Miedo…

Temblaban. Todos ellos temblaban. Y no era para menos, pues aquella noche, en aquel claro del bosque en que el ejército se había refugiado hacía un frio endemoniado.

Las rodillas temblaban, los dientes castañeaban y las armaduras tintineaban sobre los cuerpos fuertes de casi un centenar de valerosos guerreros. Ponis de tierra, unicornios y pegasos, todos listos, armados; una elite de batalla como no había sido vista en un milenio en ningún lugar de Equestria.

Y aun así todos temblaban. Estaban mudos. Y no era solo el frio. Algunos de ellos incluso habían dejado de prestar atención a la baja temperatura o al rugiente viento que arrancaba las hojas a los arboles del bosque. Era miedo. Un miedo abrumado que nacía en el corazón de todo poni, sembrado ahí por un poder que nació antes que el universo mismo… un poder exiliado a vivir eternamente en el vacío entre los mundos… y que moría por devorarlos…

¿Cómo olvidar ese miedo? ¿Cómo tomar valor y hacer como que nada pasa, si no había lugar donde esconderse de la visión aterradora del Cielo Desgarrado? ¿Cómo pretender que todo estaba bien, si ni la luna ni el sol volvieron a levantarse desde que la delicada tela que envolvía el mundo se quebró revelando la luz arcaica de misteriosas estrellas y aberrantes nebulosas que existían solamente más allá del velo de la realidad?

Y por eso el viento rugía. Por eso toda Equestria se enfriaba con un viento helado letal, mientras que el aire del mundo se escapaba a borbotones por la Grieta en el Cielo como fluye la sangre del cuerpo de una presa que ha sido herida de muerte por las garras de un asesino monstruoso y despiadado.

Y lo peor de todo, es que cada segundo que pasaba, la herida sangrante del cielo, parecía hacerse más y más grande… como si los días del mundo estuvieran contados, esperando solamente el partirse por mitad para quedar destrozado y emitir su último aliento…

—¡Atención, soldados! —gritó una voz firme y potente, que se alzó sobre el rugido del viento, atrayendo hacia si casi dos centenares de ojos que miraban llenos de terror hacia el Cielo Moribundo.

—¡Atención! —gritó de nuevo, y su voz casi se quebró de fatiga, de miedo, de inseguridad. No hacia un par de instantes, aquel mismo poni que gritaba había suspirado resignado, como casi admitiendo una derrota ineludible.

Pero delante de las tropas debía parecer seguro. Debía parecer decidido. Debía convencer a cada guerrero que la batalla no solo debía ser luchada, sino que podía ser ganada. De lo contrario, todos se quebrarían, se volverían locos, abandonarían la esperanza, abrumados por el dolor de tener que ver destruido todo y todos a cuanto amaban.

Aquel poni gritón… ¿A quién amaba? Cerró sus ojos un momento, y el rostro de la hermosa pegaso resplandeció en su mente como lo había hecho en otro tiempo el sol en el cielo.

De inmediato abrió sus ojos y encarando de nuevo a la multitud, la decisión resplandeció en sus brillantes ojos dorados, mientras su larga melena gris ondeaba al viento, y la luz de las antorchas se reflejaba en cada pieza de la reluciente armadura que cubría su pelaje rojo.

Burning Spades, ese era su nombre.

—Esta noche… —comenzó alzando su voz una vez más sobre el rugir del viento — hemos sido llamados a luchar la última batalla de Equestria. No será la más grande, ni la más gloriosa, pero si no la ganamos, pueden dar por seguro, que no habrá otra.

»Esta noche, nosotros, un puñado de ponis, nos enfrentaremos a la más grande amenaza que puede enfrentar un mundo vivo. Esta noche, lucharemos contra algo incapaz de morir, algo que no puede fatigarse, sentir dolor, compasión o misericordia. Para esto nosotros no somos distintos de los árboles, las rocas, el aire o el polvo estelar que devora para continuar existiendo

»Algunos de ustedes, han escuchado que es una batalla que no se puede ganar. Que el solo plantear lucha será inútil, que todos quienes hagan frente serán consumidos… y que al final, el mundo entero dejara de existir muy pronto. No les diré que esto no es cierto, pero si les diré: ¿Qué diferencia tiene? No luchamos porque la batalla es fácil… luchamos porque no hay otra opción… luchamos porque no permitiremos, mientras queden fuerzas en nuestros cascos, que nada de este mundo o fuera de él dañen a nuestras familias, a nuestros amigos a nuestra tierra…

»Y esta noche, les digo, si el mundo se termina y caemos todos luchando, y ninguna canción vuelve a ser entonada ni se vuelve a escuchar risa alguna jamás en esta región del universo… sabrán todos aquellos que aun queden en las regiones distantes del espacio exterior, que aquí hubo un planeta hermoso, y en él, un lugar llamado Equestria… que ahí vivieron ponis valientes que dieron hasta el último de sus átomos en la lucha contra algo que no comprendían… que dieron su último aliento pelando por sus ponis amados…

Y al pronunciar estas últimas palabras, la mirada de Spades se dirigió al cielo, y quiso buscar en las estrellas alguna muy brillante, que fulgurara con el color de un arcoíris…

—Entonces sabrán… que los espíritus de aquellos valientes ponis, viven todos felices y sin penas, en un lugar más allá, entre las estrellas… —y ya no pudo contenerse, cuando un par de delgadas lágrimas corrieron por sus mejillas rojas.

—¡Animo, soldados! —gritó de nuevo Burning Spades —¡Animo, ponis de Equiestria! No es un adiós eterno… ¡nos veremos todos de nuevo, en nuestro hogar más allá de las estrellas!

Y con un ensordecedor aullido, el frio, así como el miedo, desapareció de los corazones de los ponis, que alzaron sus voces y sus cascos al cielo mientras que el viento aun fluía enloquecido, despareciendo por la grieta que llevaba al olvido y la inexistencia de los rincones torcidos e infames del cosmos…

Las tropas comenzaron a marchar, con Spades a la cabeza, cuando una silueta de sombras serpenteantes emergió de entre los arboles del bosque desde donde un par de penetrantes ojos amarillos vigilaban. Nadie parecía capaz de ver esa sombra, salvo el propio Burning que había estado enterado de su presencia desde el comienzo.

¿Un hogar más allá de las estrellas? —dijo la sombra en un tono en que se mezclaban la incredulidad y un toque de burla, mientras, se levantó del suelo y tomando forma y cuerpo en una espiral macabra.

—¿Qué querías que les dijera? ¿Hoy se acaba todo, este es nuestro fin? —respondió Spades a la sombra que había tomado ya una forma solo visible para él.

—Habría sido mucho más honesto… —respondió la serpenteante creatura fijando sus ojos amarillos en la figura del enclenque poni rojizo. —No creerás también tu esa misma basura…

—Lo que yo crea es asunto mío. —le respondió el poni, mirando a través de sus gruesas gafas la ondulada forma que había tomado la sombra: cuatro patas, alas, cuernos en la cabeza. Ninguno de estos elementos parecía concordar con los demás. —¿Qué hay de ti, que pasará cuando aquello te mate?

—¿Matarme? —se rió la creatura abriendo mucho sus fauces. —Para mí es mucho más simple. Travesuras o no travesuras. Así de fácil. Preocuparse por morir o vivir es cosa de ponis…

—Aun así pienso que extrañarías el mundo, si no, ¿Por qué el mismo espíritu del Caos aceptaría ayudarnos en una batalla?

—Cuida tus palabras, poni… No tienes tu suerte —dijo cruzando sus garras, una de ave, una de felino —es solo que este viejo ente cósmico no va a venir a mi esquina del universo queriendo acabar con mi fiesta privada. No señor, que aburrido sería todo sin mis travesuras.

Y sin decir más, Discord desapareció, escurriéndose por las sombras para tomar la delantera del grupo, mientras Burning Spades dirigía al ejercito de ponis, por el acantilado, en la noche más fría que se recordara en toda Equestria.