Título: Cinco letras.

Fandom: Gintama.

Personajes: Kagura y Sougo Okita.

Rated: T.

Advertencias: OOC, Aged-up fic.

Género: Romance.

Disclaimer: No soy un gorila, no insistan.

Resumen: Pensar en intentar decir lo que diría en un universo alterno es como tener un hueso de pollo atorado en la garganta.


Cinco letras, dos palabras.

En los dramas hacían ver que decirlas era algo de lo más sencillo con el cursi tema romántico de fondo al beso que inevitablemente seguía a las declaraciones engoladas de los protagonistas —algo tan obvio para los televidentes e inesperado para los directamente interesados—… o el esto, aquello y lo otro post-declaración, como en los libros que Soyo escondía en su habitación.

Sin embargo, esta era la cruda vida real y Kagura no es ninguna delicada actriz del momento, sino una heroína —con tendencia a vomitar, pero heroína al fin— de la Shonen Jump.

Además, así Sougo Okita tenga cara de «galán de los lunes»; con su carácter de mierda distaba mucho de serlo… y es sólo un personaje secundario que acaparaba demasiado tiempo en pantalla, y era un total desperdicio de viñetas dibujarlo.

Como sea, el punto era que ella no supo en qué jodido momento comenzó a mirar diferente a su eterno rival cuando al principio su interacción no pasaba de destrozar lugares y molerse a golpes.

Eso cambió cuando Kagura llegó a sus dieciocho años y su cuerpo de niña se convirtió en un espectacular cuerpo de mujer. En algún momento su trato con el sádico imbécil comenzó a cambiar de intercambiar golpes a besuquearse de buenas a primeras.

Aunque en su adolescencia, Kagura disfrutó de besos —unos regulares, unos buenos en la escala del uno al diez— con novios que nunca presentó a los idiotas con los que vivía después del fiasco con Dai; ella siempre permaneció en primera base y sólo al pasar muchos meses de tira y encoge, Okita fue su primero… y único.

(Su motivación fue mera curiosidad y fue una coincidencia experimentar algo de lo que vio en el porno oculto de Gintoki con alguien que aparentemente sabía lo que hacía).

Su papá dijo que algunos amores comienzan en la cama y quizá el calvo tenía algo de razón porque no se justificaban estos estúpidos sentimientos que nunca estuvieron en el programa. Y Kagura se sentía muy idiota por estar en esta situación por alguien a quien todo le resbalaba.

Vaya mierda.

Era uno de los tantos moteles donde satisfacían sus necesidades carnales y Kagura sin ningún pudor se vestía delante de un Okita de ojos indiferentes. No tenía ganas de ducharse —o de que él se le pegara como lapa en la ducha y una cosa llevaría a la otra, no gracias— o de dormir en cama ajena —tampoco es que pudiera darse ese lujo porque el bastardo apenas pagó por dos horas—. Además, ellos no eran del tipo de… lo que fuera que eran porque no le habían puesto ninguna etiqueta a sus folladas ocasionales de los que (hasta ahora) nadie se había enterado.

—Sádico —Kagura dijo en un impulso… y al mismo tiempo su capacidad de hablar se fue por un momento.

—¿Qué quieres, China? —preguntó él con un bostezo.

Kagura tragó grueso.

—Tonto —espetó finalmente y lo último que hizo fue dar un portazo, huyendo de allí.

No eran las cinco letras idóneas (pensar en intentar decir lo que diría en un universo alterno es como tener un hueso de pollo atorado en la garganta) y quizá las cinco letras que estaban en su mente, jamás verían la luz.