La Torre

— Cierra tus ojos, y ábrelos sólo hasta que te lo indique…— le ordenó a la joven. Así vio entonces como ella obedeció inmediatamente sus indicaciones, y él no pudo evitar reírse al ver su hermoso rostro contener la emoción. No queriendo hacerla esperar más la tomó de las manos y la guió hasta el interior del elevador.

La pelirosa podía escuchar muchas voces a su alrededor, todas hablando con distintos acentos e idiomas desconocidos para sus oídos menos uno, un marcado acento francés perteneciente a él.

— Será cosa de unos minutos, ten paciencia. Te encantará.— susurró en el oído de ella.

De pronto, Aelita pudo sentir el movimiento del elevador yendo en ascenso y el aire frío de la noche rozar su rostro. En su cuerpo, un cosquilleo iba de arriba a abajo, y no podía parar de sonreír. Hundió su rostro sobre el pecho de su acompañante, quien no desaprovechó la oportunidad para rodearla con sus brazos.

— ¿Ya llegamos? — preguntó ansiosa ella.

— Pronto.

El viaje pareció eterno, pero finalmente llegaron y las puertas del elevador se abrieron. Ella escuchó con claridad cómo la gente a su alrededor salía apresurada, dejándolos a ellos dos atrás. Él la tomó con firmeza nuevamente, y ella se dejó guiar.

— ¿Ahora, Jeremy?

Él no respondió, y continuó avanzando su camino unos metros más hasta un sitio distanciado del gentío. De reojo vio cómo su melena rosa, ahora más larga por el tiempo transcurrido, se agitaba por el fuerte viento desarreglando su peinado, ella impacientemente lo volvía a reacomodar en su lugar aún con sus ojos cerrados pero sin éxito alguno. Entonces, él la tomó de los hombros y con suavidad la empujó hasta el punto exacto deseado y no la hizo esperar más.

— Llegamos. Ya puedes abrirlos, — susurró él a lo bajo.

Un gran éxtasis la inundó al abrir sus ojos. Las luces de la ciudad pintaban París de tal forma que no habían palabras para describirlo, era el paisaje más hermoso que jamás había visto, tan agradable y conmovedor a la vista. Permaneció algunos instantes en contemplación, imprimiendo en su mente tanta belleza y deseando no olvidar jamás ese momento. Giró entonces su cabeza en búsqueda del rubio para compartirle esta inmensa alegría que sentía y cuando su mirada lo encontró, las lágrimas finalmente cayeron de sus ojos olivo.

Allí estaba él, apoyado sobre una rodilla, sosteniendo en sus manos una diminuta caja que era solo opacada por el brillo de la fina sortija en su interior.

— Mi mundo cambió el día que te encontré en esa torre de Lyoko, y ahora dentro de esta torre de hierro tienes la oportunidad de cambiarla otra vez… Aelita, ¿aceptarías casarte conmigo?

Los labios de la pelirosa temblaron y sin poder gesticular con claridad, agitó su cabeza entre sollozos.

— S-sí quiero, Jeremy — finalmente respondió.

Inmediatamente, los ojos de él se humedecieron, y no espero más para rodearla fuertemente con sus brazos y sellar su compromiso con múltiples y afectuosos besos, dejándose embriagar por las emociones que los desbordaban a ambos en ese momento.

— Te amo.

— Y yo te amo a ti. – contestó, al tiempo que le colocaba la sortija a quien sería su futura esposa.

Ninguno de los dos podría olvidar aquella noche que visitaron la gran torre de hierro, jamás.


¡Feliz 9 de octubre! ;)