Se me está acabando el chollo de colgar historias antiguas para manteneros ahí mientras pueda...

Esta vez llego con un twoshot que escribí justo hace un año, el veintiseis de octubre del 2010, para una amiga. Realmente no es una maravilla, podría haberlo mejorado, pero whatever, espero que os guste.

Y sí, al mánager me lo inventé porque me sale de los raviolis caducados. Muchos besos con lengua en vuestras partes.


Dougie se dejó caer en el sofá, abatido. La mirada fija en el techo, pero con toda su atención puesta en el interior de su cabeza. Cerró los ojos y se llevó las manos a la cara, tocándose los párpados con las yemas de los dedos. Sus pestañas seguían húmedas, pero ya no había rastro de lágrimas en ellos. Ya no quedaba nada que derramar. Dougie se sintió impotente, quería llorar aún más. Llorar hasta desmayarse del agotamiento. Gritar hasta quedarse sin voz. Verter cada uno de sus sentimientos en aquellos pedazos salados de su ser.

Dolor. Quería sentir dolor.

Porque prefería sentir dolor que nada en absoluto.

Dejó caer las manos a ambos lados de su cuerpo y volvió a abrir los ojos, admirando las sombras añiles de la luz de la luna que rebotaban contra las paredes y el techo de su apartamento. Expulsó todo el aire que contenía en sus pulmones con un suspiro tembloroso. No quería volver a respirar, el precio que había pagado por ello era demasiado grande como para pensar ni siquiera en recoger un último hálito entre sus labios.

De pronto, lo volvió a notar. Lo escuchó tan presente dentro de él que quiso separar aquella parte de su existencia y arrojarla bien lejos, donde nadie pudiese encontrarla.

Dougie se acurrucó en posición fetal, conteniendo un gemido lastimero, y cerró los ojos, tapándose los oídos. Sin embargo, siguió escuchándolo. Porque estaba dentro de él, porque no podía escapar de ellos aunque lo desease. Solo había una manera de conseguirlo, pero aquello conduciría a la muerte, y no podía consentir que todo ese sacrificio anterior fuese en vano.

Las lágrimas se volvieron a agolpar en sus ojos. Allí estaban. Pum pum. Pum pum. Pum pum.

Latidos.

Los latidos de su corazón.

Wicked game.

Aquel día lucía un Sol espléndido en el cielo aunque estuviésemos a principios de invierno. A pesar de todo, el ambiente era húmedo. El típico frío mañanero de las ocho y media de la mañana inundaba el cementerio, provocando que las personas se calentasen abrazándose a sí mismas en torno a sus gruesos abrigos negros.

Tres días antes, Matthew Fletcher, nuestro mánager, había fallecido en la clínica de Londres debido a un cáncer de pulmón. Matthew había sido un tío joven y fuerte, pero fumaba demasiado. Siempre lo veíamos con un pitillo en la boca o, en su defecto, tras la oreja, esperando a ser consumido. De hecho, los chicos y yo solíamos llamarlo Smoking Matt entre bastidores. Además, estaba presente el hecho de que hacía cuatro años tuvo que donarle un pulmón a su hermano, el cual sufrió un accidente en el que se le perforaron los dos órganos.

Un final algo trágico y poco heroíco para tan entrañable personaje.

Fingí estar muy interesado en el discurso del sacerdote, aunque no me importase lo más mínimo. Que yo supiera, Matt nunca había sido muy católico, pero su familia sí que era cristiana, por lo que tuve que respetar aquella ceremonia al aire libre como si de una película americana se tratase, aunque sabía que él hubiera preferido algo más significativo, como lanzar sus cenizas en lo alto del Big Ben.

Minutos después, decidí centrar la vista en los presentes. Identificaba a los padres de Matt y a sus dos hermanos al lado del sacerdote, contemplando el ataúd de un suave caoba con un dolor desgarrador dibujado en sus pupilas.
Más allá se encontraban sus familiares cercanos y lejanos, algunos soltando alguna que otra lagrimilla y otros adoptando una actitud de cortés solemnidad. Matt nunca había sido muy popular entre su familia menos estrecha, nunca supe el por qué.

Y, al final del todo, nos encontrábamos nosotros. Posé mi mirada en cada uno de mis amigos, examinando sus rostros.
Tom se hallaba a mi otro extremo con un brazo por encima de Giovanna, su gran y único amor aparte de la música. Aunque ella no era capaz de contener las lágrimas, Tom hacía todo lo posible por mostrarse fuerte frente a ella, con los hombros tensos, la mandíbula apretada y un rictus en los labios. Reprimí una pequeña sonrisa; me parecía algo tierno que incluso después de tantos años Tom siguiese intentando impresionar a Giovanna.
Matt y Tom habían tenido una estrecha relación musical. Les encantaba encerrarse en una habitación y componer juntos nuevas canciones. Además, siempre había estado presente la broma del parentesco de su apellido, y constantemente se aprovechaban de ello. Al principio de la gira, nos intentaron hacer colar que eran hermanos. Estuvimos bastante tiempo creyendo que de verdad habían estado toda su vida durmiendo en la misma cama.

Recuerdos imborrables. Grandes momentos que nunca se volverían a repetir.

A su lado, se encontraba Danny con las manos en los bolsillos. Se mordía constantemente el labio inferior y hacía todo lo posible para que no se le derramaran las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos enrojecidos. De vez en cuando sacaba una mano de su bolsillo y se la llevaba a la cara, cerrando los ojos y masajeándose el puente de la nariz con el pulgar y el índice, suspirando profundamente para calmarse. En aquella ocasión también intenté contener una sonrisita. Danny siempre había sido así, un niñato de veinticuatro años que pretendía comportarse como un adulto, incluso cuando se refería en el ámbito sentimental. Aún seguía creyendo que llorar la pérdida de un amigo era símbolo de debilidad.
Y qué amigo. Matt y él eran los gemelos irritantes. No paraban de gastar bromas y hacernos la vida imposible durante las giras. Estaba seguro de que iba a ser al que más le costase asimilar todo aquello.

Finalmente, miré a Dougie, postrado a mi lado. Desapareció todo deseo de querer sonreír de forma melancólica en cuanto escudriñé su expresión inmutable. Mirada inexpresiva y labios caídos, formando un imperceptible mohín.
Conocía demasiado a mi pequeño idiota como para saber que aquello le estaba afectando demasiado como para reaccionar.
Chasqueé la lengua y pasé un brazo por detrás de él, colocando mi mano al lado contrario de su cabeza y atrayéndolo a mí, dejando que se apoyara en mi hombro. Dougie dejó descansar su cabeza en mí y agarró con una de sus manos fuertemente mi chaqueta negra, como en un intento por aferrarse a la realidad. Enredé mis dedos en su cabello transmitiéndole confianza, asegurándole sin palabras que todo saldría bien.

Aún creyendo que quizá tardaríamos un tiempo en volver a reír y a tratar todo con normalidad.

Cuando Matt enfermó, Tom hizo jurarnos que nuestras carreras se detendrían en el caso de que ocurriese algo grave. Todos asentimos, conformes.
No podía imaginarme cómo alguien podría intentar seguir sacando adelante McFLY sin Matthew Fletcher en la cabeza, tanto en lo personal como en lo profesional.

La ceremonia concluyó con el pésame para la familia. Todos nos acercamos para darle nuestras condolencias. Me dio bastante pena hablar con su hermano, parecía bastante culpable por lo que había pasado. Le dije que él no tenía la culpa, que Matt se sentía orgulloso de haberle cedido un pulmón para que siguiese viviendo y que no le perdonaría estar pensando esas cosas si hubiera seguido entre nosotros
Nos quedamos un rato y después nos fuímos a comer con unos amigos en común. Recordamos anécdotas de Matt y reímos. El único que aún parecía abatido era Dougie, que tenía su cerveza apoyada en la mesa pero rodeada con ambas manos y la contemplaba concentrado. Quise abrazarle y prometerle que todo se arreglaría, que esta era una etapa más de la vida, pero estaba demasiado lejos. Se había sentado entre Tom y Lewis, un amigo de Matt. Estuve todo el tiempo velando por Dougie con la mirada, esperando a que nos fuésemos del lugar para acercarme a él.
Finalmente, Danny anunció la última ronda. Al terminar nuestras copas, salimos del local y alguien sugirió que podíamos seguir la reunión en otro sitio. Tom avisó que iba a acompañar a Giovanna a su casa y a quedarse un rato con ella. Yo iba a apuntarme, prefería pasar el tiempo con Danny y los demás que amargarme en casa, pero sentí un tirón en el abrigo y me giré. Dougie me miraba a los ojos con gesto suplicante.

—¿Podemos irnos a casa, por favor?

Clavé mis ojos en los suyos, cristalinos y, en aquel momento, apagados. Asentí con la cabeza formando una leve sonrisa y encajé mis dedos en su cabellera, revolviéndola suavemente. Él cerró los ojos y arrugó la nariz, pero cuando saqué la mano me sonrió, agradecido. Me di la vuelta y le comuniqué a Danny que nosotros nos marchábamos a casa. Me dio unas palmaditas en el hombro y me fui con Dougie a coger el coche, poniendo en marcha el motor y conduciendo hasta casa.

Durante la mayoría del trayecto, ni Dougie ni yo dijimos nada. Cuando miraba de reojo a mi amigo, me lo encontraba mirando distraído por la ventanilla, dibujando formas con las yemas de los dedos en el vaho que había quedado en esta a causa del frío. Finalmente, a cinco minutos de nuestra casa, forcé una sonrisa y me dirigí a Dougie.

—Seguro que estos no vuelven hasta mañana. ¿Te apetece que alquilemos una película o algo así?

Dougie me miró y se encogió de hombros.

—Como quieras.

Torcí la boca ante aquella falta de entusiasmo e intenté ponerle más ganas.

—¿Qué te parece si cogemos alguna de acción? Me han dicho que Saltes buena.

—Podría estar bien.

No insistí. Pasé por un videoclub y cogí aquella película, palomitas y refrescos. Quería que la sonrisa de Dougie volviese a su cara aunque fuese de una forma superficial, que dejase de preocuparse un momento por la muerte de Matt. Sobre todo, odiaba no saber a ciencia cierta qué era lo que pasaba por su mente en aquel momento.

Llegamos a casa y cada uno fuímos a nuestras respectivas habitaciones para cambiarnos y así ponernos algo más cómodo. Cuando terminé, metí las palomitas en el microondas, programándolas para calentarlas. Mientras tanto, fui hasta el salón para preparar todo. Introduje el DVD, llevé los refrescos con sus vasos y encendí la calefacción, ya que hacía bastante frío. Dougie entró en el salón y se sentó en el sofá. Aunque se hundió en el respaldo despatarrándose todo lo que pudo, tenía los músculos de la cara y los hombros tensos y miraba la pantalla apagada de la televisión con una perfecta concentración. Suspiré cuando escuché el sonido del microondas y fui hasta la cocina para echar las palomitas en un cuenco y volver. Encendí la televisión, puse la película y me acomodé en el sofá. Dougie en un extremo y yo en otro. Sabía que Dougie se retraía con facilidad y que debía esperar a que él se acercase a mí en vez de agobiarlo, pero aún así me sentí rechazado.

Observé la distancia que nos separaba como si fuese un gran abismo repleto de soledad.

Pasaba el tiempo, pero yo no atendía demasiado a la trama de la película. Alargaba de vez en cuando mi mano y cogía un puñado de palomitas, centrándome más en los crujidos de Dougie al masticar que en otra cosa.
Entonces, en el momento en el que yo intentaba calificar de mierda o deshecho cinematográfico aquel filme, Dougie se movió.
Me quedé quieto mientras observaba por el rabillo del ojo al pequeño rubio. Cogió el bol de palomitas del sofá, lo apartó colocándolo en la mesa y se revolvió hasta llegar casi culebreando hasta donde yo estaba, apoyando su cabeza en mi hombro y rodeándome el torso con un brazo, pegándome a él. Me percaté de que Dougie enterraba su cara en mi regazo con los ojos cerrados, descansando la vista. Sentí una agradable sensación de ternura recorriéndome la espina dorsal cuando me dejaba embargar por la candidez de Dougie y una sonrisa se dibujó en mi rostro, llevando una de mis manos hasta su cabeza, acariciándole desde el pelo hasta el hombro pasando por su mejilla. Dougie movió un poco su cabeza ante la caricia, como frotándose contra mi pecho, y en aquel momento me pareció uno de los gatitos de los e-mailsque no paraban de reenviar Tom y Giovanna.

Solo que al menos este sí me despertaba verdadera sensación de cariño.

Abracé a Dougie en su totalidad, con ambos brazos, y lo atraje más hacia mí si se podía. Froté su espalda con una de las manos, agachando la mirada.

—Entiendes que esto es un período de la vida más por el que todos tenemos que pasar, ¿verdad?

Dougie escondió su rostro de mi contacto visual y gimoteó, asintiendo con la cabeza. Él era muy sensible con esas cosas, pero debía saberlo. Tenía que pasar página y dejar de sentir ansiedad y depresión aguda ante aquellas cosas.
Era normal llorar por un amigo. Otra cosa muy diferente era querer ir detrás de él.

—Matt era un tío muy alegre. Ya sabes que lo único que se tomaba en serio era el grupo, y por eso en cierta parte era tan entrañable. No le gustaría verte mal por él.

Dougie arrugó mi camiseta entre sus dedos y sentí algo húmedo por la parte en la que apoyaba su cabeza en mi pecho.

—Él ya no puede verme. Está muerto, no existe.

Me mordí los labios por la parte interior de la boca y separé la cabeza de Dougie de mí, retirando sus lágrimas con el dorso de mi mano y poniendo ambas en sus mejillas, obligándole a mirarme. Mientras Dougie parpadeaba con ojos llorosos, me percaté de que a causa de las lágrimas y el tono enrojecido de alrededor del iris se veían más azules que nunca. Lástima que algo tan bonito pudiese verse empañado por aquella escena tan triste.

—Harry, cuando yo me muera... ¿me olvidarás?

Noté que la garganta se me taponaba de forma desagradable, lo cual me hizo hablar con una voz un poco más aguda de lo normal.

—¿Cómo se te ocurre pensar eso, Doug?

Se encogió de hombros, humedeciéndose los labios.

—Cuando una persona muere, no existe, no puede avanzar, no puede hacer más logros por los que sea recordado, y a medida que pasan los años la gente la olvida. ¿Tú lo harías?

Negué con la cabeza totalmente serio.

—Dougie, nadie te olvidaría jamás. Es verdad que la muerte implica no poder seguir adelante con tu vida y que por ello puedes no ser recordado con facilidad... pero tú de alguna manera u otra sigues vivo. Eres inmortal en todos y cada uno de los recuerdos de la gente que te quiere. Tú eres una gran persona, Dougie, nadie podría borrarte de su memoria, vas dejando huella en cada uno de nosotros. Yo siempre te recordaré. Eres una de las personas más importantes para mí. Primero va mi madre, luego Jim Carrey y, finalmente, tú.

Me sentí terriblemente aliviado cuando conseguí arrancarle una pequeña risa a Dougie, el cual agachó la mirada y se frotó un ojo con el puño mientras yo bajaba las manos. Dougie exhaló un leve suspiro y volvió a mirarme, parpadeando lentamente.

—Gracias, Harry.—dijo acercándose a mí y abrazándome, apoyando su barbilla en mi hombro. Le correspondí el abrazo, sonriendo y cerrando los ojos.—Te quiero, tío. También eres una de las personas más importantes para mí.

Asentí con la cabeza disfrutando del contacto y enterrando mi nariz en su cuello, apretando el abrazo. Dougie se revolvió.

—También quiero a Tom y a Danny, pero contigo es especial.—siguió diciendo en mi oído. Pasó las manos hasta mis hombros y se separó unos centímetros de mí, haciéndome cosquillas en la mejilla con su nariz durante el trayecto. Tragué saliva y miré a Dougie a los ojos mientras él apoyaba su frente en la mía y suspiraba en mis labios, provocándome escalofríos y una sensación algo parecida a agua caliente cayendo por mi espalda. Coló sus dedos por mi corta cabellera y cerró los ojos, ladeando la cabeza y juntándose a mi cara, pero sin llegar a tocar mis labios, si acaso rozándolos de una forma superficial. Apreté mis manos formando dos puños para controlarme y cerré los ojos.
Si su objetivo era volverme loco, lo estaba consiguiendo.

Volvió a soplar y pasó la punta de su lengua por mis labios, sintiéndolos en carne viva ante su contacto. Finalmente, no pude aguantar más y deshice la distancia casi inexistente que había entre nosotros, haciéndome con su boca en un jadeo. Puse mis manos a ambos lados de su cara, ladeándola y profundizando el beso. Dougie acarició mi coronilla, dando permiso a mi lengua para juguetear con la suya. Mientras seguíamos besándonos de forma ansiosa, Dougie se acomodó encima de mí, sentado a horcajadas. Separó sus labios de los míos para dejar un camino de besos húmedos desde mi barbilla hasta mi pecho por donde alcanzaba el cuello en forma de pico de mi camiseta. Metió sus frías manos por debajo de la prenda y contuve el aliento, intentando dominar de nuevo la situación mientras cerraba los ojos y dejaba caer mi cabeza hacia atrás.
No era como si yo no quisiese, y Dougie tampoco, por lo que veía, pero se encontraba frágil. Se sentía débil, necesitaba cariño y lo estaba intentando suplir conmigo. Yo no podría reprimirme por mucho tiempo, y desde luego no iba a aprovecharme de que estuviese hundido y necesitase afecto de una manera llamémosla especial.

Volví a abrir mis ojos cuando Dougie hizo amago de colar una de sus manos en mi pantalón y lo miré, apartándole suavemente de mí y colocándolo de nuevo en el sofá a mi lado. Dougie me miró parpadeando sin comprender. Sonreí débilmente.

—Es tarde. ¿No deberíamos irnos ya a dormir?—pregunté para salir del paso aunque eran solo las nueve de la noche. Dougie arqueó una ceja y noté cómo apretaba los dientes, desviando la mirada y forzando una risa amarga, incómodo.

—Si lo que querías era rechazarme sutilmente podías habértelo currado un poco más.

Se frotó un brazo con la mirada clavada en la mesa. Negué inmediatamente con la cabeza.

—Doug, no. Compréndelo. Ahora no, no es justo.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿No es justo exactamente para quién?

—Para ninguno de los dos.

Dougie volvió a bajar la mirada y pude ver cómo se le humedecían los ojos, mordiéndose por el interior de la boca una mejilla. ¿De verdad no se daba cuenta de las caras que ponía?

—¿Quieres que hoy duerma contigo?

Dougie asintió con la cabeza aún sin mirarme y se puso de pie, arrastrando los pies solo cubiertos por unos calcetines hasta las escaleras. Suspiré y recogí todo antes de subir, ponerme el pijama e irme a su habitación. Dougie ya se había acurrucado entre sus mantas y yacía con los ojos cerrados, lo único que se le veía de la cara aparte del pelo. No supe a ciencia cierta si estaba dormido hasta que, al recostarme a su lado, me hizo un hueco para que me juntase más a él, pegando sus puños y su frente en mi pecho. Coloqué mi mano en su espalda y cerré los ojos.

—Tranquilo, mañana será otro día.

Sentí una respiración profunda y relajada chocar contra mi pecho. Como siempre, la inmovilidad de Dougie me hizo pensar que había caído en los brazos de Morfeo en cuestión de segundos a causa del agotamiento emocional, por eso me sorprendió cuando, medio minuto después, contestó con voz débil:

—Lo sé. Un día menos para soñar y otro día más para acercarse a la muerte. Mañana, sin duda, será otro día cualquiera.

Cerré los ojos y pegué mis labios a la frente de Dougie, deseando de verdad que todo aquello se acabase al día siguiente.


Los días transcurrieron con normalidad y dieron paso a semanas. La pena por Matt seguía ahí, pero de una manera menos intensa, había pasado a segundo plano. No habíamos vuelto a hacer ninguna aparición televisiva ni a conceder ninguna entrevista. Estábamos estancados profesionalmente en tributo a nuestro querido Smoking Matt.
Tom había aprovechado para pasar más tiempo junto con Giovanna y así planear la organización de la casa en la que vivirían juntos en cuanto se mudase del Nido McFLY, como nosotros lo llamábamos. Lo veía pocas veces, la mayoría del tiempo por las mañanas.
Danny se refugiaba en sus amigos, los que tenía en común con Matt. También solía visitar más a su familia, sobre todo a su hermana Vicky. Creo que todo aquello le hizo recapacitar sobre lo importante que era mantener el contacto con sus seres más queridos.
Dougie se sentía mucho mejor. Había vuelto a sonreír y, para mi alivio, parecía que su etapa de pensamientos escabrosos estaba superada. Era el que más atendía a las fans vía Twitter. Había vuelto a bromear, sobretodo conmigo. Por eso no me extrañó que fuese Dougie el que nos sugeriese salir algún sábado por la noche todos juntos, como en los viejos tiempos.

Tom estuvo a punto de negarse, pero Danny ya se encargó de buscarle las cosquillas junto a Giovanna. Ni Dougie ni yo sabríamos decir nunca el método que utilizaron, pero cuando accedió a venir con nosotros tenía la cara más blanca que los polvos de talco.

Aquel sábado, fuímos a un bar tranquilo y apacible en el que tomarnos unas cervezas. A los quince minutos, Tom ya estaba cansado y Danny quería irse a un lugar más movidito para buscar chicas. Dougie le propuso al pecoso acompañarle a la barra para ser su compañero de ligues y encontrarle a alguna chica que estuviese bien. Danny asintió y los dos juntos se fueron, dejándome solo con un adormecido friki rubio. Tom y yo nos quedamos conversando hasta que dos chicas se nos acercaron. Aunque se veía perfectamente que iban a matar, parecían simpáticas a pesar de todo. Tom estaba algo incómodo; quería rechazar a su chica, que era morena y de ojos azules, pero le daba bastante vergüenza. Yo, sin embargo, me quedé charlando con la pelirroja de ojos castaños que se había sentado junto a mí. No es que me interesase demasiado, pero en aquel momento era mejor compañía que Tom. Al pobre parecía que lo estuviesen acosando sexualmente por la cara que ponía.

A los cinco minutos, Dougie y Danny regresaron, este último con una rubia bajo el brazo. Pedimos otra ronda y nos quedamos charlando con las chicas. Dougie estaba con los brazos cruzados, la espalda pegada en el respaldo de su silla y gesto malhumorado en el rostro. Intenté meterlo en la conversación porque no me gustaba nada verle marginándose en un rincón. No quería que se pensase cosas extrañas, como que quería ligar con esa chica o que le estaba ignorando.

Tiempo después, Dougie se levantó arrastrando su silla de forma ruidosa y salió del bar sin mediar palabra con ninguno de nosotros. Los seis nos quedamos mirando en silencio, extrañados. Danny fue el que rompió el silencio.

—Eh, Harry, tío... ¿Qué le has hecho?

Giré la cabeza hacia él, entrecerrando los ojos con gesto incrédulo, soltando una risita despectiva.

—¿Yo? ¿Y ahora qué he hecho, cabronazo?

Aún así, volví a mirar hacia la puerta y supe que tenía que salir a hablar con él. Ignoré la respuesta de Danny y me puse de pie, saliendo del local a pesar de que la chica pelirroja me llamaba a gritos y buscando con la mirada a Dougie en la calle.

Era de noche y no se veía a nadie en aquella acera, ni en la opuesta. Apreté la mandíbula, realmente preocupado. Dougie no era buen bebedor, tres cervezas y ya se ponía tonto. Seguí buscando, empezando a alarmarme.

—¿Dougie? ¿Dónde estás?—pregunté elevando la voz. Caminé hacia la izquierda, moviendo mi cabeza de un lado al otro. Finalmente, escuché un murmullo y me fijé en el callejón de al lado que estaba junto a la puerta trasera del bar. Respiré aliviado al ver que Dougie estaba sentado al lado de los contenedores de basura con las piernas encogidas y las manos sobre sus rodillas.

Al menos, no había cometido la estupidez de conducir bebido.

Me acerqué y me agaché a su lado, colocando una mano en su hombro. Dougie me miró un instante apretando la mandíbula, pero después desvió la vista. Suspiré, apesadumbrado.

—¿Qué mierda haces aquí? Ni siquiera nos has avisado de que te ibas.

Dougie murmuró algo en voz inaudible aún sin mirarme e hizo ademán de incorporarse, apoyándose en el suelo con una sola mano, pero nada más levantar el trasero del suelo, perdió el equilibrio y cayó de nuevo, agarrándose con las dos manos. Chasqueé la lengua y pasé un brazo por sus hombros para ayudarle a levantarse, pero él se apartó de mí de un manotazo, jadeando mientras se agarraba al contenedor para ponerse de pie.

—Déjame, puedo solo.—me espetó con un tono de voz enfadado. Arqueé una ceja y me erguí, cruzándome de brazos.

—A ver, sorpréndeme.—contesté esperando a ver cómo se las apañaba. Dougie me miró haciendo un mohín que en otras circunstancias hubiera considerado gracioso y se puso de rodillas para más tarde agarrarse con más ahínco al asa del contenedor y ponerse de pie. Alzó la barbilla, victorioso, pero en cuanto dio más de un paso, se balanceó como si estuviese andando sobre una tabla de madera de un barco pirata y se precipitó hacia el suelo. Antes de que se tragase una ingesta cantidad de asfalto, detuve a mi amigo por el estómago, volviéndolo a erguir. De pronto, Dougie sollozó y se echó a llorar apoyando su cara en mi hombro y dándome pequeños puños en mi regazo, aunque eran golpes tan leves que incluso parecían caricias.

—Joder, soy un gilipollas patético.

Mierda, ya venía esa maldita etapa en la que el bebedor se ha pasado de la raya y se pone a llorar por cualquier cosa. No soportaba a esas personas.
Aunque la cosa cambiaba con Dougie.

—No, no lo eres, solo has bebido mucho y ya está. Vamos, te llevaré a casa.

Dougie negó con la cabeza y yo cogí aire profundamente.

—Que sí, ahora lo que tienes que hacer es descansar...

—Joder, Harry, déjame en paz. Soy yo el que ha bebido, ¿vale? Sé que he sido un estúpido e irresponsable y ahora tengo que pagar yo con las consecuencias, no tú. Ahora vuelve al bar y ponte a hablar con la pelizorra esa...

Espetó aquellas últimas palabras con tal rabia que parecía que estuviese hablando de alguien que odiase verdaderamente.

—Es pelirroja.

—Eso he dicho.

—No, has dicho pelizorra.

—¿Qué más da? Vete, Harry, por favor...

Me mordí el labio inferior con preocupación cuando Dougie se separó de mí aún sollozando y secándose las lágrimas con la manga de su sudadera mientras intentaba alejarse a duras penas, apoyándose en la pared. Suspiré.

—Dougie, solo intento ayudarte... ¿Por qué me lo pones tan difícil?—le pregunté, aunque más bien parecía una pregunta retórica, ya que no me contestó. Aunque él me dijese que no necesitaba ni mi ayuda ni mi compañía, me acerqué a él por la espalda y pasé mis dos brazos por su estómago. Dougie pataleó de forma cómica, pero no opuso más resistencia. Tardó en darse cuenta de que no le estaba deteniendo, sino abrazándolo. Cuando lo hizo, pareció ahogar un sollozo y posó sus manos por encima de mis muñecas, dejando caer su cabeza sobre mi hombro izquierdo y cerrando los ojos, rozando su nariz con mi barbilla.

Odiaba aquella situación. El hecho de considerarme el mejor amigo de Dougie, que él fuese una de las personas más importantes de mi vida y sin embargo no saber qué era lo que le pasaba por la cabeza en incontables ocasiones. Últimamente había cambiado bastante, y ya no solo desde la muerte de Matt, sino desde hacía mucho antes. A veces, simplemente no reconocía a mi amigo. De repente estábamos bromeando en el sofá con Danny y Tom como en los viejos tiempos y, en cuanto los dos se iban, ocurría algo parecido a lo de la noche del funeral de Fletcher...

Incliné mi cara hacia la suya y susurré en su oído, acunándolo ligeramente de un lado a otro.

—Yo te quiero ayudar, pero tú también tienes que poner de tu parte.—insistí, intentando mantener un contacto visual con él. Dougie alzó la cabeza y me miró a los ojos con la mirada algo difuminada, como si no atinase a centrar la vista, y se mordió el labio inferior, separándose de mí.

—¿Dices que quieres ayudarme?—me preguntó aún agarrándose de mis muñecas y dándose la vuelta para quedar cara a cara. Parecía decidido.—¿De verdad que quieres?

Compuse un gesto extrañado y miré a Dougie con una ceja arqueada. Asentí con la cabeza, firme. Quise decir algo, pero antes de que abriese la boca, me encontraba con la espalda pegada a la pared y el cuerpo de Dougie junto al mío, con sus manos acariciando mi cuello y nuestras narices rozándose, respirando contra mis labios igual que cuando quería provocarme. Se me erizó el vello de la nuca y contuve el aliento sin saber cómo reaccionar.

—Si de verdad quisieses ayudarme...—empezó diciendo de forma amenazante Dougie, destilando rabia en cada palabra que decía, pero yo solo era capaz de observar el movimiento de sus labios a unos centímetros de los míos.—Si de verdad quisieses hacerlo y si me apreciases tanto como dices, no me rehuirías como estás deseando hacer ahora mismo.

Fruncí los labios, mirando enfadado a Dougie a los ojos. ¿Cómo podía pensar algo como aquello? La única razón por la que en esos momentos no lo tenía gimiendo bajo mi cuerpo era porque, además de estar en la calle, él estaba borracho.
Aparte de eso, cada vez que pensaba en Dougie de aquella forma, me sentía terriblemente culpable. Aunque Dougie ya fuese una persona madura y casi un adulto, me sentía como si estuviera violando la integridad de un niño. No me importaba hacer bromas con él en público, o abrazarle, o darle besos cuando lo necesitaba, pero aún así, Dougie seguía siendo... eso, Dougie. Mi mejor amigo, sobre todo. No iba a joder una amistad de años solo por un capricho de los dos del que no podíamos estar seguros de cómo acabaríamos. ¿Y si después nos dábamos cuenta de que había sido un error por nuestra parte? Nada volvería a ser lo mismo.

—No te rehuyo, Dougie. No es lo mismo.—repliqué intentando mantener la vista en sus ojos. El rubio negó con la cabeza, parpadeando y haciendo presión con su rodilla en mi entrepierna, ladeando la cabeza, lo cual me hizo reprimir un jadeo.

—¿Tú quieres besarme, Harry?—susurró en un tono de voz débil y sugerente, como si se le acabase la batería. Tragué saliva, sintiendo que se me nublaban los sentidos. De hecho, podría decir que no estaba dotado de plenas facultades mentales cuando asentí con la cabeza. Dougie se relamió los labios.—Pues hazlo.

No me lo pensé dos veces, así que obedecí.
Si no lo hubiera hecho, todo hubiese sido distinto. De una forma tan diferente que incluso duele pensar su historia alternativa.

En aquel momento, nuestras lenguas luchaban con ferocidad entre nuestros labios, y eso era algo que yo ya no podía cambiar. Ni parar.
Algo dentro de mi caja toráxica rugió de forma salvaje mientras desataba la locura de Dougie transformada en gemidos que se perdían en mi boca. Dougie restregándose contra mi cuerpo, con las manos en mis mejillas, como si en cualquier momento yo fuese a apartar el rostro. Pobre ingenuo.
Mis manos se colaron por su sudadera, deseosas de sentir el tacto suave y aterciopelado de la piel de Dougie. Mis labios descendieron hasta su clavícula, la cual recorrí con la punta de la lengua para finalmente morderla levemente, sin causar ningún daño. Alcé la mirada hasta toparme con el rostro de Dougie, con los ojos cerrados y mordiéndose el labio inferior de forma sensual. Cuando abrió los ojos, clavó su mirada en mí, volviéndose a relamer los labios con una sonrisa pícara de medio lado tatuada en el rostro. De repente, posó sus manos sobre mi regazo y caracoleó con ellas hasta llegar a mis pantalones. Allí metió una de sus heladas manos y acarició mi vello púbico. Contuve tanto él último gemido que se me escapó entre dientes casi como un gruñido. Escuché el sonido de la cremallera de mi pantalón descender y Dougie me miró una última vez a los ojos, clavándome sus orbes de un gris metalizado. Fue entonces cuando me reflejé en sus irises excitados y me di cuenta de lo que estaba sucediendo. Reaccioné en el mismo tiempo en el que Dougie tardó en agacharse frente a mí y deslizar ligeramente la goma de los calzoncillos por mis muslos. Cuando esto ocurrió, sin previo aviso, empujé a Dougie, haciéndole trastabillar y caer de culo al suelo. Con la respiración agitada y sintiéndome más rastrero que nunca, me dispuse a colocarme la ropa apresuradamente, subiéndome la cremallera del pantalón y agachándome junto a Dougie para incorporarlo. Éste se apartó de mí dándome una manotazo y quedándose sentado en el suelo, sin levantar la mirada. Apreté los labios.

—Lo siento, Dougie, pero ya te he dicho que no hay manera de que esto sea justo para ninguno de los dos. No quería separarte así. Vamos, déjame levantarte.

Para mi sorpresa, Dougie no rechistó, sino que pasó un brazo por mi hombro y dejó que le pusiese de pie y le sacudiese la ropa. Intenté mirarle a la cara para ver su expresión, pero no me dejaba. Miraba hacia otra parte, distraído, aunque yo sabía que lo hacía para que no pudiese ver el estado en el que se encontraba.
Dougie no era un libro abierto. Podías saber su estado de ánimo por su rostro, pero no sus pensamientos.

—Escúchame, Dougie. Ahora vamos a coger mi coche y nos vamos a ir a casa, te meteré en la cama y mañana hablamos de esto tranquilamente, ¿vale?

Asintió con la cabeza, resignado. Me limité a conducirlo hasta el asiento del copiloto y después me senté yo delante del volante, ajustándome el cinturón.

Primer fallo; a Dougie no se lo había abrochado.

Encendí el motor y conduje rumbo a nuestra casa sin mediar palabra durante unos minutos. Miraba de soslayo al rubio, el cual parecía demasiado tranquilo como para estar despierto, pero cuando pasábamos por delante de una farola podía comprobar que estaba hundido en el asiento de brazos cruzados pero con los ojos bastante abiertos, como si temiese parpadear por si provocaba el derrame de las lágrimas que se le habían amontonado entre los párpados.

—Dougie, ¿estás enfadado?

Segundo fallo.

Dougie se rió de forma amarga por lo bajo y dejó caer su cabeza, negando con la cabeza y suspirando profundamente.

—Dices que me quieres, que eres mi mejor amigo. Nos deseamos, puedo verlo en tu mirada. Me rechazas. Quiero pensar que es porque sientes respeto por mí o algo así, pero después flirteas con chicas delante de mí. Me besas y me vuelves a rechazar. Me gustaría por una vez, solo eso, saber qué mierda pasa por tu mente para ser tan jodidamente inestable.

Apreté los labios y los nudillos sobre el volante, quedándomelos blancos debido a la fuerza, sin poder creer lo que Dougie me estaba diciendo. Poco a poco, fui mostrando menos interés en la carretera y centrándome más en él.

Tercer y último fallo que desencadenó la hecatombe.

—Doug, no es así. Estás complicándote demasiado. No es para nada lo que...

—¿Ah, no? Espera, quizá es que el hecho de que te guste tu mejor amigo puede dañar tu reputación de machote, ¿no es eso?

—Dougie, detente, por favor.

—Ah, que es eso. No me lo puedo creer...

—¡No, joder!—grité dando un golpe sin querer en el volante. Dougie centró su mirada en mí.—¡No es tan fácil! ¿Y qué si nos gustamos? No me gustas. Me encantas, eres con seguridad lo mejor que me ha pasado en la vida aparte de McFLY. Te quiero y, si esto no fuera tan complicado, seguramente serías la persona con la que me gustaría pasar todos los jodidos días de mi vida.

—¿Y entonces?

—¿Entonces qué, Dougie?—pregunté observando su mueca contrariada a la vez que él volvía a contemplar la carretera para evitar mirarme a los ojos.—¿Qué significa eso, que lo intentemos? ¿Sacrificaremos años y años de amistad por intentar algo que seguramente acabe en tragedia? ¿Estás tan seguro de que esto no es un simple capricho pasajero? ¿Qué es lo que pretendes, que seamos una pareja normal y corriente cuando, evidentemente, no es lo que somos? No creo en todo eso del noviazgo, Dougie. ¡Eso es solo una maldita patraña para autoconvencerte a ti mismo de una gran mentira que supuestamente será eterna!

—¡Harry!

—No, lo siento, Dougie, es lo que...

—No, Harry. ¡CUIDADO!

Lo siguiente que recordaba era haber vuelto a fijar la vista en la carretera mientras que Dougie me clavaba sus uñas en mi brazo y una luz proveniente de un vehículo me golpeaba en la cara, cegándome por unos segundos mientras giraba el volante apresuradamente para no chocarme contra él, sintiendo únicamente el grito aterrorizado de Dougie y el claxón del coche contiguo, asustado.

Pero fue demasiado tarde.