Capítulo I
El Encuentro
Cuando el atestado salón enmudeció repentinamente y todas las miradas llenas de ovación se dirigieron hacia el lugar por donde Kagome venía entrando, ella supo de inmediato que aquella reacción no era por su llegada. Saberlo era fácil, ese tipo de miradas al borde de la idolatría no podían ser más que para la hermosa mujer que venía tras ella abanicándose con ese aire elegante y distinguido que tanto la caracterizaban.
Esa mujer que todo el mundo Londinense parecía adorar hasta el borde de lo exasperante.
Esa mujer, era su hermana mayor Kikyo y por la cual Kagome sentía una profunda repulsión.
Pensar así de un hermano no era muy hermanable que digamos, pero Kagome no podía evitarlo y se sentía terrible por ello, porque jamás en su corta vida había sentido tanta aversión por una persona. Lamentablemente y para todos los contertulios, Kagome conocía a una Kikyo que nadie nunca vería. Era una faceta oscura. Una Kikyo maquiavélica, arribista y codiciosa que se ocultaba bajo capas y capas de ostentosa ropa, joyas lujosas, perfumes embriagadores y un bello rostro.
Kagome había tratado de desenmascararla muchísimas veces, infinitas diría. Pero Kikyo tenía una especie de ángel negro que parecía salvarla en los momentos menos pensados y su poder de convencimiento era tan sorprendente que todo lo que ella pudiera decir en su contra quedaba relegado al olvido con una de sus despampanantes sonrisas y si así no sucedía, la muy malvada se encargaba de que la pobre de Kagome quedara con la fea imagen de una hermana envidiosa y amargada que jamás de los jamases podría compararse con la inigualable de Kikyo.
Y por supuesto que no había comparación alguna, pensó Kagome con sorna, mientras se alejaba del espantoso espectáculo de ver a los presentes deshacerse en halagos hacia la fastidiosa mujer. Kagome casi tropieza entre la multitud que comenzaba a abarrotarse alrededor de su hermana. Como pudo, salió del tumulto, tuvo que moverse con agilidad para no perder uno de sus finos zapatos. Se acercó a la elegante mesa de los bebestibles y tomó una copa de ponche, la que sorbió de manera poco decorosa. Con la copa aún en su boca Kagome se dedicó a observar a su "querida" hermana mayor.
Está bien, lo admitía, entre ella y la belleza de Kikyo no había punto de comparación alguno. Y era verdad, porque si se hacía un examen físico reprobaba con creces, en comparación con Kikyo o cualquiera de las mujeres que allí se encontraban, Kagome era de todo menos una dama elegante. Tenía un cuerpo delgado pero sin gracia, un cabello oscuro lo suficientemente rebelde para no mantenerse firme en peinado alguno y unas piernas tan largas que nunca había aprendido a manejar, por ende era malísima para cualquier cosa vinculada a moverse con gracia. El otro problema radicaba en algo más interno. Tenía una esencia impetuosa y desafiante poco adecuada para una "dama" como ella. Kagome carecía de la paciencia para sentarse a bordar o salir a dar un paseo a la arboleda, riendo tontamente y caminando a paso de tortuga. Así que cuando miraba a su hermana le llegaba una dolorosa bofetada a su orgullo femenino pues, sentía más que nunca que toda ella no cuadraba en ese mundo.
Cuando alguien miraba a Kikyo era arrastrado por una belleza arrebatadora, un rostro de diosa y un andar tan sofisticado que todo a su alrededor parecían enmudecer con su sola presencia. Su cabello era liso y lustroso, y era tan alta y voluptuosa que su figura era lo suficientemente despampanante como para enloquecer a cualquier hombre. Y ahí estaba el inicio de todo, el momento en que Kagome comenzó a aborrecer a su hermana fue cuando enloqueció a un hombre, no a un hombre cualquiera. Era el hombre que ella siempre había amado… desde pequeña.
Sí cerraba los ojos su mente se llenaba de hermosos recuerdos de antaño, cuando lo vio por primera vez.
XXXXX
.-Hija, te presento a InuYasha, es el hijo de Izayoi, la cocinera. Desde hoy será un empleado más de esta casa y trabajará en las caballerizas. También tomará las lecciones contigo y…-.
Kagome tenía 8 años en aquel momento y saboreaba con nostalgia el recuerdo de ese pequeño arrogante de 12 años con ropa desgarbada y unos hermosos ojos dorados que no se había dignado a besarle la mano a ella, la dama de la casa. Ahora que memoraba aquellos tiempos, reconocía el que comienzo de la amistad con InuYasha había sido pésimo y se habían llevado terriblemente mal por bastante tiempo. Constantemente se la pasaban discutiendo por cualquier infantilidad y todo terminaba en empujones, tirones de pelo y ella llorando en un rincón. Pero su padre le había enseñado el amor al prójimo independiente de su clase social, una enseñanza que atesoraba desde el fondo de su corazón porque sin ella se habría perdido de conocer a gente maravillosa. Por eso, jamás (a pesar de las peleas) fue irrespetuosa o displicente con InuYasha. Algo que con el tiempo él aprendió a valorar y respetar, hasta entablar una verdadera amistad.
Cuando tenía catorce años se había enamorado por completo de InuYasha. Cada vez que lo veía, se le paraba el corazón y se le salía por la boca. Sentía que se le acababa el aire y que desfallecería, era igualito, igualito a las cosas descritas en esas novelas cursis de Sango. Por lo que ponerle nombre a sus sentimientos fue bastante fácil. Lamentablemente para ella, ese sentimiento llamado amor no era algo correspondido ya que InuYasha siempre la vio como una hermanita pequeña a la que había que proteger. No lo culpaba por eso, ella jamás tuvo el valor de demostrar sus sentimientos, nunca se confesó y siempre actuó como si su vida privada no le importara.
Cuando Kagome partió a Londres a una casa de estudios y buen comportamiento de las jovencitas en sociedad se juró a si misma que cuando regresara se confesaría. Y así, al mismo tiempo que ella hacía su ingreso en aquella academia, Kikyo salía de esta convertida en toda una dama casamentera lista para hacer su debut en los lujosos salones de la capital.
Kagome estuvo dos años internada en Londres y para cuando volvió a casa lo único que quería ver era a InuYasha y confesarse al fin. La estadía le había dado las agallas suficientes para armarse de valor y decir sus sentimientos, poco le importaba las etiquetas y estaba segura de que si se confesaba, InuYasha sería capaz de verla como más que una amiga de infancia. Mientras bajaba del carruaje y se dirigía corriendo a las caballerizas donde estaba segura de que lo encontraría. Imaginó su vida perfecta con InuYasha, no le importaba que él no tuviera dinero, su dote sería lo suficiente para mantenerlos a ambos en una casita de campo, bien lejos del ir y venir de la ciudad.
Cuando faltaba poco para llegar a los establos comenzó a caminar en puntillas para no meter ruido y sorprender a su amado. Pero la sorpresa se la llevó a ella. Porque allí sobre un gran fardo de paja yacía InuYasha completamente desnudo con una mujer encima de él moviéndose de una forma que ella jamás había visto en su vida. Guardó silencio y aún sin comprender a cabalidad de lo que estaba presenciando retrocedió, escondiéndose en unos arbustos que estaban por los alrededores. Y Allí se quedó, con el corazón martillando en las cienes y destrozado por dentro. Se mordió el labio para aguantar el sollozo que quiso escaparse al escuchar los quejidos de la que, ahora, reconocía como su hermana mayor. A la confidente que por cartas le había confesado sus sentimientos por InuYasha y el día que iba a llegar de vuelta a casa y del que nadie debía enterarse, puesto que quería sorprenderlos. Ella lo sabía todo y aun así, aun así…
Kagome no aguantó más la pena, se puso de pie de un brinco, con las manos empuñadas, tiritando como si tuviera frío. Quiso correr a su casa y refugiarse a desahogar toda su desilusión en su alcoba, pero el satín de su vestido se enredó en las ramas, delatando su presencia. Al instante los quejidos cesaron. Kagome sintió ganas de vomitar cuando vio a su hermana asomar su cabeza por sobre las tablas que los ocultaban. Ella la miraba con desdén y sonreía de manera de sarcástica…
.-Es solo un gato amor…-. Musitó con dulzura mientras miraba Kagome con una cara que la joven nunca podría describir, pero que rayaba en la maldad misma.
Entonces lo supo, Kagome supo que su hermana la había traicionado adrede. No le quedó ningún atisbo de duda, su cara lo decía todo. No esperó más y se echó a correr hasta su casa.
.-Kagome ya estás aquí… porque no avisaste…-. Alcanzó a decir su madre, pero Kagome pasó rauda por su lado con su flequillo cubriéndole el rostro. Así mismo subió las escaleras, sin responderle o girarse siquiera.
Cuando por fin se encontró en la soledad de su habitación se dio el tiempo de soltar toda la tristeza contenida. Se lanzó sobre la enorme cama de colcha de plumas y hundió la cara en uno de esos cojines horriblemente bordados que ella misma había confeccionado. Allí ahogó los sollozos de su dolor.
Kagome nunca supo cuánto lloró a aquella vez. Pero recuerda que estuvo como una semana encerrada en su alcoba, alegando que estaba enferma. En esa semana pasaron muchas, muchas cosas de las que ella se perdió. La primera es que Kikyo estaba a días de casarse con un hombre llamado Naraku, él era lo bastante adinerado para comprar todo Londres. Pero la noticia que la hizo salir de su alcoba no fue esa, sino la próxima partida de InuYasha, quién había sido reconocido como hijo ilegítimo de Inu-Taisho y ahora figuraba como un heredero más de aquel poderoso hombre. Si Naraku podía comprar todo Londres, entonces el viejo Inu-Taisho podía comprar toda Inglaterra, es decir, InuYasha era asquerosamente rico. Aquella noticia le provocaba sentimientos encontrados. Si bien estaba feliz por él, también sabía que el dinero le daba facultades a InuYasha, una de esas, casarse con la mujer que él quisiera. ¡¿Quién se rehusaría a casarse con el heredero más rico de todo Londres?! Por Dios, estaba segura que aunque InuYasha le faltara un ojo y tuviera una enorme joroba, sería el candidato perfecto de cualquier damita casamentera. Incluso ella misma era una de esas "damitas", ahora. Por lo que obtener la mano de Kikyo no sería ningún impedimento para él, ni siquiera Naraku era un problema, estaba segura de que con una buena suma de dinero el hombre olvidaría el desaire de ser plantado a días del altar.
Ponerse en la situación de su amado como cuñado, no era nada grato en absoluto, eso no hacía más que acrecentar su pena. Pero un sentimiento dentro de ella le decía que algo no andaba bien, InuYasha se iba mañana al alba para el encuentro con su padre, no tendría ya que haber pedido la mano de Kikyo… estaba segura de haber escuchado que su hermana se casaba la semana entrante. Todo era demasiado raro, nada calzaba. Con el transcurso del día sus dudas fueron incrementando y para la noche Kagome era un mar de incertidumbres. Para terminar con todo el enredo sólo había una opción, hablar directamente con el involucrado.
XXXXX
Era de madrugada cuando Kagome se atrevió a salir de cuarto. Se asomó sigilosa por la puerta que entreabrió con sumo cuidado y a pies descalzos se fue por el pasillo, bajó las escaleras y llegó hasta la cocina. Era a las doce en punto, la hora en la que había concertado su cita con InuYasha a través de una reticente Kaede que no muy convencida le había informado esa misma tarde que el joven había accedido. Aún le quedaban unos minutos así que calentó un poco de leche y esperó, y esperó…
Pero InuYasha nunca apareció.
Cuando el reloj marcó las 6 de la madrugada Kagome comprendió que InuYasha no vendría, y lo que es peor ni siquiera había podido despedirse de él…
Después de eso la vida de Kagome cayó en un profundo abismo.
La larga espera de aquella madrugada no trajo más que una terrible pulmonía que casi la mata. Su cuerpo quedó muy débil y estuvo más de medio año en cama. En esos meses Kikyo contrajo matrimonio con ese tal Naraku y se fue de viaje a Francia junto a sus padres en el barco privado de su esposo. Kagome no culpó a su familia por dejarla sola en su recuperación. Los Higurashi nunca habían sido tan adinerados para darse el lujo de viajar fuera de Inglaterra. Ella misma, que aborrecía a Naraku, feliz se hubiera subido a ese barco, más su enfermedad se lo impidió. Pero, quién podría haber predicho que aquel mortal padecimiento, sería el que salvaría su vida. Porque el día en que los padres de Kagome pisaron ese barco, firmaron su sentencia muerte.
Por una carta de su hermana, Kagome se enteró a la semana de su partida que el barco de Naraku había naufragado, las causas de la tragedia no estaban muy claras y lo único que martillaba en su cabeza era el fallecimiento de sus padres, sus cuerpos ni siquiera habían podido ser encontrados. Kikyo le escribió que ella y su esposo con suerte habían logrado sobrevivir y que, gracias a Dios, se encontraban sanos y salvos. Kagome detestaba a su hermana, pero no le deseaba la muerte, por lo que la idea de saberla bien igualmente le alegró. Pensó con dolor que ahora su hermana era su única familia, no sería mejor olvidar lo pasado y seguir juntas. Estaba segura de que ese hubiera sido el último deseo de sus padres.
Pero Kagome no pudo haber estado más equivocada con su hermana.
Lo supo el día en Kikyo regresó junto con su esposo. Venía lujosamente vestida, llena de joyas y vestidos carísimos, en su rostro pálido no había ni un rastro de pena o tristeza, al contrario, sonreía Era esa sonrisa llena de altanería que siempre había detestado, al parecer aquel defecto se había acrecentado con el viaje. Pero Kagome no perdió la esperanza, a lo mejor Kikyo era de esas personas que lloran por dentro y aparentan estar como si nada. Detrás de ella entró Naraku que la ignoró por completo y paso por su lado sin mirarla siquiera, Kagome lo vio perderse en los pasillos que llegaban al despacho. No sabía por qué pero la sola presencia de ese hombre le producía terribles escalofríos.
.-Oh, hermanita… lo siento tanto…-. Dijo ella abstrayendo a la joven y las palabras salieron con tanto sarcasmo que Kagome sintió nauseas.
Vio cómo su hermana se acercaba hasta ella y la abrazarla fríamente. En ese acto Kagome pudo percibir toda la maldad que se ocultaba en Kikyo, ni siquiera fue capaz de devolverle el abrazo.
.- Pero no te preocupes, ya lo hemos arreglado todo…-. Musitó la despiadada mujer, aun manteniendo el abrazo no correspondido.
.-¿A qué te refieres…?-. Preguntó Kagome, alejándose de ella bruscamente, sintiendo que bajo sus pies se habría un horrible precipicio.
.- Bueno, no pensarás que te dejaríamos a la deriva….-. Dijo con fingida preocupación….- aún eres menor de edad para poder manejar tu parte de la herencia, así que Naraku asumió como tu tutor y adivina… ¡Te casas la otra semana! -.
.-¿Qu… qué dijiste?-. Pudo decir al fin, aún sin poder creer lo que escuchaba. Estaba demasiado asustada para hacer o decir algo más.
.-Lo que escuchaste "her-ma-ni-ta"-. Tarareó con inusitada dulzura.- Jinenji… el amigo de nuestro padre se ofreció a mantenerte y bueno pues, no pensarás quedarte con nosotros, sería algo realmente incomodo…-.
.-Pero Jinenji… Jinenji es un viejo… por favor Kikyo no me hagas esto. Estoy por cumplir los diecisiete, un año más y seré mayor de edad, podré manejar mi herencia….-. Suplicó Kagome aferrándose al vestido de ella, cayendo de rodillas, con sus lágrimas goteando en aquel piso gastado. En qué momento el fallecimiento de sus padres había pasado a segundo plano. Pero Kagome no se rindió y estaba buscando algún atisbo de compasión en su hermana, rogando por una misericordia que jamás encontró. Al contrario, una trémula carcajada le hizo alzar el rostro empapado y entre lágrimas vio el verdadero ser de la que hasta ese momento consideró como su hermana.
.-No seas estúpida…-. Masculló Kikyo con todo el odio esculpido en su hermoso rostro.-Crees que sentiré compasión de alguien a quien aborrezco. Maldita, ojalá te hubieras subido en ese barco…-.
Kagome se tapó la boca ante tales palabras salidas de alguien de su misma sangre... Por qué…porqué… se preguntó. Su hermana pareció entender sus pensamientos.
.-Te preguntas por qué… cierto, ¿por qué tú querida hermana te está haciendo todo esto…?-. Murmuró con sarcasmo y sin preámbulo, exclamó:
.- Siempre fuiste su preferida... a pesar de todo lo que yo me esforzaba, siempre fuiste tú…-. Gritó histérica, desbordando toda la rabia contenida, seguramente por años. Empujó a Kagome que todavía se encontraba arrodillada ante ella. El movimiento fue tan brusco que la joven cayó de espaldas al suelo, intentó pararse, pero Kikyo la jaló del cabello para alzarle el rostro…- después me obligaron a casarme con ese horrible hombre para pagar sus deudas… me usaron como moneda de cambio…
Kagome vio el dolor en su rostro, por un momento… por instante sintió pena por ella. Kikyo pareció notarlo.
.-No me mires así, no sientas pena por mí… querida…-. Musitó ya más calmada y soltó el cabello magullado de Kagome.-Lo que a ti te espera no se compara con lo que me tocó vivir a mí. Mientras yo disfruto mi vida de lujos tu vivirás en una horrible casa de campo, aislada del mundo… el pobre anciano de Jinenji está en quiebra, lo más probable es que use tu dote y tu herencia para pagar sus deudas, así que no verás ni un penique…
.-Terminaste…-. Interrumpió Naraku, quién repentinamente apareció en el salón, tomó del brazo a Kikyo y observó a Kagome, una sonrisa maquiavélica fue lo único que salió de sus labios.
.-Sí amor… ya está todo claro…-. Murmuró irónicamente mientras se giraba, no sin antes darle una última mirada a la pobre de su hermana, quién aún se encontraba en Shock.
Kagome no supo cuánto tiempo estuvo sentada allí en medio del salón sollozando como una niña pequeña, deseando con todo su ser que la puerta de entrada se abriera y sus padres aparecieran por el umbral, la mimaran como siempre y le dijeran que todo aquello no había sido más que una horrible pesadilla. Pero nada de eso ocurrió. Los días transcurrieron como un horrible presagio, hasta que llegó su sentencia de matrimonio, el día en que su vida llegaba a su fin, porque antes prefería la muerte a ser tocada por ese viejo.
XXXXX
Kagome sintió que las lágrimas se abarrotaban en sus castañas pupilas al recordar aquellos terribles momentos en los que pensó en rendirse y no luchar más. Pero la vida había sido buena con ella y un milagro ocurrió el día en que contrajo matrimonio.
Jinenji era el anciano más bondadoso y noble que hubiera conocido. Una persona maravillosa, llena de calidez y humildad. Casarse con él no fue lo mejor que le pudo haber pasado, pero fue mejor que quedarse junto a su hermana, de eso estaba segura y eso era algo que Kikyo no sabría jamás.
Y es verdad que Jinenji usó su dote y herencia para pagar sus deudas pero fue bajo el consentimiento de Kagome. Se enteró por él y su contador que el pobre hombre había sido estafado. Lo ayudó y juntos se fueron a vivir al campo en Yorkshire. Allí, Jinenji comenzó un pequeño negocio que poco a poco comenzó a prosperar, hasta convertirse en una de las industrias de telas y algodón más potente de toda Inglaterra. Y mientras la empresa de Jinenji crecía y crecía, Kagome aprendía más sobre telas, algodón, números, póker y ajedrez. Todas cosas incompatibles con los deberes de una dama. El anciano se preocupó de fomentar todos los caprichos poco éticos de Kagome. Todo lo que a ella quisiera ser o hacer, se le era permitido, no había restricciones por el solo hecho de ser mujer. Así que aquel calvario que Kagome pensó que vendría con su compromiso, nunca llegó y al contrario de lo que alguna vez pensó, junto a Jinenji tuvo una vida feliz y llena de libertades. Algo impensado para una dama en pleno siglo XVIII. Y lo más sorprendente de todo es que Jinenji jamás le tocó uno solo de sus cabellos.
Aquel matrimonio jamás fue consumado. Una verdad que Jinenji se llevó a la tumba el mismo día en que Kagome cumplió los 19 años. Ese mismo día la joven se enteró también, que el noble de Jinenji le había heredado absolutamente toda sus propiedades, negocios e industrias y había exigido explícitamente con un poder notarial que Kagome fuera la administradora de todos sus bienes, recalcando innumerables veces que su esposa tenía todas las facultades suficientes para hacerse cargo de sus negocios. Algo impensado en aquella época. Pero que Kagome asumió con valentía e incertidumbre. Para que no hubieran habladurías y más que nada porque no quería que Kikyo se enterara, Kagome llegó a un acuerdo con el contador de su esposo, para que este fuera el nombre y cara visible de las empresas Jinenji's. Así fue como Koga, un joven pero experto hombre de negocios asesoró y procuró de que Kagome se ocupara de la administración y el sólo ponía la firma como representante.
Sí, es cierto, la vida había sido demasiado benevolente con ella porque a pesar de todos los tragos amargos, aún estaba viva y era feliz. Tenía pocos amigos pero buenos y sinceros, dispuestos a apoyarla cuando los necesitara, y ella a su vez los apoyaría a ellos…
Sí, la vida era buena pensó mientras se servía un trago más de ponche. ¿Cuántos llevaba ya?, hacía rato que había perdido la cuenta y a decir verdad se sentía un poco achispada. Bah, pero a quién le importaba, tomar los tragos que quisiera era uno de los tantos beneficios de ser viuda. No tenía que preocuparse por andar siempre con una doncella o dama de compañía, ni mucho menos por tomarse un par de tragos de más. Pero ser viuda también traía ciertos problemas pequeños, pero molestos, como una piedra en el zapato.
Kagome al igual que Kikyo también tenía una pequeña corte de tarados vestidos de etiqueta que la seguían como perros falderos. No la seguían como a su hermana, buscando besar su mano sólo para sentirse importantes. Ellos buscaban a Kagome únicamente porque las viudas como ella podían brindar "algo" que ninguna de esas mujeres casamenteras pensaría siquiera en darles.
Una vida sexual sin compromisos. Pensarlo de esa manera sonaba bastante morboso, pero era una de las tantas realidades que se ocultaba tras elegancia y ostentosidad de los salones de Londres. Las mujeres viudas con o sin fortuna tendían a buscar amantes adinerados y complacientes para saciar sus apetitos íntimos, la mayoría de las veces postergado por sus machistas esposos que solo buscaban su placer propio. Era muy normal ver a jóvenes hombres, solteros y casados, visitar a viudas deseosas que se dejaban querer con unas cuantas joyas y placer. Kagome no estaba ni en contra ni a favor de aquello, de cierta forma podía ponerse en el lugar de esas pobres mujeres, la mayoría de las veces, obligadas a contraer matrimonios muy jóvenes, todo para pagar las deudas de sus padres. Pero Kagome era demasiado ingenua para pensar de como ese tipo de mujeres, era virgen y estaba segura de que moriría siéndolo, era demasiado peligroso enredarse con un hombre que podría echar al agua su mayor secreto de virtud intacta. Además, sabía que nunca se enamoraría, su único amor que jamás se dio por aludido, se encontraba a miles de millas de distancia en la capital de Japón, un amor no correspondido, que nunca le había enviado una carta después de aquella partida tan abrupta, estaba segura de que ni siquiera se acordaba de ella.
.-Ni siquiera pude decirte adiós…-. Musitó bien bajito sólo para ella, bajó la vista un rato y se quedó pegada en el piso, como si allí pudiera haber algo. Luego dio un profundo suspiro y alzó la vista con entusiasmo, no era momento de pensar en él. Ya habían pasado cinco años de su partida. InuYasha de seguro rehízo su vida, como ella debía seguir haciéndolo, salir adelante y vivir, por sus padres, por el bueno de Jinenji… por ella…
Se giró a la mesa, buscando esta vez un trago más estimulante, Brandy tal vez. Arrugó la nariz, molesta al no ver más que ponche.
.-Por qué siempre ponen estos tragos…son tan, tan…-. Reclamaba molesta mientras se servía una nueva copa del dulce licor y de la que tomó un gran sorbo.
.-Hostigantes…-.
Kagome se giró asustada al escuchar esa voz ronca y familiar concluir su frase. Su sorpresa fue mayúscula al toparse de frente con una sonrisa burlona y aquellos hermosos ojos dorados que tanto había añorado volver a ver y que ahora la miraban con curiosidad.
CONTINUARÁ…
XXXXX
Pipipi… terminó el primer capítulo de mi fic que poco a poco comienza su trama. Espero que les haya gustado tanto como a mí. Estoy muy entusiasmada con esto, así que nos leemos en el próximo episodio. Sus review son mi paga byebye…
