Una voce

Mary creció para convertirse en una hermosa mujer y Caín no le despegaba los ojos de encima, por mucho que fingiera centrarse en sus experimentos. Su afecto era correspondido y en el ambiente flotaba la culpa cuando se los juntaba en la misma habitación. Cada noche, a cenar entre esas miradas que se evitaban y se buscaban, con sonrisas y sonrojos de por medio. Caín ponía la vista sobre el techo cuando estaban en la misma cama, ausente a los besos y caricias de Riff. Entonces él le dijo que estaba bien. Se despidió esa vez y no regresó, cerrando su aposento con llave y seguro de que su amo no saldría de un pasadizo secreto para pedirle disculpas. Intentó sentirse feliz al oír sus pasos, tan sigilosos como los de un gato pero todavía presentes en el silencio sepulcral del castillo. Se movía hacia la habitación de Mary. Riff se cubrió la cabeza con la frazada y cerró los ojos, obligándose a dormir y no odiar a su señor. Solo pudo hacer una cosa de esas dos, después de ingerir una mezcla somnífera que Caín mismo le había preparado con semejante propósito.