Discalimer: Ouran es de Hatori Bisco-sama
Después de un gran fuego lo único que quedan son: cenizas.
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Todo lo que se necesitó fue una caída...
Mientras estaba de vacaciones en Karuizawa, Morinozuka Takashi se sentía solo en su mansión. Mitzukuni estaba de viaje con Yasuchika, quien había exigido que Satoshi fuera con él (Takashi se preguntaba cuánto tiempo pasaría antes de que aceptaran lo que eran y estuvieran juntos), pero él se quedó atrás.
La vida después de Ouran y del rompimiento no había sido tan buena como había creído al inicio que sería. Es decir, en estos 12 años, había viajado a cientos de países y entrenado a miles de ejércitos con Mitzukuni y solo, el dojo de su familia era uno de los más grandes y honorables del Japón, había recibido medallas y otros reconocimientos, y tenía su propia compañía de seguridad internacional; pero aún se sentía... solo. Desde hacía algunos años tenía ese extraño sentimiento... algo perdido... algo que necesitaba, aún sin saber lo que era.
Había ocasiones en que inclusive deseaba haber aceptado el matrimonio arreglado... no, claro que no, nunca habría podido casarse sin amor después de haberse enamorado perdidamente, y menos con alguien que sabía que jamás sería como ella.
Así que ese día, Takashi salió a caminar por la colina detrás de la mansión. Esa colina era una de las razones por las que la había comprado (junto con el riachuelo), porque estaba cubierta por flores casi todo el año. Cuando sus problemas amenazaban con asfixiarlo, todo lo que tenia que hacer era salir al patio y bajar la colina, recostarse en el pasto suave, cerrar sus ojos, y todos los problemas desaparecían como por ensalmo.
Ese día, por ello fue que salió, el remordimiento constante lo hizo salir a pasear justo a tiempo para ver que una chica en bicicleta iba rodando colina abajo por la ladera, gritando por ayuda. El instinto entró en acción. Takashi corrió hasta ponerse a la misma altura e igualó su velocidad, la tomó de la cintura y la jaló hacia él y por la fuerza cayó de espaldas con ella abrazada a su pecho. La chica era bajita, con una cola de caballo en el cabello castaño y respiraba pesadamente en sus brazos, podía sentirla temblar de miedo.
- ¿Estás bien?- le preguntó con su grave voz.
La chica aspiró fuertemente y tembló aún más antes de levantar la vista. Cuando lo hizo, un par de grandes ojos castaños lo golpearon.
- ¿Haruhi?
- Taka... Morinozuka-dono?
Aunque frunció el ceño al oírse llamar así, algo se movió en su pecho, y fue en ese momento, al ver esos ojos y escuchar esa voz, que Takashi se dió cuenta de lo que estaba perdido en su vida.
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Fujioka Haruhi estaba de regreso en Japón de vacaciones, estaba trabajando en una gran firma de abogdos en Francia, gracias a Tamaki. En 12 años, la vida había hecho algunos cambios en su vida. Cuando su padre murió, hacía 3 años, se prometió a sí misma no volver a Japón nunca. Pero el tiempo pasó, y con el tiempo, el dolor era menos cada día, así que un día aceptó la invitación que Tamaki les hiciera a ella y a los gemelos de ir a visitar Karuizawa. No importaba lo que dijera, extrañaba su país enormemente. Aunque ella no se diera cuenta, ahora tenía más confianza en sí misma y podía moverse en cualquier círculo social con soltura, inclusive se había vuelto muy femenina pero no le gustaba mostrarlo (pero los demás lo notaban inmediatamente), una mujer delgada, de cabello largo, una mujer del sueño de cualquier hombre.
Cuando llegaron, Haruhi estaba secretamente asustada de encontrárselo, pero ¡bueno!, el tiempo pasa, y dudaba que él la recordara siquiera. Así que ese día salió a pasear en bicicleta, o al menos lo hacía hasta que la estúpida cosa resbaló y la mandó colina abajo gritando que alguien la ayudara, paseaba hasta que fue rescatada por su peor pesadilla, su antiguo amor, su único amor: Takashi.
Fue un reconocimiento instantáneo cuando escuchó su voz, esa voz de chocolate que enviaba electricidad a su espina. ¿Cómo pudo ser tan tonta como para no recordar que Kaoru le dijo de la mansión que compró ahí? (mentira, no engañaba a nadie, lo sabía, solamente quería verlo de lejos), pero a pesar de todo, ahí en sus brazos, se sintió finalmente en casa.
