¡Saludos de inicio de semana, lectores!

Lunes (sí, en el momento que escribo esta pequeña introducción acaban de dar las doce), es un día poco habitual para mis actualizaciones, pero la fecha lo amerita. Hoy es cumpleaños del tierno dueño de mis quincenas, alias Shunny hermoso. Por supuesto, no podía dejarlo pasar. Así, para que celebremos con este increíble personaje, que me gustó y fue mi favorito desde la primera vez que lo vi, les tengo el inicio de la tan aplazada continuación de Cosmos oculto (qué onda con mis títulos, ja, ja), espero sea de su agrado.

Dedicada a los millones de fans que tiene el caballero de Andrómeda, a quienes hacen el favor de leerme, InatZiggy–Stardust, SakuraK Li, Yhemira, Tot12, Kumikoson4, Fabiola Brambila, Mel-Gothic de Cáncer, Alyshaluz, Carito357, Liluel Azul, y a Alexa-Angel y Retired Kitkat, que también pidieron continuación.

Una disculpa por mi gran tardanza, revisiones y trabajo me tienen un poco (bastante) loca. Copyright a Kurumada por su historia y sus personajes, ahora sí, ya pueden pasar a leer y a comer pastel de chocolate con Shun… Un poco amargo, la cocinera no es nada buena en estos menesteres…


1.- Shiryu

¡Estoy harto de tu desconfianza!, grito. Mi mano derecha es un puño, la izquierda estruja la casaca blanca del caballero del Dragón. Me asomo a sus ojos. El verde / gris / azul parece una marea alejándose, en ningún momento roza mi mirada.

Por la noche, Shiryu sugirió que nos escondiéramos un tiempo, para proteger el casco. Él, Seiya, Hyoga irían a pedir consejo a sus maestros. Yo dije que cuidaría de Saori y de la única pieza de la armadura de oro que tenemos en nuestro poder, el casco que Hyoga y Shiryu retuvieron mientras Seiya me alejaba de mi hermano.

Entonces volvió esa mirada de Shiryu, la de la mañana posterior a mi regreso. Fue tan sólo un instante pero lo supe: no confiaba en mí, sigue sin hacerlo, aun cuando me enfrenté junto a él y a Hyoga a ese gigante, Dócrates, fuera de la mansión. No importa si traté de defender a Saori, como ellos, si mis cadenas ayudaron a derribar a ese enemigo de tamaño descomunal, a él y a Geist y sus Caballeros de los Abismos.

Lo entiendo; muy bien el hermano del enemigo, del Fénix, podría estar fingiendo para quedarse a solas con Saori y entonces arrebatarles el casco, atacarla a ella –de nuevo– y traicionarlos. Lo entiendo, lo que no significa que esté de acuerdo.

¿Qué más necesito hacer? No soy un traidor, le digo ahora a Shiryu, aprieto los dientes, aguanto el dolor de lágrimas no vertidas. Él sigue sin mirarme de frente. No es eso, responde, titubea, observa por un segundo a Seiya. Hyoga se interpone entre ambos. Anda, Shiryu, también tenemos que irnos, el helicóptero no va a esperarlos todo el día, le dice.

–¿Y si voy con ellos, Hyoga? Si nos atacan, entre más seamos…

Suelto su casaca, aparto a Hyoga y golpeo a Shiryu con el puño cerrado. La sorpresa lo hace caer de espaldas.

–No pongas semejante pretexto.

Shiryu me observa mientras se frota el mentón, mientras se limpia la sangre que le arrancara al golpearlo.

–No es seguro que se quede contigo–, murmura. En la pista, trozo circular de cemento, Tatsumi cruza los brazos, consulta su reloj, va y viene, queriendo acelerar los minutos, y Saori baja del helicóptero, muy probablemente cansada de esperarnos. ¿Qué pasa?, deberíamos estar ya de camino, Sh…, dice, se interrumpe. No sé si puede sentir, como yo, el cosmos de Shiryu elevándose.

–Por favor, Shun, Shiryu, tranquilos–, pide al tiempo de abrazar el casco de la armadura como si fuera un ave que aleteara para escapársele.

Lo siento, no hay después; esto es algo que debe quedar aclarado ahora, respondo, la mirada en el Dragón, en Saori, de nuevo en mi compañero. Me gustaría irme así nada más, como cuando Seiya y Shiryu desayunaban y yo preferí caminar, como los días siguientes a ese, cuando me mantuve en la última habitación, cuando corrí alrededor de la mansión o en la playa mientras ellos entrenaban dentro del gimnasio.

Pero no puedo. Ya no. Me cansé de fingir que leo con un libro vuelto al revés frente a los ojos, estoy harto de alejarme conteniendo la respiración, pretendiendo ser nadie en cuanto alguien pasa cerca de mí.

Shiryu se levanta apoyándose en el suelo con ambas manos. Me observa. Ahí sigue, su cosmos cada vez más alto. Es muy poderoso. Y noble.

–Lo dije y lo repito, Shun, no es buena idea dejar a Saori contigo. Y ustedes, Hyoga, Seiya, no deberían aparentar tanta tranquilidad, porque no les creo. Una persona no cambia de repente, si Shun ayudó a su hermano es capaz de…

Seiya lo interrumpe con la mano en alto.

–Shiryu, ni tú ni Hyoga vieron la angustia en el rostro de Shun cuando empezó el derrumbe, su desesperación al tratar de rescatar a Ikki…

Sé lo que dice aunque ya no lo escuche. Si no fuera digno de confianza, no me habría importado dejar inconsciente a mi hermano en el Valle de la Muerte, y tampoco habría forcejeado con él para que me soltara, para que me permitiera bajar a buscarlo.

–…no importando que fuera nuestro enemigo.

–Por favor; esto nos concierne sólo a mí y a Shiryu–. Seiya se sonroja y yo vuelvo a verlo como el niño travieso que rompía jarrones y vidrios con una pelota. –Lo siento, pero debo arreglarlo yo mismo–, le digo, sonrío. Él apenas niega con la cabeza, en silencio, voltea a ver la hélice, ahora quieta, las manos en los bolsillos. El piloto apagó el motor sin que nos percatáramos, no sé cuánto más tardaremos.

No me molesta que Seiya quiera ayudarme; al contrario, se lo agradezco. Él y Hyoga lo han intentado incluyéndome en sus charlas, en el fútbol de nuestros breves instantes libres, en la recuperación del casco y en el rescate de Saori. No les importa si invariablemente me alejo con un pretexto cualquiera, un entrenamiento, una lectura, un malestar que me recorre la cabeza. Siguen haciéndolo. Pero sus esfuerzos me dan un poco de pena, porque Shiryu podría terminar viéndolos con el recelo que me tiene, porque no me agrada pagarles con pretextos para estar a solas, al otro lado de la mansión. No lo merecen.

–Él tiene razón.

Seiya entrelaza las manos en la espalda, mira a Hyoga, que asiente en silencio, y ambos caminan en dirección al helicóptero para acompañar a Saori. El mayordomo de los Kido les reclama por algo. No pongo atención. Como antes, delante de mi maestro, enciendo mi cosmos, conteniéndolo.

Entonces regresa la armadura de plata destrozada, los ojos claros, muy abiertos, de quien me entrenara durante seis años, el sentimiento de vanidad, aquel acto inútil, hecho para atraer las miradas y nada más, para vanagloriarme. Y Shiryu es un caballero de bronce, armado apenas, como yo. A él seguro podría matarlo, como hice con los tripulantes del barco que nos trajera a Ikki, a sus hombres y a mí.

–¿Qué pasa, caballero, tienes miedo?

Hay burla en la pregunta de Shiryu, hay alarde.

–No. No puedo pelear en serio contigo, no es correcto.

Shiryu cierra la mano en un puño y la lanza contra mí. Lo detengo con el brazo, mi cosmos apagado por completo.

–Pensé que no me responderías, c…

Mi empujón lo deja vacío de aire y de palabras.

–No te atrevas a llamarme cobarde, Dragón. Lo escuché de muchos cuando éramos niños y nunca pensé oírlo de ti.

Desvío la mirada hacia lo alto, a las copas de los pinos remarcadas por el rojo–amarillo de un día que casi acaba de nacer. Lo que sigue es un murmullo, pensamientos dichos apenas, palabras que se evaporan un segundo después de rozar el viento con sus alas: mi respeto a las vidas no es cobardía, es tan sólo eso, respeto; a nadie quisiera lastimar, y no proviene de ahora sino de siempre, Shiryu, así lo considero hoy, no sé si lo hayas notado cuando éramos niños. No respondía a los golpes, a los insultos, porque no quería sembrar en ningún rostro una mancha púrpura, un hilo rojo. Me habría muerto de vergüenza. Una vez me negué a golpearte, ignoro si te diste cuenta; fue cuando los entrenamientos se hicieron más crueles. Tatsumi me ordenó subir a esa plataforma tan alta y rodeada por cuerdas, me ordenó enfrentarme a ti con los puños, a patadas, como fuera. ¿Sabes por qué no quise? No por cobarde, sino porque eras mi amigo, un niño pequeño y una vida, además, ahora que lo pienso, y yo no tenía derecho a lastimarte. Tatsumi me castigó por eso, me encerró todo ese día, hasta la mañana siguiente, cuando le permitió a Ikki ir a buscarme. Eras justo entonces, Shiryu, honesto como hoy lo eres, por eso no creí que te atrevieras a tildarme de cobarde, tú, con esa serenidad y esa nobleza que, estoy seguro, bruñó tu maestro para mejorarla, para embellecerla. No soy un cobarde, caballero, y es una verdadera pena que así lo creas.

Shiryu me interrumpe con un "me acuerdo" casi idéntico al silencio. Hasta ahora noto que mis palabras son de agua y que recorren mis mejillas como si mi organismo estuviera hecho para respirar de esa manera.

Se acuerda de mi ropa sucia, húmeda todavía y maloliente, dice. Se acuerda del ceño de Ikki, más fruncido que de costumbre, de mis pasos vacilantes y mi brazo derecho en torno a los hombros de mi hermano, se acuerda de mi llorar quedo y de mis disculpas. Pero no sabía que él tenía que ver, dice. Él, cuando el mayordomo desapareció conmigo, jaloneándome, ocupó esa plataforma, junto a Jabu y a Seiya, y se tiraron de puñetazos hasta que tuvieron que bajarlos. Fue como un juego, aquella plataforma recién construida, tan reluciente, dice.

–Ese castigo fue lo que debí pagar por mi respeto hacia ti, Shiryu. Pero no soy un santo, no voy a mentirte. Tomé la vida de una tripulación entera mientras ustedes participaban en el torneo. Eran hombres comunes defendiendo su barco. Y ese recuerdo, los remordimientos, me obligan a notar aún más la vida en los otros. A respetarla más. Porque no quiero que otra muerte vuelva a retumbar en mis oídos, no quiero más sangre entre mis dedos, ¿entiendes?, no lo soportaría. Ahora, si de todos modos quieres que peleemos en serio…

Empiezo a elevar mi cosmos. Shiryu rinde la cabeza, los hombros. Más allá, Hyoga y Seiya, el helicóptero, el mayordomo que sigue dibujando círculos, esta vez en un trozo recién recortado de césped. Te juzgué con mucha dureza, oigo que me dice quien fuera a entrenar a los Cinco Antiguos Picos, en China. Promete corregir su rigidez en lo sucesivo y con toda su voluntad.

–Shun, lo lamento mucho. Creo que ni Saori ni el casco podrían estar en mejores manos. Contigo se mantendrán a salvo, confío en ello.

Y su mano aprieta la mía. Y la sonrisa que me muestra, brevísima, me parece, sin embargo, la más amplia y amigable bienvenida que pudo brindarme alguien desde que regresé.

–No voy a defraudarlos –digo, mantengo mi cosmos para reforzar tal promesa. Sonrío, como Shiryu, en tanto el helicóptero vuelve a agitar el aire con su hélice. Nos acercamos a Hyoga y a Seiya. Shun, cuida bien a Saori y al casco, me recomienda Seiya casi riendo, mientras le ofrece la mano a Saori para ayudarla a abordar.

–Tranquilo, y ustedes sean prudentes.

Adiós, agrego, en voz baja, intentando compartir esa especie de optimismo del Pegaso, inherente a su carácter desde la infancia, permanente e inagotable. También subo al helicóptero, observando las larguísimas hebras del cabello de Saori, los pliegues del faldón de su vestido color vino, los tacones de sus zapatos. Detrás de mí, Tatsumi. Ve en el otro asiento, ordena, me empuja para sentarse al lado de su señora. Y yo me asomo un instante por la ventanilla. El techo de la mansión, el bosquecillo que la rodea, la fuente. En medio, Seiya, Hyoga y Shiryu agitan la mano, se vuelven, regresan a la entrada principal. Luego, unas cumbres cercanas, el cielo lleno con los sonidos de la mañana, las nubes que navegan bajo el helicóptero. Suspiro ante la enorme, aplastante presencia de Tatsumi. Sí; en este momento más que nunca, me gustaría poseer el optimismo que parece no abandonará a Seiya ni en la hora de su muerte.


Continúa…

P.D. ¡Feliz cumpleaños, Shun!

P.D. 2 El castigo de Shun aparece en mi historia Tinta/sangre. Si gustan pasar a leer por allá (pobre, me ensañé horrible con él, preparando su ánimo para convertirlo en un poeta maldito).