Capítulo 1

10 de octubre de 1814, Longbourn

Estimado Sr. Darcy:

Supongo que le habrá sorprendido recibir una carta a mi nombre después de todo lo que ha ocurrido este último año y, especialmente, durante los últimos meses. No he podido evitar escribirle, a pesar de haberlo intentado, pensando que quizás nos sea la decisión más acertada.

Quiero ante todo darle las gracias, no solo en mi nombre, sino en el de toda mi familia por lo que ha hecho. No debe culpar a nadie de que me haya enterado de lo sucedido. Fue mi hermana Lydia a quien se le escapó revelar su presencia en la boda durante su breve estancia en Longbourn con el Sr. Wickham. Desde entonces, no he podido parar hasta conocer toda la verdad. Con la ayuda de Jane, acudí a mi querida tía, la Sra. Gardiner, para conocer todos los detalles. No se preocupe, nadie más de la familia está al tanto de lo sucedido, como usted habría deseado.

Por otra parte, creo que también debo darle las gracias por la inesperada visita del Sr. Bingley hace tres meses. Puedo asegurarle que tanto su amigo como mi hermana están realmente felices después de su matrimonio.

Por todo ello, no tengo palabras suficientes para agradecerle todo lo que ha hecho por mi familia. Es por ello que también espero que pueda llegar a perdonarme algún día por todos los errores que he cometido con usted. Le llamé orgulloso, mientras mis prejuicios no hacían más que cegarme respecto a todos los sucesos que ya bien conoce y, sobre todo, en relación a su carácter. Si pudiera volver atrás en el tiempo, cambiaría muchas cosas, pero, como no es posible, solo espero que pueda llegar a perdonarme algún día.

Le deseo lo mejor y espero que sea feliz en lo que le depare la vida.

Gracias y hasta siempre,

Elizabeth Bennet

Elizabeth se sintió más tranquila después de haber entregado la carta al mensajero en Meryton. La había enviado con carácter urgente, por lo que en un par de días el Sr. Darcy la estaría leyendo. Esperaba, sobre todo, que pudiera perdonarla por todos sus errores, que habían sido muchos, y que no había podido llegar a remediar.

En estos tres meses desde la boda de Lydia habían sucedido muchas cosas en Longbourn. De hecho, la Sra. Bennett podía presumir de tener a tres de sus cinco hijas bien casadas. Su hermana Lydia se había ido a vivir con el Sr. Wickam al norte de Inglaterra, Jane se encontraba felizmente instalada con su marido en Netherfield, y su hermana Kitty había encontrado el amor en el nuevo y joven párroco que había llegado a Meryton.

Mientras tanto, Elizabeth había esperado poder volver a ver al Sr. Darcy para darle las gracias y pedirle perdón encarecidamente. Creyó que por fin podría encontrarlo en la boda de su amigo, el Sr. Bingley, pero Darcy, según le contó Jane, se había excusado aludiendo importantes negocios que no podían cancelarse. Esto, para Elizabeth, sonaba a excusa, aunque no podía criticarlo por ello. ¿Cómo querría volver a ver a su familia, y, sobre todo, a ella misma, después de todo lo que había sucedido?

Un tiempo después de la boda, y observando entristecida que su hermana no parecía levantar cabeza, Jane le propuso una solución.

— ¿Por qué no escribes al Sr. Darcy? — preguntó Jane.

— ¿Escribir al Sr. Darcy? — contestó Elizabeth confusa.

— Sé que estás así desde hace meses por todo lo ocurrido. Si de verdad lo que necesitas es pedirle perdón, ¿por qué no le escribes?

— ¿No crees que le parecerá inoportuno? Hace meses que no nos encontramos, y nuestra relación no terminó de la mejor manera. — arguyó Elizabeth con un suspiro. Y es que, a pesar de haber sido siempre una mujer segura y valiente, cada vez estaba menos convencida de que esas cualidades fueran virtudes.

— El Sr. Darcy es una buena persona, según tú misma has podido comprobar. Además, por intentarlo no vas a perder nada, ¿a que no? — preguntó Jane con una sonrisa.

— Tienes razón. — le respondió Elizabeth, intentado devolverle la sonrisa.

Tras regresar de dejar la carta en Meryton, Elizabeth se encontró la casa totalmente en silencio, excepto por el sonido del piano de Mary. Desde que sus hermanas se habían ido, los pobres nervios de su madre ya no le jugaban tantas malas pasadas, así que los gritos eran cada vez menos frecuentes.

— Elizabeth, la Sr. Roberts le ha contado a la Sra. Phillips, que me ha contado a mí, que hay una familia nueva en el vecindario que está buscando una acompañante para su hija de 15 años. — explicó triunfante la Sra. Bennet.

Elizabeth no pudo reprimir una mirada sarcástica a su madre. Desde que la última de sus hermanas, Kitty, se había marchado de casa para casarse, su madre parecía haber dado por caso perdido a su hija Elizabeth en lo que se refiere al matrimonio. Por ello, últimamente no paraba de hablarle sobre ofertas de trabajo como institutriz o acompañante.

— Lo pensaré. — dijo Elizabeth para que no siguiera insistiendo.

En el fondo, Elizabeth sabía que su madre tenía un poco de razón en relación a sus inquietudes. A sus 23 años, ya era considerada una mujer en peligro de no encontrar marido si no se daba prisa. Y la cuestión es que prisa no tenía.

Siempre había dicho que, si se llegaba a casar, sería por amor. Así se lo había transmitido a su amiga Charlotte durante años, y no había cambiado de opinión. Por tanto, sabía que las probabilidades de contraer matrimonio eran prácticamente nulas. Elizabeth se había enamorado una sola vez, y ella misma lo había echado a perder por sus prejuicios.

— Elizabeth, ¿qué haces ahí parada? — peguntó Mary, asustándola.

Elizabeth se dio cuenta de que seguía en el hall de la casa y con su abrigo puesto. — Me he quedado un momento pensando. No es nada. ¿Vamos a ayudar a preparar la mesa para el almuerzo?

Los días siguientes pasaron tan monótonamente como los meses anteriores. Elizabeth dedicaba sus mañanas a pasear, leer y bordar. Por las tardes, acudía a clases de dibujo y de francés en Meryton. Y es que siempre le había dado un poco de vergüenza no haber tenido la oportunidad de aprender como cualquier joven de su mismo nivel, por lo que había aprovechado la oportunidad de la llegada de un matrimonio de profesores al pueblo para apuntarse a sus lecciones. Él, francés en origen, enseñaba su lengua, mientras que su mujer ofrecía clases de dibujo y pintura.

Al salir aquella tarde de las lecciones, Elizabeth se apresuró a ponerse el abrigo encima del vestido. Era octubre, así que las noches comenzaban a ser tremendamente frías a pesar de que la nieve no había llegado todavía.

Elizabeth observó que apenas quedaba nadie por las calles del pueblo, aunque pudo ver al lado de la taberna a un joven con su caballo. Lo reconoció como el mensajero al que había entregado la carta hace ya una semana. No pudo evitar sonreír. Después de todo, aquel joven la había ayudado a sentirse mejor.

— ¡Disculpe! — la llamó precisamente este muchacho.

— ¿Es a mí? — preguntó Elizabeth confundida.

El joven se acercó corriendo hasta donde ella se encontraba. — ¿Es usted la Srta. Elizabeth Bennet?

— Sí, soy yo.

El mensajero sacó entonces una carta del interior de su chaqueta y se la ofreció. — Me pareció reconocerla. Iba a llevarle mañana esta carta a su casa, ya que hoy se me había hecho tarde.

Elizabeth le dio las gracias y observó cómo volvía con su caballo. Extrañada, ya que no esperaba ninguna carta, miró el nombre y dirección del remitente. Se quedó atónita:

Fitzwilliam Darcy

Pemberley, Derbyshire.

Una mezcla de sorpresa, miedo e intriga invadió a Elizabeth. No sabía si prefería abrirla o no. ¿Por qué le había contestado? ¿Para qué? Ella había escrito aquella carta en forma de despedida, dando por hecho que nunca más sabría de él.

Elizabeth se dio cuenta de que aquel no era el lugar más idóneo para detenerse a leerla. Estaba oscureciendo y debía volver a casa. La guardó cuidadosamente en el bolsillo interno de su abrigo y se apresuró a llegar a casa. Cuando lo hizo, se excusó para no cenar, alegando que no se encontraba bien, y subió a su habitación, cerrando la puerta tras de sí.

Cogió la carta del interior de su abrigo y se sentó en el borde de la cama antes de abrirla. De su interior, salió un solo papel, escrito con letra muy cuidada.

13 de octubre de 1814, Pemberley

Estimada Srta. Bennet:

Como ha podido adivinar, no he podido evitar sorprenderme al recibir su carta. No esperaba contar con noticias suyas tras el desenlace de nuestro último encuentro en la posada de Lambton, en el que, lamentablemente, había recibido malas noticias.

No debe usted sentirse en la obligación de darme las gracias por nada, por ello esperaba que nunca se llegara a enterar de lo sucedido. Era mi deber remediar una situación que se había producido por mi negligencia, al no alertar a las autoridades tiempo atrás del carácter de Wickham.

En relación a la boda de los Srs. Bingley, tampoco debe usted darme las gracias. Lo único que hice fue confesar mis pecados a mi estimado amigo. Él mismo fue el que decidió en ese mismo momento partir hacia Meryton y enmendar la situación, algo de lo que me alegro enormemente.

Por todo ello, le reitero que no ha de darme las gracias por nada. Y mucho menos de parte de su familia. En todo caso, si lo hice por alguien fue pensando exclusivamente en usted. Debería saberlo.

En canto a sus disculpas por su comportamiento, creo que son innecesarias. En todo caso, debería ser yo el que empezara pidiendo perdón. Mi orgullo me impidió desde el primer momento mostrar mis sentimientos, lo que llevó a un cúmulo de errores y despropósitos. Por todo ello me disculpo, y acepto sus disculpas si es que así lo desea.

Confió en que su familia y usted se encuentren gozando de buena salud.

Espero recibir noticias suyas pronto,

F. Darcy

Elizabeth acabó de leer la carta entre lágrimas, repasando lo que había escrito: Si lo hice por alguien fue pensando exclusivamente en usted. Debería saberlo. ¿Qué quería decir con eso? Parecía que ambos se habían perdonado y, por fin, empezaban a cerrar las heridas del pasado. Ya solo con eso estaría contenta y se sentiría capaz de volver a recuperar, ligeramente, la felicidad. Sin embargo, había algo más que no se esperaba, una invitación a seguir en contacto: Espero recibir noticias suyas prono. ¿Era una invitación o solo era una mera cortesía?

Dudosa, pensó en lo que la antigua Elizabeth, aquella de la que se había enamorado el Sr. Darcy, hubiera hecho. Así, decidida, sacó papel y pluma de su escritorio y comenzó a escribir la frase que la acompañaría durante los próximos meses:

Querido señor Darcy…

Hola a todos.

Comienzo una nueva aventura con "Orgullo y Prejuicio". No será una historia muy larga, pero sí espero que intensa. Confío en que os guste y sigáis conmigo este nuevo "what if" que planteo a la relación de Elizabeth y Darcy.

Las críticas constructivas serán muy bienvenidas, y, si observáis algún error (todos somos humanos), por favor, decídmelo.

Espero subir el próximo capítulo en un par de días.

Un saludo y buena lectura,

Dalpaengi