole la bienvenida al montaraz.

-Te extrañé, amigo mío-dijo Aragorn luego de aflojar el abrazo y asegurar sus manos sobre los hombros del elfo.

-Estel, siento lo mismo, mellon-nin. Bienvenido seas a mi hogar. –respondió Legolas profundamente conmovido.

Sin más se dedicaron una sonrisa que resumía la alegría que sentían en ese momento.


-…y así fue como Elrohir vertió la poción sobre el cabello de Glorfindel, hubieses visto su expresión- los rasgos duros, pero a la vez hermosos de Aragorn se fruncían a causa de la risa que escondía al contar su historia a Legolas.

-Me imagino la furia que tus hermanos temieron luego de que Glorfindel despertó!

-Lo peor fue que también estuve incluido en el listado de venganza, solo a causa de las travesuras de mis hermanos…-siguió narrando Aragorn- diez semanas de ayuda en el terreno de práctica de arquería, haciendo flechas, puliendo arcos…

-Pero me imagino que habrás aprendido mucho de tu experiencia- respondió Legolas intentando amenizar el terrible recuerdo de su amigo.

-Sí, hubiese aprendido bastante más si hubiese podido participar en alguna cacería, pero me dejaron allí, haciendo el trabajo desde el amanecer hasta el anochecer…-Aragorn parecía profundamente consternado al rememorar el incidente.

Legolas siguió riendo de buena gana. Aragorn, a pesar de su visible descontento, disfrutaba de alegrar el rostro de su amigo. Un elfo riendo era maravilloso a los ojos humanos, más si era la risa de su mejor amigo, el príncipe del Bosque Negro. Luego de caminar alrededor de media hora, Legolas y Aragorn llegaron al castillo oculto entre los bosques, reino de Thranduil. Los elfos dieron la bienvenida a Aragorn, llamándolo por su nombre elfito. El heredero de Gondor era amado por el pueblo de los elfos debido a la constante ayuda que había prestado y también por ser un lazo que unía al Bosque Negro con el valle de Rivendel.


Una larga mesa de madera noble se encontraba decorada de exquisitos platillos. El mejor vino era servido por los hábiles elfos del castillo. Coronando la mesa se encontraba el padre de Legolas, un elfo de cabellos dorados y largos, diferente al de los elfos silvanos habitantes del Bosque Negro, cuyos cabellos eran mayoritariamente oscuros. La suave piel era de color marfil, la misma que había heredado su hijo. La majestad de su presencia no se debía a sus ropajes reales, ni a la corona de flores que adornaba sus cabellos, sino a la serenidad de su mirada y la antigüedad que se reflejaba en esta.

Legolas y Aragorn siguieron charlando en compañía de Thranduil. Se había preparado una comida especial para dar la bienvenida al montaraz. Aragorn mantenía informado al rey de los elfos de los últimos acontecimientos que habían ocurrido allá afuera, en el mundo de la Tierra Media. Legolas escuchaba con avidez especialmente el punto en el que Aragorn comenzó a hablar de la razón de su viaje.

-El Enemigo extiende sus hordas en los bordes del bosque últimamente. Si bien la gente de Imladris ha exterminado dos campamentos de orcos, aún hay algunos que mantienen su vigilancia. He viajado hasta aquí y he visto más orcos, aún no se habían adentrado en el bosque, pero me perturba el hecho de que estén tan cerca de su reino- dijo Estel. Aragorn no especificó que su angustia recaía principalmente en el estado de Legolas. –no comprendemos el fin de que estos orcos se extiendan por los límites del Bosque Negro, sin haber atacado ya. Tememos que estén esperando reunir cierto número más de guerreros para producir caos. Thranduil asintió levemente con la cabeza al escuchar las palabras de Estel y se sumió en graves conclusiones.

Legolas demostraba angustia en sus hermosos rasgos. Las finas cejas se fruncían en pensamientos negativos sobre la razón de estos acontecimientos.

-Amigo mío, lamento no entregar más certezas sobre estos problemas- dijo Aragorn extendiendo una mano y depositándola con firmeza en el hombro de Legolas.

-Hemos salido en las rituales excursiones, Estel, pero no nos habíamos percatado de la desagradable presencia de aquellas criaturas. Yo mismo he dirigido estas excursiones como es mi deber, lamento aceptar que ha sido culpa mía la que ha imposibilitado que estas excursiones traigan noticias que todos deberíamos conocer. Mi negligencia te ha obligado a venir hasta aquí a darnos aviso. Si no fuese por ti Estel…

-Legolas, no es posible que alguna vez no te culpes por situaciones que te exceden. En Imladris conocimos este hecho solo por accidente, cuando un grupo de elfos volvió de una cacería con bajas. Ahora lo que importa es evitar que el problema se extienda si estos orcos reciben refuerzos y dar el primer paso.

Thranduil interrumpió sus cavilaciones para establecer un plan de acción.

-Hijo mío, nuestra labor actual es la de conformar grupos de cacería para estos orcos. Mañana a media tarde estos preparativos tendrían que encontrarse en condiciones aptas.

-Sí, padre, yo mismo lideraré un grupo de cacería. –ante esta idea Thranduil se mostró consternado por algunos segundos, pero continuó con sus instrucciones.

-Estel, puedes descansar en nuestra tierra durante la tarde, tu viaje ha sido largo. Agradezco tu ayuda y tu compromiso con nuestra gente.

-Majestad, también ayudaré a Legolas, no hay tiempo para descansar. Podré asistir en cuanto a la estrategia y a la preparación de los hombres. He combatido contra estos orcos antes como lo he demostrado. –dijo Aragorn con palabras orgullosas. Su seguridad le ayudaría a estar al lado de su amigo, a quien no dejaría solo frente a este problema.

-Te agradezco nuevamente, Estel, amigo de los elfos. Demuestras una vez más que tu amistad es digna de mi hijo. –dijo Thranduil con una sonrisa apenas visible ante el riesgo de la circunstancia.- Legolas, por favor, que esta empresa no termine en desgracia. Cuida a tu gente y a ti mismo. No quisiera sufrir la angustia de la última vez…

Aragorn recordó con amargura el final de la última aventura en la que se embarcó con su amigo y cómo el estar con vida actualmente era un milagro. Recordó con tristeza además cómo la sangre se extendía por las ropas de Hojaverde, luego de haberlo protegido contra todos los males hasta llegar a su padre en Rivendel. Disolvió estos pensamientos negativos y fijó sus ojos en Legolas, quién irradiaba preocupación por su hogar, los árboles y los animales que sentían perturbados por las fuerzas del Enemigo. Al darse cuenta de que Estel lo miraba con preocupación, Legolas despidió estos pensamientos tendiéndole una sonrisa a Aragorn. En la tarde les aguardaba un arduo trabajo.


Se abría paso la noche y en el castillo del Bosque Negro había conmoción por los preparativos. Se escuchaba la potente voz de Aragorn que inundaba de energías los corazones de los elfos y la clara voz del príncipe, capitán de su gente. Una vez que los últimos preparativos del día estuvieron realizados la calma volvió de a poco dejando solo un ánimo de expectación entre la gente del bosque. Aragorn visualizó a Legolas cuando todo estuvo listo, era momento de retirarse a las recámaras para un descanso antes del día en que tendrían que partir. El príncipe se mostraba impaciente y agotado de algún modo, pero cuando vio a su viejo amigo todos estos males parecieron dejar su rostro. Aragorn por su parte mostraba notorias ojeras bajo sus grises ojos y su cabello castaño oscuro se encontraba más alborotado que de costumbre.

-Estel, me parece que es momento de que tengas un merecido descanso. Además, tu apariencia es indigna del heredero de Gondor. -le dijo ocultando el hecho de que él también necesitaba unas horas de sueño.

-Me parece que tú también lo necesitas, amigo mío. –Aragorn conocía de tal forma a Legolas que este no podía ocultarle nada a sus ojos.

-Creo que tienes razón. Mañana será un día difícil y esperemos que sea también un día de victoria. –dijo Legolas. Ambos amigos recorrieron los corredores del castillo hasta llegar a sus habitaciones. Aragorn se despidió de Legolas antes de abrir la puerta de su cuarto y notó nuevamente la intranquilidad del príncipe.


Legolas Hojaverde apoyaba sus finas manos en la baranda de la terraza que lo conectaba con el aire libre. Ciertamente el castillo estaba construido en las profundidades de la tierra, pero por necesidad, Legolas había pedido un cuarto que lo mantuviera cerca de la vida exterior. Su negro cabello se agitaba de vez en cuando por el fresco aliento de la noche y su hermoso rostro se perdía en pensamientos que ciertamente se encontraban lejos de allí.

-No deberías estar guardando tu energía para el día que mañana nos toca enfrentar, amigo mío? –la amable voz de Aragorn lo sacó de sus cavilaciones. Volteó y encontró al montaraz en la puerta de la terraza. Legolas sonrío amablemente, sus pensamientos no le permitían explicarse con facilidad. Aragorn empatizó con su amigo. Comprendía que no estaba asustado por la posibilidad de la derrota, sino por las fuerzas oscuras que atentaban contra la paz del bosque, que había enfrentado ya muchas batallas. Si bien estaba acostumbrado a la lucha y su personalidad era valiente, fuerte y repleta de coraje, el corazón de Legolas era también frágil cuando se trataba del daño causado a la naturaleza, como todos los elfos.

-Temo que esta no será la última de nuestras aventuras, Estel. El Enemigo recién comienza a extender sus redes. Preveo, amigo mío, que más tarde, cuando hayan pasado algunos años, la fuerza del norte será más violenta y veremos el fruto de sus maquinaciones.

Aragorn se acercó a Legolas y alto como era rodeó con un brazo los hombros de su amigo, al que le faltaba algo de estatura para alcanzarlo. El abrazo reasegurador los mantuvo tranquilos contemplando la noche.

-Espero, mi buen Legolas que el tiempo nos mantenga unidos cuando los tiempos sean más difíciles.

-Te seguiré hasta el fin, Estel, cuando el trono de Gondor sea reclamado, el Bosque Negro estará allí tendiéndote la mano. –le prometió Legolas con una cálida sonrisa.

-No tengo dudas sobre ello, pero tendremos que concentrarnos en asuntos más urgentes ahora, amigo mío, mañana es el turno de salvar tu patria.

-Así es –dijo el elfo- Estel? –agregó luego de unos segundos.

Aragorn bajó un poco la mirada para encontrarse con la de su amigo. Aunque Legolas estaba haciendo una cara de indignación, Aragorn sabía que lo que vendría a continuación sería una broma.

-Qué clase de magia es esta? –Siguió Legolas- me pregunto cuándo dejarás de crecer, Estel, tu altura actual debe ser obra de Lord Elrond.

-Lo siento, Legolas –respondió Aragorn entre risas- debe haber algo en lo que te supere siendo mortal.

Legolas dejó el ánimo de risas por un momento, con serenidad y seriedad le dijo a Aragorn:

-Ya eres mucho más superior a lo que muchos elfos y grandes señores son, Estel, estoy seguro de que serás un gran gobernador.

Aragorn solo se limitó a cerrar los ojos y sonreír, conmovido por las palabras de su valioso amigo. Así siguieron por unos minutos disfrutando de aquel tranquilo momento antes de la batalla.


El montaraz de Imladris abrió los ojos. El descanso había sido completo y se puso en pie para comenzar el día. Los elfos habían dejado nuevas vestimentas y una elegante armadura élfica para su uso. Aragorn procedió a vestirse y a ubicar su espada en el cinto. Al salir de su habitación se dirigió a la sala del rey como estaba tácitamente acordado. Allí vio a Legolas y con un sencillo atuendo de viaje. El elfo nunca utilizaba mayores ropajes que le proporcionaran peso, ya que su agilidad innata le permitía ser un fiero guerrero en el campo de batalla. Así también su condición de elfo le brindaba habilidades sobrehumanas que le permitían una perfecta defensa y ataque. Aragorn saludó a su amigo y realizó una reverencia frente al rey.

Luego de las formalidades que darían apertura a la batalla Thranduil dedicó unas últimas palabras a los que dirigirían la cacería:

-Qué Iluvatar ilumine tu sendero, amigo de los elfos. Una vez más tu nombre élfico no es en vano. –Aragorn asintió a estas palabras y las atesoró profundamente.

-Y a ti, mi hijo, que la gracia sea contigo. Qué tu valentía no resulte nuevamente en un acontecimiento desastroso. Llega a este, tu hogar, sano y salvo. –Thranduil emitió estas palabras sintiendo cada una de ellas. Legolas asintió y comprendió la seriedad de estas.

La cacería daba comienzo.


El grupo de elfos liderados por Aragorn y el príncipe avanzaban a paso seguro por entre los árboles. Sus pisadas eran casi imperceptibles, como era la manera de los elfos, avanzaban como un susurro llevado por la brisa. Algunos guerreros elfos llevaban caballos que seguían el camino sin prestar resistencia, como caballos entrenados por elfos. Legolas charlaba con Aragorn para amenizar la tensión que existía en el grupo, se encontraban recordando viejas aventuras y planeando algunos viajes para el futuro. Legolas se encontraba hablando de los deseos que tenía de visitar las tierras septentrionales, conocer la comarca, el Bosque Viejo…

-Oh, no, ni lo sueñes. El Bosque Viejo me parece de todo menos una buena idea, amigo mío- le dijo Aragorn divertido.-tu espíritu temerario nos hará perecer algún día.

-Pero, Estel, dicen que un espíritu antiguo reside en ese bosque. No podría abandonar esta tierra sin saber de qué se tratan esas historias que se cantan.

-Tu curiosidad es anormal para un elfo que ha alcanzado "algo" de madurez, Legolas. Setecientos años parece tiempo para que te comportes como un adulto-volvió a reír Aragorn.

-No me parece justo lo que estás diciendo, Estel, no fui yo el que participó de la coloración del cabello de Glorfindel. –dijo Legolas actuando como si estuviese enfadado.

-Fue un malentendido, mi buen amigo, y un castigo proporcionado de manera injusta.

-Te mereces ese y muchos castigos más, Aragorn –siguió riendo Legolas.


La compañía alcanzó un claro en el bosque, bastante amplio. De pronto los árboles trajeron un sonido pesado y los elfos se detuvieron silenciosamente. Legolas miró a Aragorn de entrecerrando los ojos y comunicándole lo precavidos que deberían ser. Algunos elfos murmuraron: "Yrch!"

-Shh! –Legolas caminó por entre los elfos estableciendo orden. Aragorn se había inclinado en el piso y había apegado su oído a la tierra, escuchando los sonidos provenientes de la distancia. Legolas esperaba expectante la información que le brindaría su amigo.

-El enemigo avanza hacia nosotros, por las pisadas masivas anticipo una batalla difícil. –le comunicó Aragorn a Legolas.

-Preparados, compañeros –señaló Legolas a los elfos bajo su cargo.-nos dividiremos en cuatro grupos, dos de ellos se adelantarán y atacarán de forma sorpresiva, uno de ellos se quedará aquí como refuerzo y el último se adelantará a los orcos que avanzan. Lellien, estarás a cargo del primer grupo, adelántate –dijo el príncipe señalando a uno de estos elfos mientras que el aludido se ponía en marcha y su grupo comenzaba a ascender a los árboles- Oresk, tú estarás a cargo del segundo grupo- el aludido asintió y comenzó a cumplir la orden del mismo modo que el primero, pero por el camino opuesto.

-Estel, tú te quedarás aquí, con el grupo de retaguardia, amigo mío. –dijo Legolas.

-No lo sueñes, orejas-puntiagudas, iré contigo. –dijo Aragorn sin dar cabida a objeciones. Pero su amigo se reconocía por su testarudez.

-Si no existe un buen capitán en el grupo de refuerzo entonces este grupo no sabrá cómo actuar. –sentenció Legolas.

Aragorn entrecerró los ojos y miró fríamente a su amigo. No le gustaba la idea de separarse de él, sabiendo lo temerario e imprudente que podía ser. Legolas se puso en marcha caminando furtivamente y tensando su arco entre las manos. Aragorn lo vio disiparse entre las ramas con el corazón encogido, su mano se ubicó sobre la empuñadura de la espada y dio breves órdenes a los elfos bajo su cargo.

Legolas divisó la primera sombra del enemigo, atacada por los grupos que caerían de sorpresa. Su arco cantó entonces y una flecha silbó en el aire dando comienzo al ataque. Las flechas de los elfos iban directamente a la frente de los orcos, pero muchos de estos lograban adelantarse cuando sus compañeros caían enfrente de ellos. Eran numerosos, pero Legolas confiaba en la victoria.

La batalla provocó que los elfos y orcos abarcaran mayor terreno y poco a poco se fueron distanciando. Legolas había abatido a diez orcos gracias a su arco, pero la distancia que guardaba con el enemigo se acortaba y el arco fue despachado. Con un ágil movimiento extrajo dos puñales de plata y comenzó a luchar hábilmente entre los orcos. Fue entonces cuando un nuevo grupo de orcos apareció de entre los árboles, el paroxismo de la batalla no había permitido a los elfos el percatarse mediante su sentido fino del oído de esta nueva amenaza. A la llegada del enemigo comenzaron las primeras bajas del grupo de cacería de los elfos. Los ojos de Legolas centellearon de rabia y se fijaron en su enemigo.


Aragorn escuchó los gritos de los elfos que habían perecido y con un grito para señalar a sus compañeros se lanzó a la batalla. Su corazón latía con fuerza y en su mente solo se encontraba la idea de cerciorarse de que Legolas estuviese bien y que dentro de los gritos no estuviese el del príncipe. Aragorn llegó al lugar de la batalla y se sorprendió al ver el número de enemigos, su mirada se fijó en Legolas, quien estaba luchando con tres orcos al mismo tiempo, manteniéndolos a distancia. Aragorn movía su espada que relucía con los movimientos de su muñeca, llevándose tres vidas de orcos con esta. Se acercaba a grandes trancos a Legolas, cuando uno de sus movimientos fue errado y un orco le golpeó la cabeza con el borde de su escudo. Aragorn sintió un dolor blanco y se llevó la mano a la frente. Percatándose de esto Legolas desvió la mirada –Estel!- gritó-pero uno de los orcos aprovechó este necio movimiento y hundió su machete en el hombro izquierdo de Legolas. Este sintió el agudo dolor de su fino hombro quebrándose bajo el peso, pero su coraje le permitió realizar un movimiento rápido y deslizándose bajo el arma le cortó la garganta limpiamente al orco.

No se dio el tiempo de cubrir su herida con la mano ni quejarse del dolor, su objetivo era alcanzar a Aragorn antes de que le ocurriera algo que sentiría el resto de su inmortal vida, pero al olvidar que habían dos orcos más a su alrededor no vio venir la espada que se movió rápidamente frente a él. Legolas sintió el arma deslizándose sobre abdomen y luego pecho y sus rodillas se doblaron bajo la agonía del dolor.

Aragorn recibió un nuevo golpe en el estómago del orco que lo dejó imposibilitado por unos segundos, pero esforzándose por recobrar la vista divisó a Legolas… y lo que vio lo inundó de un fiero coraje y de una ciega ira. Se puso de pie en un segundo y deslizó su espada por el estómago del orco, casi partiéndolo en dos y corrió: corrió desesperado.

-No, no, no! Legolas no! –gritaba su garganta que ardía de furia y dolor.

Antes de que Legolas pudiese ponerse de pie el último orco, entre risas golpeó con el machete la pierna derecha del elfo lo cual lo envió nuevamente al suelo. Legolas tosía sangre dando la apariencia de una criatura miserable ante las puertas de la muerte. El último golpe le sería brindado por el machete del orco en la cabeza, este, riéndose con un sonido retorcido levantó el arma para darle impulso… pero su brazo había desaparecido.

Legolas intentaba focalizar sus ojos en el mundo real, pero su vista comenzaba a nublarse en los extremos. Comenzó a sudar y su respiración se tornó dificultosa, sus brazos tiritaban bajo el peso de su cuerpo al intentar ponerse de pie y volver a la batalla cuando vio que el brazo del orco caía al suelo, teñido de su propia sangre que se esparcía, sujetando aún el machete.

A continuación, Aragorn deslizó la espada por la cara del orco y con otro movimiento certero y ágil torció una estocada en el vientre del otro enemigo. Fugazmente sacó la espada teñida de sangre negra y esta se soltó de sus manos cuando la corriente de ira pasó. En un segundo se inclinó al lado de su amigo que acababa de desplomarse nuevamente en el suelo y puso con una suave desesperación sus manos alrededor de su delicado rostro:

-Legolas, Ay, amigo mío, la desgracia ha caído sobre quién menos la merece! –dijo desesperadamente.

-E…s…tel…

-Shh, no hables, te sacaré de aquí, concéntrate en no perder la conciencia-le suplicó.

Legolas pareció no escuchar estas palabras mientras que sus ojos rodaban y sus párpados se cerraban.

-No! No! Quédate conmigo, Legolas, no pierdas la conciencia! –le rogó Aragorn sacudiendo de forma cuidadosa a su amigo. Legolas abrió los párpados que le pesaban, la batalla parecía ocurrir en cámara lenta y el rostro de Aragorn se oscurecía, su voz se alejaba y alejaba hasta resultar un eco quebrado.

-No por favor, Oh, Elbereth, permite que no sea demasiado tarde! –y con esas palabras Aragorn tomó con fuerza, pero delicadeza al mismo tiempo, entre sus brazos a Legolas, quien, sin fuerza alguna, cayó casi inconciente en sus brazos. Aragorn al ver que la cabeza de Legolas estaba caída con el peso de la gravedad, los ojos nublados y delirantes, supo que le quedaba poco tiempo para actuar.

Las manos de Aragorn temblaban y sus ojos se perdían entre la agonía y el horror.

La batalla estaba dando paso a su final, los elfos triunfaban sobre los numerosos orcos. El suelo, antes verde del bosque, se transformaba en un pantano de sangre y muerte, recordando el horror de la batalla.

Aragorn corría con Legolas entre sus brazos hacia un lugar apartado en que pudiese atender las heridas de su amigo, que necesitaban con urgencia ser tratadas para detener la hemorragia. La túnica de Legolas se humedecía de un intenso rojo plateado. Aragorn vio esto con pánico y aceleró sus pasos.

-Resiste, amigo mío, resiste por favor!


Por fin encontró un lugar fuera de la batalla en que estuviese a resguardo. Suavemente depositó a Legolas en el suelo. Su rostro estaba notoriamente pálido y sus labios entreabiertos. No emitió ningún sonido en ningún momento, demostrando lo débil que estaba. Aragorn no esperó ningún momento más y abrió la túnica para revisar la herida más severa: un horrible surco se extendía desde la cadena hasta el hombro derecho. Aragorn emitió un grito mudo y sus ojos se nublaron de agua, por un segundo sintió la desesperación y la desesperanza y cómo estos sentimientos lo inmovilizaban, pero no se permitió más demoras.

De su bolsillo extrajo algunas hierbas que su instinto de sanador le obligaban a llevar para momentos como aquel. Cuidadosamente puso algunas sobre la herida para disminuir la hemorragia y el dolor de su amigo y cubrió entonces la herida con las vendas. Revisó luego la herida del hombro izquierdo y se percató de que estaba roto. La blanca piel de Legolas comenzaba a mostrar signos de hemorragia interna, al volverse morada, pero supo que esta no representaba un riesgo tan vital como la herida que se extendía por el vientre. Revisó la pierna derecha que sangraba y se dio cuenta de que tenía la rodilla quebrada y parte del muslo. La cabeza de su amigo tenía una herida no muy grave por la caída en el suelo, un hilo de sangre rodaba por su rostro. Se permitió un suspiro desesperado y vendó rápidamente la cabeza y la pierna.

Legolas comenzó a mostrar signos de lucidez y abrió lentamente los ojos. Aragorn se sobresaltó de alegría y angustia al mismo tiempo viendo que su amigo había recobrado el sentido.

-Est..el… cóm..o… tu… herida… -su voz quebrada permitió que solo aquellas palabras brotaran de sus labios.

Aragorn sintió cómo su corazón se compungía al presenciar cómo su amigo ponía enfrente de su salud a los demás. Sus ojos se llenaron de lágrimas que no se permitió derrochar para no incomodar a Legolas.

-Yo debería preguntarte cómo estas, amigo mío…-su voz se quebró inevitablemente- es porque te preocupaste de mí que perdiste la concentración en la batalla… y mira lo que sucedió… -Aragorn fue incapaz de seguir y tomó suavemente la larga y delgada mano de su amigo, teñida de sangre y la acarició.

-He… ahí… tu… costumbre… de culparte…, amigo m…ío… -dijo Legolas en un titánico esfuerzo.

-Shh… no hables más, sólo respóndeme si eres capaz de asegurarte a mi espalda, necesito sacarte con urgencia de aquí.

-No… Aragorn… mi gente… asístela… yo puedo que…darme aquí…

-No! Tu vida es mi prioridad, ahora sujétate de mí o lo haré yo mismo, pero no te quedarás aquí ni por un segundo más! –la voz de Aragorn no daba paso a una negativa. Ayudó a sentarse a su amigo y tomando sus brazos, los rodeó sobre su mismo cuello. Ejerciendo un poco más de fuerza se levantó y aseguró las piernas de Legolas a los lados de su cuerpo. Comenzó a correr desesperadamente, buscando uno de los compañeros de batalla que le prestara ayuda. Luego de unos minutos su liviana carga se desplomó sin energías sobre su espalda.

-No! –dijo Aragorn- no te atrevas a perder la conciencia o no volverás a despertar!

-Lo…siento…mu…cho…sueño… -Aragorn sintió la respiración irregular de Legolas en su cuello y cómo su espalda se humedecía de sangre que no era suya, sino de su amigo. Apresuró el paso y buscó desesperadamente a los demás.


Pronto se encontró con los restos de la batalla. Los elfos se encontraban apilando cadáveres, preparándolos para una hoguera en un sitio despejado. Los elfos se dieron cuenta de su presencia y alarmados vieron quién era el que colgaba sin vida aparente de la espalda del montaraz: el príncipe. Aragorn se acercó a los elfos:

-Necesito un fuego ahora mismo, agua limpia y hierbas –gritó- rápido!

Los elfos asintieron y comenzaron a prepararlo todo. Aragorn, fuera de sí, respiraba entrecortadamente por la adrenalina. Se volteó hacia Legolas y puso una mano sobre su mejilla para acariciarla.

-Legolas?

-Es…tel…

-Ahora más que nunca necesito que no cierres los ojos, voy a atender tus heridas como es debido.

El elfo asintió levemente.

Llevó a Legolas a un sector limpio de los restos de batalla y con la ayuda de un elfo lo tendió en el suelo. Legolas no tenía fuerzas para quejarse del dolor que lo mantenía inutilizado, se encontraba entre la oscuridad y el mundo real y las imágenes pasaban de forma rápida y borrosa, pero luchaba contra el mareo. Su cabeza ardía de tal forma que un dolor más se sumó, el de cabeza.

Aragorn deshizo urgentemente el vendaje y revisó la herida con más detenimiento esta vez que contaba con los instrumentos. Sus manos no paraban de temblar por el nerviosismo. La herida más grave había tomado un insano color púrpura. Luego de tener las manos limpias con el agua tibia que habían llevado los elfos revisó si la herida tenía restos del arma… pero se dio cuenta de que la piel de Legolas tenía temperatura. Rápidamente trasladó la palma de su mano a la frente de Legolas, quien yacía con los ojos entrecerrados y agobiados por las tinieblas que le llamaban: Estaba ardiendo.

-Veneno. –sus ojos se abrieron antes de caer en la realización de que la enorme herida también había sido inflingida con veneno y que en aquellos momentos ya estaba circulando el líquido funesto por las venas del príncipe.

Los otros elfos se sobresaltaron ante la nueva noticia.

-Debemos informar al rey Thranduil! –dijo uno de ellos.

-Deben hacerlo –dijo Aragorn sin parar de trabajar sobre la herida de Legolas, limpiándola y preparándola para poner la mezcla de hierbas- por mi parte debo llevar al príncipe con mi padre. Temo que las heridas sean muy graves y que la única forma de salvarlo sea con la ayuda del señor de Imladris.

Los elfos comprendieron. el razonamiento de Estel. Aragorn terminó de envolver las heridas de Legolas con nuevas vendas, afortunadamente el sangrado se había detenido. Puso un paño con agua fría en la frente de Legolas en un atentado de bajar la furiosa fiebre que comenzaba a trabajar sobre él. Legolas comenzó a mover violentamente la cabeza ante la expansión del dolor y Aragorn acudió en un segundo a tomar su mano.

-Resiste, amigo mío, ahora puedes cerrar tus ojos, descansa, yo te llevaré conmigo a la seguridad. –dijo Aragorn entre la desesperación.-no dejaré que mueras, ten eso muy en claro.

Legolas cerró los ojos y cayó en un sueño negro, lleno de afiebradas pesadillas.

Una vez que Aragorn consiguió un caballo y suficientes provisiones para partir con su raudo viaje, llevó nuevamente a Legolas hacia su espalda y lo aseguró en su cuello. Dos elfos irían con él para ayudarle a llevar su caballo hasta que este pudiese ser montado, fuera del Bosque Negro. La espesura de los árboles no permitía carreras a caballo. Aragorn sentía la respiración caliente de Legolas en su cuello y el sonido laborioso y rasposo de esta.


-Cómo lo está llevando, Estel? –preguntó uno de los elfos.

-Estoy sudando yo por la fiebre de él-respondió sombríamente Aragorn- la situación es grave y espero que lleguemos pronto a los límites del bosque para poder montar a caballo.

Los elfos intercambiaron miradas de angustia. El príncipe era amado por su gente y más amado aún por su padre. El hecho de que pudiese morir los sumía en la tristeza y el rey estaría destrozado. Luego de lo que pareció una hora, la pequeña compañía alcanzó los límites del bosque. La luz del día que ya estaba muriendo se colaba por entre los árboles. Aragorn y los acompañantes se detuvieron una vez que hubieron cruzado hacia el terreno más libre de árboles y apto para cabalgar.

-Debo revisar nuevamente las heridas, detengámonos aquí. –dijo Aragorn.

El montaraz puso en primer lugar los dedos sobre el cuello de Legolas para cerciorarse del ritmo cardiaco. Lo sobresaltó el ritmo desesperado en el que bombeaba sangre su corazón. La fiebre había ascendido un poco más. Aragorn ya no podía contener la angustia y resopló con una expresión abatida en su rostro. Los elfos observaron en silencio y comprensión. Afortunadamente las heridas habían dejado de sangrar. Legolas abrió los ojos ante el movimiento.

-Dón…de esta…mos…? –preguntó levantando sus penetrantes y grandes ojos grises hacia Aragorn.

-Estamos en las afueras del Bosque Negro, vamos en camino hacia Rivendel. –respondió el montaraz intentando sonreír de forma reaseguradora a su amigo.

-Estel… -pero Legolas no pudo continuar y su cuerpo comenzó a temblar producto de la fiebre.

Aragorn se quitó rápidamente la capa y así hizo también uno de los elfos. Aragorn envolvió a su amigo de modo que este no sufriera el frío que conllevaba paradójicamente la alta temperatura de su cuerpo. Legolas poseía un cuerpo delgado y frágil a la vista, pero su fuerza natural desmentía esta apariencia delicada, acentuada por sus rasgos y el cabello de seda que caía como cascadas oscuras desde su cabeza, pero en aquellos momentos el elfo parecía la criatura más desvalida y Aragorn sentía una congoja enorme por el estado de su amigo. Debido al confort que le proporcionó el grueso abrigo en el que se encontraba envuelto Legolas se permitió entrar al mundo de los sueños.

Aragorn vio con preocupación las medias lunas oscuras que comenzaban a formarse bajo sus ojos y cómo sus mejillas se encontraban teñidas de un furioso rojo oscuro. Gotas de sudor rodaban por su frente y le quitaban vida al con anterioridad vigoroso y largo cabello del elfo. El corazón de Aragorn se quebró ante esta contemplación.

-Vamos, podrás resistir, mi amigo, una vida sin ti ya no tendría el mismo sentido de antes –le dijo mientras despejaba su cara del cabello húmedo por la fiebre- vas a sobrevivir aunque me cueste la vida. –agregó en un susurro. Los elfos observaban la escena comprendiendo la dedicación y la honestidad de la amistad que le regalaba Estel al príncipe y la pureza del corazón del montaraz.

Los fuertes brazos de Aragorn se apoyaron un tras la espalda de su amigo, y otro bajo sus piernas. Los elfos prepararon el caballo junto a las provisiones y ayudaron a Aragorn a asegurar a Legolas sobre en caballo. Aragorn saltó y se ubicó atrás de su amigo, rodeando su cintura con el brazo de forma protectora y el brazo derecho al mando de la dirección del caballo.

-Qué la luz esté contigo en estos momentos de oscuridad, Estel –se despidió uno de los elfos y luego recitó algunas palabras en el oído del caballo.

-Qué nuestro príncipe pueda volver a ver la primavera en el Bosque Negro, oh, Estel, eres nuestra esperanza… -dijo el último elfo.

-Así será.

Y golpeando suavemente al caballo, este, animado por las instrucciones dadas por el elfo, corrió hacia su destino, llevado por una rapidez como si la misma muerte se cerniera sobre sus talones… y quizás no estaba tan lejos de aquella idea…