Hacía tiempo que no escribía una historia larga, esta tiene 18 capítulos y publicaré diariamente. Sin sexo, sólo los Winchester, su trabajo, sus vidas. Al hilo de la serie (se que no hay mucha gente a la que le gusta la serie tal y como es, o como era, especialmente dedicado a esa gente). La historia está terminada, actualizaré diariamente, hasta la vuelta de Supernatural ^_^

Resumen: A tres bandas, por un lado John está cazando, por otro Sam está terminando la educación preuniversitaria y por último Dean que no encaja en ningún lado y no puede evitar meterse en problemas.

Descargo de responsabilidades: Que os voy a decir que no sepáis, los personajes de Sobrenatural no son míos (al menos, no legalmente) y no gano nada con escribir estas cosas sólo entretener el tiempo hasta que pase el Hellatus

y esto empieza aquí


TRES WINCHESTERS Y EL FOSO DEL INFIERNO

Cap. 1: El lado soleado de la calle

John

Dieciocho años, un par de meses más y su hijo pequeño, su Sammy, cumpliría dieciocho años. Ahí fuera, en el mundo real, ni siquiera sería la edad legal para beber, sería un niño, apenas preparado para enfrentarse al mundo por primera vez.

John Winchester contuvo la queja con un resoplido cuando su desgarbado hijo menor, con las manos firmes y un gesto concentrado bajo el enmarañado y rebelde flequillo que se negaba a cortar, comenzó a coser la fea herida que recorría su hombro derecho de delante hacia atrás. Su Sammy ya no era un niño, era un hombre.

Habían llegado a la habitación del motel de madrugada. Suerte que el establecimiento, tipo aparta hotel, tuviera sus alojamientos diseminados en cabañas prefabricadas formando callejuelas con el parking, así pudieron entrar a la habitación sin que el encargado viera el estado lamentable del Cazador y el de su hijo mayor. Gajes del oficio, cargarse a un poltergeits que aterrorizaba a una poderosa familia de Chicago con antecedentes mafiosos no era un trabajo sencillo.

Podrían haber ido al hospital, pero habrían tenido que responder demasiadas preguntas, las heridas de garras fantasmales no son fáciles de explicar, y las heridas de bala había que declararlas a la policía. El espíritu hizo que Dean se disparase a sí mismo, y aunque su hijo mayor resistió al impulso de hacerlo en el pecho no pudo evitar atravesar su brazo izquierdo. La familia DiPietra les había pagado una considerable cantidad de dinero (probablemente procedente de negocios ilegales) para que se marcharan de Chicago sin llamar la atención.

Entre Sam y John habían taponado la herida de Dean, comprobando que no era grave. Le habían hecho las primeras curas y el pecoso permanecía en su cama con gesto más enfadado que dolorido, su familia sospechaba que lo estaba pasando bastante mal. El pequeño vertió un poco más de alcohol en la brecha ahora unida de John, que siseó de dolor sonriendo. Si no fuera por el vendaje del brazo, su hijo mayor parecería un adolescente al que habían castigado, en lugar de alguien que se ha disparado a sí mismo poseído por un fantasma.

- Creo que ya está Papá – John Winchester se levantó cogiendo el whisky de la bolsa de las armas y llenando tres vasos hasta la mitad, el más joven musitó en desacuerdo – deberíamos cenar primero, y yo no lo necesito.

- Puede que tú no hayas resultado herido pero ha sido un trabajo complicado, te has asustado tanto como yo cuando…

- Hay ganchitos también en la bolsa – interrumpió gruñendo Dean avergonzado – pásame un poco

- Esto no es comida – se quejó el castaño aceptando la bebida para él y su hermano y el aperitivo al que el mayor era tan aficionado – vas a acabar como un tonel si sigues comiendo sólo estas porquerías Dean

- ¿Porquería? – replicó su hermano – es maíz, es verdura.

- Ya vale, mañana buscaremos un buen sitio dónde desayunar Sam, algo más nutritivo que eso, pero ahora es lo que hay ¿a qué huele esto? – John cogió un puñado de maíz inflado y sonrió de medio lado al ver que Dean le escondía la bolsa de aperitivos a Sam

- A salsa barbacoa – replicó el mayor gruñendo, Sam puede que fuera flacucho, pero también era tan alto como ellos, no le fue difícil apoderarse del alimento en disputa, y más con su hermano herido – ¡Ey! ¿no dices que son sólo químicos?

-A falta de pan – El pequeño, vació la mitad sobre la mesita de noche devolviendo a Dean el resto – que peste huele esto.

- Le quitas las ganas de comer galletas a Triki, joder con el niño – gruñó el pecoso con una mueca dolorida – ya no tengo hambre.

Tenía fiebre, su padre le dio un par de antiinflamatorios y le hizo tomarse el whisky, "de un trago hijo". El muchacho obedeció y tardó poco en dormirse, al igual que el más joven, que no quiso que su padre se quedara esa vez en el coche y se durmió en un sillón con las largas piernas extendidas en la cama del mayor.

Era la primera, quizás la única vez que alguien les pagaba por su trabajo. John contó el dinero sorprendido, los DiPietra habían sido realmente generosos, podrían pasar una temporada sin tener que usar tarjetas falsas o timar a los incautos al billar o al póquer. Casi le daban ganas de empezar a pasar factura.

Cogió la colcha de su cama y abrigó con ella a su hijo menor que abrió sus ojos somnolientos brevemente para sonreír y volver a dormirse. John Winchester no se tenía por un buen padre el noventa por ciento del tiempo, ahora tampoco, pero no lo estaría haciendo tan mal cuando sus hijos permanecían a su lado.

Aprovechó que ambos dormían para sacar su expediente secreto del fondo de la bolsa de las armas. Tenía sin ordenar los últimos informes meteorológicos que había conseguido reunir sobre la actividad atmosférica inusual durante el año 1983. Entonces lo vio, el patrón que había estado buscando desde que salió de su casa en llamas y se lanzó a la carretera con dos niños pequeños en busca de respuestas.

Las tormentas que azotaron Lawrence las semanas previas al asesinato de Mary eran una repetición casi exacta a las que se produjeron diez años atrás, en 1973, cuando los padres de Mary murieron. Diez años era el tiempo estándar que el demonio del cruce de caminos daba de plazo a quienes le invocaban para llevarse su alma.

Pero, ¿Por qué a Mary? Ella no pudo hacer ningún trato, sus padres estaban muertos y tampoco es que se hubieran hecho ricos, o famosos.

Sam

Abrió los ojos en mitad de la noche sin saber qué le había despertado hasta que oyó a su padre quejarse en sueños, hizo ademán de levantarse y notó que la cama de su hermano estaba vacía.

- Yo me encargo larguirucho, sigue durmiendo – dijo el mayor apretándole el hombro al pasar a su lado

- No le había visto tener pesadillas nunca – murmuró el chico preocupado, devolviéndole la colcha – quizás tenga frío, ten

- Es normal, métete en la cama Sammy, lo último que queremos es estar los tres fuera de juego – murmuró su hermano y el castaño comprendió que era una de las muchas situaciones de las que el mayor solía alejarle – venga Sam, no vayas a ponerte digno ahora, son las cuatro de la mañana.

- Deja de tratarme como a un crío – susurró acercándose a la cama y comprobando sorprendido que su padre lloraba en su pesadilla. Dean se estaba cabreando, podía verlo notarlo en la tensión de sus hombros y en la forma en que inclinaba la cabeza a la luz parpadeante del neón del motel

- Deja de portarte como un crío – el gruñido era inaudible, pero Sam no tenía ninguna duda de que esas eran las palabras de su hermano, letra a letra.

- Quiero ayudar

- Deja que me encargue ¿ok? – no era fácil oponerse a las decisiones de Dean cuando usaba ese tono de voz, al menos no para Sam que asintió avergonzado y se metió en la cama.

Escuchó al mayor intentando calmar a su padre. Y un rato después cuando casi se quedaba dormido un pequeño empujón exigió una parte de la cama. Se moría de ganas por preguntarle si sabía con que soñaba su padre, o desde cuándo sabía lo de las pesadillas pero se mordió los labios en un intento por respetar la intimidad del hombre que los había criado.

- Para de pensar que no me dejas dormir – murmuró Dean a su lado

- Dean…

- Son las cinco de la mañana Sam.

Dean

Odiaba a los poltergeits, a los hombres lobo, a los fantasmas, a los demonios, odiaba a todas las criaturas que hubiera en la oscuridad y que obligaban a los hombres como su padre a echarse a la carretera en busca de venganza. Odiaba a los seres que destrozaban familias, que separaban a las madres de sus hijos. Odiaba a los monstruos que le habían convertido en un cazador antes que en un hombre.

El sopor del whisky y los analgésicos apenas duró un par de horas. Antes de que su padre se acostara ya le escuchó repasar su "archivo secreto", si John Winchester tuviera la menor idea de las veces que había intentado descubrir algo entre todos esos documentos… Pero lo había hecho, incluso había investigado por su cuenta sin encontrar nada más que extraños patrones meteorológicos o alguna otra muerte de conocidos de su madre casi simultánea a la de ella.

Sam dormía encorvado en el sillón, con sus piernas larguiruchas extendidas sobre la colcha. El muy idiota se creía demasiado mayor para compartir la cama. Sonrió, pensando en las veces que su padre decidía dormir en el coche cuando la habitación del motel no tenía sofá. Eso no era vida. No podían seguir así eternamente. Sam ya no cabía en el asiento trasero del impala, él tampoco, lo más cerca a una casa más o menos estable que tenían era la rectoría del pastor Jim o el desguace de Bobby. Su hermano se graduaría este año y presentía una gran discusión en cuanto su padre se enterase que quería seguir estudiando.

Lo había hablado con Sam y lo había hablado con John. Lo irónico era que papá estaba tan orgulloso del expediente académico del pequeño como lo estaba el propio Dean, pero ambos sabían que no podían llevar de nuevo una vida normal… De nuevo… Dean no recordaba una vida normal. Era demasiado pequeño cuando el fuego y la tragedia lo echaron de su hogar con un bebé en brazos.

Esa noche tenía esas imágenes demasiado frescas en la cabeza, el poltergeits había utilizado sus propios recuerdos de esa noche, el calor, el fuego, su padre gritando, Sammy llorando envuelto en la mantita mientras bajaba las escaleras convencido de que papá bajaría a mamá de allí, la espera, la humedad, el frío, y los bomberos saliendo y mirando con pena a su padre, a él. Si callaba, si se portaba bien y esperaba, ella saldría y volvería a verla. Si apuntaba su pistola contra su propio pecho volvería a verla… aquel ser casi había conseguido que se matara y sólo la presencia de John y Sam le había dado la fuerza para resistirse.

No podía dormir, por eso escuchó a su padre quejarse cuando ni siquiera había gritado como otras veces. Por eso se levantó despertando a Sam. Su hermano, lo que le hacía seguir, lo que le hacía pensar que quizás algún día sí que pudieran tener un hogar. No es que se engañara con lo de dejar la caza y tener una vida normal. Pero sí un hogar, un sitio donde poder detenerse un rato, dónde Sam pudiera estudiar y papá y él regresar y pasar unos días, o quizás hasta unas semanas. Tener su propia habitación, una cama propia.

Sam le había hecho caso y ahora roncaba a su lado. Sonrió imaginando una vida en la que papá y él llegarían del trabajo, cubiertos de grasa, porque seguro que eran mecánicos, de carreras, viajarían por todo el mundo… el pequeño estaría frente a su espejo ensayando el discurso de graduación y su madre les reñiría por no haberse quitado las botas en el recibidor llenando el pasillo de huellas. La luz del día entraba ya por la ventana cuando consiguió dormirse.

_ Continuará