APRENDIENDO A AMARTE
Por Inuhanya
DISCLAIMER: LOS PERSONAJES DE LA ESPECTACULAR RUMIKO TAKAHASHI NO ME PERTENECEN NI LA HISTORIA EN LA CUAL ESTÁ BASADO ESTE FIC… LOS INVITO A TODOS A LEER UNA NOTA QUE CORRESPONDERIA AL CAPITULO 3…
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Siglo XIX... Un amor en tiempos de guerra...
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Capítulo 1
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Nakayama, Hacienda San Konoe
"Don InuTaisho."
Un viejo y regordete sacerdote de larga sotana negra se inclinó sobre el agonizante anciano.
InuTaisho Takano, dueño de todas aquellas tierras y considerables riquezas, pasaba sus últimos momentos de vida en su hacienda a las afueras del pequeño pueblo de Nakayama. Un año atrás le había sido diagnosticada una enfermedad que, lamentablemente, estaba ya en su fase terminal.
Ni un poderoso youkai como él podría salvarse de lo inevitable.
Su pecho subía y bajaba lentamente. Obvia y única señal que daba de vida. Vida que, según el último dictamen médico, estaba llegando a su fin. Sólo era cuestión de días, o tal vez horas, para que ocurriera el fatal desenlace.
"Don InuTaisho," repitió el viejo sacerdote acercándose un poco más a su oído. Sin poder abrir sus pesados párpados, el hombre respondió al llamado de su nombre con un ligero movimiento de su cabeza. "El muchacho está aquí. Quiere que lo haga pasar?" susurró gentilmente el religioso.
A pesar de su gran debilidad, el viejo InuTaisho hizo un gran esfuerzo por abrir sus ojos para revelar una cansada y apagada mirada dorada. Los músculos de su arrugado rostro se contrajeron levemente y luego de unos segundos separó sus secos labios para dejar escapar un áspero y gutural sonido de aprobación.
Tomando aire nuevamente, el hombre cerró sus opacos ojos ámbar.
La habitación quedó una vez más en el silencio ensordecedor en el que había estado antes de la llegada del viejo Padre Mushin. Con un leve movimiento de su cabeza, el viejo sacerdote se enderezó y miró brevemente a los otros tres ocupantes del dormitorio. Después de un corto intercambio de miradas entre ellos, el cura se dirigió hacia las amplias puertas dobles de madera, las abrió y haciéndose a un lado, hizo una pequeña seña con su mano.
Segundos después, una figura se detuvo en el marco de la puerta. Era la figura de un joven. Él se tomó todo su tiempo para detallar sus alrededores. A decir verdad, era la primera vez que entraba a la alcoba principal de aquella hacienda.
La amplia habitación estaba decorada muy sobriamente pero con adornos y demás objetos de mucho valor. En el centro y sobre una gran alfombra color café, se levantaba una gran cama matrimonial de cuatro postes elaborada en fina madera tallada de donde descolgaban unas finas y delicadas cortinas en velo color beige las cuales, en el momento, estaban recogidas y amarradas a cada uno de los altos postes.
Desviando un poco la mirada de la cama, el joven observó detenidamente las paredes. Costosas pinturas de reconocidos pintores de la época ocupaban gran parte de los empapelados muros. Pero lo que más llamó fuertemente su atención fue un retrato enmarcado en bronce colocado en un lugar privilegiado en la habitación. Era el retrato de una distinguida y hermosa mujer inuyoukai.
La fallecida esposa del moribundo miraba sonriendo levemente hacia el espectador. El joven recién llegado no pudo evitar fruncir un poco más su entrecejo.
Escasos minutos pasaron como horas para los ocupantes del dormitorio. Aunque la iluminación del lugar era carente debido a la poca cantidad de velas que se consumían lentamente en grandes y pequeños candelabros de hierro forjado dispuestos por el mismo dueño en varios puntos de la habitación y sobre una pequeña mesita a uno de los costados del cuarto, los demás testigos pudieron distinguir la apariencia de aquel hombre joven.
Por la forma de vestir del recién llegado, los hombres pudieron concluir que el joven venía de una clase inferior a la del moribundo anciano. Sin embargo, una sumisa jovencita que los acompañaba se concentró un poco más en él. En su físico para ser exacto.
Vestido con una simple camisa blanca abierta a medio pecho y arremangada hasta los codos, pantalones gris oscuro ligeramente cubiertos por tierra al igual que las botas negras de montar, el joven estaba dotado de una buena altura, cintura delgada pero pecho, hombros y brazos bien desarrollados.
En pocas palabras, tenía un cuerpo fascinantemente proporcionado. Prueba inequívoca de la posible dura vida que tuvo que afrontar en el campo en su temprana juventud. El corazón de la joven se arrugó de sólo pensar en eso. Luego sus ojos subieron lentamente hasta detenerse en su rostro.
Quería comprobar por su propia cuenta si realmente aquel joven era el hijo del rico hacendado.
Afortunadamente para ella, la parcial oscuridad del lugar ocultó muy bien el rubor que coloreó sus blancas y pálidas mejillas. Era increíblemente apuesto. Ninguno de sus rasgos pertenecía al común fenotipo del pueblo. No había duda de que la mayoría de los rasgos de este joven pertenecía a los inuyoukai de esta familia.
Su piel era blanca pero la cubría un ligero tono bronceado producto del constante trabajo bajo el inclemente sol. Sin embargo, lo más impactante y como complemento a su rostro perfecto, eran sus ojos. Ojos tan dorados y brillantes como el mismo oro.
Una prueba más que reafirmaba su parentesco con el viejo Don InuTaisho.
Esos hermosos y fríos ojos ámbar brillaban llenos de vida reflejando el fuego de las velas encendidas y muy a diferencia de los del viejo patrón. Para terminar, su desaliñada y larga cabellera plateada bajaba por su ancha espalda hasta más abajo de su cintura, y casualmente en gruesos y espesos mechones sobre esa penetrante mirada, cubriéndola parcialmente.
Pero lo que de verdad sorprendió a la joven cuando sus ojos se posaron en la cima de su cabeza, fueron las dos blancas y triangulares orejas de perro que se asomaban firmemente entre su cabello como si estuvieran atentas a cualquier sonido a su alrededor.
Mientras que el joven miraba con extraño interés el retrato de aquella mujer, casi después de unos segundos, sintió todas aquellas miradas sobre él y sus orejas se movieron levemente en dirección de los demás ocupantes.
Para él era algo incómodo tanto escrutinio pero, teniendo en cuenta las circunstancias y los motivos que rodeaban su inesperada llegada, le pareció algo lógica aquella reacción para la que, mentalmente, ya venía preparado y dispuesto a enfrentar.
En una respuesta rápida, el joven desvió su mirada hacia el costado opuesto al gran retrato y fijó sus ojos en los dos hombres. Ambos estaban vestidos de manera similar. Trajes oscuros de tres piezas consistentes en pantalón, chaleco y levita, camisas blancas con cuellos almidonados y sobrias corbatas de lazo elaboradas en seda. Más o menos, los dos rondaban por la misma edad aunque se veía mucho mayor aquel hombre que se encontraba junto a una joven mujer.
Esto lo tomó un poco desprevenido. No esperaba que una mujer estuviera presente en aquel momento. Sus ojos lograron hacer contacto por milésimas de segundos.
Avergonzada por dejarse descubrir, ella bajó levemente su cabeza fijando sus curiosos ojos color chocolate en el visible piso de madera bajo ella. Al joven visitante sólo le bastó un rápido vistazo para darse cuenta de que era una jovencita con algo de clase pero inferior por el tipo de ropa que llevaba puesto.
Aun cuando no era un vestido de fina tela y tan elaborado como los que lucían las damas y señoritas de la alta sociedad en la capital, era igualmente largo y con aplicaciones en encajes. Su cabello era negro azabache tan brillante y sedoso como un manto de fino terciopelo el cual llevaba recogido pulcramente a la altura de su nuca.
Su actitud y porte era la de toda una señorita.
Un áspero sonido proveniente de la cama captó de repente la atención de todos los presentes, incluyendo la del joven recién llegado.
"Entra muchacho. Tu padre quiere verte." Dijo el Padre Mushin en su inconfundible y paternal tono de voz.
Sin mostrar ningún cambio en la expresión de su rostro, el hombre en la puerta entró con firmes pasos y se detuvo a pocos centímetros del lado izquierdo de la cama donde yacía inmóvil el cansado cuerpo de su anciano padre.
Diez años habían pasado desde la última vez que lo vio. Diez años que para un youkai saludable no significaban nada, se vieron claramente reflejados en la acabada apariencia del hombre. InuTaisho al sentirlo cerca, levantó sus pesados párpados.
Aclarando suavemente su garganta, el Padre Mushin llegó a su lado. "Inuyasha, como puedes ver, a tu padre no le queda mucho tiempo de vida, por eso…"
"Él no es mi padre." Sentenció Inuyasha interrumpiendo abruptamente al viejo sacerdote. "Eso me quedó muy claro años atrás cuando viví bajo su techo." La frialdad en su tono de voz no pasó desapercibida para los demás testigos que intercambiaron breves miradas entre sí. Al menos por parte de los señores.
La jovencita levantó la mirada del suelo y arrugó levemente sus cejas un poco perturbada por su declaración.
"Te equivocas, muchacho."
"No, anciano Mushin. Soy perfectamente consciente de lo que soy y del lugar que ocupo en esta hacienda. Ante sus ojos y los ojos de todos, soy el hijo ilegítimo del dueño. Un híbrido bastardo. Así que no veo la razón de por qué me mandó llamar. No tengo nada que hacer aquí. Es más, ni siquiera sé por qué demonios vine."
Los ojos de la joven se abrieron aún más al escuchar sus duras palabras. Los otros dos personajes no se quedaron atrás pero a su respuesta le sumaron la forma tan irrespetuosa en cómo se dirigió al servidor de Dios.
"Hijo, entiendo tu posición y confusión pero… tu padre, Don InuTaisho, no te mandó llamar para que te compadecieras de su estado y le dieras tu perdón. Antes de caer en este estado, él alcanzó a reconocerte legalmente como su hijo y en su testamento te nombra heredero único y absoluto de todas sus propiedades y riquezas."
Inuyasha no pudo ocultar la sorpresa en su rostro y bajó su resentida mirada hacia el anciano en agonía. Miles de recuerdos pasaron por su mente en rápidos destellos. Siete años de su niñez y pre adolescencia pasaron en cuestión de segundos por su cabeza. Por qué ahora? Por qué después de tantos años de dolor y humillaciones?
"Inuyasha." La voz del Padre Mushin lo sacó del acelerado tren de ideas. "Imagino lo que estás sintiendo pero… es cierto. Tu padre finalmente recapacitó y quiso enmendar sus pecados dándote lo que por derecho te corresponde." Terminó el viejo sacerdote colocando una de sus arrugadas manos sobre su hombro.
El joven heredero parpadeó al sentir el contacto de su mano y casi inmediatamente su rostro volvió a mostrar su usual indiferencia.
Uno de los hombres que llevaba un maletín en su mano aclaró su garganta adelantándose a la que pudiera ser la respuesta de Inuyasha. "Sr. Takano, permítame expresarle mis respetos. Soy el Licenciado Rodolfo Michelsen, notario de Nakayama," dijo él extendiendo su mano libre. Inuyasha miró brevemente al Padre Mushin antes de aceptar su mano. "Sé que este no es el momento y que viene de muy lejos pero me gustaría aprovechar su visita al pueblo para reunirme en privado con usted. Como hijo de Don InuTaisho es necesario hacer el traspaso de todos sus bienes a su nombre y para eso requiero del registro de su firma."
Inuyasha le respondió inconscientemente con un movimiento afirmativo de su cabeza aún sin salir por completo de su estupor.
"Bien." El Licenciado Michelsen se detuvo un segundo para buscar algo en su maletín. Cuando lo encontró sacó una carpeta y se la extendió a Inuyasha. "Aquí le entrego el registro donde Don InuTaisho lo reconoce como hijo dándole su apellido. El otro documento es el testamento redactado de puño y letra del Padre Mushin por órdenes de Don InuTaisho. Igualmente figuran las firmas correspondientes del Señor y de sus testigos aquí presentes."
Inuyasha le recibió la carpeta y enfocó su mirada en la pasta. Aparentemente se hallaba debatiendo si debía o no darle un vistazo para comprobar sus palabras. El Padre Mushin aprovechó el silencio de Inuyasha para dirigirse al notario. "Licenciado Michelsen, agradezco mucho su ayuda."
"No fue nada, Padre Mushin. Fue con mucho gusto. Ahora, si me disculpan, me retiro. Señor Takano, espero que tenga buena noche y lamento mucho la situación en la que se encuentra su señor padre. Hasta luego." Dijo el hombre antes de hacer un leve movimiento de despedida con su cabeza y salir de la habitación cerrando las puertas dobles.
Aprovechando la salida del Licenciado Michelsen, el otro hombre se acercó al joven heredero. "Es un placer conocer al hijo de Don InuTaisho," comenzó el hombre captando la atención de Inuyasha. "Soy el Administrador de San Konoe, Ryo Ishihara, para servirle en lo que necesite." Extendiéndole un brazo a la joven que dejó atrás, continuó. "Ella es mi hija, Kikyo Ishihara."
En seguida, la joven se acercó a los hombres y se detuvo frente a Inuyasha bajándose levemente en una reverencia.
"Encantada de conocerlo, Joven Takano," le dijo ella respetuosamente usando un suave tono de voz.
Inuyasha asintió. "Es un placer." Respondió él simplemente por cortesía sintiéndose un poco extraño y al mismo tiempo incómodo al escuchar ser llamado por el poderoso e influyente apellido de su padre.
"Kikyo, por favor baja y dile a Noriko que prepare una de las habitaciones de arriba para el hijo del dueño." El hombre se dirigió cariñosamente a su hija.
"Enseguida, padre." La joven regresó su mirada hacia el apuesto heredero. "Con permiso," dijo ella haciendo otra pequeña venia. Levantándose levemente la larga falda vinotinto de su vestido, Kikyo se dispuso a dirigirse hacia la puerta pero fue detenida por la varonil voz de Inuyasha.
"Eso no será necesario." Dijo él secamente. "No pienso quedarme aquí así que no se molesten."
Tanto padre como hija se vieron muy sorprendidos por el anuncio de Inuyasha.
"Pero…"
"No se preocupen. No voy a irme del pueblo todavía… tengo mis razones para no quedarme aquí," lo cortó Inuyasha tratando de no parecer demasiado desagradecido con sus buenas intenciones.
"Como guste, Señor Takano. Cuando lo disponga, estoy a sus órdenes para que revise los libros de las dos haciendas de Don InuTaisho." Inuyasha asintió nuevamente. "Si no se le ofrece algo más, nos retiramos. Con su permiso."
"Con permiso, Joven Takano. Padre Mushin, buenas noches." Se despidió la joven mujer mientras besaba respetuosamente la mano del sacerdote.
"Ve con Dios, hija mía." Respondió el viejo cura suavemente.
"Buenas noches, Joven Takano." Kikyo se dirigió nuevamente a Inuyasha logrando mantener sus ojos por más tiempo en su dorada y fría mirada la cual no se ajustaba al cálido color de sus ojos. Haciendo una última reverencia, siguió el camino que había tomado su padre minutos atrás.
Una vez más la habitación quedó en silencio donde el único sonido que se escuchaba era la entrecortada y laboriosa respiración del agonizante hacendado. Inuyasha miró por última vez la carpeta en su mano. "Qué pasó con Sesshomaru? Se supone que él es el hijo legítimo y el único heredero de todo esto." Preguntó él con indiferencia antes de depositarla en una pequeña mesita llena de portarretratos con los momentos más importantes en la vida de la distinguida familia Takano Lowe.
El viejo sacerdote exhaló un suspiro lleno de pesar y congoja. "Tu herman-" la voz del anciano se cortó abruptamente al ver la implacable mirada de su ahijado. Dándose cuenta de su error, el Padre Mushin aclaró su garganta para continuar. "El joven Sesshomaru… desapareció seis años después de que tú dejaste esta hacienda. Desde entonces no volvimos a saber nada de él así que tu padre concluyó que tal vez pudo haber…"
"Sesshomaru está muerto?" Esa fue una pregunta bastante directa por parte de Inuyasha en opinión del viejo Mushin.
"Eh… bueno, eso no…" el viejo sacerdote titubeó mientras se rascaba su calva cabeza. "Es lo más probable. InuTaisho lo dio por muerto hace tres años."
Después de un breve silencio entre padrino y ahijado, el joven híbrido giró ligeramente su cabeza hacia el lecho de su padre para darle una mirada final antes de encaminarse hacia la puerta.
"Inuyasha… A dónde vas, muchacho?" El Padre Mushin lo detuvo con su voz antes de que consiguiera pasar la puerta.
"Al pueblo. Necesito buscar una posada para pasar la noche." Respondió Inuyasha seriamente y sin darle tiempo al viejo cura de pronunciar otra palabra, desapareció en la oscuridad del corredor.
Su viejo padrino se quedó ahí parado por unos instantes más y dejó escapar un suave suspiro mientras esbozaba una pequeña sonrisa, luego movió ligeramente su cabeza, tomó la abandonada carpeta y se dio la vuelta para encarar al cansado hacendado. "No cabe duda que ese muchacho es hijo tuyo, InuTaisho." Dijo el sacerdote antes de darle la bendición al inmóvil hombre y salir detrás de Inuyasha para darle alcance. "Este muchacho… " Comentó para sí mientras dejaba la semi oscura habitación.
El hombre dejado atrás en la soledad de su dormitorio tomó aire profundamente tratando de reunir sus últimas fuerzas y con gran tranquilidad logró pronunciar las que serían sus últimas palabras. "Inuyasha Takano… Ahora sí puedo irme en paz." Susurró el hombre ahogadamente mientras exhalaba su último suspiro.
El padre de Inuyasha había fallecido finalmente y después de una larga agonía…
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Continuará…
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Nota de Inuhanya: Hola a todos, antes que nada quiero comentarles que la historia en la cual me basé me llegó profundamente al corazón. Su trama me sirvió de inspiración y aquí está el resultado. Espero que les guste tanto o más como a mí el escribirla.
Quiero dedicar muy especialmente esta historia a mis amigas del msn. Gracias chicas, sin su apoyo y ánimo no me hubiera sido posible materializar este trabajo... je je... (Ellas saben quiénes son... jeje)
Hasta el próximo capítulo... y muchos besitos para todos...
