Disclaimer: hace dos años que vengo diciendo que nada me pertenece, hace dos años que me vengo lamentando de este hecho. Todo es de George Martin. Por un 2015 (siendo realistas, 2016) con Vientos de Invierno. Cada capítulo contiene una cita de la saga Canción de hielo y fuego.

Feliz cumpleaños, mi querida Mariana.


[«Y el muchacho que fui... ¿cuándo murió? ¿Cuando me pusieron la capa blanca? ¿Cuando le rajé la garganta a Aerys?» Aquel muchacho quería convertirse en Ser Arthur Dayne, pero en vez de eso se había transformado en el Caballero Sonriente.]

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Cruzar el mar confundiendo al cielo

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Había sucedido tan deprisa que Jaime apenas tuvo tiempo de llevar la mano a la espada y desenvainarla mientras todo su cuerpo gritaba, preso de la agitación, y había seguido bramando eufórico incluso después de que Barristan Selmy diese por finalizada la contienda.

Recordaba a la perfección la contradicción de sensaciones que se apelotonaban en su cuerpo, en su mente, y lo hacían vibrar y gritar. Recordaba el peso de la espada en sus manos, la presión en su vientre y la rabia golpeando su pecho con la fuerza de un vendaval. Recordaba cada estocada y cada choque de espadas como si hubiese sido ayer cuando tenía quince años.

Ojalá fuese así. Entonces solo era el escudero de Sumner Crakehall, no el Matarreyes.

Las batallas las libraban titanes, las victorias no eran amargas y todavía nadie hablaba de rebelión.

Jaime torció el gesto y siguió pasando las hojas del Libro Blanco, constatando que casi ningún otro caballero de la Guardia tenía una biografía tan mediocre como la suya. Ser Barristan no se había mostrado tan escueto en el pasado, hombro con hombro contra la Hermandad del Bosque Real, persiguiendo rastros poco menos que inexistentes y relevándose cada noche como centinelas. Le había palmeado la espalda y le había sonreído, felicitándole por su nueva y blanca adquisición. Podría comprender su postura de haber sido tan anodino como Merrett Frey, pero había perdido la cuenta de los torneos que había ganado.

Si Arthur Dayne viese la clase de sujetos que caminaban a sus anchas por la Torre de la Espada, como Meryn Trant, taimado y cruel, o Boros Blount, cuyo infeliz destino era el de convertirse en el real catador de comida, mercenarios como Kettleblack o muchachitos sin experiencia como Loras Tyrell, diría: "¡Qué bajo ha caído la Guardia Real!", por ejemplo, con una expresión de absoluta decepción e incredulidad. Jaime se habría disculpado, abochornado, porque había corrompido todo ideal que el dorniense se empeñó en enseñarle.

Su aprendizaje había comenzado hacía casi veinte años en un claro del bosque real. ¿Tan viejo era? Eran tiempos mejores...