Qué quieres que te diga. Destrozaste mi vida, hijo de perra. Punto. La hiciste mierda con tus desplantes, con ese afán de creerte perfecto, Camus. Tú, con tu frialdad y tu actitud displicente decidiste que lo mejor era que olvidara que alguna vez te quise. Y sí, sé que cuando leas esta puta nota te importará un pepino que yo, que alguna vez me consideré tu mejor amigo, primero y tu amante, después, me haya marchado. Porque ya me cansé de tu indiferencia, de tu poca pasión, de tus poca hombría para aceptar que tú también me quisiste. Porque eso es lo que pienso, que eres un poco hombre que oculta todo bajo el aparente hielo y falta de sentimientos. Si crees que se necesita ser valiente para destrozar un corazón y transformar amor en odio y rencor, entonces eres más estúpido de lo que creí. Solamente te ordeno (porque pedirte un favor sería rebajarme a ser un idiota peor que tú) que no me busques, que te olvides de mí. Y no, no te agradezco nada. No caeré en hipocresías.

Milo.

El guardián de Acuario leyó asombrado la nota. No creía cuanto odio era capaz de embotellarse su compañero. Quiso llorar, más no pudo hacerlo. Porque el Santo de Escorpio tenía toda la razón. Le había arruinado la vida.