Hola a todos! Hace un par de días andaba buscando por fanfiction parejas inusuales y me he topado con esta. A decir verdad hasta ahora no me había planteado la posibilidad de tener a Hermione Granger y Lucius Malfoy como protagonistas de una historia, pero decidí intentarlo.
Como ya saben todos los personajes y lugares que reconozcan son de la gran J.K. Rowling, las situaciones son mías xD. No los retraso más y a leer, sus comentarios y reviews son más que bienvenidos.
Un hilillo de sangre corría libremente a través de los dedos que en vano intentaban contener el corte perfecto en su brazo derecho, retiró la mano un momento y la observó, preocupada, mientras continuaba avanzando torpemente debido a otra herida disimulada por su pantalón sucio y raído. El sudor empapaba su rostro y algunos rizos se pegaban a su frente, dificultándole algunas veces la vista.
Sus pies descalzos recibían toda la dureza del terreno, un tramo rocoso que cortaba su delicada piel a cada paso que daba, dejando un rastro escarlata a lo largo del trayecto que en definitiva guiaría a sus enemigos. Respiraba carente de ritmo y pausa, aspiraba todo lo que sus pulmones podían contener para luego dejarlo salir de manera estrepitosa y violenta.
El miedo recorría todo su ser, un sentimiento tan abrumador que amenazaba con hacerle perder la conciencia en ese preciso lugar y momento. Pero no era solo el miedo lo que recorría su sangre, por supuesto que no, ella conocía los síntomas, los había visto antes con sus propios ojos. Una muerte lenta y llena de sufrimiento, poco faltaría para que un intenso dolor, comparable a una estacada, atravesara su pecho, que perdiera la visión y sintiera sus huesos romperse uno a uno antes de perecer.
Se detuvo frente a un árbol frondoso, de grandes hojas y flores blancas, no conocía aquellos terrenos, el bosque a las afueras de Wiltshire podía ser un lugar muy aterrador. Sabía que quedarse mucho tiempo sería perjudicial, pero sus fuerzas se le escapaban. Se dejó caer lentamente en el tronco, sentándose con las piernas estiradas. Escuchó un conjunto de pasos acercarse a lo lejos, la habían encontrado, ¿pero qué más daba si ya el dolor la estaba consumiendo? Moriría de una forma u otra y no había nada para evitarlo.
Sonrió amargamente y miró hacia el cielo. La luna llena estaba en su máximo esplendor, imponente, radiante. –Hermosa– susurró para sí misma, pensó que al menos dejaría este mundo con un bello recuerdo. Con aquel astro diciéndole adiós, ¿cuántas veces la había observado cometer travesuras en el colegio y le sirvió de lumbrera cuando no había un solo candelabro encendido en los pasillos de Hogwarts? Muchas. Ahora también estaba presente para observar el día en que Hermione Granger abandonaría su lugar entre los vivos.
Pronto se vio rodeada por más de seis mortífagos, a duras penas escuchaba la maligna risa que escapaba de sus bocas, las manos de algunos temblaban de excitación, tocando su varita con nerviosismo, como si estas sintieran que estaban a punto de matar; sus hombros se movían de arriba abajo, al compás de su agitada respiración. Pero uno de ellos no se comportaba de esa forma. Estaba extrañamente calmado, como si todo lo que sucediera a su alrededor fuera ajeno a él.
Dio un paso adelante y se quitó la máscara. Unos ojos grises la miraron fijamente, la misma mirada que el hijo, igual frialdad, pero con un autocontrol superior al de muchos magos. Estaba de pie junto a ella, con su porte aristocrático. Sin dejar de mirarla se puso a su altura y le tocó el brazo herido. Fue en ese momento cuando sucedió. Algo dentro de sí empezó a ser más cálido, no estaba segura de qué lugar de su cuerpo provenía, pero se estaba propagando por todas partes.
Sus oídos ya no podían escuchar ruido alguno, todo a su alrededor, los mortífagos enmascarados, los árboles, las piedras, el pasto, el suelo y el cielo se disiparon, siendo sustituidas por un extraño resplandor, una luz blanca que la cegaba por momentos, lo último que vio antes de rendirse por completo al vorágine de sucesos que acaecían sobre ella, fueron los intensos ojos grises que no dejaron de mirarla en ningún instante.
La sensación era agradable. Estaba aún bajo el sopor del sueño, pero podía sentir claramente la dulce brisa que se mezclaba con su cabello y acariciaba su ser. Sabía también que estaba sentada en el suelo, con algo áspero sirviéndole de soporte. Estiró su mano para sentir la superficie y jugueteó con el pasto debajo de ella.
Sus sentidos se alertaron y un conjunto de imágenes bombardearon su cabeza, sangre, gritos, personas escapando de los mortífagos, ella corriendo a través de un sendero rocoso, su estado precario, las heridas, un grupo de asesinos a su alrededor y los ojos grises que observó antes de perder la conciencia.
Se obligó a abrir sus ojos, por un segundo pensó que se había quedado ciega, ya que la claridad del día la tomó desprevenida. Cuando se acostumbró a la luz del sol, miró a todas partes en busca de alguna señal de lo que había sucedido en la noche. No había nada, sin rastro de los que la perseguían, ¿qué habría pasado que no la asesinaron en ese preciso instante? Descartó la posibilidad de que sus amigos la hayan encontrado, de haber sido así no la hubiesen dejado en medio del bosque. Entonces ¿qué ahuyentó a los mortífagos?
Luego otro dilema abordó sus pensamientos. ¿Cómo podía estar viva? Se examinó de arriba a abajo, aún tenía las ropas sucias y dañadas, pero no sin heridas. El corte en su brazo derecho había desaparecido, tampoco sentía la lesión en su pierna. Se puso de pie decidida a salir de allí y encontrar ayuda, reunirse con sus amigos y dejarles saber que estaba bien. Después se preocuparía por encontrarle la lógica a lo que aconteció la noche anterior.
–Extraño– se dijo a sí misma cuando regresaba por el sendero recorrido con anterioridad. Las piedras que le habían cortado los pies ya no estaban allí, sino un sendero mullido en pasto. No es que se fijara mucho en aquel bosque, pero su mente rápida percibió unos ligeros cambios en el entorno, como cuando mueven de sitio un florero en una gran sala, se siente que algo está fuera de lugar pero no se sabe con exactitud qué.
Media hora después de caminar sin orientación, llegó a un río de gran caudal pero que no debía de ser muy profundo, ya que era capaz de ver el fondo y los peces nadando libremente por las aguas. Tenía que llegar de una forma u otra al castillo, informar de la situación, sin embargo su cuerpo le pedía con urgencias refrescarse.
Era una acción completamente irresponsable de su parte, no conocía aquellos terrenos, ni siquiera estaba segura al ciento por ciento de la situación en la que se encontraba, pero se desnudó totalmente y se lanzó al río, al parecer su subconsciente le decía que no se preocupara por nada, que estaba seguro y muy en contra de lo que normalmente ella haría, se dejó llevar. Nadó de un lado de la orilla al otro varias veces, no obstante, en la última vuelta se detuvo, mirando con recelo y miedo el lugar donde había dejado su ropa.
Alguien más estaba allí, una mujer sonriente, regordeta y usando un largo vestido sencillo que le hacía señas con el brazo para que se acercara. Sintió el impulso de escapar de allí, salir corriendo a toda prisa en la otra dirección, pero también estaba el pequeño detalle de su desnudez. No parecía una persona peligrosa, pero en tiempos de guerra no se podía confiar en nadie. Mejor desnuda que muerta, pensó y en lugar de acercarse se dirigió al lado contrario.
–No se vaya señorita, no puede andar desnuda por ahí– le gritó la mujer lo más fuerte que pudo y con claro tono de preocupación. Hermione se detuvo en seco y la miró con el ceño fruncido. ¿Tal vez sería una de los lugareños que no tenía conocimiento de lo que estaba pasando? Se acercó lentamente convenciéndose a sí misma de que si fuera un enemigo no hubiera dudado en atacarla desde la que vio nadando.
–Toma– le dijo extendiéndole una toalla para que se tapara mientras salía del río. Era una señora que debía rondar los cincuenta años, con gran energía. Recogió las ropas que estaban tiradas en el suelo antes de que Hermione pudiera alcanzarlas. –Están muy dañadas, puedo decir que no se pueden usar más, acompáñame, vivo cerca y si puedes caminar un rato sólo con esa toalla te puedo prestar algo de mi hija– habló en tono tan seguro que no admitía protesta.
– ¿Cómo te llamas?– le preguntó mientras avanzaban por el bosque siguiendo la orilla del río. Hermione puso a trabajar rápido a su cerebro y contestó lo primero que vino a su cabeza. –Jane, me llamo Jane– Su segundo nombre, no era muy original para tratar de esconder su identidad, pero sólo sus amigos lo conocían y tampoco correría el riesgo de olvidar un nombre inventado.
–Es un placer conocerte Jane, mi nombre es Helena. –Hermione a penas asintió en señal de reconocimiento y siguieron caminando en silencio. Se adentraron en el bosque y luego de media hora más llegaron a un claro donde había una pequeña cabaña de dos pisos bien cuidada. Estaba rodeada por una cerca de madera y a la puerta tenía un sendero de piedra que conducía hasta la entrada.
–Al fin hemos llegado– dijo sonriente conduciéndola dentro de su hogar, Helena revisó su falda y sacó su varita, Hermione entendió que sabía que ella era una bruja y retrocedió por reflejo, mirando a todas partes para ver sus posibilidades. –No te asustes, no voy a hacerte daño– le dijo riendo suavemente, como si la acción de la chica le diera mucha gracia. –Sólo voy a poner un poco de café, estará listo en lo que consigo algo para que te lo pongas.
– ¿Cómo supo que yo era bruja?
–De no serlo no estarías en estos terrenos. Hay un campo de Quidditch improvisado en estos momentos y no se pueden permitir la intromisión de muggles curiosos, ¿no crees?
– ¿Quidditch?– preguntó confundida. Que supiera la temporada no comenzaba hasta dentro de unos dos meses al menos y como estaban las cosas en el mundo mágico ponía en duda que se llevara a cabo la copa ese año. Tal vez la señora no estaba en su mejor momento y sufría algún tipo de lapsus. No era la primera vez que se encontraba con alguien que se construía una situación de fantasía para no sufrir los horrores de la guerra.
–Vamos a buscar algo que te quede, ven– le indicó Helena. Subieron al segundo piso y entraron a una habitación compuesta por una cama, un pequeño escritorio junto a la ventana, un armario y un espejo a su lado. Hermione se quedó de pie al lado de la cama mientras su nueva conocida rebuscaba en dicho armario.
–Espero que te sirva, creo que son de la misma talla– le dijo sonriendo al pasarle un vestido blanco, luego salió de la habitación para darle privacidad. Se puso el vestido y se miró al espejo, le llegaba hasta la rodilla y era de corte sencillo, con un lazo en la espalda y cuello en forma de V sin mangas. Su cabello aún estaba húmedo y caía grácilmente hasta la cintura, lo más largo que jamás lo había tenido según recordaba.
Se sentó en la cama y suspiró. Debía irse ya y encontrar la manera de regresar a Hogwarts sin que la atrapasen. Si no hubiera perdido su varita sería asunto de aparecerse allí, pero las cosas no serían tan fáciles.
Dejó la vista vagar por la habitación, no tenía mucho, por lo que había visto esa casa era bastante humilde y Helena no parecía ser mala persona, a pesar de vivir en una especie de burbuja. Decidió mirar por la ventana y así hacerse una idea de dónde se encontraba exactamente. Los árboles del bosque eran bastante altos, así que no pudo ver muy lejos, la casa estaba en el centro de un claro y había un sendero desde el bosque hasta la cerca.
Un sonido de galope llamó su atención, se puso al lado de la ventana y acercó la cabeza solo lo suficiente como para poder vislumbrar algo. El ruido se fue acercando hasta que del bosque salió una persona montando un caballo negro. Era un hombre cuyo cabello rubio estaba amarrado en una cola, tenía una camisa blanca, un pantalón de montar negro y zapatos del mismo color. Se dirigía directamente hacia la casa.
No era capaz de ver su rostro, pero algo en el fondo de su mente le decía que debía de salir de allí lo más rápido posible. Bajó las escaleras y encontró a Helena sentada en la sala tejiendo. –Helena, debo de irme, quiero regresar a Hogwarts.
–Pero mi querida niña, si estamos en plenas vacaciones, de nada te servirá ir al colegio ahora. ¿Te sientes bien? ¿Te has perdido?– le dijo preocupada al ver la cara de confusión de Hermione.
–Helena, faltan 3 meses para que se terminen las clases, no es verano aún.
–Jane, estamos a mediados de julio, las clases no empezarán hasta dentro de mes y medio.
Su cerebro comenzó a trabajar rápidamente uniendo puntos y una teoría descabellada empezaba a formarse en su mente. Su cara se descolocó ante la posibilidad, sus heridas curadas, el sendero de piedras que ahora sólo tenía pasto, el lugar ligeramente diferente. – ¿En qué año estamos?– dijo en un hilo de voz.
Helena la miró con el seño fruncido sin comprender, –1978.
Tuvo que sentarse de la impresión, Helena no pudo asistirla ya que en ese momento tocaron a la puerta. ¿Cómo era posible que realizara un viaje al pasado sin un giratiempo? Más aún, ¿cómo desaparecieron las heridas? Los viajes temporales no eliminaban las condiciones en las que estaba el viajante al momento de realizarlos. ¿Qué era lo que estaba sucediendo?
–Joven amo, bienvenido. No lo esperaba.
–Mi madre desea que se dirija a la mansión ahora, Helena. –Aquella voz hizo que Hermione levantara la cara. Se encontró con unos ojos que reconocería en cualquier parte, mucho más joven, con el cabello más largo pero con la misma mirada glacial, allí estaba uno de sus peores enemigos. Él le devolvió la mirada y la sometió a un intenso escrutinio.
– ¿Quién es ella, Helena?– preguntó Lucius Malfoy señalándola brevemente antes de fijar la atención en su vieja nodriza.
