Ex vi termini

Próspero desearía besarlo, pero sabe que está mal. No sólo porque son hermanos, sino porque él es muy joven. Alguna vez, un hombre de traje y punta en blanco le ofreció una suma importante (para un huérfano recientemente fugado del hogar sustituto, al menos) a cambio de una hora a solas con su hermanito. Fue como si presionara un botón para detonar dinamita. Próspero le golpeó hasta que le sangró la mano. Y luego desaparecieron juntos por una esquina. El miedo martillaba sus oídos. Nadie debía quitarle a Bo. Ni siquiera esa parte de sí mismo que era tan oscura y a la que costaba trabajo mirar sin retroceder asqueado. La que todavía hoy florece en su corazón cuando Bo acaricia sus cabellos y le pide que lo abrace para dormir: susurrándole al oído ideas espantosas, acerca de besarle en lugares recónditos, hasta que suceda una cosa increíble, que le acelera el pulso y lo convierte en lo que los adultos llaman "un pervertido de punta", definitivamente.