Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer, la historia es una locura compartida entre DannySk y yo.

Beteado por Pichi LG (Beta FFAD) www facebook com /groups /betasffaddiction

Mil gracias, Pichi, por betear esta locura y con tanta rapidez, eres un amor, a pesar de los acosos, las bromas y todo, sabes que te quiero!


Está dedicado a Sool Onuma que me pidió una historia donde Bella estuviese con nuestro sexi papacito Carlisle, así que aquí está, cariño. Espero que la disfrutes tanto como lo hice yo escribiéndola para ti. TQM. Besos.

La historia la escribimos entre DannySk y yo. Mil gracias por rescatarme a mitad del camino, ya ves que no sabía cómo juntar a Edward y Bella, y sin tu ayuda hubiese resultado un fic Bella/Carlisle jajaja. Mi amor por él me cegaba. Eres un amor, nena no sé qué haría sin ti, de verdad eres la otra mitad del Dúo Malvado y me alegro mucho poder contar contigo.

Gracias a Miry también por leer y releer la historia, luego pierdo enfoque y me orientas, así no hago quedar mal a ninguno de los personajes jajaja. Te amodoro al infinito y más allá.


LOVE SOMEBODY

Summary: Bella Swan trabaja en una de las mejores editoriales de Manhattan. Su modesta vida de editora transcurre entre el tiempo que pasa con su mejor amiga, Alice, y el que no pasa con su novio, que casi siempre está de viaje. Pero el destino se empeña en hacerla coincidir con Edward Masen, quien se fija en ella y, a partir de entonces, su vida cambia por completo.


Mientras iba conduciendo su Mini Cooper último modelo por las calles de Nueva York, Isabella suspiró derrotada. Llegaba tarde a su trabajo como editora en una de las mejores editoriales de la región. Se suponía que debía dar ejemplo a todos llegando temprano pero, definitivamente, hoy no era su día.

Su hora de entrada era a las nueve de la mañana y ya faltaban diez minutos, pero no había poder humano que la llevara a tiempo en medio del tráfico de un viernes. Tratando de no imaginarse las risitas de sus compañeros o las miradas acusadoras de algún que otro listo, encendió la radio para distraerse.

Las notas de la canción en turno llenaron su vehículo, haciéndola pensar inmediatamente en Cullen, como era conocido en el ámbito laboral, y que resultaba ser su novio.

Llevaban casi dos años de noviazgo, y ella sentía que cada día que pasaba lo amaba mucho más; después de todo, era el hombre ideal, atento, cariñoso, detallista, y dulce.

Siempre ávida de conocimiento, Isabella estaba empeñada en superarse y fue así, en su intento por prosperar, que conoció al poderoso magnate del mundo editorial, Cullen, en la presentación del último libro de éste. El destino conspiró para que de alguna manera él se fijara en ella y, a partir de entonces, su vida había cambiado por completo.

...

A sus 45 años de edad, Cullen poseía una impresionante carrera en el mundo literario, era toda una personalidad. Además, se había convertido en todo un casanova desde su divorcio, años atrás.

Bella, de 25 años, quería desesperadamente ascender en la editorial donde trabajaba. Su jefe, Marcus, parecía no tomarla en serio, ya que aun después de llevar casi cinco años en la empresa, ni siquiera era editora jefe.

Inició como interina cuando todavía estaba en la universidad y después de graduarse le ofrecieron quedarse a trabajar ahí; al fin y al cabo era para lo que ella había estudiado.

Una tarde, su amiga Alice, una modelo en vías de conseguir reconocimiento, la convenció de asistir a una presentación del libro de Cullen.

Por favor, Bells, no seas aguafiestas, acompáñame. Estará lleno de personalidades. Eso me ayudará con mi carrera y, definitivamente, puede ayudarte en la tuya. Además, no sabes a quién puedes conocer ahí. —Había insistido la pelinegra, levantando las cejas sugerentemente.

No sé, Alice, estoy muy cansada. Marcus me ha cargado de trabajo sin importar que sea fin de semana. Mira todos los manuscritos que me dio para revisar —señaló frustrada hacia la mesa que estaba en el centro de su sala, en la cual había dos torres de folios.

Será solo un momento, ¿qué tanto vas a avanzar en una noche? No pierdes nada con distraerte un viernes por la noche.

Pero no sé qué ponerme, y seriamente no tengo ganas de arreglarme —continuaba renegando, al tiempo que hacía un mohín al pensar en todo el trabajo que conllevaría la salida.

Yo te ayudo pero, por favor, acompáñame ¿sí? —suplicaba Alice, mientras la tomaba de las manos y le dedicaba "la mirada", a sabiendas de que su amiga no podría resistirse.

Está bien —suspiró derrotada.

Les llevó alrededor de una hora maquillarse y llegar a la presentación, quedando boquiabierta con el lugar, era el sueño de todo escritor. Todo el que era «alguien» en el mundo editorial se encontraba ahí esa noche; el éxito se veía reflejado por todas partes. Había todo tipo de celebridades, desde modelos, productores, actores… Ahora comprendía la insistencia de Alice para venir, podría codearse con gente importante y que la pudiese ayudar a darse a conocer.

Incluso para ella misma era una magnífica oportunidad de relacionarse con editores y escritores famosos. Cuando las ubicaron en sus asientos, todos guardaron silencio y, frente al público, apareció Carlisle Cullen, que resultó ser una verdadera visión. El hombre era hermoso. De cabellos castaños y rubios oscuros, ojos verdes rayando en el gris, una sonrisa angelical, un cuerpo de infarto… Todo él era arrebatadoramente atrayente.

Leyó un capítulo de su libro y todos estaban fascinados, su presencia era imponente, su voz hipnotizante. Al término del evento, una muchacha muy guapa se acercó a saludar a Alice, presentándose como Jessica Stanley, otra modelo que resultó conocer al aclamado escritor. Les contó detalles privados de su vida, como el hecho de que estaba divorciado desde hacía ya cinco años, que tenía una hija de 13, llamada Rosalie, y que este galán era de cuidado por ser todo un casanova.

Jessica se encargó de presentarlos, veía a leguas la fascinación de Bella por ese hombre maduro.

Carlisle, quiero presentarte a unas amigas. Alice Brandon... —señaló a la pelinegra, quien al extender su mano fue tomada por Carlisle para llevarla a sus labios, depositando un beso—, trabaja en la misma agencia de modelaje que yo. Y ella es su amiga, Isabella Swan.

Cuando la castaña extendió su mano para que la estrechara, siendo el caballero galante que era, también se la llevó a sus hermosos labios; sin embargo, a ella le dio un beso prolongado, viéndola a los ojos y regalándole una mirada coqueta con un guiño, pero sin soltársela de inmediato.

Señorita Swan, es un verdadero placer conocerla —susurró en tono sugerente. Volvió la vista hacia la amiga de la chica y con un asentimiento de cabeza le dijo—: Un placer conocerla a usted también, señorita Brandon. —Aún no soltaba la mano de Isabella, y parecía no tener intención de hacerlo.

El gusto es nuestro, señor Cullen —respondió Alice.

Por favor, el señor Cullen es mi padre, y ciertamente no estoy tan viejo, solo Carlisle —pidió sonriendo. Se dirigió nuevamente hacia Isabella—. Y tú, ¿de qué trabajas?, ¿eres modelo igual que ellas?... Ciertamente lo pareces.

Sonrojándose, Isabella bajó la mirada y se mordió el labio inferior en señal de nerviosismo. Ese pequeño acto encendió la imaginación del caballero, que esperaba por su respuesta.

No, soy editora junior en Random House Editorial.

¡Ah! Entonces te secuestraré durante el resto de la noche y estoy seguro de que tendremos mucho de qué hablar. —La tomó del brazo—. Con su permiso, señoritas —se despidió con un asentimiento de cabeza hacia Jessica y Alice, quienes le sonreían pícaramente a la castaña.

Te busco a la salida, Bells. Disfruta el resto de la noche. —Alice le guiñó un ojo.

Así transcurrió la velada, entre pláticas, risas y más saludos, ya que Carlisle la presentó ante sus amistades. Incluso estaba ahí el jefe de Isabella quien, al verla con el aclamado escritor, se acercó a conversar.

Isabella, querida, qué gusto verte —saludó.

Buenas noches, Marcus —correspondió el saludo—. Él es Marcus Smith, mi jefe en la editorial. —Señaló con la cabeza hacia el susodicho—. Él es Carlisle Cullen.

No pudo evitar sonreír y sonrojarse ante la mención del nombre. Al rubio le encantó ese gesto de la muchacha.

Mucho gusto —convino Carlisle—, encantado de conocerlo. —Extendió la mano para estrechar la de Marcus.

Platicaron un momento y, al despedirse, Marcus prometió reunirse en la semana con Isabella para discutir sobre su futuro laboral.

La pareja continuó la noche hablando de libros, de editoriales, un poco de la vida de él, aunque escuetamente, ya que no estaba interesado en dar detalles personales, pero sí estaba ávido de información por la vida de la chica. Le parecía hermosa en su sencillez, no era una belleza exuberante como muchas de las que habían pasado por su cama, era sencilla, natural y absolutamente despampanante.

Al finalizar la velada, Carlisle no la dejó ir sin antes conseguir su número de teléfono, alegando que «oportunidades como esta se presentan una vez en la vida».

Esa misma noche la llamó.

Alice ya estoy en la cama y, por enésima vez, no, no voy a darte detalles de la noche —contestó la joven en tono cansado, pensando que era su amiga nuevamente.

Es una lástima, me encantaría oír lo que tienes que contar de nuestra velada, no habría nada mejor que escucharlo de tus labios —comentó divertido, aunque en el momento que la joven mencionó «cama» la imaginación de Carlisle se había disparado, teniendo imágenes ahí con ella… y no precisamente durmiendo.

Sintió morirse de la vergüenza, no necesitaba que dijera quién era, pues ella instantáneamente reconoció la voz.

Perdón, creí que era Alice quien llamaba, lo siento tanto —se disculpó.

No te preocupes y perdona que te llame tan tarde, pero deseaba escuchar tu voz antes de dormir —confesó seductoramente.

¿Por qué? —inquirió la chica tontamente.

Creí que había sido obvio en mi interés hacia ti. No pude, ni quise separarme de tu lado en toda la noche, me tienes deslumbrado con tu inteligencia, tu perspicacia, tu sentido del humor y, sobre todo, con tu belleza.

No, no fuiste obvio, —sonrió—, pero me alegra mucho que me hayas llamado.

Te invito a almorzar mañana, ¿qué te parece?

Está bien, ¿en dónde nos vemos?

No, cariño, yo llego a buscarte a tu casa. Iré a la una.

Muy bien, te espero aquí entonces. Nos vemos —se despidió Bella.

Espera. ¿No olvidas algo antes de colgar?

¿Cómo qué? —Se quedó pensativa, repasando la conversación que acababan de tener.

Necesito tu dirección para poder ir a buscarte. —Soltó una carcajada, haciéndola reír en el proceso.

Lo siento, tienes razón —se disculpó, dándole su dirección y luego cortando la llamada.

Al día siguiente, como lo prometió, Carlisle llegó por ella a la una de la tarde, la cita de almuerzo se convirtió en cine y luego una cena. El domingo la invitó a desayunar y pasaron todo el día juntos con los manuscritos de Bella.

La siguiente semana apareció por la editorial a todas horas, ya fuera para llevarla a almorzar o a cenar. La llamaba todos los días, le enviaba flores o alguna otra nimiedad. Era todo un caballero.

El siguiente fin de semana se la llevó a una cabaña que tenía en las afueras de la ciudad. Lo pasaron en la cama en medio de besos, caricias y charlas. Dormitaban, comían y volvían a hacer el amor. Fueron unos días mágicos, y ella regresó más que enamorada de ese hombre.

Los siguientes meses fueron pasando y su relación se fue consolidando. Isabella pasaba la mayor parte del tiempo en el departamento del rubio, quien se dedicó a su nuevo libro mientras ella trabajaba en nuevos manuscritos; tal como lo había prometido Marcus, luego de la charla que tuvieron en la presentación del libro, la había ascendido a editora. Carlisle incluso la ayudaba en las correcciones, aportaba ideas para mejorar la historia, hacía divertidas muecas cuando no le gustaba lo que leía y descartaban ese libro.

Compartían mucho más que solo el gusto del uno por el otro.

...

Salió de sus recuerdos al entrar a su oficina, tenía pendiente la entrega de unos borradores que estuvo revisando toda la semana. Llegó con Marcus, se los entregó, revisaron los cambios hechos, le dio nuevas indicaciones, tomó notas y así, entre correcciones, se les fue el día.

Al salir de la oficina se fue directo a su apartamento, donde Carlisle la esperaba con un ramo de rosas y una invitación a cenar, diciéndole que tenía una sorpresa para ella.

La saludó con un beso apasionado, esperó que se cambiase de ropa y se dirigieron al restaurante preferido del rubio ubicado en el centro de Manhattan, «L'Occitane», que resultaba ser el mismo en el que el novio de su amiga era Chef.

Él se encargó de ordenar para ambos, como era su costumbre, cenaron a la luz de las velas, bebieron champaña y brindaron por su relación. A pesar de sus nervios, Carlisle la tomó de ambas manos y, mirándola a los ojos, soltó la petición que venía planeando desde un tiempo atrás.

—Isabella, sabes que te amo, que durante años, luego de mi divorcio, estuve perdido hasta que te encontré, desde entonces no ha habido más mujeres, solo tú… —suspiró—. Pero esta tortura de estar juntos esporádicamente, vernos y luego regresar cada uno a su casa… me está matando, cariño.

Por un momento Carlisle permaneció en silencio, tratando de encontrar las palabras correctas para su petición.

—Lo que trato de decirte es que necesito más de ti, lo quiero todo, despertar y que seas la primera persona a quien le doy los buenos días, ir a la cama por las noches y que sea tu rostro el último que veo.

Bella no podía respirar, parecía que al fin se le estaba proponiendo.

—N-No te entiendo… ¿qué estás diciendo?

—Que quiero que te vengas a vivir conmigo, que compartamos nuestra vida juntos, ya sea en tu apartamento o en el mío. Quiero una vida contigo, cariño.

—¡Oh, por Dios! Estás hablando en serio —afirmó, más que preguntar.

—Sí, Isabella, hablo en serio. Incluso podemos buscar un nuevo lugar, ¿qué dices?

—¡Claro que sí! Nada me encantaría más que dormir y amanecer a tu lado todos los días. Me ilusiona la idea de buscar un lugar para ambos.

—Dalo por hecho, cariño. Mañana mismo nos dedicamos a buscar nuestra casa. Vamos a vivir juntos y, si funciona y nos llevamos bien, pues… tal vez nos casemos.

Al oír la palabra «nuestra», Isabella se sintió la mujer más afortunada del mundo, obviando por un momento la remota posibilidad de una boda, tal como él lo proponía.

Quedaron de acuerdo en comenzar ese fin de semana con la búsqueda. Carlisle pidió la cuenta mientras la castaña iba al tocador, necesitaba un momento a solas para asimilar lo que acababa de ocurrir, y quería llamar a Alice para contarle lo sucedido.

Se sentía feliz de poder estar a tiempo completo con él, aunque un tanto nerviosa porque nunca había vivido con alguien más, excepto en sus días de universidad cuando Alice fue su compañera de habitación en el campus. Pero tenía un extraño sentimiento que no pudo reconocer.

—Hola, Alice —saludó en cuanto su amiga contestó el teléfono.

Hola. ¿Cómo va la velada? —indagó. Esa era su costumbre, no se iba por las ramas.

—¡Increíble! Jamás vas a adivinar lo que me dijo.

¡Te pidió matrimonio! —soltó acelerada y luego pegó un grito, dejando momentáneamente sorda a la castaña.

—No, Alice, no me pidió matrimonio —contradijo Bella, malhumorada por el arrebato de su amiga.

Entonces... ¿por qué te dijo que era una noche especial? —inquirió, notablemente desanimada.

—Me pidió que vivamos juntos, ya no quiere que estemos separados.

Pues para eso, mejor debió pedirte que se casaran. ¿Quién va a comprar la vaca cuando tiene la leche gratis?

—Gracias por la analogía —espetó sarcástica—. Sabes que él ya atravesó un divorcio complicado, no va a lanzarse a algo tan serio como el matrimonio sin estar seguro.

Su ánimo cambió drásticamente, se encontraba tan confundida, y tener que estar defendiendo sus decisiones ante Alice… Había sido un error llamar a su amiga.

Perdóname —pidió, sabiendo que ella ya se había desanimado—, no quise echarte a perder el momento, es solo que parecía ser el paso lógico para ustedes. Llevan dos años juntos, Bells, no puedes decirme que no es lo que quieres, porque te conozco desde hace mucho tiempo y sé que sueñas con la casa, el marido, los hijos y todo el paquete.

—No estoy diciendo que no quiera eso... todavía —se defendió—, simplemente que me pongo en sus zapatos y sé que no es fácil para él dar ese paso nuevamente. Ya sabes lo que le costó separarse de Esme y, más aún, conseguir que ella le diera el divorcio; aparte, el compromiso no lo da un pedazo de papel.

Entiendo, perdóname, no lo vi desde ese punto de vista. Y perdón por la analogía de la vaca, es lo que constantemente me repite mi papá, dándome a entender que jamás aprobaría que Jasper y yo nos fuésemos a vivir juntos sin un papel y un anillo de por medio.

—Lo sé, pero ese no es mi caso. Ya ves lo que pasó con Charlie y Renée. Soy hija de padres divorciados, pasé mi infancia y adolescencia viajando de una punta del país a otra para pasar temporadas con ambos; y Carlisle vivió lo mismo con su matrimonio fallido. No vamos a tomar esa decisión a la ligera, vamos a vivir juntos y, si funciona, tal vez nos casemos —repitió las palabras que acababa de decirle él.

El tono en que Bells dijo esto alarmó a Alice. Conocía a su amiga a la perfección. Sabía que ella hacía esto porque amaba a Carlisle, no porque fuese algo en lo que ella creyera. Y sabía aún mucho mejor que las últimas palabras no eran suyas, eran de su novio.

Cortaron la llamada, pero Isabella se quedó más confundida que al principio; era verdad que por un momento ella pensó que Carlisle le propondría matrimonio esa noche.

No es que la velada hubiese resultado mal, él no había pedido llevar las cosas más despacio, sino que dieron el siguiente paso en su relación, y la posibilidad de casarse no estaba completamente cerrada; después de todo, él había usado la palabra «tal vez», así que nada le costaba esperar y tener paciencia. Tenía tanto miedo como él de dar ese paso, pero no por eso dejaba de ilusionarle.

Le enseñaría a Carlisle que vivir juntos sería maravilloso, que ella podría cuidarle, ayudarle a borrar los recuerdos amargos que quedaron de su matrimonio anterior, que no por miedo a errar dejarían de intentar. Ella también estaba asustada, recordaba los insultos, gritos y reclamos entre sus padres; pero estaba convencida de que luchar por él valdría la pena, y con esa nueva determinación en mente, regresó a la mesa.

Aún iba distraída saliendo del tocador cuando tropezó con alguien, causando que el desconocido tirara todos los papeles que llevaba en la mano.

Maldiciendo su torpeza, se disculpó repetidamente y se agachó a recoger el desorden que había causado. Al tener los papeles en la mano, se levantó de golpe, estampando su cabeza en el rostro –específicamente en la nariz– del extraño.

—¡Diablos! —jadeó el hombre.

—¡Perdóname! ¿Te hice daño? ¡Lo siento tanto! Dios, soy tan torpe, no fue mi intención.

—Tranquila, no pasa nada, son solo papeles y… mi nariz —explicó, y su voz juguetona sonó incluso aterciopelada.

Cuando ella levantó la vista, se encontró con un atractivo hombre de tez pálida, cabello cobrizo desordenado, ojos verde esmeralda, nariz esculpida -a pesar del golpe y de que se la seguía frotando- pero sobre todo, la sonrisa torcida más coqueta que hubiera visto nunca. Por un momento se quedó deslumbrada ante su presencia, parecía un dios griego, o al menos un descendiente directo de ellos.

Edward, por su parte, estaba embelesado viendo a esa hermosura, era la mujer más linda que pudiera recordar haber visto en su vida, con ojos grandes del color del chocolate, pestañas largas y rizadas, pequeña nariz pecosa, labios rosados y delicados, y ese hermoso rubor cubriendo sus mejillas.

Claramente la chica estaba avergonzada por haber tropezado con él, tirado sus papeles y luego haberle dado un cabezazo en la nariz. Visto desde afuera, la situación era graciosa, y el sonrojo de ella lo hacía más divertido aún.

—De verdad, lo siento —continuaba disculpándose.

—No te preocupes, no es nada que un tabique nuevo no pueda resolver. —Le sonrió, y al ver sus grandes ojos luciendo como un ciervo asustado, maldijo el ser tan sarcástico—. Estoy bromeando, soy Edward —se presentó, esta vez de forma amable al tiempo que extendía la mano.

—Isabella —respondió la chica. Edward pensó que le encantaría llamarla Bella, y cuando tomó su mano una extraña corriente los recorrió a ambos; él frunció el ceño en confusión, y ella soltó su mano inmediatamente.

—¡Que chocante eres! —bromeó frotándose la mano, la corriente había sido como una descarga eléctrica, pero cuando la miró de nuevo, ella estaba ruborizada e incluso mordiendo su labio.

—Lo siento tanto, yo… de verdad, lo lamento.

—Puedes invitarme a una copa y compensar el accidente —ofreció él. La verdad se estaba divirtiendo de lo lindo con sus reacciones y, además, la muchacha lo tenía encandilado, en serio quería llegar a conocerla.

Luego, ella se rio antes de contestar.

—Tendrás que quedarte con el tabique… ¿roto? Estoy aquí con mi novio y no creo que le agrade —rechazó la oferta sonriente.

Y, aunque finalmente le estaba siguiendo el juego, el rostro de Edward decayó sin poder ocultar la sombra de tristeza que se posó en sus ojos.

«Todas las chicas lindas y graciosas ya están con alguien», pensó.

—Bueno, pues disfruta de tu velada. Fue un placer conocerte, Bella. Que tengas feliz noche —se despidió un tanto frustrado y con la intención de regresar a su oficina.

La joven solo sonrió y se despidió con un gesto de mano.

Edward Masen se quedó observándola mientras volvía a su mesa, donde un hombre rubio, algo mayor, la esperaba ya listo para marcharse, le puso su abrigo, besó sus labios y se fueron.

Suspirando, volvió a su oficina. Sin embargo, siguió pensando en ella incluso mientras cerraban el restaurante y cuadraban la caja, es que esa chica era preciosa, tenía un cuerpo de infarto, un rostro de ángel y un aire de inocencia que lo cautivó.

Luego que Irina, su esposa, falleciera a causa del cáncer, Edward había quedado devastado y no había sentido ningún tipo de interés por ninguna mujer… hasta hoy.

...

La había conocido en su primer año de universidad. Irina estudiaba Finanzas, al igual que él, y habían tenido una hermosa amistad durante todo el tiempo que estudiaron. Ambos eran el consejero sentimental del otro.

La última noche de clases, en el edificio donde ella vivía organizaron una fiesta y ambos se emborracharon, lo que los llevó a dormir juntos. A la mañana siguiente cuando despertaron desnudos y abrazados, ella se avergonzó, pues realmente creyó que solo serían amigos, ya que él nunca le dio ninguna señal de algo más. Sin embargo, la reacción de Edward fue por mucho distinta, recordaba perfectamente las curvas de su amiga y eso lo excitó nuevamente, lo que condujo a una buena ronda de sexo matutino.

Habían empezado solo acostándose, hasta que un antiguo novio de Irina la llamó para pedirle una nueva oportunidad, Edward se puso furioso pidiéndole exclusividad; realmente no quería compartirla, ni tampoco que ella lo compartiera a él. Con su amiga tenía todo, cariño, pasión y amistad.

Un par de años después de eso, Irina llegó una tarde, pálida como un fantasma, con la noticia de que estaba embarazada. Edward se emocionó, le tomó de la mano y la llevó al registro civil, ahí se casaron con Dios y el juez de testigos. Celebraron haciendo el amor varias veces esa noche a la luz de las velas.

A la mañana siguiente fueron con el ginecólogo, quien les confirmó que efectivamente Irina tenía cinco semanas de embarazo. Al salir de la consulta, fueron con ambas familias a darles las noticias, del matrimonio y del bebé que venía en camino.

Todos se emocionaron, les ayudaron con la búsqueda de una casa para que formaran su hogar e incluso con el pago inicial. Pero necesitaba un trabajo de verdad para poder mantener a su familia, así que con la ayuda de su amigo de infancia, Jasper Whitlock, que estudió para chef en Europa y había sido pupilo de los mejores en esa rama en Paris y España, se decidieron a poner su restaurante.

Comenzaron en un pequeño local, que poco a poco se fue dando a conocer y tuvo su momento de fama cuando un crítico de cocina les dio las cinco estrellas. De ahí en adelante el negocio se fue para arriba.

Lamentablemente no sucedió lo mismo con el embarazo de Irina; mientras el negocio prosperaba, su embarazo llegaba a su fin. Una noche despertó con fuertes dolores y una hemorragia intensa, al llegar al hospital les dieron la noticia que había sufrido un aborto espontáneo.

Ambos se deprimieron, ella lloró la pérdida de su hijo, y pensó que Edward se divorciaría ahora que ya no venía el bebé en camino, siendo esa la razón por la cual se casaron. Pero de nuevo, y para su sorpresa, aún dentro de su dolor, Edward soltó una carcajada ante esa sugerencia, confirmándole que el matrimonio era para toda la vida, que estaban en esto juntos "hasta que la muerte los separe".

No sabía Edward en ese entonces lo ciertas que serían esas palabras en su matrimonio.

Dejaron pasar un par de años antes de intentar nuevamente formar una familia, Edward quería dedicarse al restaurante, e Irina era quien les ayudaba como anfitriona. Lamentablemente no tuvieron suerte, ya que los dos embarazos siguientes culminaron en abortos también.

Eso los destrozó a ambos.

Irina entró en depresión y Edward no supo cómo ayudarla. Buscó ayuda en sus suegros, quienes le recomendaron un excelente terapeuta, pero el proceso fue lento y desgarrador.

Lamentablemente, por enfocarse en sacarla de la depresión, no notaron los primeros síntomas del cáncer, y para cuando los descubrieron, ya era demasiado tarde. Irina murió un año después de la detección, tras luchar contra la enfermedad y perder la batalla.

...

Habían pasado ya seis años de la muerte de su esposa, Edward había tenido algunas relaciones fallidas, ligues de una noche, pero seguía sin encontrar a la persona que despertara su corazón.

Con humor, ahora un tanto sombrío, dejó el recuerdo de la castaña y se puso a trabajar. Estaba en la oficina cuando entró Jasper, tenían como costumbre que al cerrar el restaurante se tomaban un trago, charlaban una hora a lo sumo y cada uno partía a su respectiva casa.

—Conocí a alguien esta noche —empezó a relatar Edward—, nos tropezamos a la salida de los baños de damas, y todas las facturas que traía en la mano se cayeron al piso. Ella las recogió y cuando se levantó por poco me fractura la nariz —comentó al tiempo que se sobaba ligeramente haciendo un mohín. Jasper se carcajeó abiertamente de su amigo, esas cosas solo le pasaban a él.

—¿Y qué pasó con ella? Cuéntame —pidió cuando logró dejar de reír.

—Le pedí que nos tomáramos una copa y me dijo que a su novio no le agradaría la idea —relató el cobrizo.

—Lo siento, hermano —consoló Jazz—. Pero no creo que sea la última mujer sobre la tierra para que te deprimas. Te he ofrecido mil veces presentarte a las amigas de Alice y siempre te has negado.

—Sí, pero te recuerdo lo qué pasó cuando me presentaste a la tal Jessica —escupió el nombre con desdén y un escalofrío le recorrió la columna vertebral—. Resultó estar loca, me llevó meses lograr deshacerme de ella, tuve que amenazarla con levantar una orden de restricción en su contra. —Jasper volvió a reír recordando el episodio de la lunática, como le decían a la rubia.

...

Alice había querido emparejar a Edward con su mejor amiga. Pero la noche que ella había intentado que se conocieran, durante la presentación del libro de algún escritor, éste recibió una llamada del restaurante diciéndole que la carne que había comprado llegaba descongelada y con mal olor; tuvo que salir corriendo hacia allá, discutir con el proveedor y conseguir que le cambiaran el producto.

Desafortunadamente ya no pudo llegar al evento, se disculpó con Alice cuando ella llegó a saludarlos, sabiendo que Jasper y Edward todavía se encontrarían en el local. El cobrizo le pidió que le presentara a su amiga al día siguiente, que la llevara a cenar al restaurante, pero ésta hizo un mohín y le dijo que ya no podría ser, que esa misma noche había conocido a alguien más y tenía una cita para el día siguiente. Quiso intentarlo una vez más la siguiente semana, pero resultó que la susodicha amiga se había ido de la ciudad el fin de semana, con el que al parecer ya era su novio.

Entonces quiso emparejarlo con Jessica, lo que resultó ser un error garrafal. La primera noche parecía que habían congeniado, hablaron de todo un poco y acordaron salir nuevamente. Las dos citas siguientes fueron un éxito, pero luego que se la llevó a la cama, la mujer enloqueció. Se aparecía en el restaurante a todas horas queriéndole sorprender, lo llamaba constantemente, lo celaba posesivamente, le hacía escenas en cualquier lugar que se encontraban cuando alguna mujer miraba descaradamente en su dirección.

La gota que derramó el vaso fue una noche que la llevó al cine y unas chicas ahí le lanzaron miradas lascivas; una tuvo el atrevimiento de acercarse para darle su número de teléfono, y Jessica perdió los estribos abalanzándose sobre la mujer, iniciando una pelea afuera de la sala de cine. Para su desgracia, las amigas de la chica atacada llamaron a la policía, y Jessica fue detenida por lo que se vio obligado a pagar su fianza y sacarla de la cárcel. Esa misma noche terminó la relación con ella.

Ésta no lo aceptó con facilidad y comenzó a acosarlo, literalmente. Se aparecía en todos los lugares a los que Edward asistía, le llenaba de mensajes su contestadora, le cubrió de post-it su carro, aparecía justo a la hora que cerraban el restaurante y se le insinuaba. Edward la rechazaba caballerosamente, pero a las cansadas, la tuvo que amenazar con obtener una orden de restricción en su contra, y al fin consiguió que la chica lo dejara en paz.

...

Después de ese episodio, el cobrizo no dejó que Alice lo volviese a emparejar con ninguna de sus amigas. Prefería salir a los bares y levantarse cualquier ligue de una noche. Pero ya estaba cansado de esa vida, a él le había gustado mucho estar casado, le había emocionado la idea ser padre, no quería quedarse solo eternamente.

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Los fines de semana siguientes a la proposición de Carlisle fueron emocionantes, se encontraban felices y enamorados; él y Bella recorrieron con Kate Denali, la agente de bienes y raíces encargada de mostrarle a la pareja varios apartamentos y casas, dentro y fuera de la ciudad.

Encontraron un penthouse del que ambos se enamoraron, era amplio y tenía una vista espectacular de Central Park, a ambos les quedaba cerca del trabajo, aunque el costo era elevado, Carlisle le había asegurado a Bella que ella merecía lo mejor, y que si de verdad le gustaba, entonces ese sería su nuevo hogar.

Aún estaba en las últimas remodelaciones, por lo que no podrían mudarse sino dentro dos meses, lo que a ambos les pareció perfecto, les daba tiempo de organizarse, a Carlisle de rentar el apartamento en el que actualmente vivía, y a Bella de entregar el de ella.

Habló con su arrendatario, le dio la fecha en que estaría desocupando el lugar y se puso manos a la obra para embalar sus cosas, no quería que estuviera desorganizado, tenía cajas rotuladas para todo, libros, cocina, ropa de cama, artículos de baño y así sucesivamente. Alice pasaba la mayor parte de su tiempo libre con ella, ayudándola en lo que pudiera, aunque ser organizada no era precisamente una de sus virtudes.

Un par de semanas después, las cosas se complicaron al recibir Carlisle una llamada de Esme, su exesposa, diciéndole que Rosalie había tenido un accidente automovilístico y que se encontraba gravemente herida.

Viajó inmediatamente a San Francisco para acompañar a su hija, estar a su lado y asegurarse que todo saliese bien. Llamó a Bella del aeropuerto explicándole la situación y le dijo que volvería en cuanto Rose estuviese recuperada. Ella le brindó palabras de aliento y consuelo, le dijo que lo amaba y que estaría al pendiente de la salud de la joven.

Esos días, Alice la acompañó constantemente, llevaba vino y charlaban y reían durante horas, justo como en la universidad. La pelinegra le contó que esa noche saldría con Jasper, quien le había dicho que era una cena especial, así que ambas asumieron que al fin le propondría matrimonio, ya llevaban juntos casi cinco años, era lo lógico.

Se vistió y arregló en el apartamento de Bella y partió, con la promesa de ser la primera persona que llamaría para contarle cómo había resultado todo.

Luego de que Alice se marchase, Bella se terminó la copa de vino y decidió llamar a Carlisle. Intentó una vez, dos veces, tres y no obtuvo respuesta; así que le dejó mensaje de voz.

—Hola, soy yo. Llamaba para saber cómo seguía Rose, cómo estás tú, cómo sobrellevas la situación. Supongo que no es buen momento. Llamaré mañana, que pases feliz noche. Te amo —colgó.

Más tarde esa misma noche, su teléfono sonaba insistentemente, salió de la ducha aún enjabonada y medio envuelta en una toalla a contestar, pensando que podría ser Carlisle devolviendo su llamada.

—¿Aló? —Al otro lado de la línea, la otra persona no dejaba de gritar—. Alice, por favor, cálmate que no voy entendiendo nada —rogó, esperando que su amiga dejara de pegar semejantes alaridos.

¡Nos vamos a casar, nos vamos a casar, nos vamos a casar! —repetía una y otra vez.

—¡Enhorabuena, amiga! Me alegro mucho por ti —felicitó, aunque no pudo evitar sentir una punzada de envidia.

Deberías ver semejante roca que tiene el anillo. Dios, te juro que la mano tendré que llevarla en grúa de ahora en adelante —bromeaba Alice.

—Estoy segura que me la enseñarás en cuanto nos veamos —mencionó riendo—. Ahora, ve a celebrar con ese prometido tuyo y nos vemos mañana para que me cuentes todos los pormenores —ordenó la castaña. Alice aceptó inmediatamente y colgaron.

Bella decidió intentar una última vez comunicarse con Carlisle antes de acostarse, pero no tuvo suerte, así que se metió de nuevo a la ducha, terminó de bañarse y se fue a la cama a dormir.

La semana pasó y Bella seguía sin noticias de su novio. Alice la había llamado avisándole de la cena de compromiso que realizarían el fin de semana en el restaurante de Jasper y su socio; ese día cerrarían las puertas al público para poder tener una velada íntima entre amigos y familiares. Bella confirmó su asistencia, diciendo que por nada del mundo dejaría de celebrar esa ocasión con su amiga.

El sábado llegó, ambas amigas pasaron todo el día en el salón de belleza consintiéndose con masajes, manicura, pedicura, depilación, corte de cabello, peinado y maquillaje.

Salieron al apartamento de la pelinegra y ahí se vistieron para la ocasión. Bella llevaba un mono de encaje negro de manga larga y la espalda abierta, con lentejuelas, un intrincado patrón de abalorios cosidos a mano, y elementos transparentes en todo el cuerpo y bajo en la cintura, así como los brazos y en los lados de las piernas, y tacones negros a juego. Alice optó por un vestido corto de lentejuelas plateado y zapatos gris oscuro de tacón. Con bolso en mano se subieron al Mini Cooper de Bella y se dirigieron al lugar.

Al entrar al restaurante, todos corrieron a felicitar a la futura novia y, para sorpresa de Bella, se encontró con una mirada verde esmeralda que lucía tan sorprendida como la de ella.


Iba a ser un OS, pero resulta que me quedó muy largo, así que será Two Shot, mañana subo el otro capi.

Espero que les guste, besos.

Sarai.