Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son propiedad de Masashi Kishimoto.

La brisa fría de la mañana nos rodeaba haciendo bailar las hojas tiradas por el suelo. Con la llegada del otoño cada vez eran más. Cada uno de ellos se despedía con una sonrisa entusiasta a pesar de que por dentro estaban más nerviosos que yo. El puente Kannabi era su objetivo, su misión era destruirlo y con ello podrían tener la oportunidad de dar un giro rotundo a la 3º Gran Guerra Ninja. Con una última sonrisa, dieron la vuelta y comenzaron su viaje, al mismo tiempo que sentía la opresión de mi pecho aumentando hasta casi ahogarme.

Flashback

—El puente Kannabi ¿eh?—mencioné al mismo tiempo que apartaba la cortina y miraba a través de la ventana del balcón.

—Sí—respondió Minato mientras colocaba la camisa que le acababa de coser nuevamente en su lugar correspondiente. Luego se acercó a mí—No te preocupes, todo saldrá bien.

Suspiré.

—Seguro que sí.

Sin embargo, la sensación de que me faltaba el aire no se iba. Abrí la puerta de cristal y salí al exterior apoyándome en la barandilla. El atardecer teñía el cielo en tonos amarillo, naranja y rojo intensos, dando a la visión de las cabezas de los Hokages un toque más imponente. Sentí los brazos de Minato pasar por debajo de los míos y apoyar las manos justo delante de mí, pegando su pecho a mi espalda y colocando su barbilla sobre mi hombro.

—¿Qué es lo que te preocupa? No es la primera vez que voy a una misión de este tipo.

—Lo sé.

—¿Entonces?

—No sé—dije de mala gana.

Minato se echó a reír y las vibraciones de su caja torácica me puso de punta hasta el último vello de mi cuerpo.

—Eso lo aclara todo.

Mi giré aún con sus brazos a mi alrededor y lo miré a los ojos. Seguían siendo los ojos más azules y dulces que había visto en mi vida. Podía pasarme horas mirándolos sintiendo que cada pestañeo era un desperdicio de tiempo.

—Es solo un mal presentimiento, como si algo no fuera a salir bien—temí que me llamara tonta o que me pidiera que dejara de decir chorradas, pero no. Minato nunca había considerado que nada de lo que yo dijera o hiciese fuera digno de burla, siempre encontraba el encanto en todo lo que hacía y por eso agradecía enormemente que el amor fuera ciego. Y sordo. Y tonto… al menos en su caso, obviamente yo no había salido tan mal parada.

Me miró seriamente pero sin dejar atrás la amabilidad que tanto lo caracterizaba.

—¿Alguna vez te había ocurrido?

—No. ¿Temor? Siempre. Pero nunca una opresión tan grande—lo miré con todo lo que tenía y sentía—prométeme que tendrás cuidado.

Él me regaló una sonrisa tan grande como contagiosa.

—No me queda de otra. Hay algo por lo que debo volver a toda costa.

—Ah… y ¿se puede saber qué es?—pregunté alzando una ceja.

Puso cara de sorprendido.

—Naturalmente no puedo morir sin haberme convertido en Hokage.

Noté que me hirvió la sangre y mi chakra comenzó a elevarse sin poder contenerlo. Sin embargo, Minato ni se inmutó, simplemente cortó por lo sano y me besó. Al separarse para evaluar mi expresión, sabiendo que había parado en seco mi enfado, ladeo la cabeza y encajó su boca con la mía de nuevo, abrazándome con tanta dulzura que podría haberme derretido en aquel momento. Nuestras bocas se buscaban con lentitud y pasión, encontrándonos en el otro aquel trocito de corazón que nos faltaba cuando estábamos separados y que por nuestro oficio ocurría más veces de las que nos gustaría. Me apretó contra su pecho y mi espalda se arqueó hacia el vacío, encontrándome encerrada entre la barandilla y él. No me gustaba sentirme acorralada, pero bienvenidas fueran este tipo de encerronas.

Cuando se separó de mí, ambos respirábamos agitadamente y nos sonreíamos, pero cuando iba a volver a la carga escuchamos unas risitas juveniles y silbidos debajo de nosotros y vimos a tres muchachos caminando, mirándonos con una sonrisa en el rostro y un par de sonrojos. Minato se echó a reír y tiró de mi para alejarme de miradas inquisitorias que, por qué no decirlo, también a mí me hacían sonrojar. Les sacó la lengua.

—Mañana sabrán lo que les ocurre a los mirones—les gritó mientras se alejaban a toda pastilla.

—En realidad no han hecho nada malo, somos nosotros los poco ortodoxos, tebanne.

—¿Ah sí?—me pegó a la pared una vez hubimos entrado a la casa, cogió mi mano y la puso justo por encima de mi cabeza. Luego acercó su nariz a mi oreja haciéndome reír— ¿Prefieres que te secuestre lejos de los ojos de los mirones? Puede que haga cosas más que poco ortodoxas.

—¡Minato!—le reclamé poniéndome roja de pies a cabeza. Nadie creería nunca lo que ocurría de la puerta de mi casa para adentro, era como si los papeles se invirtieran—Además, aún no se me va el enojo, ser Hokage es más importante para ti ¿no? Suéltame—le ordené con una dignidad que no poseía.

Minato me soltó para mi sorpresa, pero luego tomó mi cara entre sus manos y me miró otra vez como si pudiera atravesarme el alma.

—Sabes que renunciaría a todo en esta vida con tal de ver que me sonríes. Llevo quizás demasiados años enamorado como para disfrutar de algo en la vida si no es contigo.

—Ahora te estas poniendo melodramático—susurré avergonzada.

—Y tú te has vuelto un tomate—me miró con sorna, retándome a castigarle por llamarme por mi antiguo e irritante apodo. Por suerte para él reconocía que estaba en lo cierto.

Acaricié sus mejillas con ambas manos y sus labios con los pulgares.

—Tu recuerda llegar sano y salvo para que pueda golpearte por ese comentario, datebanne.

—Y es que no puedo vivir sin tus golpes ¿cierto?

—Bueno—dije mientras comenzaba a empujarlo hacia el dormitorio—algo me dice que hay ciertas situaciones en las que no te importa tanto que te atice.

Sus ojos brillaron como dos luceros.

Fin del flashback

Sabía que no tendría paz en los próximos días, hasta conocer el desenlace de esa misión. Solo esperaba que todos mis temores fueran infundados. Vi que Minato miraba hacia atrás, y algo debió ver que le llamó la atención porque desapareció como un rayo y reapareció delante de mí. Me agarró la barbilla y me besó con fuerza y con seguridad.

—Recuerda, hay algo por lo que debo volver a toda costa.

¿Para ser Hokage?

Negó con la cabeza y me sonrió con dulzura. Luego se pegó a mis labios y me susurró.

—No puedo morir sin haber sido padre, ¿no crees?

Se rio supuse, cuando mi piel se tiñó del mismo color que mi pelo. Luego con la misma regresó en un segundo con sus alumnos. La velocidad fue tal que solo se enteraron de que se había ausentado cuando reapareció.

A excepción de Rin, los otros dos todavía se sobaban el chichón que les había quedado por burlarse de la escena que habían presenciado la tarde anterior.

.

.

.

Una semana más tarde, cuando regresaba a casa después de hacer las compras, pasé por delante de la torre del Hokage y escuché mucho revuelo. Cuando me acerqué a mirar, vi una muchedumbre reunida alrededor de Hiruzen Sarutobi, quien estaba intentando apaciguar a quienes no paraban de hablar y acribillarlo a preguntas. Supe que algo gordo había pasado y el corazón me dio un vuelco.

Me abrí paso entre la gente, a veces hasta dando codazos y empujones porque nadie quería dejar hueco. Cuando llegué a primera fila agarré al 3º Hokage por la túnica y lo acerqué a mí, quizás de un modo un tanto brusco, pero lo suficientemente contundente para que todos se callaran ante la falta de respeto.

—¿Qué ha pasado?—pregunté ansiosa. El Hokage no pareció sorprendido ante el modo en que lo había atajado y respondió con total tranquilidad.

—Tenemos noticias de que el puente Kannabi ha sido completamente derribado.

Todos estallaron en vítores y gritos de alegría ante la noticia. Esto ponía las cosas en mejor perspectiva a Konoha ante la guerra y todos estaban deseosos de que se le pusiera fin cuanto antes. Sin embargo, algo en el rostro del Hokage me alertó de que no todo eran buenas noticias.

—Hokage-sama…—él sabía que solo utilizaba ese nombre cuando realmente estaba implorándole.

Suspiró.

—Sabemos que hay bajas, pero no conocemos los nombres aún.

Lo solté tan pronto como lo dijo, como si me quemara la mano. Sin decir nada me alejé por donde había venido. Noté que me llamaba, pero no le hice caso. Solo cuando llegué a mi casa me di cuenta de que había perdido hasta la compra en el camino. Cerré la puerta y me dejé resbalar por la pared hasta quedar sentada en el suelo. Entonces sentí las lágrimas correr por mis mejillas y el aire de los pulmones salir precipitadamente. Siempre había sentido que tenía el control en la mayoría de las situaciones y no soportaba la idea de no poder hacer nada más que esperar. La tensión de los últimos días me llegó de golpe junto con la posibilidad de que mis peores temores se cumplieran. Rin, Obito, Kakashi,… mi Minato. Eran pocos los refuerzos que se habían mandado a esta misión por lo que las probabilidades de que alguno de ellos nunca volviera era enorme. Me aferré al hecho de que Minato me había prometido que regresaría. La otra opción era volverme loca de la desesperación.

Me levanté y fui a la cocina a hacerme alguna infusión o algo que me tranquilizara. Luego llegué hasta el sofá de la sala y me senté con la taza en la mano a esperar. Sin embargo las lágrimas no dejaban de salir y no pararon hasta que me quedé dormida con la cabeza apoyada sobre el brazo del sofá.

No sé cuánto tiempo pasé ahí tirada. Solo sé que cuando oí los golpes en la puerta, la taza con la infusión estaba casi tan fría como mi alma. Me sobresalté y salí corriendo hasta la puerta dispuesta a abrirla, pero cuando fui a coger el pomo note que la mano me temblaba. Estaba muerta de miedo, pero fuera quien fuera solo podían ser noticias y en algún momento me tenía que enterar. Siempre era mejor saber aunque no me gustara que sufrir la desesperación tan terrible de los últimos días. Por esa razón, me armé de valor y abrí la puerta.

Al otro lado de la misma, bajo la noche oscura y nubosa que anunciaba una inminente tormenta, se encontraba Minato de pie, con las ropas de jounin rotas, sucias y con manchas de sangre. Pero no fue eso lo que me detuvo de saltarle a los brazos, sino sus ojos. Los ojos que siempre tenían un brillo cálido con el que miraba el mundo, estaban ahora vacíos y oscuros, también se notaba que había llorado.

Escuché un gemido que supuse que era mío porque no le había visto a él hacer el gesto, pero era completamente ajena a ello.

—Minato… estás vivo.

Él me miró desolado. Intentó avanzar hacia mí pero las piernas le fallaron. Me apresuré a cogerlo y a regodearme de tenerlo en mis brazos sano y salvo, aferrando su cabeza contra mi cuello y aspirando su olor.

—No pude ayudarlo, no pude… les he fallado…—murmuraba él.

—Minato, ¿qué ha pasado?

—Está muerto.

Sentí otra vez el vuelvo.

—¿Quién…?

—Obito—sollozó.

Obito. Obito estaba muerto. Ese pequeño que me había robado el corazón desde que lo conocí. Ese chico que era a quien veía como modelo de como quería que fuera un hijo mío alguna vez: amable, simpático, torpe, valiente, no muy brillante pero siempre dispuesto a ayudar a los demás y a darlo todo por sus amigos. Y ahora estaba muerto. Abracé a Minato con todas mis fuerzas mientras lloraba con él. Era su alumno, debía de estar destrozado. Su muerte iba a dejar un agujero en todos nosotros. Porque si algo tenía ese pequeño, es que era capaz de influir en los corazones de los demás. El mundo acababa de perder a un gran ninja.

Saqué fuerzas de aquel a quien tenía entre mis brazos y conseguí meternos dentro de la casa. Minato tiritaba y apenas tenía fuerzas para mantenerse en pie, pero conseguí llevarlo hasta el baño. Lo metí en la bañera aún con la ropa y abrí el agua caliente. Sus ojos se cerraron al contacto con el agua y por la magnitud de sus ojeras supe que hacía bastante que no dormía. Intenté quitarle el chaleco y las ropas en lo que la bañera se llenaba, pero él no colaboraba. Al contrario, buscó la manera de apresarme y sentarme entre sus piernas, aferrándose a mí con todas sus fuerzas y enterrando su rostro en mi pelo. Supe que no lograría nada más por el momento, así que cerré el grifo cuando el agua nos llegó a los hombros y lo abracé con fuerza, dejándolo descansar.

Noté que mi pelo se mojaba, pero la causa no era el agua que nos rodeaba. Nunca en todos los años que hacía que lo conocía, lo había visto llorar. Siempre había sido capaz de encontrar el lado positivo a todo. Eso me hizo hacerme una idea de lo destrozado que estaba. Lo acompañé en el llanto silencioso.

No sé cuánto tiempo estuvimos allí. Horas quizás. El agua ya empezaba a enfriar, lo noté porque su cuerpo había comenzado a tiritar de nuevo.

-M-Minato… déjame ayudarte, vamos a quitarte todo esto.

Poco a poco conseguí desnudarlo, al mismo tiempo que volvía a calentar el agua. Aunque sus fuerzas ya no eran muchas, me ayudó a desnudarlo y no opuso resistencia cuando comencé a enjabonarlo. Solo se apoyó contra mí y se dejó hacer. Yo también aproveché para quitarme la ropa empapada y secarme, para luego secarlo a él.

Cuando tiré de él para sacarlo de la bañera, se encogió y se llevó la mano al costado izquierdo. Se había formado un feo hematoma en esa zona.

-Mierda, Minato puedes tener alguna costilla rota—dije intentando palpar la zona, pero desistí cuando vi que se encogía ante el roce.

-Solo… ayúdame a llegar a la cama—me pidió.

-Pero ¿y si necesitas ayuda médica urgente?

Él negó con la cabeza. Resoplé. Podía llegar a ser mucho más testarudo que yo si quería y eso era decir bastante. Sin embargo, al ver su cara de súplica no pude más que asentir y colocarle el albornoz encima del cuerpo y ayudarlo a llegar al dormitorio. Una vez allí aparte las cobijas y lo ayude a recostarse. Cada movimiento era para él un suplicio y noté que le faltaba el resuello.

Fui corriendo a la cocina a traerle parte de la infusión que había tomado yo con anterioridad, calentándola previamente para ayudarlo a entrar en calor y para que tuviera algo en el estómago, pero cuando llegué, ya estaba dormido. Dejé el vaso en la mesilla en su lado de la cabecera y me metí en la cama con él. Lo abracé con cuidado, rodeándolo y llevando mis manos a la zona contusionada. Me concentré intentando recordar las técnicas de ninja médico que había aprendido en mi adiestramiento y convoqué todo el chacra del que disponía para ayudarlo a sanar.

No supe si era por el estrés emocional, el cansancio o la tranquilidad de tenerlo entre mis brazos sano y salvo, el caso es que perdí el hilo de cuánto tiempo estuve transmitiendo chacra y finalmente me quedé dormida.

.

.

Me desperté al sentir el roce de mi pelo hacerme cosquillas en la nariz, sin embargo, no abrí los ojos al momento, al principio por pereza, luego porque me percaté de que realmente alguien estaba jugando con mi cabello.

Su mano estuvo un buen rato entretenida con las hebras de mi pelo, luego bajó y me acarició levemente los párpados y las mejillas, terminando en mis labios. No pude evitarlo y le besé el dedo en respuesta a la caricia. Cuando abrí los ojos lo vi sonreírme levemente, con una mirada triste que me partió el corazón. Vi por la luz que entraba bajo la persiana que apenas estaba amaneciendo.

Me acerqué todo cuanto pude y enterré mi cara en su pecho. El hizo lo mismo en mi cabeza.

-No debiste haber hecho eso—murmuró.

-¿El qué?

-Curarme. Debiste caer rendida después de terminar.

Me incorporé para mirarlo.

-¿Funcionó?

Él se llevó una mano al costado y asintió.

-Apenas lo siento si no me muevo. Antes era como una punzada continua.

No tenía nada roto pero sí dos costillas fisuradas. Mis esfuerzos se habían centrado en restaurar ese daño para evitar que con un movimiento mayor se terminara por romper.

Respiré aliviada y volví a recostar la cabeza sobre la almohada. Él se quedó mirándome largo y tendido. Luego se acercó y me besó. Rodeé su cuello con mis brazos y lo apreté contra mí, besándolo con todo lo que tenía, con angustia, con añoranza, con miedo, con felicidad por tenerlo de vuelta. Lo besé siendo consciente de que ese beso podría no haber llegado a existir y dando gracias por él. Cuando nos separamos, pegó su frente a la mía y siguió mirándome largo y tendido. Yo no me quedé atrás y mis manos tampoco. Se movieron por su pelo, por su frente y sus cejas. Por sus pómulos, su nariz y sus labios. Mis dedos lo reconocían como suyo.

-¿Cómo estás?—le pregunté.

Él suspiró y cerró los ojos.

-Me siento peor que una basura…

-Mina…

Me calló con un beso.

-Por favor, no hablemos ahora, aunque suene egoísta no quiero volver a la realidad todavía.

Sentí que mi corazón se encogía con el temblor de sus labios.

Tan vulnerable…

Lo abracé y besé su cuello mientras que el me estrechaba contra su pecho con todas sus fuerzas, a pesar de que sabía el dolor que tenía que causarle ese gesto. Toqué la zona.

-¿Cómo te hiciste esa herida?

-Sellos explosivos. Nos pillaron desprevenidos en el último momento, afortunadamente no hubo bajas pero si varias contusiones—asentí.

Minato cogió mi mentón con el pulgar y el índice y me hizo mirarlo a los ojos. No sabía que buscaba, pero haría todo lo posible para darle lo que necesitara.

-Gracias por volver—susurré sin apartar la mirada. Él torció el gesto.

-Prometí que lo haría.

-Y yo me alegro de que seas un hombre de palabra.

-Pero no pude traerlos a todos conmigo de vuelta…

-Shhh…-le puse un dedo en los labios para callarlo antes de que se hundiera más—sé que hiciste todo lo que estuvo en tu mano, sabíamos que era una misión peligrosa y ellos eran conscientes del peligro al que se enfrentaban. Nadie te culpa Minato. Como ninjas arriesgamos nuestra vida todos los días por el ideal que perseguimos, esa es nuestra vida y así hemos decidido vivirla.

Se quedó mirándome por más tiempo sin decir nada. Sabía que nada sacaría ese dolor que se había instalado en nuestros corazones con la pérdida de Obito, pero no quería que la culpa acabara con él. Al fin y al cabo era luchar con el sentimiento protector de un sensei.

Agarró mi cara con ambas manos y pegó su frente a la mía. Sus labios se acercaron a los míos sin llegar a besar.

-¿Puedo… me dejarías…?—intentó preguntar con un nudo en la garganta. Supe enseguida a qué se refería. No sabía si buscaba olvidar, o calor reconfortante o simplemente sentirse vivo. Pero el caso es que yo sí que necesitaba sentir que él seguía vivo, que continuaba a mi lado, así que me adelanté y lo besé con fuerza. El me respondió del mismo modo, sin delicadezas ni tapujos, simplemente mostrando la necesidad que sentíamos del otro. Mis manos se engancharon en su cabello rubio y tiraron de él, a lo que él respondió con un jadeo y un mordisco en mi labio inferior. Sus manos se movieron debajo de mi camisa y subieron hasta arrebatarme la prenda, dejándome desnuda de cintura para arriba.

De un giró se colocó sobre mí. Yo sabía que eso tenía que molestarle en el golpe, pero no hizo ningún ademán de dolor. Sus manos comenzaron a moverse sobre mi cuerpo y yo me dispuse a deslizarle el albornoz, lo único que había conseguido colocarle la noche anterior. Nuestros torsos se encontraron, piel con piel y el calor subió a niveles considerables mientras nuestras bocas se encontraban con pasión, casi con furia, bebiendo el uno del otro como si la vida misma dependiera de ello. Quizás sí nos sentíamos de esa manera. Su boca bajó por mi cuello, deteniéndose en besar y morder cada centímetro que descendía. Yo lo dejaba hacer mientras me esmeraba en masajear su cuero cabelludo y aspiré aire con fuerza cuando él se encontró con mis pechos.

No supe cuánto tiempo se entretuvo ahí, pero mi cabeza ya andaba muy lejos cuando descendió por mi vientre, deslizando por mis piernas la última pieza de ropa que me quedaba. Su boca bajó delineando mi ingle, pasando del punto más sensible de mi cuerpo y descendiendo por mis muslos y mis rodillas hasta llegar a mis pies, los cuales besó con devoción. Luego volvió a ascender con delicadeza, sin dejar casi ninguna zona visible sin besar y alcanzó el punto más álgido y sensible de mi anatomía. No me tocó al principio, solo se limitó a soplar sobre él, haciéndome estremecer hasta la última terminación nerviosa. Luego, sin previo aviso, enterró su cabeza entre mis piernas y yo enloquecí. Mi cuerpo se sacudió, una, dos, tres veces… mientras el hacía de mi lo que quería. No tardé ni un minuto en alcanzar mi límite, la necesidad era demasiada.

Cuando terminé, aun regodeándome en las últimas palpitaciones, el subió por mi cuerpo de nuevo y me besó, dándome a probar de mi misma. Era algo que acostumbraba a hacer, no sabía por qué, pero tampoco pensaba preguntarle. Intenté darle algo de lo que él me había ofrecido, pero desde que hice ademán de acercarme me agarró las manos y las colocó sobre mi cabeza, haciendo un gesto de negación.

-¿Por qué?—pregunté aún intentando recuperar el aire. El no respondió. Se estiró cuan largo era y alcanzó mis muñecas, besándolas y descendiendo por los antebrazos y brazos hasta llegar a mis hombros. Luego dedicó algún que otro mordisco y lametón a mi clavícula, ascendiendo por mi cuello y se detuvo en mi oreja. Atrapó el lóbulo con sus labios y susurró:

-Déjame manejar a mí la situación por esta vez.

Luego se separó y me miró a los ojos con súplica. Entonces supe que concentrarse en mi cuerpo le hacía no pensar en nada más, pero que si era él quien estaba a mi merced, su mente probablemente lo traicionaría. En otras circunstancias, esta situación hubiera resultado de lo más extasiante, pero sabiendo la causa, no podía disfrutarlo del mismo modo.

Asentí con la cabeza. El me besó con fuerza, rozando el límite entre la pasión y el dolor. Nunca lo había hecho con tanta furia, pero yo no me quedé atrás, ambos lo necesitábamos, ambos necesitábamos sentir la vida sin olvidar el dolor.

Rodeé sus caderas con mis piernas vaticinando el momento final de ese encuentro. Bastaba ya de juegos, lo sabía y él también.

Y entró en mí con auténtica firmeza. Yo me mordí el labio cuando enseguida sentí su siguiente acometida. No había porqué andarse con niñerías, no éramos unos principiantes, y necesitábamos algo más que una simple conexión. Yo acompañé el ritmo como pude y todo comenzó a girar y a nublarse. No había nada, no existía más que Minato, yo, y la unión de nuestros cuerpos, danzando juntos. Nada de fuera podía traspasar la barrera que formaban nuestros cuerpos pegados, piel con piel, boca con boca. Todo lo que me rodeaba era él, todo lo que sentía, saboreaba y olía era a él. En ningún momento dejó de tocarme o de besar allí donde sus labios alcanzaban y yo ya no sabía a qué prestarle más atención.

Minato gimió contra mi boca al poco tiempo y con una última estocada terminó. Yo lo secundé justo después. Se dejó caer sobre mi pecho soltando mis manos, con su cabeza sobre mi corazón sin salir todavía de mí y yo lo acuné. Poco a poco nuestras respiraciones se fueron apaciguando y el latido de nuestros corazones enlenteció. Luego levantó la cabeza y me miró. Y me dedicó esa mirada dulce que me arrebataba las entrañas desde que me rescató hace ya tantos años.

Tan apuesto…

-¿En qué piensas?—me preguntó.

-En que como no salgas de ahí de una buena vez te violaré, datebanne—Conseguí arrancarle un amago de risa. Salió de mí tan rápido que el efecto succión me hizo soltar un gemido, por qué no decirlo, vergonzoso.

Minato me besó de nuevo con pasión si no renovada, bien cerca de estarlo.

Unos rayos de sol entraron por la ventana e iluminaron completamente la habitación. No me había dado tiempo a cerrarla en la noche. La luz le hacía brillar los ojos y me tenían completamente prendada. Sin embargo, él no estaba precisamente mirando los míos. Cuando dirigí la mirada hacia donde iba la suya, me di cuenta que uno de los rayos había caído justo sobre mis pechos. Fui corriendo a taparme con la sábana en un súbito ataque de vergüenza estúpida, pero él me detuvo.

-Nunca tengas que esconderte de nadie. Eres hermosa de pies a cabeza—me dijo con total seriedad.

Yo intenté jugársela.

-Insinúas, pues que no hay ningún problema en que salga a la calle desnuda—alcé una ceja.

El me sonrió radiante.

-Sabes bien a qué me refiero, pero hay ciertas partes hermosas de ti que me guardo para mí. Ya tengo a media aldea tras de ti, no la quiero entera—dijo mientras colocaba ambas manos sobre mis pechos tapándolos.

Solté una risa sarcástica.

-Claro, estoy hecha una rompecorazones, tebanne.

El se acercó pícaro a mis labios.

-Ni te imaginas cuanto—murmuró agarrando con su mano un mechón de mi pelo—mi preciado hilo rojo del destino-y lo besó.

Bueno, una cosa si era cierta, si pudiera ver mi cara en ese mismo instante, yo misma me habría colocado el apodo de tomate. Dattebanne.

.

.

.

Una hora después salimos de la cama y el mundo pareció caer de golpe sobre nosotros de nuevo. Minato volvió a parecer rendido y yo traté de mantenerme firme por los dos. Le dije que se fuera a bañar mientras yo preparaba el desayuno que estaba segura que ninguno de los dos iba a tocar esa mañana. Pero necesitaba mantenerme ocupada.

Mientras ponía un par de huevos a freír y preparaba dos bocadillos, me vino a la memoria una mañana días antes de la partida hacia el puente Kannabi. Había llevado a Minato y los niños el almuerzo con esos mismos bocadillos, para darles fuerzas con el entrenamiento. Recordé como discutí con Obito mientras Kakashi terminaba con su ración más la de su compañero, siendo regañado por Rin y un Minato pasando olímpicamente de todo y centrado solo en su comida. Recuerdo haber golpeado a Obito, haberle insultado y regañado. Recordaba como todo eso había dado igual y al final habíamos terminado echando unas risas. Él era así, alegre, espontáneo, travieso y obstinado, con un gran sentido de lealtad, como yo. Un auténtico caso perdido. También como yo. Mi favorito por ello. El muy cabezota me había prometido que volvería sin un rasguño—después de que yo lo amenazara con algo más que un puñetazo—y que traería de vuelta a todos sanos y salvo. Solo había cumplido esa parte de la promesa.

Me di cuenta de que estaba llorando cuando varias de mis lágrimas cayeron sobre el aceite de los huevos, haciéndolo saltar quemándome la mano. Pegué un brinco del susto y aparté la sartén del fuego para poder meter la mano bajo el grifo. Las lágrimas no se detenían mientras lo hacía.

-Idiota…-sollocé—Obito i-idiota… tebann…

Unos brazos me rodearon por detrás. Minato aún tenía la piel humedecida por el baño. Me apretó contra su pecho y cerró el grifo, que llevaba ya demasiado tiempo abierto. Me giró y me hizo enterrar la cara en su camisa, dándome permiso para estropeársela. Y rompí a llorar.

Yo no quería esto, desde un principio pensaba ser fuerte, demostrarle a Minato que tenía un hombro en el que apoyarse, no al revés. Él ya no lloraba. Parecía haber asumido la realidad. Ahora que lo tenía a salvo entre mis brazos, me tocaba a mí hacerlo.

-Tengo que ir a la torre Hokage. No lo fui a ver ayer, vine directamente para casa.

-Voy contigo—dije mientras me limpiaba las lágrimas a manotazos.

El negó con la cabeza.

-Quédate aquí y descansa. Pasaré a buscarte a media tarde.

-No voy a quedarme aquí. Solo conseguiría volverme loca.

-Cabezota.

-Eso ya lo sabías cuando te enamoraste de mí.

-Lo sé—me sonrió de lado, pero esa sonrisa no llegó a los ojos. Me besó con dulzura-¿Puedes entonces ir a ver a Rin y Kakashi al hospital?

Asentí.

-Y tú deberías venir conmigo. Tienen que revisarte, tebanne.

-Estoy bien, ya te encargaste tú de ello.

-Pero…

-Hazme caso Kushina. Me reuniré contigo más tarde en cuanto hable con el Hokage. Me tengo que ir, me están esperando.

Suspiré. Agarré su cara con mis manos y lo besé.

-Te quiero. Muchísimo.

-Y yo a ti.

Se bebió la taza de café que le había preparado y salió por la puerta mientras yo me disponía a hacer lo mismo.

.

.

.

Al llegar al hospital pregunté en recepción por las habitaciones de Rin y Kakashi y me mandaron a la cuarta planta. Cuando localicé la habitación toqué y la suave voz de Rin me dijo que entrara. No había llevado ni flores ni nada, no sabía si era apropiado dada la situación en la que nos encontrábamos y prefería quedar como maleducada a insensible. Rin estaba en la habitación más cercana a la puerta. Se encontraba sentada contra el respaldo mirándome con un amago de sonrisa triste. En la cama de al lado, Kakashi tumbado bocarriba y una gran venda alrededor de su ojo izquierdo, tenía la mirada perdida en la ventana.

Me senté en el borde de la cama de Rin que daba hacia la de Kakashi.

-¿Cómo estáis?

-Bien Kushina-san. No tardarán en darnos el alta—me dijo Rin. Rogaba porque la dulce sonrisa que tanto la caracterizaba volviera pronto a su rostro.

-¿Y tú Kakashi? ¿Cómo te encuentras?

Él no me respondió. No hizo ni siquiera un gesto de reconocimiento.

-Kakashi…-lo llamó Rin. El joven giró la cabeza mirando el techo y asintió. Apenas podía ver su expresión, pues la parte que daba a mi estaba cubierta.

-Tu ojo…-noté de inmediato que se tensaba y que Rin agachaba la cabeza con los ojos anegados en lágrimas-¿Qué…?

Rin me miró intentando contenerse.

-Obito le regaló su ojo, antes de…

Dios mío… tragué grande tratando de tranquilizarme para no recaer en el llanto de esa mañana.

Me levanté y me acerqué a Kakashi. Sabía que ese niño era el motivo por el cual Minato se había convertido en profesor y también sabía que su relación con Obito y Rin, aunque él no quisiera reconocerlo, le había cambiado la vida para siempre. Había perdido a su padre de la peor manera y eso lo había trastocado drásticamente. Esperaba que esta pérdida no desencadenara en la misma situación. Él me miró momentáneamente y cuando vio que hacía ademán de agarrarle la mano, la apartó de forma brusca. Me quedé atónita ante tal forma de actuar, me había dolido en el alma, no entendía el porqué de ese gesto.

-Kushina-san—me llamó Rin como si supiera que la situación necesitaba un cambio- ¿Cómo se encuentra Minato-sensei?

-Eh… bien, ha ido a la torre Hokage nada más despertarse para informar, quedó en venir al terminar.

Noté que Kakashi volvía a tensarse y eso me preocupó. ¿Estaba enfadado con Minato? ¿Por eso se había negado a que yo lo tocara?

-Debería haber venido aquí directamente como hicimos los demás.

-Eso le dije yo, solo conseguí que me dejara aplicarle chacra para acelerar la curación.

-Estaba exhausto cuando llegamos. Él… cargó con nosotros todo el trayecto de vuelta.

Me llevé las manos a la boca cuando me di cuenta de lo que eso significaba. Minato había cargado con los dos kilómetros y kilómetros teniendo dos costillas casi rotas y al borde de la extenuación. No era solo el dolor físico, Minato había cargado con la culpa de su alumno caído en batalla al que había tenido que dejar atrás y había transportado sus dos camaradas hasta estar seguro de que los dejaba a buen recaudo. Luego había acudido directamente a mí sin preocuparse siquiera de sí mismo. Según me había comentado esa misma mañana, Obito había caído aplastado intentando salvar a Kakashi de una muerte segura cuando el techo se les derrumbó encima. Había muerto como un verdadero héroe luchando por lo que creía y por salvar a sus seres queridos. No pude siquiera imaginar el dolor de Minato al ver su cuerpo destrozado, sabiendo que no había llegado a tiempo a ayudarlos. No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que Kakashi se sentía culpable y que también estaba haciendo culpable a Minato por no acudir a tiempo. Eso sí que iba a ser un duro golpe para él. Solo esperaba que pronto Kakashi comprendiera que nadie debe culpa en ese tipo de situaciones, es un momento delicado donde se toman decisiones precipitadas y donde no siempre hay suerte de que la ayuda llegue a tiempo. Así de crueles son las guerras.

-Obito era un gran ninja. Eso lo ha demostrado con creces. Ha dado la vida por sus creencias y esa es la muerte más loable que puede pedir un ninja.

Rin agachó de nuevo la cabeza y Kakashi se giró de nuevo contra la ventana, sin embargo, vi que sus hombros temblaban ligeramente. Una vez Minato me dijo que Obito, a pesar de no ser el más prudente, talentoso o inteligente, era la piedra angular de su equipo, quien cuidaba que los lazos entre ellos estuvieran intactos y fuertes. Yo había sido testigo de eso al conocerlos y al haberles visto progresar con el tiempo ¿Qué sería de ellos ahora?

En ese momento llamaron a la puerta. Minato apareció y, nada más cruzar la puerta noté su nerviosismo. Rin lo observaba sin decir nada mientras este se acercaba y al llegar a ella le colocó la mano sobre la cabeza, para luego acercarla a él y abrazarla. Rin se aferró a su chaqueta de jounin y sollozó. Yo me mordí el labio impotente. Luego de que la joven se tranquilizara, él le secó las lágrimas y me miró. Supe que buscaba apoyo para enfrentarse a su otro alumno. Con tranquilidad se acercó a la otra camilla mientras yo le agarraba la mano a Rin.

-Kakashi—lo llamó Minato. El joven no hizo ademán por contestarle el llamado—Kakashi…-intentó de nuevo.

Minato le agarró un hombro y este se sacudió. Si a mí me causó impresión, no podía evitar imaginar lo que estaba sintiendo él. Entonces, lo agarró por ambos hombros y lo sacudió hasta conseguir que este lo mirara. Kakashi se resistió como pudo dentro de sus contusiones, pero Minato fue más rápido, lo envolvió con los brazos y lo aferró con fuerza para que no pudiera soltarse. El muchacho siguió resistiéndose hasta que las fuerzas le abandonaron y se apoyó sobre el pecho de mi marido. Entonces escuché el primer sollozo de Kakashi, quien se derrumbó como un niño pequeño, como no lo hizo al morir su padre y que fue el inicio de la larga lucha por devolverle la sonrisa y su fe en la relación con las personas.

No me había percatado que había dejado de respirar hasta ese momento, dejando escapar el aire de golpe. Rin a mi lado hacía lo mismo. De todos, ella era la que conocía a Obito desde hacía más tiempo y era la que peor lo estaba pasando, pues tenía que lidiar con la pérdida de un gran amigo y la lucha contra sí mismo de su otro compañero que parecía costarle asumir lo que había ocurrido. Mantener a Kakashi con los pies en el suelo iba a ser ahora trabajo de ella.

Poco después, Minato soltó a Kakashi y este me miró cabizbajo. Entendí que eso era como una disculpa por su parte. Asentí en señal de comprensión.

Minato les explicó brevemente que estaba todo preparado y que esa misma noche harían la ceremonia a los caídos. Lo más probable es que el alta se la dieran esa misma tarde, con lo cual no tendrían problemas si querían asistir. Ambos asintieron y Minato me agarró la mano para salir de allí. Nos despedimos con la promesa de vernos esa noche.

Una vez fuera de la habitación, lo abracé hasta casi ahogarlo. El momento no podía haber sido más tenso y su modo de actuar quizás había salvado a Kakashi de hundirse en la miseria.

-¿Cómo lo supiste?

-No lo sabía. Solo hice lo que tú hiciste conmigo. A veces basta con compartir un momento con alguien que nos entienda.

Yo le tomé la cara y lo miré.

-¿Estás bien?—el me agarró una mano y me la besó.

-Todo lo bien que se puede estar. Vamos a casa, va a ser un día muy largo.

.

.

.

Esa noche despedimos a Obito Uchiha y a los demás compañeros fallecidos en la misión en la oscuridad de la noche con un millar de velas encendidas en los alrededores y una oración que salió desde lo más profundo de nuestros corazones. Esa noche dijimos adiós a un verdadero amigo, un héroe, un ninja que con su determinación podría haber cambiado el mundo y que nos recordó que no importa cuan negras se puedan volver las cosas, siempre se puede seguir hacia adelante con una sonrisa y la mirada en alto si luchas con todas tus fuerzas por lo que deseas. Esa noche no derramamos una sola lágrima, allí sobre la tumba vacía de ese niño que había sido más valiente que cientos de hombres, nos prometimos que no volveríamos a encontrarnos en esa situación. La determinación de Obito Uchiha por sacrificarse por los demás recordó a Konoha la voluntad de fuego con la que se había fundado y de la cual se sentían tan orgullosos. Allí, sobre la piedra erguida en nombre de los caídos y cuyos nombres figuraban en ella, prometimos acabar con esa guerra que se había llevado la vida de tantos seres queridos.

Miré a Minato y el asintió comprendiendo exactamente como me sentía.

-Obito Uchiha, tu sacrificio no será en vano. Protegeremos el futuro-Todos a una, soltamos un grito favor de la vida.

.

.

.

Buenas!

Es la primera vez que me atrevo con algo de Naruto, no pensé nunca llegar a escribir nada de ello, pero me da pena que Minato y Kushina tengan tan poco trato siendo para mí la pareja más hermosa de la historia. Por eso quiero tomar algunas escenas de la serie que podrían haberse extendido más y no lo hicieron, dándole un ligero toque persona sobre como me hubiera gustado vivirlo a mí. Otras simplemente serán cosas que a mi me hubiera gustado ver y no pudo ser, como este capítulo. No se cual será la extensión de estas escenas sueltas, supongo que hasta que pueda continuarlas y viendo un poco la aceptación que tenga.

Espero que la disfruten!

Besitos, Sele.