¡Hola! Oficialmente esta, hasta el momento es una de la historias más largas que he escrito. Por ahí tengo otra que quizás sea igual de larga o más, pero al momento, esta tiene una linda longitud.
Bien. Escogí el superpoder llamado amnepatía, que es la habilidad de borrar y modificar la memoria. Si he de ser franca, tuve un poco de inspiración de otro de los fandoms en los que he escrito. Me gustaba la idea de que los recuerdos que forman una relación no sean lo único. Este reto creo que fue uno de mis favoritos. Siempre me han gustado los superhéroes y por eso me llamo mucho la atención la idea de los poderes.
A pesar de no ser un poder tan común, a mi me pareció genial, tiene mucho campo de exploración. Y además tenía ganas de escribir de los pequeños Sherlock y John, espero imaginarlos de niños les sea tan divertido como a mi me resulto.
Disclaimer: Los personajes aquí me presentados no me pertenecen. Le pertenecen a Conan Doyle y en la versión de la BBC a Steven Moffat y Mark Gatiss. Si los personajes me pertenecieran, Sherlock usaría siempre la camisa morada y John no solo haría el té en las tardes.
Como siempre, las sugerencias y comentarios son bienvenidos. Y si necesitan saber algo más de las reglas de los superpoderes, aquí estoy para ello. Si alguien conoce un superhéroe que tenga este poder, se agradecerá también comentarlo. Yo no recordé ninguno.
Este fanfic participa en el Rally "The game is on!" del foro I am sherlocked, para el equipo "Nicotine Psychopath"("No soy una psicópata soy una adicta a la nicotina"). Reto 3: Superpoderes.
"Solo un instante"
—Hola Sherlock—John entraba por la puerta del 221B de Baker Street como era su costumbre. Y como era costumbre de su compañero de apartamento, este se encontraba enroscado en su sillón favorito, en bata y con una actitud infantil
—Howa Jawn— Fue más o menos lo que sonó de contestación. Las cosas eran así desde que tenía memoria. O mejor dicho, desde que Sherlock tenía memoria.
La realidad de las cosas es que, hubo un tiempo, hace muchos años, en que las cosas habían sido diferentes. En donde todo había sido mejor. O lo había parecido. Sherlock no lo sabía, pero John había estado junto a su lado casi toda la vida.
Se habían conocido por que la familia de Sherlock era la dueña de las empresas donde trabajaba el padre de John. Los Watson eran siempre muy trabajadores y los Holmes los tenían en alta estima. La suficiente alta estima como para dejar que sus hijos jugaran juntos. Pero claro, eso era algo que Sherlock no recordaba.
Nunca recordaría como, una tarde de verano se conocieron, con solo 6 años. Y como, desde ese momento, John sabia que tenían que estar juntos.
—John, ¿Ves a ese niño de cabello rizado al lado del chico pelirrojo? ¿El que esta sentado en el césped?— Su madre quería evitar señalarlo. Ya había sufrido mucho el pobre con todos los señalamientos.
—Si mami. ¿Qué tiene? — John era un niño sensible, alegre y siempre se preocupaba por los demás.
—Esta solo cariño. Los otros niños no han querido jugar con él— La señora Watson no quería ni mentirle, ni espantar a su hijo. Esa era la verdad, pero omitiría las razones.
—¿Por qué? —Claro, no se puede huir lejos de las sagaces y pertinentes preguntas de un niño de 6 años.
—No lo sé cariño. Tal vez por que es alguien especial. ¿Te gustaría conocer a alguien especial? —Si, no cabía duda que eso era verdad. Sherlock era especial. Por lo que le había contado su madre, el pequeño no era como el común de los niños. No es que no fuera un niño, pero hablando tan propiamente y dirigiéndose a todos muy lejos del lenguaje de un niño de su edad, si que destacaba. La señora Watson cruzaba los dedos y confiaba en el buen corazón de su hijo. El niño pareció analizar las palabras de su mamá, no entendía el alcance de sus acciones, pero estaba seguro que haría bien.
—¡Si! Al fin y al cabo todos somos iguales ¿No es así mami? —Su mamá sonrió tristemente. Sabía que estaba listo para todo. Pero tenía que dejar un punto muy claro:
—No cariño, hay algunos que son especiales, pero todos merecemos cariño. ¿No te parece? Es muy triste discriminar a alguien solo por que no se parece a ti. ¿Entiendes? —Su madre quería dejar las cosas lo mejor posible. Por el bien del futuro.
—¿Eso quiere decir que nadie quiere a ese niño por qué no es igual? —John comenzaba a entender lo que decía su mamá.
—Así es. ¿Tu dejarías de quererlo solo por que no hace lo mismo que tú? —Su madre no podía sentirse más orgullosa. Su pequeño, tenía un corazón de oro.
—No mamá, prometo quererlo siempre. A mi no me gustaría que me dejaran de querer solo por que soy diferente. Yo cuidaré de... ¿Cómo se llama? —John ahora sonreía. Tenía una misión, un propósito y un nuevo amigo. Todo en el mismo paquete.
—Se llama Sherlock. Sherlock Holmes. Pero, ¿Por qué no vas y lo conoces? —Su mamá le dedico una sonrisa, que hacía sombra con el sol reflejante. Y el niño asintiendo, se acerco al lugar donde el niño de los rizos ahora jugaba solitariamente. El pelirrojo lo veía a lo lejos, se había apartado un poco y se asombro un poco al ver que ese alto niño rubio intentaba entablar conversación. Decidió retirarse para que los dos niños pudieran jugar a gusto.
—¡Hola! ¿Qué haces? — John dedicó una de sus mejores sonrisas al llegar a su lado.
—Juego, ¿No es obvio? —Sherlock estaba siendo rudo. No quería que nadie se metiera en sus asuntos. Fue esa pequeña frase lo que hizo entender lo especial que era Sherlock. Pero John era una personita de palabra, y aunque le costase se iba a hacer amigo de Sherlock Holmes.
—Cierto, perdona. ¿A qué juegas? — John se acercó más y se sentó enfrente del niño Y lo que vio lo dejo sin habla. Tenía una piel pálida pero hermosa, sus rizos caían despreocupadamente sobre su frente. Tenía gel en casi todo el cabello, pero su cabello volvía a ser rizado, señal de un fallido intento por acomodar ese cabello rebelde. Pero lo que más le impacto fue el color de sus ojos. John, a esa edad no conocía muchos colores, pero estaba seguro que los ojos de Sherlock contenían la gran mayoría de los colores que el conocía.
—No te importa —Si, era rudo. Pero estaba cansado de que todos los niños lo miraran raro. De que todos se burlaran de él. Él no era diferente, solo... solo que los demás no entendían nada.
—Cierto, solo me quedaré aquí a jugar ¿Vale? —John entendía que lo mejor era dejar las cosas así. Si Sherlock no quería jugar con él, no había problema. Ya tendría otra ocasión de intentarlo.
—Haz lo que quieras, ya me marcho —El pequeño con rizos en la cabeza hizo un intento de levantarse y marcharse. Estaba harto de los fallidos intentos de los adultos por "normalizarlo". Él no era diferente a los demás, tenía ojos, cabello y le gustaba jugar. Que los niños de su clase, sus vecinos y todos fueran lentos no era su culpa.
—Bueno, es una pena... —Comentó simplemente John. Era lo que sentía, una pena de que, ese fallido intento fuera tan desastroso. Pero, su mamá decía que las mejores cosas siempre llevan tiempo. Las buenas cosas siempre cuestan más trabajo que las cosas que no duran.
—¿Por qué tendría que ser una pena? —Le preguntó altaneramente el niño Holmes. Era evidente que dejar esas absurdas pláticas no era una pena.
—Por que entonces ya no tendría compañero — Dijo John mientras buscaba cosas en sus bolsillos. Sherlock abrió la boca para decir algo hiriente, pero por esta no salio nada. ¿Qué ese niño rubio y simplón quería jugar con él y solo con él? ¿Qué no le decía fenómeno, tontuelo, lento ni nada de eso? Bah, sería todo con otra intención.
—Si, ya no tendrías uno. ¿Por que necesitarías un compañero? — La duda le perforaba. Intento decir "¿Por qué necesitarías un compañero como yo?" Pero entendió que, por una extraña razón ese niño no sabía anda de él. No era compañero de su escuela, lo que era bueno. Interesante. El niño Watson era interesante. Y esa palabra solo la utilizaba para la ciencia.
—Por que es un juego de dos — John no entendía al pequeño Holmes. Pero no le desagradaba. Suponía que, si al igual que él todo mundo le dijera de cosas reaccionaría así. Le parecía un niño normal. Quizás de esos niños adinerados y que probablemente le compraban todo lo que pedía, pero normal. Inclusive hasta más interesante que los niños con los que acostumbraba jugar.
—¿Un juego de dos? — El mundo tenía que tener algo raro. Ese niño quería jugar un juego de dos.
—Me apuesto a que no conoces muchos de esos — Si, John estaba picando el orgullo del niño Holmes, (Sherlock, ese nombre era difícil de aprender), pero por lo que vio, era poco probable que un niño así se ensuciara jugando a policías y ladrones o a los piratas. Era impensable.
—No seas tonto, por supuesto que los conozco. Pero nunca juego a nada de eso, es aburrido —Dijo Sherlock después de resoplar. Pero se había vuelto a sentar, como derrotado ante la incapacidad deque su compañero de jugara algo divertido. Ya le enseñaría él la diversión. En todo el tiempo que llevaba jugando consigo mismo jamás se había aburrido.
—Bueno, este no es aburrido. Voy a subir a ese árbol, y el primero que caiga pierde —Dijo John poniéndose de pie. Si eso no tentaba a Sherlock, no sabía que.
—¿Ves? Es aburrido, cualquiera sube a un árbol — Sherlock y también se había puesto de pie. Ese árbol era su favorito, se había cansado de escalarlo.
—¿Y entonces que hacemos, genio? —A John jamás le habían dicho que sus juegos eran aburridos.
—Pues mejor subimos al árbol y jugamos a los espías. Oh... se me ocurrió algo mejor. Subimos al árbol y fingimos ser piratas. Yo seré el Capitán Holmes y tu seras el Maestre Watson — Y dicho eso se hecho a correr, cuando llegaron el pie del árbol, el niño pregunto:
—¿Cómo sabes que me llamo John Watson? — El niño estaba fascinado viendo como su nuevo compañero de juegos subía al árbol
— Eso fue elemental Watson. Eres rubio como tus padres, tienes los ojos azules, tienes mi edad. Sé que los Watson tiene un niño de mi edad. Era obvio que tarde o temprano ibas a jugar conmigo — El niño se sentó en una gruesa rama, no muy alto. Mycroft le regaño la última vez por subir muy alto por perseguir abejas. Ahora no quería lastimarse o lastimar a su acompañante de aventuras.
—¡Fantástico! — Fue lo que alcanzo a decir John mientras trepaba. A pesar de ser más alto que su nuevo amigo, le costo mucho más trabajo. ¡Ja! Pero nadie le decía no a un Watson.
—¡Gracias! No muchos dicen eso...Ahora... ¡El juego comienza maestre! — Y así, estuvieron fingiendo ser piratas, hasta que sus mamás se dieron cuenta que llevaban horas encima de una inestable rama y corrieron preocupadas a gritarles, como cualquier mamá, que bajaran de inmediato si no querían sufrir las consecuencias. Cuando bajaron tenían moretones por todos lados, barro, y hojas. Pero las mejillas sonrosadas y una amplia sonrisa. Y supieron que, había sido tan divertido jugar juntos, que no iban a querer separarse jamás.
John rió al recordar como era más fácil antes sacar a su amigo de su necedad. Bueno, cuando era niño era tan diferente. Se le hizo un nudo en la garganta al pensar que, con todas las de la ley, el había tenido la culpa de casi todos los cambios.
—Si no sales de tu madriguera Holmes, te sacare a patadas — Ahora, la única manera de que Sherlock dejara de estar en su estado de "soy una nutria y me hago bolita en mi sillón" eran las amenazas. Y cumplirlas por supuesto.
—Soy cinta negra en Jiujitsu, se boxear, lleve esgrima, tiro con arco, y vacié tu pistola hace horas. Quiero verte intentándolo —Sherlock simplemente se aferro más al sillón.
—Compre tus galletas favoritas —Fue la respuesta de John. Sherlock a veces era como un niño chiquito, y sabía que la fuerza no era el camino para conseguir algo con él. Por eso, siempre tenía el último recurso a la mano. Oyó un gruñido de parte de bulto en sillón, que significaba que el detective consultor pronto se rendiría. Pero, a pesar de tener la batalla ganada, a John se le estrujo el corazón, por que recordaba cual era la razón de la que Sherlock hubiera tomado tantas clases de combate.
Recordó, ese día, años atrás, cuando solo tenía 8 años y llegaba a casa de los Holmes para enseñarle a Sherlock la canción que había aprendido en el clarinete. Y solo se la aprendió por que Sherlock había dicho que la sabía tocar en el violín y le daba ilusión tocar algo juntos. Aunque probablemente quedara en ridículo, por que no era tan bueno como su amigo pero no quería dejar de intentarlo.
Tocó la puerta de la residencia Holmes con mucha alegría. Ya era un habitual, iba cada que le daban permiso. La casa de Sherlock quedaba a 15 minutos de su casa caminando. Era técnicamente otra parte de la ciudad, pero 15 minutos de caminata no eran muchos, por lo que era fácil hacer todo y escapar a casa de su amigo. Después de un momento le abrió la puerta la mamá de Sherlock.
—¡Hola señora Holmes! ¿Estará Sherlock en casa? — A veces el más pequeño de los Holmes iba a clases de violín o de idiomas y no estaba en su casa. Pero John se había aprendido el horario y casi nunca fallaba en saber si su amigo se encontraría en casa. Pero la educación era lo primero. Así le decía su mamá. Y al él le encantaba restregarle a Harriet que era el más educado.
—Si John, pasa —La señora Holmes siempre era muy amable con él. Tal vez por que de cierta manera le agradecía que, a pesar de dos años juntos, un montón de comentarios hirientes sin intención y otras cosas ese chico seguía visitando a su hijo. Y seguía siendo su amigo.— Esta en su habitación. ¿No quieres buscarlo? — La señora Holmes estaba preocupada por que Sherlock ni siquiera había bajado a comer. Y sabía que John hacía maravillas en el humor de su hijo.
—Si señora Holmes, con permiso — Y, sabiendo perfectamente donde dormía su amigo fue a tocar su puerta.
—Sherlock, soy yo, John — El pequeño Watson estaba muy entusiasmado, ajeno del todo al humor de su amigo.
—Vete, quiero estar solo — Sherlock había respondido mal. ¿Qué le pasaba?
—Pero... pero aprendí la canción —John sabía que su amigo podía ser agresivo pero eso era ridículo —Ni que fuera Mycroft para que me niegues la entrada —Dijo John antes de abrir la puerta (que afortunadamente no tenía seguro ) y entrar a la habitación.
El niño de los rizos negros no tuvo tiempo de reaccionar, cuando vio al pequeño rubio entrar por su puerta. No tuvo a donde esconderse, por eso la cara de sorpresa de su amigo fue mayor.
—¿Qué diablos te hicieron? — Ahí, sentado en la cama, estaba un niño, sucio, con el uniforme roto y lleno de golpes.
—Me caí —Contestó Sherlock con el orgullo herido. No había querido que nadie lo viera, aunque Fatcroft lo vio cuando llegó de la escuela. De seguro ya lo sabía, y le diría a su padre, y luego a su madre y entre todos lo regañarían.
—Pues para caerte, peleas pésimo ¿Con cuantos "te caíste " si se puede saber? — John sabía que eran golpes de peleas. Su hermana se había enredado en una hace poco tiempo en una y había quedado igual. Así que no había sorpresas.
—Fueron 4. ¿También me vas a regañar?¿Crees que no me defendí? —Sherlock ahora estaba molesto. Su amigo no lo había regañado, que va, había simplemente señaló lo incompetente que era para pelear con 4 niños de 6 grado. ¿Y qué esperaba?
—No, se que te defendiste. Quizás no se la razón exacta por la que... —John solo quería saber que pudo haber hecho enojado tanto a su amigo. Normalmente nada lo sacaba de sus casillas. Podían decirle fenómeno, anormal, raro, y un sin número de cosas sin que Sherlock diera señales de reacción
—Me dijeron fenómeno ¿Satisfecho? —Jamás, jamás por nada en la vida le diría la verdad a John.
—No, no lo hicieron ¿Verdad? —John entendía más que nadie a su amigo.
—Ya sabes que no. ¿Que debería hacer ahora John ? — Sherlock entendía que John sospechaba sus razones. Pero primero muerto y enterrado antes de decirle que había sido por defenderlo. Los niños lo habían visto jugar con John, y ellos lo habían insultado. En contra parte el había señalado todo lo que pudo y había utilizado su muy afilada lengua con saña. No iba a rebajarse, pero cuando le dijo al más grande que "de seguro como eres el primer hijo y por tu culpa se tuvieron que casar tus padres" se había extralimitado. Además no importaba, estaba seguro de que John en otras circunstancias hubiera hecho lo mismo.
—Pues... aprender a defenderte, supongo... — John se fue a sentar al lado de su amigo y lo miro de cerca. Su piel, normalmente blanca lucía un tono verduzco nada alentador. Y pasaría, con toda seguridad al morado en unos días.
—¿Me puedes enseñar? —En los ojos de Sherlock brillaba su curiosidad nata. Siempre queriendo aprender todo lo que se puede aprender.
—Mmm pues... mi papá me enseño solo algunas cosas, golpes básicos de box. No se si sea de uti...—No había acabado la frase cuando Sherlock ya se había levantado.
—¡Genial! ¡Golpeame entonces! — Y había adquirido una posición nada defensiva.
—Sherlock, no te voy a golpear, ya estas lo suficientemente golpeado como para eso — Si, le había dicho que no le enseñaría, pero se había puesto de pie. Y eso era suficiente como para activar la necedad Holmes.
—Bueno, entonces ¡Enseñame! Lo que sea, no quiero ser un gusano. Ya es suficientemente malo con que toque el violín. — Sherlock, de una manera extraña, estaba dejando ver un poco más de su corazón.
—Bien, te enseñare —Sherlock puso una gran sonrisa. — Pero antes tenemos que curarte todo eso, pareces el pastel de carne de mi hermana — Harriet había intentado cocinar y su experimento lucia muy parecido.
—Puaj, si me debo de ver terrible.. —Sherlock estaba sonriendo. No importaba pelearse con medio mundo, si John seguía a su lado. Sin él, se perdería. Como barco sin capitán. —Permiteme — Y dicho eso se fue a ver al baño. Cuando llegó al espejo, simplemente rió a carcajadas
—Sherlock, ¿Estas bien? —A John le había sorprendido el ataque.
—¡Si! ¡Es que si luzco como el pastel de carne de Harriet Watson! — Y con ese comentario los dos se carcajearon. Sus risas llegaban al piso de abajo, donde, por primera vez en todo el día la señora Holmes respiro. Si, John había logrado que su hijo viera el mundo diferente, como siempre.
—Bueno, basta de charlas, trae el botiquín, yo te ayudo — Sherlock siguió las indicaciones. Ya se había quitado el uniforme manchado y se había puesto ropa limpia. Milagrosamente se sentó obedientemente en el borde la cama. Traía unos pantalones cortos que permitían ver sus rodillas llenas de raspones. Un corte en la mejilla, un ojo morado y arañazos en los nudillos.
—Oye John, ¿Si sabes como curar? — A Sherlock le asaltó la duda. Su amigo tenía muchas cualidades escondidas.
—¡Claro! Harriet me enseño, y dice que soy tan bueno que podría dedicarme a ello —Si de algo podía estar orgulloso John era de su habilidad para curar a las personas, para hacerlas sentir mejor. Ese era su talento, si señor.
—¡Hey no suena mal! "Doctor John Hamish Watson" podría acostumbrarme —A Sherlock le fascinaba decir el nombre completo de su amigo.
—No te acostumbres al Hamish, ese nombre no es algo que me guste oír William Sherlock Scott Holmes — A Sherlock le dio un escalofrío. Estaban empatados.
Y resulto que John tenía razón, que era muy bueno curando. Y una vez que hubo acabado, se escuchaba todo el alboroto que hacían el par de niños imitando golpes. Los dos reían, aunque Sherlock intentaba absorber todo.
Los dos bajaron a cenar juntos. John aceptó la invitación con una sonrisa, por que Sherlock reía, y contaba cosas, hablaba de piratas, tesoros, y magos. Hablaba, y hablaba y a John le gustaba su voz. También lo que decía, pero cuando oía a Sherlock se sentía tranquilo.
En cuanto John se fue, los padres de Sherlock lo llamaron al cuarto que usaban como despacho.
—Antes de que me regañen, ya se que Mycroft les dijo cosas — El pelirrojo estaba parado en la puerta, y cuando se volteo a verlo Sherlock articulo "chismoso" para que solo el lo oyera, aunque el aludido solo sonrió sarcásticamente — independientemente de si son ciertas.
—Sherlock, por supuesto que son ciertas, tienes cardenales por todos lados — El señor Holmes no estaba enojado con su hijo. Estaba preocupado por su salud, por su estabilidad física, mental, emocional.
—Bien, solo quiero implorar... ¿Puedo tomar clases de boxeo? Por favor...— Y ahí, en medio de la sala, con ojos de cachorro y la cara partida, Sherlock Holmes imploraba por su deseo. Todos quedaron desconcertados, pero sonaba lógica su propuesta. Así que accedieron. Sherlock jamás les dijo a sus papás que había ocurrido con exactitud, y ellos tampoco preguntaron. Conocían a su hijo, y sabían lo necio que era. El único que sospecho que todo, las clases, el cambio de humor y los golpes tenían que ver con el menor de los Watson fue Mycroft. Pero sin pruebas, era mejor no decir nada. Además, lo que no sabía el mayor de los Holmes, es que alguien más acabaría con la desgracia de su hermano.
Había pasado solo una semana del incidente, misma en que los golpes habían cambiado de tonalidad, cuando Sherlock y John decidieron ir a celebrar la primera clase de boxeo del chico Holmes a una heladería. Por supuesto que Mycroft los había llevado. Ahora fungía como niñera de su hermano. Le fastidiaba sobre manera la sola idea pero, él y sus padres habían decidió que la mejor opción era que recogiera a Sherlock todos los días de la escuela, para así evitar otro abuso. Pero, de eso a llevar un par de niños ruidosos a la heladería había mucho diferencia.
Los niños caminaban alegres por la acera, comentando de que pedirían los helados y si ya habían probado uno u otro sabor, pero en cuanto entraron en el local, Sherlock se puso pálido. Era muy sigiloso y discreto, pero su cambio fue evidente. John lo interrogo con la mirada, y el chico de los rizos, a pesar de ser más bajito que el rubio, logro apañárselas para susurrar su oído.
—John no voltees. En la mesa de la esquina, están los cuatro estúpidos que me pegaron — Cuando pudo, John echo una mirada de soslayo y lo comprobó. Ahí, había cuatro gorilas. Le devolvía el crédito a su las clases serían buen luchador, por que esos niños estaban gigantes. Pidieron sus helados, con la precaución de evitar que los vieran y salieron del local. Iban un par de cuadras adelante, cuando John dijo:
—¡Deje la billetera en el mostrador— John no era de esas personas que pierden cosas, pero efectivamente no la traía. —Ya regreso por ella — Menciono cuando comprobó sus bolsillos.
—¿Quieres que te acompañe? — Le preguntó Sherlock. A John le daba risa que, a pesar de ser tan ácido, su amigo era amable en ocasiones.
—No, no te preocupes, adelántense y los alcanzo. Ten, es la muestra de que regresare — Y le paso a Sherlock su cono de helado de menta —¡No me tardo! —Y echó a correr.
La realidad es que no había perdido nada. Iba a ajustar cuentas, como los Watson sabían, con esos salvajes. Y por eso había elegido la heladería como escenario. Entró, y fue a la mesa. No necesitó presentaciones, sabía que lo conocían. Los había visto con anterioridad. Y entendía todo, como funcionaba.
—¡Vaya! Es el amigo del fenómeno. ¿Ya va a empezar a reunir talento para el circo?— El más grande no había ni esperado a que se pusiera delante de la mesa para insultarlo.
—Óyeme bien, desgraciado. Más te valdría olvidarte de que conoces a mi amigo —Si, era uno contra cuatro. Todos eran más altos que John, y probablemente le darían una paliza. Pero nadie, absolutamente nadie insultaba a su amigo.
—Oh... que tierno, viene a defender a su novio ¿Para cuando la boda? — Los otros tres chicos reían de las bromas del más grande, que era el jefe de la pandilla. A John el comentario le coloreo las mejillas.
—Solo vengo a advertirte, si me entero de que quisiste pasarte de listo con Sherlock... — John no pensaba con claridad. La sangre le hervía en el cuerpo. Le daba indignación que, por culpa de unos intolerantes, su amigo hubiera sufrido tanto. No solo era la parte física, sabía que Sherlock tenía muchas secuelas emocionales. ¿Cómo querían que confiara en la gente si la gente no lo quería cerca? Pero, él estaba en ese mundo para velar por su amigo.
—¿Qué me vas a hacer? — El niño se había levantado de su asiento, y se había acercado peligrosamente al rubio.
—Voy a hacer que te arrepientas — Cuando menciono la amenaza todos rieron. —Ojala y todos se olvidaran de mi amigo, de todo. Ojala y tú, cerdo, te olvidaras hasta de ir al baño...—Los fue señalando, uno por uno mientras temblaba de rabia. No podía tardarse mucho más, por que Sherlock sospecharía.
—Pues no me voy a olvidar del fenómeno de tu amigo. Y te voy a dar una lección para que... —El chico había empujado a John, pero en cuanto lo hizo, sus ojos se habían desenfocado y se había desmayado. John estaba en pánico. El no lle había hecho nada y él chico yacía en el suelo. Algunos clientes en la heladería se habían volteado con curiosidad al estruendo que había provocado el cuerpo al caer.
Sus compinches se habían levantado, en un vano intento por ayudar a su amigo. Los tres miraban a John desde el suelo. Uno, le increpó
—¡Si eres un fenómeno! ¡Tu mataste a Malcom!— El niño empezaba a rayar en lo histérico.
—¡Yo no mate a nadie! Y es más... —John siguió una corazonada, un instinto lo empujo a decir algo sin sentido — Yo nunca estuve aquí, tu y todos ustedes jamás me han visto. — Los tres chicos dejaron de llorar y desenfocaron la mirada. Para eso entonces, los clientes se habían acercado. Por eso, John apuro su siguiente frase:
—No conocen a Sherlock, no saben como es y no les interesa. Olvídense de todo lo que tenga que ver con nosotros —John dijo eso, y antes de que alguien le dijera algo, salio del local.
Mientras avanzaba, el corazón le latía dolorosamente en el pecho. Esperaba que todo fuera una ilusión.
Alcanzo a Sherlock y su hermano cinco cuadras más adelante. Y tomó su helado sin decir nada.
—Tuve que comer un poco de tu helado, se derretía —Sherlock comiendo era todo un espectáculo. Devoraba la comida, por que solo comía lo que le gustaba.
—Si, gracias —John tomó su helado, y la menta le sabía amarga. No entendía ni como ni porque, pero creía que había hecho algo que se podía considerar como malo. Aunque defender a su mejor amigo había sido lo correcto.
—Watson —Se oyó una voz profunda, la de Mycrfot — ¿Encontraste tu billetera? —Había un brillo de sagacidad en los ojos del pelirrojo.
—¿Mi qué? ¡Ah, cierto! No tuve problemas con eso, gracias — Si Sherlock leyendo tus pensamientos era malo, Mycroft haciendo preguntas era peor. Sentías que todo lo que decía tenía un peso en tu existencia.
A John no se le fue la angustia, pero se sintió un poco mejor esa tarde en compañía de las ocurrencias de Sherlock, que consistieron en poner mentas en botellas de gaseosa y agitarlas para que explotaran. Terminaron pegajosos, pero según Sherlock había probado el punto de "las gaseosas son peligrosas."
John pensaba que el incidente sería un sueño lejano, hasta que dos días después, ese sueño le alcanzó.
—¡Hola John! —Sherlock había ido a visitarlo a su casa. Lo que era inusual.
—¿Qué pasa Sherlock? — Sherlock solo iba a la casa Watson cuando algo importante pasaba. O por John.
—¿Puedo pasar? Tengo que contarte algo importante —Sherlock se había lanzado por la puerta sabiendo que John no le negaría la entrada.
—¡Hola Sherlock! —La señora Watson saludo alegremente al niño. Era un niño amable y muy simpático— ¿A qué se debe tu visita? —La señora Watson estaba intrigada.
—Mmm pues.. Esta bien, le diré. —Sherlock sonreía. —Resulta que había unos chicos en la escuela que me caían mal, y de repente ¡boom! Ya no existo para ellos ¿No es fantástico? —Sherlock casi bailaba de la felicidad, pero a John se le fue el color del rostro.
—Mamá, voy con Sherlock a mi cuarto — Y con la mirada inquisidora de su madre y una emoción genuina en Sherlock subieron. Una vez cerrada la puerta, John, con mucho miedo preguntó:
—¿Qué dices? ¿Qué paso? — La angustia se movía por su cuerpo como un veneno, paralizando, contaminando, haciendo que alucinara. Porque, ¿Qué él haya causado todo eso era una alucinación verdad? Tenía que serlo.
—Nadie sabe mucho, solo que, algo o alguien les dijo algo y de repente...adiós —Sherlock se sentía feliz. Sabía que era ilógico pensar que alguien lo había ayudado en su venganza, y que tenía que ser un desarrollo de circunstancias. Pero eso no le evitaba sentirse alegre.
—¿Y no crees que sea una falsa alarma? Ya sabes... una trampa o algo así —Si, lo más probable es que, a raíz de su comentario, los chicos fingieran demencia para evitarse problema o jugarle sucio a Sherlock. Tenía que serlo, por favor que lo fuera.
—No, fui hoy a buscarlos y no me reconocieron. Lo que si lamento un poco fue lo que le paso a Malcom Rogers, el que era más grande — El niño de cabello rizado marco la altura con la mano, pero John no la necesitaba. Recordaba a la perfección cuanto media el gigante que lo amenazo. Porque eso había ocurrido, no al revés.
—¿Que sucedió con él? — "Por favor, que no diga que no recuerda nada, por favor" Rogaba el menor de los Watson. Pero, por mucho que deseara que su cabeza hubiera creado una ilusión, sabía que no, qué, por increíble que pareciera, él tenía la culpa de algo extraordinario. Él, el simplón de Watson, había hecho algo inexplicable.
—Pues al parecer le dio una extraña enfermedad, ya no recuerda nada. No controla ni sus funciones básicas... Y John se desmayo en el acto. Cuando abrió los ojos, Sherlock lo miraba desde su hombro y su madre lo intentaba reanimar.
—¡Hey amigo! Me diste un buen susto...¿Estas mejor? — La preocupación genuina si podía llegar a los ojos de Sherlock. Era lo que John podía ver en ese momento.
—Si, solo que me siento mareado — Confundido era la mejor palabra. ¿Por qué a él?¿Por qué a él le tenían que pasar todo eso? Ya creía lo que le empezaban a decir de su asociación con el menor de los Holmes "Juntarte con Sherlock solo te causará desgracias". Pero no, él no tenía la culpa de nada, en esta ocasión al menos.
—Sherlock cariño, será mejor que dejemos a John solo —Dijo la señora Watson en cuanto vio que su hijo se había despertado del todo.
—Si tiene razón. Descansa amigo, y vengo mañana a contarte los detalles —Sherlock le dio una sonrisa tranquilizadora y salio por la puerta de su habitación. John conocía a su madre, y el detalle de pedir que los dejará solos, lo desconcertó. El corazón le latía con fuerza. Ya lo sabía, ya sabía que todo era su culpa.
—John tengo que hablar seriamente contigo— Le menciono su madre en ese tono en el que solo se dicen las cosas que cambian la vida de una persona.
—¿De qué mamá? —John fingía demencia. Era lo mejor. Nadie podía saber o creer lo que el sospechaba de si mismo.
—No finjas que no sabes John Hamish Watson — Su madre había sido autoritaria. Y justo cuando iba a seguir en la mentira, su madre, más filosa que de costumbre, le preguntó:
—¿Porqué dañaste a esos niños? — Ya había sentado a su hijo en un lado de la cama y ella estaba a solo escasos centímetros de ella. Bien, su mamá sabía algo, pero no sabía que.
—Yo no les hice nada. Ellos simplemente olvidaron cosas —John tenía miedo. Era cierto, pero coincidía con el hecho de que habían olvidado justo lo que él les había dicho que olvidaran.
—Cosas que tú les dijiste que olvidaste, a mi no me engañas ¿Qué te hicieron para que los trataras así? — Después de tantos años de secreto, su madre sentía como la carga se liberaba de su cuerpo. Ya no más mentiras o estar esperando que era lo que su hijo haría. ¿Explotaría la casa? ¿Se iría volando sin más por una ventana? Al fin sabía con que trataba. Más o menos.
—Mamá, sabes que las personas normales no pueden hacer nada de eso — Su mamá estaba perdiendo el piso. O estaba siendo tremendamente correcta.
—Tu lo has dicho amor. —Inhalo su mamá — Las personas "normales". Yo prefiero decirles "genéticamente típicas". Pero cariño, tu no eres una de ellas —La sonrisa de orgullo no podía desvanecerse del rostro de su mamá. Si, sabía que su hijo había roto reglas, pero no las conocía. Y si conocía al pequeño, de seguro fue por alguna buena razón. Por lo que el niño Holmes había mencionado, esa razón había sido apoyarlo. Era tierno, pero escalofriante.
—¿Qué... —Ni siquiera podía formular la pregunta. Era demasiado. ¿Cómo que no era como todos? ¿Eso no era un accidente? ¿No era un deseo cumplido?
—Tienes un poder especial. Al parecer puedes manipular los recuerdos. O eso es lo que creo — Su madre estaba enojada, pero feliz de que su hijo hubiera manifestado ese poder. Cuando se casó con el Sargento Watson, Jane jamás imagino que iba a ser tan feliz, o que iba a tener dos hijos maravillosos. Lo que si estaba segura es que, la idea de que un poder desconcertante apareciera era inminente. Su padre le había explicado todo de pequeña, y ella creía poseer un poder especial. Pero, lo que John había hecho, estaba lejos de su imaginación. Era mucho más peligroso y poderoso.
—¡Tienes que estar bromeando! —Todo tenía que ser una broma, un sueño o algo así. El niño cerro los ojos, para ver si la escena cambiaba, pero cuando los volvió a abrir se dio cuenta que todo estaba igual. Y no estaba feliz. Hizo mal, y podía hacer mal el resto de su vida. ¿Cómo iba a lidiar con eso?
—No. No lo hago. Pensé que se manifestaría después, pero todos son diferentes... Supongo que esta bien que a ti te haya ocurrido —Su madre tenía que tener cuidado. La fragilidad emocional de su niño estaba en juego.
—¿Y ahora qué hago? ¿Quiere decir que puedo deshacer lo que hice? —John no entendía anda. Pero quería que las cosas fueran casi igual que antes.
—Pues, tendrás que aprender a controlarlo. Te llevara tiempo, pero lo más importante es que no te enojes o te asustes. Hasta donde yo se las emociones fuertes desencadenan las reacciones. No sé, no sé más cariño... —Su madre estaba llorando. Era una carga pesada, lo sabía.
—¿Qué pasa si me equivoco? ¿Si hago algo de lo que me arrepienta? ¿Quiere decir que ya no lo puedo deshacer? ¡Eso no es justo! No es justo... —John había empezado a llorar, y su madre se acercó a consolarlo —Yo... yo solo quería ser normal.
—Lo se cariño. Pero tal vez por eso te acercaste a Sherlock, para no vivir tan normal —Su madre solo podía apoyarse en que, al lado de Sherlock su hijo sería aceptado y querido. Eran un par de locos. Y eso que solo eran niños.
—¿Crees que Sherlock tenga también algún poder? — John solo podía sentirse mejor si su mejor amigo era igual. Alguien tenía que ser igual a él.
—No igual al tuyo cariño. No de esa especie. Pero el es muy listo, y que también es "diferente". Y me apuesto algo a que él también te habría defendido — Mientras su hijo lloraba, la señora Watson solo podía consolarlo.
—¿Alguien es igual a mi? ¿Papá?¿Harriet? —A John le picaba la curiosidad.
—Pues... tu hermana puede que tenga otra clase de poder. Debe ser algo que no le cause problemas por que no estoy segura, no me ha ducho jamás nada y no me enterado de nada. — La señora Watson ya tenía en su hijo a su mejor cómplice —Y no, tu padre solo es muy responsable.
— A veces no tanto cuando olvida la leche —John no podía evitarlo, al menos reiría por ello.
—Tienes razón, por eso mi super poder es cuidarlos a todos— Y con esas risas, habían terminado las lagrimas. Sería difícil, pero la verdad era lo mejor para todos.
John jamás pudo curar a Malcom Rogers. Un par de meses después sus padres decidieron desconectarlo de las máquinas, aunque él era el único que les daba esperanzas. No aprendió lo suficiente como para ayudar. Y se juro que eso no iba a pasar de nuevo. Lo controlaría, aprendería de él. Y no lo utilizaría, al menos que fuera necesario. Templaría su carácter, dejaría que todo fluyera.
El John Watson adulto, que era médico militar ya había puesto las galletas en un plato y calentado el té. Recordar que, por Sherlock sabía que tenía ese gran poder, a veces lo hacía sentirse culpable. Lo bueno es que el detective consultor no imaginaba nada.
—Gracias John, como siempre tu té es el mejor —Dijo Sherlock mientras engullía sus galletas favoritas.
—Algún talento tenía que tener ¿No lo crees? —John se rió un poco de su infravaloración. A veces imaginaba que le pondría a hacer Sherlock si se enterara de lo que podía hacer.
—Tienes muchos talento que no sé — Y dicho esto rió — ¿Te puedo decir algo? — Preguntó educadamente su amigo.
—De todas maneras lo dirás —Como siempre había sido. Como toda la vida sería.
—Siento en ocasiones que todo esto lo llevamos haciendo mucho tiempo. Ya sé, llevamos viviendo juntos poco tiempo, pero a veces me da la sensación de que llevamos todo una vida juntos ¿Crees que sea el aburrimiento lo que me hace hablar? —Sherlock simplemente estaba siendo franco después de comer.
John se levantó, tomo todo lo vació y con una sonrisa dijo:
—Si, te urge un caso. Buenas noches — Y se subió a su habitación con alegría. Como siempre, Sherlock rara vez se equivocaba.
