Disclaimer: La saga y todo lo referente a Percy Jackson no son de mi autoría, le pertenecen al Tio Rick.

Este fic participa del reto temático de julio "Los hijos de Apolo" del foro El Monte Olimpo.

Tal vez muchos no se acuerden de él, pero Austin es un semidiós hijo de Apolo que luchó en la Batalla de Manhattan, en ningún momento se especifica si es que sobrevivió o no, pero me gusta pensar que sigue vivo.


Más brillante que el sol

Porque había algo, que para él, era aún más brillante que todo aquello que había visto. Desde el momento en que ella cruzó por primera vez la frontera del Campamento, desde el instante en que los verdes ojos de ella se cruzaron con los oscuros de él, no pudo más que concentrarse en cada detalle que tenía algo que ver con ella. En el cómo caminaba, elegante a pesar de que solía agachar la vista cuando estaba nerviosa, en el cómo jugaba con su cabello castaño que al reflejar el sol adquiría un tono rojizo. Tampoco podía apartar la vista cuando, en las prácticas de tiro con arco estaban cerca, y el utilizaba como excusa el ayudarla a mejorar la dirección de sus tiros para acercarse aunque sea un poco más. El corazón le bombeaba con tal fuerza que pareciera que iba a explotar cada que ella le agradecía y le sonreía con esa sonrisa que él pensaba que era aún más hermosa que la de la misma Afrodita. No pudo ocultar su felicidad cuando, en la cena de su primer día, frente a todos, fue reclamada por su progenitor divino, o en este caso, progenitora, la joven era hija de Démeter. Todos aplaudieron, pero él no podía hacer nada más que observar la incredulidad reflejada en el rostro de la chica.

Más feliz no pudo estar cuando, semanas después, mientras se encontraba tirado en las orillas del lago, escuchando el sonido de las olas y de la naturaleza, oyó el grito de ella y se levantó un poco apoyándose en sus codos.

— Ey, Austin.— Dijo ella con esa voz que movía todo su mundo. Él simplemente sonrió, respondiendo a su vez.— Ey.

— Se te hace tarde.— Comentó ella aparentando ser casual.

— Oh, ¿Podrías decirme para qué?— Dijo fingiendo desconocimiento.

— Mi clase personal de tiro al blanco, genio.— Rió suavemente y puso los brazos en jarras.

— ¡Ah, claro!— Haciéndose el sorprendido el muchacho sonrió.— Pues... si me pudieras levantar...— Dejó la petición indirecta al aire, por el simple deseo de tocar su piel, de sentir las suaves manos de ella sobre las propias.

Ella rodó los ojos sonriendo y estiró un brazo.— Vamos, agarra.

El a su vez se estiró y agarró la pequeña mano de la castaña, sintiendo de inmediato una calidez que le recorría desde la punta de los dedos de las manos hasta los pies. Ella se echó un poco hacia atrás esperando que el rubio hiciera el resto del esfuerzo, quien se levantó y entrecerrando los ojos dijo— Pero si me dejaste todo el trabajo duro.

— Ese es tu problema, señor haragán.

Rió un poco más fuerte esta vez, sintiendo esas ganas de estrujar a la joven y no soltarla nunca más.

— Me declaro perdedor, en camino.— Respondió el rubio, observando la brillante sonrisa de la joven, la cual en ese momento se le antojaba más brillante que el astro que su padre llevaba en su carro solar cada mañana. En ningún momento hasta llegar al área de entrenamiento los muchachos se soltaron, pero ninguno de ellos dijo nada. Al fin y al cabo, el sol siempre es bueno para las plantas.


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