El Patriarca Sage estaba nervioso. Desde hace varios días que las estrellas le anunciaban una pronta amenaza, la misma que había visto semanas antes de la reencarnación de Hades en la Tierra. Por supuesto que tenía claro que, en este caso, no se trataba de Hades; entonces ¿qué o quién podría ser la nueva amenaza? Había pasado un año desde que la Guerra Santa contra el dios del Inframundo se había librado, pero los santos recién comenzaban a volver a sus vidas normales, y el Patriarca no quería romper aquella paz que finalmente estaban consiguiendo. Además, no quería alarmarlos con algo de lo que aún no sabía nada; sabía bien que varios de la Orden Dorada eran bastante hipocondriacos y exagerados y comenzarían a moverse antes de tiempo.
— Patriarca, ¿me está escuchando?
Shion de Aries era una de las tres personas que sabían de la inquietud que tenía Sage. Las otras eran Asmita de Virgo y Manigoldo de Cáncer, a quien había mandado junto a Shion en una misión de reconocimiento, de la cual no obtuvieron información alguna. O al menos eso era lo que había alcanzado a escuchar, pues luego se perdió en sus pensamientos y dejó totalmente de escuchar al santo de la primera casa.
— Disculpa, Shion —murmuró el Patriarca, quitándose el casco dorado de la cabeza—. Me perdí por un momento en mis pensamientos. ¿Decías?
— Creo que no tiene sentido seguir hablándole de la misión si se encuentra tan nervioso, señor. —El ariano se puso de pie y miró a Sage—. ¿Sigue preocupado?
— Sí, pero no precisamente por el mal resultado de la misión. —Y era cierto. Hacía días que, además de anunciarle una amenaza, las estrellas intentaban decirle algo más. No le había prestado demasiada atención debido a lo nervioso que estaba ante la posible amenaza, pero por alguna razón, ese día no había dejado de pensar en ello.
— Si me lo permite, pienso que se preocupa demasiado —le dijo Shion, esperando tranquilizarlo un poco—. Entiendo que esté preocupado por lo que le dijeron las estrellas, pero no debería sumarle más problemas a su cabeza, Patriarca.
— De verdad que lo intento, Shion —suspiró, dejando caer el brazo que anteriormente sostenía su sien—. ¿Sabes dónde está Asmita de Virgo, de casualidad?
Shion tragó saliva. Había visto a Asmita en la mañana; éste había aparecido en su casa y le pidió permiso para pasar, sin decirle hacia dónde se dirigía o qué iba a hacer. Le había parecido muy extraño, pues el santo de Virgo no salía de su casa si no era para subir al Palacio o cuando realmente necesitaba algo, y el hecho de que saliera del recinto de las Doce Casas era algo muy raro. No sabía si debía decírselo a Sage, así que optó por omitir algunos detalles.
— No le he visto desde la mañana, señor. ¿Por qué? —preguntó, un poco nervioso por la reacción del Patriarca ante tan vaga respuesta. Sin embargo, Sage parecía indiferente.
— Ayer me pidió que permaneciera sentado acá entre las dos y las cinco de la tarde, y me parece extraño que aún no aparezca. Él es una persona muy puntual, y no falta mucho para que se cumpla el tiempo.
— Puedo ir a buscarlo si quiere, Patriarca —se ofreció Shion—. Quizá se quedó dormido mientras meditaba. No sería la primera vez que le pasa.
Sage iba a responder, pero fue interrumpido por el chirrido de la vieja y pesada puerta de entrada abriéndose. La persona que entró era Asmita de Virgo, quien caminó elegantemente como siempre y se hincó en una rodilla ante el Patriarca. Shion se apartó un poco y se situó a un lado de la larga alfombra roja, mirando al santo de la sexta casa, pero se distrajo al ver una sombra por el rabillo del ojo. Ladeó la cabeza, alzó un poco la mirada y entonces vio algo que no había visto antes: había una persona encapuchada detrás de Asmita. No estaba hincada, lo cual dejaba en claro que no era una persona perteneciente al Santuario, ya que todo el mundo ahí reconocía al Patriarca como la máxima autoridad. Shion se preguntó quién sería esa persona y por qué estaba con Asmita, que era una persona totalmente fiel al Patriarca y que ahora ni se inmutaba con la persona de pie.
Los pensamientos de Sage no diferían mucho de los de Shion, pero antes de que pudiera hablar, Asmita tomó la palabra:
— Disculpe mi tardanza, señor.
— ¿Qué significa esto, santo de Virgo? —se apresuró a preguntar, sorprendido por la osadía de Asmita al traer a una persona aparentemente ajena al Santuario sin decirle previamente.
— Todo tiene una explicación —respondió, volviendo a ponerse derecho. La figura encapuchada detrás de él permanecía quieta y callada—. Salí del recinto de las Doce Casas en la mañana para ir a la entrada del Santuario, en donde permanecí hasta las tres de la tarde, que fue cuando esta persona llegó.
Asmita se dio la vuelta y tomó delicadamente el hombro de la persona para acercarla y situarla a su lado. Shion vio que cargaba algo cubierto con una tela negra en la espalda, la cual se camuflaba perfectamente con el color de la capa, haciéndole pensar primeramente que era una joroba. Se alegró de ver que no lo era.
— Me tomó bastante tiempo pasar por todos los templos hasta llegar acá —explicó—. Varios comenzaron a hacer preguntas y exigieron saber la identidad de esta persona, pero al final me dejaron pasar luego de un poco de peleas verbales y físicas. No hay ningún herido, si desea saberlo.
El Patriarca y Shion no habían reparado en el desorden del cabello de Asmita, y tampoco en los pequeños rasguños de su armadura. Todo era imperceptible, pero no pudieron evitar nuevamente preguntarse quién era esa persona y qué valor tenía para que Asmita se arriesgara a pelear con sus compañeros.
— No quiero generalizar —continuó—, pues tuve que recurrir a esto sólo con las personas impulsivas e inmaduras como Cáncer, Leo, Libra y Escorpio. El resto se interesó más en lo que significaba esta persona, y bastó mostrar un poco de su cosmos para que nos dejaran el paso libre. Deseo que usted y mi compañero de Aries aquí presente, vean por sí mismos quién es esta persona y por qué está aquí.
Asmita se apartó un poco, dejando que la persona avanzara unos pasos. Shion dio un paso adelante al ver lo cerca que estaba del Patriarca, pero se detuvo cuando sintió el cosmos de la persona aparecer. No era un cosmos enemigo; de hecho, era muy parecido a un antiguo integrante de la Orden Dorada, lo cual le transmitió un poco más de seguridad. La persona se llevó las manos al cuello de la capucha, la desabrochó y esta cayó al suelo como si de una hoja se tratase. Lo primero que el Patriarca y Shion vieron fue que llevaba puesta la ropa de viaje de los caballeros dorados: gabardina, pantalones y botas negras, más el pañuelo blanco en el cuello; pero lo que realmente les impresionó fue que llevaba una caja de Pandora en la espalda. Y no cualquier caja de Pandora, sino una que portaba una armadura de oro, y tenía el signo de... ¡Géminis! Pero eso no podía ser posible, ¿no? El actual caballero de Géminis era Deuteros, el hermano gemelo de Aspros. ¿Por qué la tenía esa persona?
Entonces, repararon finalmente en su rostro. Tenía un largo cabello azul oscuro, la piel ligeramente bronceada por el Sol y sus ojos eran de un tono un poco más claro que su cabello, rodeados por dos hileras de largas pestañas. Su rostro era muy fino, con un perfil que les recordaba mucho a Aspros y una expresión fría y desafiante como la de Deuteros. Al principio pensaron que era un hombre con una apariencia muy femenina, pero no fue hasta que vieron sus finas manos acomodar la correa de la caja de Pandora que se dieron cuenta de que era una mujer.
¡Una mujer con la armadura de Géminis! ¡Y se parecía un montón a Aspros y Deuteros!
Luego de mirar por unos segundos al Patriarca, la joven se hincó en una pierna y agachó la cabeza.
— Mi nombre es Astrid, señor. Soy la hermana menor de Aspros y Deuteros, y le ruego que me acepte en la Orden Dorada como la nueva portadora de la armadura de Géminis.
¡La chica quería formar parte de la Orden! Nunca había pasado una cosa así. Habían registros de santos dorados femeninos antes, pero nunca de un Géminis. Ese puesto siempre era ocupado por hombres; además, ¿por qué Deuteros le había dado la armadura a su hermana?
— ¿Qué edad tienes, Astrid? —le preguntó. La chica aún estaba hincada; no podía hacer suposiciones sin verle el rostro, pero por su altura, podía tener unos veinte años...
— Tengo dieciocho, señor.
¡Dieciocho! Legalmente era adulta, pero en comparación con los integrantes de la Orden, era apenas una niña. Shion y Dohko tenían diecinueve, al menos ellos se acercaban un poco a su edad. Y Regulus, también; seguramente podría llevarse bien con él.
— ¿Recibiste entrenamiento?
— Sí, señor. Mi propio hermano fue mi maestro.
— ¿Cuánto tiempo?
— Tres años.
— ¿En qué lugar?
— En la isla Kanon.
Tres años de entrenamiento en la isla Kanon, siendo supervisada por su hermano, el llamado "demonio de la isla Kanon". Eso explicaba el tono de su piel y las cicatrices que parecían verse en su cuello, posiblemente producto del duro entrenamiento que tuvo que haber pasado. Le sorprendió la poca duración de su entrenamiento, pues seguramente no debió de haber sido nada fácil estando rodeada de lava y gases venosos. Probablemente, esa chica era capaz de tolerar el fuego y el veneno, a juzgar el lugar donde vivió por tres años.
— Ponte de pie, Astrid —le ordenó. La joven obedeció y se levantó, mirando con sus brillantes ojos azules a Sage; ella realmente se parecía a sus hermanos—. Quiero que me cuentes sobre tu vida y tu entrenamiento.
Y ella así lo hizo.
— Nací cuando mis hermanos tenían diez años. Aspros ya entrenaba para ser santo de Géminis, por lo que Deuteros fue quien me crió y educó en mayor parte cuando nuestros padres fallecieron. Para mí, Deuteros fue mi padre más que mi hermano, y Aspros era, más bien, el hermano que me malcriaba con regalos y comida. Luego de su muerte, me fui con Deuteros a la isla Kanon y yo, percibiendo que él realmente no quería portar la armadura de Géminis, le expresé mi deseo de tomar su lugar. Siempre admiré a Aspros; él fue un gran santo antes de que el mal lo poseyera por completo, y yo estaba dispuesta a ser como él. Al principio, Deuteros se negó a cederme su puesto, pues dijo que no podía venir a entrenar al Santuario y los métodos que él tendría que usar para entrenarme no serían fáciles, pero yo realmente estaba dispuesta a hacerlo y finalmente accedió. Deuteros me enseñó las técnicas de Géminis, las mismas que usaba Aspros, pero también me enseñó a tolerar los gases venenosos y el calor sofocante de la isla, lo cual fue la peor parte. En pocas palabras, Deuteros me entrenó para ser un santo de Athena, pero también me dio su propio entrenamiento para ser un demonio.
— ¿Tu entrenamiento incluyó el Genrō Maō Ken? —El Patriarca intentó ocultar el horror en su voz luego de escuchar a la joven. No necesitaba imaginarse el entrenamiento que le dio Deuteros para saber que no fue simple; al menos eso le dejaban saber las cicatrices en el cuello y las manos de Astrid.
— Sí, señor. El Genrō Maō Ken forma parte de mis conocimientos. Sé que fue con esa técnica que Aspros manipuló a mi hermano y luego se mató, pero Deuteros consideró prudente que la tuviera. Espero que esto no sea un impedimento para...
— Ella no es una amenaza, su Excelencia —intervino Asmita, sorprendiendo a todos los presentes. Sage lo miró.
— Asumo que la conocías previamente, Asmita —dijo. El santo de Virgo negó con la cabeza.
— Como ya sabrá, yo sólo conocía previamente a Deuteros. Él me habló sobre su hermana pequeña, pero nunca llegué a conocerla personalmente hasta hoy. En sus cartas me comentó que la estaba entrenando para sucederlo luego de la guerra contra Hades, y me pidió mantenerlo en secreto, pues él la enviaría cuando el Santuario peligrara. Hace poco me envió una carta pidiéndome que recibiera a Astrid para que no tuviera problemas al llegar, y yo relacioné su envío con los presentimientos que ha tenido usted últimamente.
— En otras palabras —dijo Astrid—, me ha enviado para que la Orden esté completa. Sabe que si usted me acepta, eventualmente moriré, pero estoy dispuesta a correr ese riesgo.
Shion dejó escapar un sonido ahogado de sorpresa. ¿Cómo podía hablar con tanta naturalidad sobre su propia muerte? No quería sonar machista, pero pensaba que las mujeres eran un poco más quisquillosas con ese tema. De cualquier manera, no podía opinar mucho; él no solía hablar con mujeres.
— Así que estás dispuesta a correr ese riesgo —repitió Sage, levantándose del trono—. ¿Realmente estarías dispuesta a dar tu vida por una diosa a la cual no conoces? ¿Estarías dispuesta a poner tu vida en riesgo en las misiones que se te encomienden?
— Por supuesto, señor —afirmó efusivamente la joven. Se interrumpió abriendo un poco los ojos y luego hurgó en los bolsillos de la gabardina, de donde sacó un sobre—. Casi lo olvido. Mi hermano le ha mandado esta carta.
El Patriarca recibió el sobre, el cual rompió en la parte superior y sacó la carta. No era una carta larga, por suerte: era de una hoja y no tenía mucho contenido, pero fue suficiente para sacarle una breve sonrisa a Sage. La leyó rápidamente y luego la guardó en un bolsillo de su túnica.
— Lo repito, Astrid —le dijo, volviendo a llamar la atención de la joven—. ¿Estás dispuesta a proteger con tu propia vida a la diosa Athena? ¿A dar tu vida por el bien del mundo? Y por sobre todo: ¿te crees digna de formar parte de la Orden destinada a la protección directa de Athena?
La joven sonrió y se hincó en una pierna, tal y como había hecho cuando se presentó, y agachó la cabeza.
— Le doy mi completa fidelidad a usted y a la diosa Athena, señor. Si llega a aceptarme, mi vida les pertenecerá.
El Patriarca asintió, le dio la espalda y comenzó a caminar de vuelta a su trobo.
— Entonces puedes ir a tu casa, Astrid de Géminis.
Ante la mención de su nuevo título, Astrid se levantó con una gran sonrisa. Miró a Asmita con el rostro rebosante de alegría, y este no pudo evitar devolverle una pequeña sonrisa al sentir la felicidad de la joven.
— ¡Se lo agradezco mucho, Patriarca!
— Vamos, Astrid —le dijo Asmita, tomándola delicadamente del brazo—. Te escoltaré hasta tu casa.
— Muchas gracias, Asmita.
— Tu primera orden será volver a ponerte la capucha —se apresuró a decir Sage, antes de que los dos se retiraran—. Quiero mantener el misterio hasta la noche. Convocaré a una reunión para que te conozcan, y hasta ese momento, quédate en tu casa.
— Sí, Patriarca.
Y dicho esto, ambos se retiraron del Palacio.
— Estás muy callado, Shion —comentó el Patriarca al ver al joven parado en el mismo lugar de antes, mirando sorprendido hacia la puerta de entrada.
— Es que... ¿cómo la aceptó tan rápido, señor? —cuestionó, saliendo de su impresión para mirar a Sage—. Es la hermana del hombre que alguna vez traicionó al Santuario. ¿No le da un poco de desconfianza?
— ¿Sentiste alguna pizca de maldad en su cosmos? —le preguntó. Esperó la respuesta de Shion, pero esta no llegó—. Quiero que leas esta carta.
Shion se acercó a Sage, quien sacó de su bolsillo el sobre, y se lo tendió al santo. Este, algo inseguro, lo recibió y sacó la carta para comenzar a leerla.
"Estimado Patriarca Sage:
Asumo que Asmita de Virgo le ha explicado mi decisión de heredarle mi cargo como santo de Géminis a mi hermana menor. Usted sabe que yo nunca me he sentido parte del Santuario, y si alguna vez porté la armadura de Géminis, fue para salvar a mi hermano de la oscuridad y convocar a la armadura de Athena. Espero que comprenda mi decisión y acepte a Astrid, pues en verdad considero que ella es la mejor candidata para ser mi sucesora.
Le pido disculpas por mantener en secreto su existencia. Siempre quise mantenerla alejada del Santuario debido a los riesgos que implicaba ser un santo, pero como quizá pudo ver, ella está realmente entusiasmada por desempeñar su cargo. Astrid es una joven muy osada e impulsiva, pero sé que tiene a alguien igual en la Orden, así que espero que esto no le dé problemas.
Por el momento, le contaré algunas cosas que debe saber sobre ella.
Astrid decidió seguir mi mismo camino y convertirse en un demonio como yo. Producto de esto, es propensa a sufrir arrebatos de adrenalina que le hacen perder el control, pero gracias a su entrenamiento para ser un santo, puede controlar a este "demonio" que guarda en su interior. Debido al clima y el calor de la isla, puede tolerar temperaturas altas y manipular el fuego y la lava a su antojo. Al igual que Albafica de Piscis, es capaz de tolerar hasta el más fuerte tóxico debido a los gases de la isla, pero a diferencia de él, su sangre no está hecha de veneno. Puede crear ilusiones, quitar sentidos, usar la técnica "Another Dimension" para transportarse y tiene un manejo excelente de la telequinesia. Como prueba final y para dar por finalizado su entrenamiento, le dio muerte a una criatura que vivía en el volcán y atormentaba a los habitantes de la isla, haciendo uso de las técnicas de Géminis y sus habilidades mentales. También la reté a un combate cuerpo a cuerpo contra mí, del cual salió vencedora luego de estar medio día luchando, lo que demuestra que también tiene una excelente resistencia y fuerza corporal. No sufre trastornos de personalidad y no tiene una gemela, por lo que puede estar tranquilo en ese aspecto.
Espero que estos datos le sean útiles para tomar su decisión. Asumo que Astrid le ha contado sobre su entrenamiento; no estoy orgulloso del método que usé para convertirla en lo que es, pero confío en que gracias a eso, es una mujer fuerte y segura, y me tranquiliza en cierta forma. También le ruego que no la subestime: ella es una persona muy peligrosa a pesar de su apariencia frágil, por lo que le pido que no la prive de misiones arriesgadas y cosas relacionadas.
Y bueno, eso es todo lo que le podría decir con respecto a ella y lo que espero que haga.
He decidido enviar a mi hermana en este momento porque he visto —supongo— lo mismo que usted, Patriarca; y es que hay algo que amenaza con poner en riesgo la vida en nuestro mundo. Sé que pronto, en cuanto sepa de qué o quién se trata, se pondrá en marcha y necesitará a la Orden completa presente en el Santuario, y es por eso que Astrid está ahí ahora. No quiero que piense que me mantendré al margen de todo; yo les ayudaré cuando llegue el momento, y supongo que usted también sabrá cuando ese momento llegue.
Por ahora, le envío la pieza faltante en su ejército.
Sin otro particular, y esperando que mi hermana obtenga su aprobación.
Deuteros.
PD: No castigue a Asmita por ocultar este secreto tanto tiempo".
Shion cerró la carta, la metió en el sobre y se lo devolvió a Sage.
— ¿Se han aclarado tus dudas, joven Shion? —le preguntó. Shion asintió, y se dio la vuelta para salir del Palacio.
— Si me disculpa, Patriarca, creo que le debo una disculpa a mi nueva compañera.
Y dicho esto, se retiró. Sage sonrió, sintiendo cómo las piezas comenzaban a acomodarse dentro de su cabeza, liberando aquel mensaje de las estrellas que no podía descifrar.
El mensaje que le estaban dando era la llegada de un nuevo integrante a la Orden Dorada. Alguien que haría un gran aporte en esta nueva guerra que se avecinaba, y ese alguien, seguramente era Astrid.
Pero no todo era fácil en el mundo de los santos de Athena, porque nada nunca era demasiado simple para ellos. Ellos no lo sabían en ese momento, pero lo que se les avecinaba no era algo para tomar a la ligera.
Holaa, espero que les haya gustado el prefacio de esta historia :) Soy nueva en fanfiction así que les agradecería que comentaran en caso de que les haya gustado, de antemano muchas gracias :)
También me gustaría hacer algunas aclaraciones:
- Habrán modificaciones de la historia original. No todo será completamente fiel a lo que fue Lost Canvas, por lo que no se extrañen si ven algo raro.
- Buena noticia para las fujoshis: habrá yaoi, aunque muy leve ya que la historia de cada pareja no será parte de la trama en general jaja
- El nombre de Astrid tiene un significado, así que no piensen que lo puse porque me gustó y ya. Es un nombre griego que significa "estrella", y más adelante se revelará la importancia de su nombre en la historia.
Ahora sí, me despido. Muchas gracias por leer 3
