En el Vacío está la virtud y no existe el mal. La sabiduría tiene existencia, el principio tiene existencia el Camino tiene existencia, pero el espíritu es la nada; es el Vacío.

Shinmen Musashi No Kami Fujiwara No Genshin

Prólogo.

La hoja de la espada se hundió en su vientre traspasando sus órganos. El dolor recorrió su cuerpo como una ola, haciendo que perdiese la firmeza en sus piernas, cayendo de rodillas mientras agarraba el frío y afilado metal, hiriéndose las palmas.

Su respiración se hizo más trabajosa y sus ojos se nublaron mientras miraba a su asesino. Este le devolvió una fría mirada y agarrando fuertemente la empuñadura de la espada se la arrancó, hiriéndole más aún las manos. Un gemido escapó de los labios de Aiolos al salir la hoja, rasgando de nuevo sus entrañas. Finalmente cayó hacia un lado mientras su asesino daba media vuelta y se marchaba.

La sangre manaba a borbotones de la herida del vientre formando un charco escarlata a su alrededor y debajo de su cuerpo. De repente una potente luz de color amarillo surgió delante de él. Poco a poco se fue acercando hasta envolverlo por completo. Aiolos sintió la calidez de unos brazos que alzaban su cuerpo, rodeándolo mientras una cara femenina de extraordinaria belleza aparecía delante de él. Sonreía y su sonrisa eliminó todo pensamiento de la mente de Aiolos.

- Estoy aquí para ayudarte – le susurró con una voz cálida, que erizaba los pelos de todo su cuerpo -. Seremos siempre uno. Tú y yo.

Y entonces, Aiolos sintió como se fundía con el resplandor que lo rodeaba, sintiéndose por primera vez completo. En su nuca brilló el símbolo del relámpago y desapareció, esperando el momento en que surgiría de nuevo.

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Aiolos abrió los ojos en su habitación de la academia de shinigamis. Sus ojos negros miraron alrededor suyo, reubicándose en la realidad, tras el extraño sueño que hacía meses le atormentaba. Aún no había pasado mucho, desde que ingresase en la academia, sólo unas semanas de intenso entrenamiento en las cuatro habilidades necesarias para un shinigami.

Unas pocas semanas en las que había recuperado la alegría perdida tiempo atrás, gracias a los compañeros, los profesores y el aprendizaje. Desde que entrase en la academia, el sueño no había hecho más que repetirse, una y otra vez. Y no es que fuese un mal sueño, pero el no saber de que se trataba, lo tenía algo preocupado, lo que, desde hacia unos días, en los que el sueño se hacía cada vez más inquietante, se reflejaba en su trato con los demás, que volvía a hacerse frío como años antes, y en sus habilidades, que se mantenían estancadas.

Miró hacia la ventana y vio el cielo azul despejado, sin rastro de nubes; y oyó el canto de los pájaros. El contraste entre su realidad interior y ese exterior calmo, no hizo más que deprimirle aún más. Se dio la vuelta, echándose las sábanas por encima para huir de aquella bella visión. Sin embargo, no pudo seguir durmiendo.

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Los pasos del instructor resonaban por los pasillos, mientras iba entrando en todas las habitaciones, para despertar a los académicos para un día de entrenamiento más. Finalmente llegó a su puerta. Antes de llamar, el instructor pensó en el extraño comportamiento, que ese académico, mostraba desde hacia unos días. Un suspiró escapó de sus labios mientras llamaba a la puerta y la abría.

- Ya es la hora, Aiolos – dijo al informe montón de sabanas que había encima de la cama.

- Voy, señor – dijo Aiolos, mientras surgía de la cama rápidamente. Antes de que el instructor siguiese hacia la siguiente puerta, Aiolos ya estaba vistiéndose. Mientras terminaba, escuchaba al instructor llamar al resto de sus compañeros.

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- Bien, ya estamos todos – dijo el instructor, dirigiéndose al grupo de académicos que se encontraba en el patio de prácticas -. Hoy vamos a seguir practicando con el Kidoh, concretamente con un hechizo de ataque. Os colocaréis cada uno delante de una diana, a unos veinte metros e intentaréis, primero que os salga el hechizo, y luego golpear la diana. La invocación es la siguiente – el profesor se puso delante de una diana y recitó el hechizo, despacio, para que todos lo oyesen bien -, Conquistador. Máscara de carne y sangre. 10.000 formas, Agitación. Aquellos que coronan el nombre de una persona. Infierno y caos. Dirigíos al sur y acariciad las remotas aguas. Shakkahou – un rayo carmesí apareció de repente en la punta de sus dedos y en un instante había alcanzado la diana, destruyéndola por completo -. Bien, a ver que tal se os da. Empezad, ¡ahora!

Todos los académicos se dispersaron por el patio, colocándose delante de una diana e intentando recordar el hechizo y realizándolo con muy dispares resultados. Algunos ni siquiera se acordaban de la invocación completa, por lo que el instructor debía repetírsela de nuevo. Otros conseguían invocarlo, pero sin ningún resultado aparente. Algunos conseguían crear los rayos pero, o bien explotaban justo al aparecer, o no recorrían más que unos pocos metros, antes de desaparecer.

Después de un tiempo, mientras el instructor observaba a algunos académicos, un trueno retumbó en el patio de instrucciones, mientras una diana y la pared de detrás de ella, saltaban por los aires. Cuando se retiró el polvo, todos pudieron observar a un shinigami de pelo negro, postrado en el suelo, inconsciente.

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- Debo conseguirlo – decía en voz muy baja, para si mismo, Aiolos -. Esto tiene que terminar.

Volvió a repetir la invocación, pero sin resultado alguno. El desánimo corría por su cuerpo, pero consiguió resistirse y se concentró en la invocación. Cerró los ojos y la recitó para sí.

Conquistador. Máscara de carne y sangre. – una luz se acercaba – 10000 formas, Agitación– la calidez lo envolvía de nuevo – aquellos que coronan el nombre de una persona – sus sonrisa, sus ojos, sus manos, sus alas doradas – infierno y caos – envuelto en ellos se sentía a salvo – Dirigíos al sur – yo puedo hacerlo – y acariciad las remotas aguas - ¡YO PUEDO HACERLO!

- ¡Shakkahou!

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- ¿Cómo ha podido hacerlo? – dijo una voz lejana.

- No lo sé. Es solo un académico, pero esa potencia… - dijo otra, cada vez más cercana -. No me lo explico.

Aiolos abrió los ojos. Su mirada desenfocada observó sus alrededores, pero no los reconoció. Las voces seguían sonando, pero no entendía lo que decían. Provenían de detrás de una cortina. Levantó su mano y se tocó la cabeza, lo que le arrancó un gemido de dolor al rozar la herida.

- ¡Ah!, ya estás despierto – dijo uno de los hombres que había aparecido, retirando la cortina. Era el instructor.

- ¿Qué…, qué ha pasado?

- No lo recuerdas.

- No.

- Durante la instrucción sufriste un accidente. Te caíste al suelo, golpeándote la cabeza, a causa de la onda expansiva de tu hechizo.

- ¿Mi hechizo? – repitió Aiolos, sin entender nada -. Pero, si hace días que no me sale ninguno durante los ejercicios.

- Pues, parece que hoy no ha sido así – le dijo el instructor con una sonrisa en los labios -. No solo eso. Tus compañeros aseguran que no te escucharon recitar la invocación, solo el nombre de la técnica.

- Pero, eso es imposible. Solo soy un estudiante – dijo Aiolos. Entonces, recordó lo que había sentido y escuchado. En voz baja dijo -. ¿Será posible?

- ¿Cómo dices? – le preguntó el instructor.

- Nada, señor. Sólo necesito descansar.

Ante estas palabras, el shinigami de la cuarta división que lo vigilaba, echó con pocos miramientos a los instructores, cerrando la cortina después.

- Una cosa más – dijo el instructor, volviendo a abrir la cortina, pese a la mirada asesina del shinigami de la cuarta división -. La capitana de la decimotercera división quiere hablar contigo una vez te recuperes. Descansa, Aiolos – y se fue dejando al joven shinigami con la boca abierta.

Fin del Prólogo.