Vestidos
Personaje: Rarity
-Usted es la poni que andaba necesitando – fue lo que me dijo de entrada aquel caballero. Nada de "Buenas tardes, señorita" ni formalismos. Sólo se acercó, y me habló. Simple y contundente, y sin vacilaciones.
-¿Disculpe? – pregunté. ¿Cómo no iba a sentir desconfianza, cuando alguien se presenta de esa forma tan inesperada? Pero lo confieso: hubo algo en él que me impidió rechazarlo cortésmente.
-Usted se dedica a la confección de vestidos, ¿verdad? – me preguntó. No podía negar el hecho de que era un caballero, si bien un tanto extraño, muy cortés y respetuoso.
-Sí, a eso me dedico. – contesté. Tranquilamente podría haber evitado responder, y alejarme, no obstante, la curiosidad crecía en mí cada vez más.
-Necesitaría que me haga unos vestidos. – la petición no me era indiferente, el aspecto de quien lo solicitaba sí. Llevaba un traje muy recto y muy pulcro, con un aire a encierro, como si hubiera permanecido colgado en un armario por años. Lo sé, trabajo con ropa: conozco el olor de las telas encerradas, si se quiere. Además, ese unicornio desencajaba con el traje que traía puesto, como si a pesar de vivir en una gran ciudad como Manehattan, el ambiente en el que se hallaba todos los días nada tuviera que ver con las dedicaciones comunes de los habitantes de allí. Eso es algo que también puedo percibir.
-Mmm, ¿y de qué se trata, para qué y quiénes son? – podré parecer poco amable, pero es muy útil para una modista conocer a su cliente y al sitio en el que lucirá las prendas a confeccionar.
-Bueno, no es nada complicado. Si gusta tomar un café caliente en un bar modesto, se lo explicaré. No tema pensar que no asumiré el costo de lo que usted produzca, soy un poni honrado.
Así que entramos a una cafetería muy acogedora, y allí escuché atentamente al sujeto. Pude ser imprudente, lo sé. De hecho, cualquier otra poni habría buscado una excusa para no acompañarlo, y volver a sus asuntos rápidamente. Pero yo no. Me motivaba la curiosidad y el desafío, más que el dinero. Tuve razón, sí, y esto lo comprobé después, que en sus ojos se reflejaba un dejo de locura, una falta de razón o de pensamiento cuerdo. Sin embargo, por lo demás, me era imposible pensar que hablaba con un loco, sus palabras eran elocuentes, modestas y agradables.
Acepté el trabajo. Me llevé conmigo un par de fotografías de las ponis a quienes debía realizar los vestidos, además de una hoja con las notas de sus medidas exactas, o eso me aseguró mi excéntrico cliente. Había dado muy buenas razones para que yo no tuviera que ir a su casa a tomar las medidas. Eso me hizo pensar que a lo mejor era un diseñador de modas frustrado o algo así. No lo sé, al primer vistazo me pareció que su cutie mark tenía que ver con la costura, creí ver una aguja en su flanco.
Eran los diseños más bellos que se me pudieron haber ocurrido. Es más: en esa foto estaban las potrancas que necesitaba para acabar de definir los últimos bocetos en los que estaba trabajando. Me esforcé mucho, a pesar de que mi cliente no había especificado ningún plazo de entrega. Quería hacerlo, y en esa tarea puse lo mejor de mi talento.
Llegó el día en que cada vestido, un total de tres piezas de inigualable belleza, estuvo delicadamente embalada en su envoltorio. Tomé un tren a Manehattan temprano, para volver con tiempo a Poniville. Traía mi cámara para perderme la oportunidad de fotografiar los rostros de tres clientas satisfechas simultáneamente.
Mi cliente me recibió en la estación. Parecía como si no tuviera más que hacer en la mañana, pues me di cuenta que esperaba desde temprano. Su casa se hallaba muy lejos, en un barrio que yo describiría como humilde y pintoresco. Me impresionó ver tantos animales disecados en su sala, se veían tan reales y tan vivos, pero mi emoción por la entrega de mis preciosos trabajos no me permitió dilucidar la cuestión enseguida. Hubo una puerta por la que casi entré y a la que no me dejó pasar. Yo lo tomé como una simple equivocación de cuarto. ¿Quién era para cuestionar las casas de mis clientes, no?
Así que allí estaban, en un living tan quieto, tan cuidadosamente ordenado, tan libre de polvo y telas pero a la vez tan… vacío y silencioso. Me pareció que ellas no me miraban fijo para no incomodarme, pensé que era parte de un protocolo familiar el hecho de que esperaran paradas y serenas a que mi cliente entráramos allí. Lejos estaba de creer que no respiraban, que sus ojos de párpados inmóviles no poseían el auténtico brillo de la vida, y tarde comprendí la verdadera ausencia de toda vida en esas tres ponis: una madre y dos hijas, pude adivinar por sus características. Eran, sin embargo, hermosas, cada una.
-No podía dejarlas así, señorita. Necesitaban algo bonito que vestir…
Fue al voltearme a verlo, que me di cuenta de lo que estaba pasando. Sentí un rapto de miedo indescriptible, que me paralizó. Ahora podía entender lo que desencajaba en ese poni, el hecho de negarme la posibilidad de conocer a su esposa e hijas. Pude creer que sólo tenía la culpa de lo que fuera que había provocado la pérdida por partida triple, pero vi la fatalidad, la angustia y la soledad que lo abrumaban. Decidí, para evitar cualquier riesgo, ponerle a cada una el vestido que le correspondía, y comprobé impactada lo increíblemente bien que les sentaban.
-¿No cree que a veces la taxidermia es como la costura, señorita? Uno llega a creer de tal forma que viven… que su arte vive… y no se da una idea de lo profundo que llega cuando toca lo más querido…
Las miré detenidamente.
Había hecho demasiado bien mi trabajo.
-0-0-0-0-
¿Preguntas?
Pueden dejarlas en las reviews, y yo las contestaré en un capítulo especial.
Nota: Taxidermia es el arte de disecar animales, preparándolos de una forma tal que se conserven tal cual estaban en vida.
