LA HUÍDA
Aquella mujer de temple fuerte y piernas un poco delgadas, miraba más allá de los lentes de sol que cargaba y soplaba con un poco de disimulo el capuccino con vainilla que había pedido hacía más de diez minutos. Un Maldita sea porqué está tan caliente era lo único que podía pensar. Quizá era el hecho de estar molesta desde hacía horas lo que causaba estragos en su estómago y no permitía que disfrutase de aquel paisaje que se presentaba ante ella: Era una cálida nevada en una noche argentina. Ese país tan lleno de incógnitas y de magos orgullosos pero excelentes, era tan poco conocido para ella como el restaurante 'Stefano'.
Eso que llamaba conciencia, le reclamaba como una daga encandilada el que jamás tuvo que haber partido de Londres. Menos a la desesperada y con los pocos galeones que tenía en el bolsillo, dejando a sus padres sin noticias de ella durante todo un mes y a sus amigos con millones de preguntas atoradas en el pecho. Pero es que tenía que hacerlo, y cuando las necesidades se anteponen al corazón, no hay ser que pueda contra ello.
Con una sonrisa fingida, pagó al buenmozo mesonero por el café, y se retiró. El café estaba intacto.
Caminando por esas frías calles, más gélidas que el cómodo restaurante, empezó a cavilar, de nuevo, en el porqué de su huída. Ella no tenía nada que temer, así que había sido uno de los comportamientos más infantiles que había tenido, y cuidado si no era el único en mucho tiempo. Se acarició el rostro más por costumbre que por necesidad, y allí estaba, esa maldita cicatriz que no le permitiría borrar su pasado ni que quisiera. Esa ceja partida más que ser resaltante en su físico, era como una luz de neón en su alma. Era el precio que había pagado a su necesidad, y creía sobradamente que era lo único que requería como para darse cuenta que ese cuento de sinceridad ante engaño no era más que una falacia. La verdad no existía, y, como subjetiva que era, dominaba ante la razón, y estaba más que segura de que eso no cambiaría, ni que empleara toda la magia que tenía atorada en el pecho. Habían pasado meses desde que había empuñado por última vez su varita, en contra del ser que más amaba en la vida, ante un arranque de ira.
[ Flash Back ]
-Apártate de mi! – Gritó Hermione con furia, mientras Draco la miraba con algo similar a la lástima. – MALDITO GUSANO ASQUEROSO, ALÉJATE DE MI! – Estaba como un animal herido: Hecha un saco de ira y de dolor, dispuesta a atacar en cualquier momento. Su varita temblaba en la mano derecha de la leona, pero más temblaba su alma.
- Granger, por Merlín, no fue mi culpa – le decía una y otra vez, al tiempo que intentaba acercarse a ella – tienes que entenderme – alrededor de ellos, la noche, silenciosa, parecía atenta a la discusión. La varita de Hermione, alzada, insegura, preparada para cualquier orden.
- ¿Y quién demonios me entiende a mí? – Las lágrimas, contra su voluntad, rodaban a placer por sus mejillas. Sólo Merlín sabía cuánto agradecía estar metida en aquel callejón oscuro, porque no se veían del todo, y había aprendido a contenerlas de la mejor manera. – Vete, Malfoy, vete. ¡No me interesa lo que tu o Luna tengan que decirme, en verdad me sabe muy a real mierda!
- No estás siendo racional, y esa no es la Hermione que yo conozco – Hizo un gesto tan significativo, que Hermione quedó en shock. Bajó la varita y la colocó en un cubo de basura, cerrado. – ¿Lo ves? Hasta el orgulloso y déspota Malfoy puede redimirse, porqué no habrías de hacerlo tu si…
- ¡NI TE ATREVAS A SOLTARME UNA LETANÍA DE MIS VIRTUDES Y MUCHO MENOS A TUTEARME! ¡NO TIENES LA MÁS REMOTA Y PUÑETERA IDEA DE LO QUE HAS CAUSADO EN MÍ, POR TU MALDITA CULPA…!
- ¿Hermione? – Escuchó la peli castaña, y sintió que el mundo se le venía encima. Ella no.
- Tranquila Luna, yo tengo esto controlado… - comenzó el rubio, al tiempo que se acercaba a la mujer que tenía aquella varita tan particular como su vestido azul rey y sus tacones amarillos.
- No Draco, ella no debería estar aquí. – La miró directamente a los ojos, y allí fue cuando la leona no pudo reprimirse más. El reproche y la decepción que brillaba en aquellas orbes azules era quizá más de lo que podía aguantar, y ya había pasado por muchas cosas en ese mismo mes – Me prometiste que te irías, Herms. Yo te creí. Eres la mejor amiga que tengo, y no pensé que precisamente tú serías a la que vería apuntando a mi prometido. Necesitas entenderlo, porque si no, no podremos seguir siendo amigas.
- No tenías ningún derecho a contárselo, Luna. Te lo dije a ti porque era una jodida llama que me comía el pecho, y bien sabes que de poder con ella, lo habría hecho. No puedo entender porqué lo hiciste, y si, me voy pero, ¿es que no ves cómo me tiene tu prometido? ¡ÉL vino a buscarme a mí, a saber a qué, o porqué! – le terminó por gritar, al tiempo que recogía la maleta marrón que tenía a su lado.
- Eso no es cierto, Draco jamás correría hacia ti, y lo sabes. Me ama, y yo a él, no hay cabida para ti…
- ¿Tu de verdad crees que no lo sé? – Se estaba hiperventilando, necesitaba salir de allí cuando antes – ¿Saben qué? De verdad me alegra verlos juntos, no saben cuánto. Pero no me pidan que esté allí con ustedes, porque AMBOS ya saben porqué no puedo – le dirigió una mirada muy significativa a Luna, quien bajó la cabeza – Además, como acabas de decir, no hay cabida para mí. Por favor, hazle llegar a Harry un recado: Que no se le ocurra buscarme. Y lo mismo va para ustedes, por si deciden enviarme una tarjeta de invitación a su boda – La sola palabra la turbaba, así que, torpemente, alzó la varita y se desapareció del lugar, no sin sentir que alguien la hacía del codo y se despedía de ella.
[ Fin Flash Back ]
Bueno, no, no era que no tenía motivos. Ella no tenía ningún derecho a revelar lo que le había contado, y mucho menos si lo había hecho contando con que eran amigas. Ja. Ya le quería decir unas cuantas cosas acerca de su tan lucida amistad. Sintió que algo vibraba en la chaqueta de cuero que cargaba.
- Diga? – Contestó. Una voz varonil se escuchó del otro lado y no pudo menos que sonreír.
- No te vas a escapar esta vez, Hermione Granger. Hoy vamos a cenar quieras o no.
Si alguien en Hogwarts le hubiese dicho que terminaría compartiendo un apartamento con Theodore Nott, probablemente se habría reído hasta que se le cayeran los dientes. Pero allí estaba, del otro lado del aparato móvil que tanto había costado enseñarle a manejar y al cual se había hecho adicto hasta la muerte, ese slytherin silencioso y después del tiempo confiable, tan negado a la magia como ella, aprendiendo a desenvolverse en un mundo que desconocía por completo.
- Vale, pero te acompaño a comer. Tengo que hacer unas cosas para el escritorio y créeme que no me apetece llenar mi cerebro de pasta.
- Cómo puedes negarte a la pasta! – Contestó fingidamente indignado – Nadie se resiste a ella. Comerás siquiera un aperitivo! – Si su definición de aperitivo fuese adoptada por el mundo, no cabría el ser humano en el planeta. Todos serían del contorno de la letra O.
- Pero si no tengo hambre! – reprochó ella, sin poder evitar esbozar una sonrisa.
- No importa. Nadie se niega a comer con el señor Nott. Mucho menos desde que desertó de ser un mortífago… a espaldas de todos. Puedo torturarte sabes? – su carcajada sonó a la par con la de Hermione – Vale, sabemos que no, pero anda, come algo sí?
- Vale. Sólo porque no me aceptas la mitad de la renta del apartamento.
- Fue un regalo de mis padres! – replicó éste.
- Ni que te ayude con la comida – intentó ella.
- Soy un caballero. Manchado de sangre, pero caballero – una carcajada por parte de Hermione.
- Ni mancillar tu honra Slytherin!
- No juegues con eso Herms, sabes que muchos de mis compañeros pasados me buscan, y que a ti también. Potter te considera una traidora y Weasley no quiere saber más de ti, si queremos seguir fingiéndonos como una pareja muggle, debemos hacerlo en todo momento.
Esas palabras borraron, irónicamente, mágicamente su sonrisa. No quería recordar el que la tenían por traidora, después de ayudar activamente en la derrota de Voldemort. Después de dejarse marcar la cara por estar defendiendo a un ser que jamás sería para ella. La congoja de nuevo se le atravesó entre pecho y espalda, y colgó el teléfono, no sin antes despedirse y preguntar la dirección del lugar en el que comerían.
Definitivamente Theodore era un regalo de los cielos. Era el hombre más tierno y sincero que había podido encontrar, y la persona perfecta para estar, sin necesidad de fingir perfección. Él sólo le exigía ser ella, y con eso le bastaba. No tenían una relación amorosa, sólo eran lo que cualquiera llamaría una amistad conveniente con una pizca de cariño amañada al tanto tiempo que pasaban juntos. Y al que ella le había conseguido trabajo en el bufete de abogados en el que trabajaba.
No había mejor manera de perderse de la vista de magos que entrando de lleno en el mundo que, por más que lo negaran, era completamente ajeno al de ellos: El mundo muggle.
& p &
Un pelirrojo caminaba de un lado al otro. Frente a él, una mujer de cabellos como la sangre lo miraba, mitad hastiada, mitad molesta.
- Pero si sabes hace siglos donde está, porqué es que no has ido?! – le preguntó, alterada, por enésima vez. El hombre que estaba a su lado, de unos veinticinco años, no pudo más que negar con la cabeza. En la expresión de sus ojos sólo se podía leer la decepción.
Estaban en una estancia pequeña, cómoda, pero más que nada, acogedora. El apartamento de Ginny Weasley, regalo exclusivo de su hermano mayor gemelo no asesinado en la guerra (es decir, George), se ubicaba en uno de los suburbios de Londres, y servía para que dos de los magos más poderosos de su época dejasen su lado duro de un lado.
- JODER. Maldita sea con ella. No responde nada de lo que le envío, Gin. De verdad crees que voy a seguir en estas de andar buscándola si ella misma no quiere vernos?!
- Yo no sé si es que no quiere vernos, Ron. Para mí, simplemente se hartó de todo esto – Hacía mucho que a Harry Potter lo apañaba un halo de negatividad, y ese día no era la diferencia.
- Pero es que no somos nadie para juzgar su decisión, y están de acuerdo con eso, cierto? – su mirada inquisitoria rodó de su hermano a su amigo, y las orejas del primero se tiñeron de rojo, delatándolo – Yo habría hecho lo mismo! Fueron demasiados los muertos, demasiadas las personas que perdieron la vida, salió herida! La cara le sangró más que tu nariz cuando Alecto te lanzó un hechizo a traición, y lo recibió ella, por Merlín! Más que los huesos del pobre Zabini cuando cayó en tus manos, Ron! Casi muere! No pueden ser tan cabezotas! – Intentaba explicarles ella de todas las vías posibles, tratando a la vez de convencerse de los argumentos que daba a los jóvenes, porque, la verdad, es que ella también estaba llena de dudas.
- No vale la pena que sigamos en esto, de verdad – Con un poco de hastío, Harry se puso en pie y tomó unas llaves posadas en un pequeño cenicero que servía de retenedor. Una fina mesa de roble lo sostenía, y a su derecha estaba la puerta que lo guiaba a la libertad del bullicio muggle. – No pienso seguir ni apostando por la inocencia de Hermione, ni por su culpabilidad. Se largó, y se largó, no hay más nada que podamos agregar al respecto. Voy a ver a Hagrid, y de allí voy a la escuela de aurores. Vienes? – Interceptó a Ron, el cuál negó con la cabeza.
- Me voy a quedar aquí, asegurándome de que nadie venga a meterse en el apartamento de mi hermana – Tal fue el tono de protección de Ron, que Ginny se puso en pie, iracunda.
- Te vas. TE VAS. No me interesa que no te guste la relación que tengo con Dean, de verdad me tiene muy sin cuidado, pero no te voy a permitir que me coartes en mi propia casa, además, si no sabes, está en MI HABITACIÓN, y si no quieres saber qué hicimos anoche, ya sabes qué tienes que hacer!
- ¡Asco! Lo voy a matar con mis propias manos y después…
- NADA. Fuera. Fuera. Harry, por piedad, sonríe de vez en cuando, mira que cuando estabas conmigo era lo único que hacías, y como un bobo – terminó, guiñándole un ojo en señal de complicidad, y logrando que Ron se asqueara por completo y saliera de primero.
- Vale, lo intentaré. – fue todo lo que dijo él, antes de cerrar la puerta.
Ella se dirigió a la cocina, muy preocupada. En su cuarto descansaba lo que ella misma denominaba el amor de su vida. Lo había conocido en Hogwarts, lo había dejado, y había regresado a sus brazos luego de que Harry, literalmente hablando, cayese enamorado de una alumna de Beuxbatons que había llegado un buen día a sus vidas y había sido cruelmente asesinada en la guerra contra Voldemort, llevándose con ella toda la alegría que podría albergar Harry Potter en su vida. Junto a Dean merodeaba Crookhanks. Hermione no se lo había llevado, y hasta el sol de ese día no había entendido porqué, y como su hermano tenía la firme convicción de asesinarlo de una vez por todas, se había convertido en su cuidadora oficial hasta el regreso de la castaña, porque volvería. Esta absolutamente segura de ello, aunque la pregunta del millón de galeones era cuándo. Negó un par de veces con la cabeza y se colocó el delantal. Era hora del desayuno y no tenía nada listo, ¡qué escándalo! Ese día le tocaba cocinar a ella y, aunque apestaba haciéndolo, se defendía con un par de huevos revueltos, tocinetas y pan. Sonrió para sí misma en lo que sintió al gato enroscarse en sus pies.
- Ya te busco comida, espera – le dijo, revisando un par de gavetas antes de dar con su alimento. Se agachó para colocarlo en su balde, y en lo que se irguió, sintió que unas manos se apoderaron de su cintura y que unos labios se posaban en su espalda. – Buenos días – fue todo lo que dijo, antes de voltearse y ser recibida con un beso muy tierno.
& p &
- Llegas media hora tarde, castaña – reclamó Theodore Nott a una colorada Hermione, quien llevaba una pila de libros en los brazos.
- El caso Madison me tiene vuelta loca. De verdad no sé como la gente pretende hacer atrocidades y luego pretender que simples mortales los saquen de la cárcel.
- Por eso es que la magia es más fácil – dijo él, levantándose para ofrecerle una silla. Ella sonrió agradeciéndole y se sentó, dejando los libros a un lado y colocando la cartera en la silla que quedaba desocupada – pero como no podemos sacar las varitas y…
- Theo, estamos en un restaurante muggle, no sé si lo has notado. Si alguien nos escucha hablando de magia, nos meten en un retén de locos.
- Lo estamos – confesó él, riéndose, agarrando el menú y viendo alrededor – además, no sé si te has dado cuenta, pero la mayoría de las personas aquí están más preocupadas por babearse las unas por las otras que de escuchar las conversaciones de una falasia de pareja, y me perdonas…
- Theo!
- Está bien, ¡está bien! – en lo que lleguemos a la casa te ayudo con ese caso que tanto te aqueja y tu me enseñas a usar la liduacora, que esta mañana casi me mato intentando hacer un maldito jugo con esa cosa, además, hay algo que quiero mostrarte – al notar que su cara se había ensombrecido, Hermione se preocupó y le quitó el menú de las manos, mirándolo a los ojos.
- ¿Qué ocurrió? – le preguntó, temiendo la respuesta. Las veces que lo había visto así era porque había chocado su auto y porque casi se mata con una pistola por no saber usarlos, y no era comparable con el gesto que en ese momento se dibujaba en su rostro.
- No quieres saber antes de comer, créeme. Pero no es algo agradable – Sus manos comenzaron a sudar, y la castaña estuvo de acuerdo. Para ver a ese slytherin sudando había que hacer un estropicio de los mil demonios, ahora la pregunta era… ¿qué había pasado para ponerlo así?.
& o &
Hola! Mi tercer intento de fic. Parece sin pie ni cabeza, pero espero darle más forma en el segundo capítulo, porque si me pongo a desarrollarlo aquí, hago un capítulo demasiado denso que ni yo leería (voto por capítulos cortos). Si alguien lee, por favor comente, por favor, quiero saber si lo que escribo apesta o no xD.
