Kodaira.
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Siéntate derecho, es de mala educación encorvarse en la mesa.
A menudo su cuerpo frágil e inocente descendía, era como el hoyo del conejo. Jamás saldría, lo había notado cuando un día desde la lejanía había preferido mil veces morir, a ser el hijo perfecto de la perfecta familia Kodaira.
Odiaba a Jealous por no matarlo; odiaba a Último por ser el Doji perfecto, se odiaba a sí mismo, porque esta materia autómata en la que se había convertido; la que caminaba sola por los pavimentos grisáceos después del colegio, era sólo un muñeco.
Se había convertido en lo que más odiaba, en lo que su familia más odiaría, en lo que él mismo más odiaría.
Pinta para mí, hijo, pintas hermoso.
Habría preferido que su madre jamás hubiera vuelto a hablarle; hubiera preferido que Jealous se fuera de su lado, hubiera preferido matar a Maaya… hubiera preferido no existir a soportar cada uno de los tormentos que tenía en su mente.
Su mente jugaba sucio, jamás le habría importado grabar sus palabras en la pared, o en su piel, grabarlas con una navaja sobre la carne mallugada y que los muros le cayeran encima cargando cada uno de sus pecados.
Que le asfixiaran y que Yamato viera en lo que le había convertido. Era su creación, era como un muñeco que jamás le abandonaría y cada cosa que Yamato le dijera se grabaría en su mente con tinta indeleble y sería succionada por su enfermo cerebro para jamás volver a salir.
Los años pasarían y sería un círculo vicioso; pero Yamato no tenía por qué saberlo, Rune seguiría siendo el hijo perfecto que los Kodaira tanto querían y sería el amigo perfecto. Jamás le traicionaría, porque él era una parte del corazón de Yamato. Vivía a la par de él aunque eso implicara jamás poder salir de la cárcel de oro en la que se encontraba.
Aunque significara cargar con los grilletes de su sacrificio, atrapado entre la realidad y la quimérica idea de lo que él quería que sucediera en su patética y perfecta vida.
No pongas los codos sobre la mesa, toma bien los palillos, escoge los de metal, los de madera demuestran pobreza...
No es que Rune Kodaira fuera una perra egoísta que no sabía lo que quería en la vida; cada día que pintaba se volvía un tortura, sacar el caballete y todos los instrumentos eran como punzadas a su cuerpo, como si alguien rasgara su cansada carne y astillara cada uno de sus pútridos huesos.
Cada vez mirarse al espejo era peor: Se había convertido en el monstruo de sonrisa perfecta que toda su familia quería.
Pero sobretodo: Era el muñeco que a Yamato más le gustaba; la muñeca defectuosa de ojos grandes y sonrisa reluciente que sería tan complaciente como el día es largo en verano.
Se había convertido en un monstruo a sus ojos.
Uno que Yamato amaba; pero jamás tanto como a Último...
