Era una noche de gran tranquilidad, todos y cada uno de los factores causantes de aquel ambiente lleno de paz y tranquilidad resultaban ser de gran placer, el silencio reinaba en cada lugar que se encontraba a su disposición. A lo lejos se podía ver una ciudad la cual se encontraba rodeada por una gran variedad de árboles, sus habitantes reposaban tranquilamente dentro de sus hogares gozando de una noche de absoluto silencio, un silencio que tardó más de cien años en hacerse presente luego de haber sido sustituido por uno que generaba angustia y terror, los aldeanos agradecidos por aquella bendición podía disfrutar de una sana reunión con Morfeo reposando sobre un lecho acolchonado, en el cual encima se encontraban cubiertos por unas cuantas sábanas, era un hecho que ese pueblo se encontraba a kilómetros de cualquier tipo de factor desagradable.
Dentro de dicha ciudad podías ver cualquier tipo de construcciones, lo que más solía haber en su gran mayoría era las casas, debido a la gran variedad de familias y personas que resultaron desfavorecidas a causa de una guerra que casi acaba con lo que hoy conocemos como "Las Cuatro Naciones", de no ser por un niño que a última hora logró dar a su fin la guerra provocada por Ozai, siendo mejor conocido como El Señor del Fuego y muy cerca de ser nombrado como, para desgracia de todos, El Rey Fénix. Ese niño fue un milagro, simplemente eso, de no ser por él y sus amigos quién sabe qué hubiera pasado, si bien llegaron a tener muchos obstáculos por su camino lograron superarlos como un equipo.
Aquellos que dudaron de aquel niño ahora lo alaban por todos los regalos que les ha brindado su existencia, los que nunca perdieron la fe se encontraban en una mejor posición de la que estuvieron anteriormente y ahora, aquellos que juraron con destruirlo y torturar de una manera ruin y dolorosa a sus amigos se encontraban pagando por todos sus pecados, pagando por todas las vidas que se habían llevado. Qué curioso resultaba ser todo, luego de una larga jornada de sufrimiento ahora muchos hacían de cuentas que nada había ocurrido.
La paz había llegado y consigo hubo un notorio trayecto que aseguraba traer muchos cambios en beneficio de los que ahora resultaban ser los menos afortunados. Es por ese mismo motivo que en ese pueblo el dolor y la tristeza nunca más volverían a poner un pie dentro de ese lugar, porque en esa hermosa ciudad se encontraba el puente entre el mundo espiritual y el mundo real (o como así solían llamarlo muchos, incluyendo los sabios de hoy en día) siendo mejor conocido como Aang, "El Último Maestro Aire".
En el corazón de la ciudad se encontraba un templo el cual el niño solía visitaba cada semana para tener una conversación contra uno de sus antecesores, el cual solía enseñarle tácticas y estrategias para poder borrar la huella más cercana al amargo recuerdo de aquélla guerra. En una noche como ésta el joven solía aprovechar para darle una visita a su antecesor, siendo mejor conocido como Roku.
Sí, a estas horas el monje aprovechó la oportunidad que se le hizo presente para poder reunirse con su mentor y amigo, caminando con tranquilidad mientras gozaba del ambiente que generaba el silencio que se había hecho presente. Manteniendo su vista perdida entre el cielo que en sí se encontraba dentro de las estrellas, no tenía ninguna prisa por tener su encuentro con su antecesor. Al cabo de pasados ya unos quince minutos se encontró en frente del edificio, abrió la puerta con tan sólo el uso de su mano derecha para que posterior a eso entrara y cerrase con sumo cuidado, seguido de eso se deshizo de su calzado para ya caminar unos cuantos pasos hacia el centro de aquella enorme habitación y ya por último se sentó mientras hacía llamar a Roku con absoluta concentración. Varios fueron los segundos en que se tardó el pequeño chico careciente de cabello para que dentro de él saliera un adulto mayor el cual se encontraba sentado en frente de él.
-Tan puntual como siempre Aang, debo decir que esa es una de las muchas cualidades que no poseía en mis viejos tiempos-Fue lo primero que dijo Roku mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa, sin embargo, resultaba ser todo lo opuesto en su mirada, parecía ser que había algo que lo estaba desconcertando como si tuviese algo que esconder al niño de ciento doce años, algo de lo cual estaba generando una curiosidad sumamente difícil de omitir.
-¿Ocurre algo, Roku?-Se limitó a preguntar, Aang no era precisamente el tipo de chico que le gustase andar con rodeos a la hora de recibir malas noticias, bien era cierto que la frase que recibía el nombre de malas noticias resultaba ser algo que a nadie le gustase escuchar, eran muchas las formas en que un acontecimiento próximo a acercarse podría ser tomado y apodado por el término malo y conociendo a su viejo amigo el tipo de noticia que le iba a contar iba a resultar ser algo que requeriría de toda su atención.
-Debo contarte algo que ha sido omitido desde la época en que el Avatar no existía Aang, puedo asegurarte que este tipo de historia no se encuentra relacionado con el peligro ni nada de eso, sin embargo como tu antecesor tengo la obligación de darte conocimientos que resulten de gran utilidad tanto para ti como para el avance de las cuatro naciones, para que de esa manera todo pueda funcionar en paz-Dijo el anciano mientras las facciones de su rostro adoptaban un gesto de completa seriedad advirtiendo que el tema que estaba aproximándose iba a requerir muchísima atención.-Las cuatro naciones, como tú sabes, son masas de tierra que en su momento todas se encontraban unidas formando una sola nación, estoy seguro que todavía recuerdas al León Tortuga quien te brindó la sabiduría para acabar con Ozai, cuando en su época era él quien controlaba toda la nación, sin embargo hubo otros seres que amenazaban con el equilibrio que ya se había logrado conseguir, eran criaturas que lamentablemente no podré darte una descripción perfectamente elaborada dado que yo no estuve en ese entonces, sin embargo, puedo decir que se acercaban más a lo que conocemos como demonios, el León Tortuga carecía de poder debido a la constante atención que debía prestarle al funcionamiento de todo el continente, viéndose forzado a separar gran parte del continente para alejarlos y que de esa forma pudiese encontrarse a salvo de aquellas criaturas, posterior a eso la mala estructura en que había quedado toda la nación se vio forzada a separarse con el transcurrir de los años, justo antes de que el ser humano se hiciera presente; siendo la Nación del Fuego la primera en separarse, seguida de las masas terrestres que conoces como los Templos Aire, quedando en el corazón de las Cuatro Naciones, el Reino de la Tierra, sé que te estarás preguntando si me he olvidado acerca de las Tribus Agua, sin embargo no fue así, como sabrás tanto la Tribu Agua del Sur como la del Norte son en su totalidad hielo, nieve y agua, esas áreas ya se encontraban preestablecidas-Comenzó a relatar el anciano con un tono semejante al que había empleado anteriormente.
-¿Y qué ocurrió con los otros territorios terrestres?-Se limitó a preguntar, mientras su mente se esforzaba por asimilar toda aquella información que se le estaba brindando.
-Lo único que sé es que, hay varias personas que habitan dichos territorios, no estoy muy seguro de lo que se encuentre en esas tierras pero he de pedirte que vayas hacia ese lugar en vista de lo peligroso que puede ser he de pedirte que tengas mucho cuidado, si bien ellos no conocen sobre la existencia del Avatar puedes verte envuelto en un grave peligro, no se sabe lo que puedes encontrar en ese lugar-Le dijo Roku con un gesto de preocupación, no dudaba de la fuerza que poseía Aang, pero si el León Tortuga no había podido con dichas criaturas era muy posible que el niño no se encontrara en condiciones de vencer a los enemigos que estaba por encontrarse a la hora en que su viaje comenzara.
-No te preocupes, voy a ser lo más cuidadoso posible-Dijo antes de que su antecesor desapareciera para después levantarse del sitio donde se había encontrado meditando para empezar a salir del lugar con una notoria rapidez, para después ponerse su calzado y dirigirse lo más pronto posible hacia el lugar donde sus amigos yacían durmiendo, donde la mujer que amaba se encontraba compartiendo de un sueño reparador sin saber que nuevamente tendría que comenzar una jornada de viajes.
Al cabo de unos pocos minutos de haberse alejado de su lugar de meditación había llegado al edificio donde sus amigos residían en esos momentos, gozando quizás de una posible última noche. Simplemente entró cuidadosamente para quitarse sus zapatos e irse directo a su habitación, posterior a eso se acostó en su sitio correspondiente para que, pasados unos minutos comenzara a cerrar los párpados y terminase el día de hoy durmiendo, como lo había hecho el día después al fin de la guerra causada por Ozai.
