En el año 1999, un año tras la muerte de Lord Voldemort, los directores de las escuelas de magia de Europa decidieron continuar con el Torneo de los Tres Magos. Era la manera de volver a unir lo que estaba roto. De volver a unir a los alumnos de las tres academias, independientemente de a qué bando hubiese pertenecido su familia.
Para poner al lector o lectora en situación: el Torneo de los Tres Magos es una competición que se solía disputar anualmente entre las academias de magia de Hogwarts, Beauxbatons y Durmstrang. En la primera estudian brujas y magos del Reino Unido e Irlanda. En la segunda, la mayor parte de los pupilos son franceses, aunque también hay portugueses, españoles, belgas, luxemburgueses y holandeses. La tercera escuela alberga sobre todo a alumnos del norte y el este de Europa, aunque también de otros países como Italia o Grecia.
La tradición continuó hasta el punto de comienzo de esta historia: octubre de 2016. En la noche del sábado 29 al domingo 30, los alumnos de Hogwarts salieron del enorme castillo, esperando la llegada de los estudiantes de Beauxbatons y Durmstrang. A las doce de la noche ya se podían ver las carrozas voladoras descender hacia el patio y al barco submarino subir a la superficie. Pronto salieron de los transportes cientos de estudiantes emocionados. Algunos, por la posibilidad de participar en tal evento; otros, simplemente por conocer la escuela de Hogwarts y sus alrededores, como el pueblecito llamado Hogsmeade. Muchos de ellos querían conocer a James Potter, el hijo del famoso Niño que vivió, que había comenzado sus estudios el año anterior.
Entre este revuelo de magos por aquí y brujas por allá se encontraba Arthur Kirkland. El rubio de 16 años, perteneciente a la casa Slytherin, se encontraba apoyado en la pared de la entrada, sobre las frías piedras que conformaban el castillo, mirando cómo todos iban y venían. Arthur era el pequeño de una familia de cinco hermanos: cuatro hermanos y una hermana. No le gustaba la vida en familia. Sus padres se mudaban constantemente, habiendo habitado en todo el Reino Unido durante su infancia, e incluso en Irlanda también. En ese sentido le gustaba Hogwarts; le daba estabilidad vivir siempre en el mismo sitio. Es por eso que ni siquiera volvía a casa en Navidad como hacían sus hermanos Scott y Saoirse; así, además, podía descansar de sus constantes burlas durante el año. En Hogwarts tampoco tenía amigos realmente. Podía llevarse bien con algún que otro estudiante pero, ¿ser amigos? Era un sangre sucia. Y a pesar de lo que había pasado hacía más de diez años, había gente que seguía viendo a los sangre sucia como diferentes. Sobre todo entre sus compañeros de Slytherin.
Las tres escuelas pasaron al Gran Comedor. Los alumnos de Hogwarts se sentaron en sus respectivas mesas. Los Durmstrang se sentaron en la mesa de Arthur, como solían hacer, mientras que los Beauxbatons ocuparon las sillas libres de la zona de Ravenclaw. La cena se servía ya tarde para la mayor parte de los estudiantes, aunque se escuchaba a alumnos sureños murmurar que estaban acostumbrados. Durante la comida, la directora McGonagall presidió un acto de bienvenida. A su lado se sentaban la anciana Olympe Maxime de Beauxbatons y el no tan joven Viktor Krum de Durmstrang.
En cuanto acabó el discurso, los estudiantes de las tres escuelas se cambiaron de mesa, intentando hacer nuevos amigos. Arthur, por su parte, simplemente se levantó para dirigirse a la sala común de su casa. Tras dar un solo paso chocó con un chico de Beauxbatons que se dirigía a su mesa.
Arthur cayó al suelo durante un momento. "Si este idiota no fuese corriendo por espacios cerrados…" pensó.
—Lo siento—dijo el joven, lentamente, mientras ofrecía su mano a Arthur para que se levantara—. Me llamo Francis.
El inglés examinó al tal Francis durante un minúsculo instante. Su pelo dorado y ondulado le llegaba a los hombros; su mirada azul brillaba bajo la luz de los enormes candelabros. Por un momento, a Arthur le pareció atractivo; más tarde sacudiría esa idea de su cabeza pensando que era una copia del Príncipe Encantador de Shrek. Entre avergonzado y asqueado por tanta confianza, Arthur se levantó del frío suelo y siguió su camino. "Quel connard!" oyó decir a una voz distinta; a juzgar por la erre rodada, probablemente provenía del moreno que acompañaba a Francis.
No había llegado a la zona de Slytherin aún, cuando se topó con otros estudiantes. Estos llevaban el uniforme rojizo de Durmstrang. Uno de ellos tenía el pelo castaño claro, mientras que su compañero tenía el cabello casi tan blanco como la nieve.
—Perdona, ¿podrías ayudarnos? —dijo uno de ellos con un fuerte acento. Arthur iba a ignorarle como había ignorado al francés, pero sintió compasión acordándose de su primer año perdiéndose entre los interminables pasillos del castillo.
—Claro—respondió Arthur secamente.
—Muchas gracias—prosiguió el otro—. Normalmente nuestra escuela duerme en nuestro enorme barco pero este año nos han asignado habitaciones en Slytherin. No sabemos llegar y, bueno, te hemos visto con el uniforme verde…
Entonces el chico sonrió y Arthur se dio cuenta de lo largos que eran sus colmillos. ¡Era un vampiro! Al inglés se le iluminó el rostro. ¡Nunca había conocido a un vampiro!
—Voy hacia las habitaciones yo también. Tanto alboroto me mareaba. Seguidme, entonces.
—¡Gracias! Nosotros también estábamos cansados—tras decir eso se acercó a Arthur susurrando—. Lukas prefiere estar con sus amigos en lugar de con una gran multitud. Cree que puede ver trolls, ¿no es gracioso?
Y Arthur miró a Lukas sonriendo. Y los tres andaron hasta llegar a la sala común de Slytherin.
