Los personajes no me pertenecen. Propiedad de Hiromu Arakawa
Adaptación de Novela romántica
Autora original: Kat Martin
Nombre original Heartless
CAPITULO 1
Surrey, Inglaterra, 1800
«¡Oh!, si yo pudiera ser como vosotras...» Agachada tras los setos que flanqueaban la calle que conducía hasta la magnífica Greville Hall, Winry Rockbell observó cómo el carruaje negro, con el dorado y reluciente emblema del conde en la puerta, pasaba de largo. Sentada en el asiento de terciopelo rojo, la hija del conde, lady Barbara Elric, y sus acompañantes se reían como si no hubiera nada en el mundo que les preocupara.
Winry observó con nostalgia mientras intentaba imaginar la sensación que debía de producir ir vestida con prendas tan hermosas y vestidos de la seda más brillante en tonos rosados, lavanda o de un verde prácticamente irisado; todos con un parasol a juego.
«Algún día...», pensó con tristeza.
Al cerrar los ojos se imaginaba a sí misma con un vestido dorado muy brillante, su cabellera, de un rubio pálido, recogida formando bucles y sus delgados pies cubiertos por unos zapatos a juego. «Algún día tendré mi propio carruaje -pensó-. Y un vestido diferente para cada día de la semana.»
Pero ella sabía que aquello no iba a ocurrir pronto, ni siquiera en un futuro inmediato, de modo que lanzó un suspiro.
Al volverse, dándole la espalda al carruaje que se alejaba, Winry se levantó la falda por encima de los sucios zapatos y regresó a su casa a toda prisa. Hacía una hora que tenía que estar en casa. Si su padre descubría lo que había estado haciendo se pondría furioso. Rezó para que se hubiera marchado al campo.
Pero cuando Winry retiró la cortina de piel que hacían servir a modo de puerta de entrada, Josh Rockbell la estaba esperando. Winry miró a su padre mientras éste la agarraba por el brazo con fuerza y la empujaba contra la pared rugosa de adobe y caña. Winry se esforzó en mirarle al rostro, hinchado y rubicundo, pero se estremeció de dolor al notar la enorme mano de su padre golpeando contra su mejilla.
-Te dije que no te entretuvieras. Te dije que entregaras el encargo y que regresaras inmediatamente a casa. ¿Qué has estado haciendo? ¿Mirar a las chicas en sus preciosos carruajes? Andabas soñando como siempre, ¿no es cierto? Deseando algo que jamás tendrás. Es hora de que te enfrentes a la realidad. No eres más que la hija de un campesino y eso es lo que serás siempre. Y ahora vete a trabajar al campo.
Winry no discutió. Se limitó a alejarse de la furia que podía leer en el rostro encendido de su padre. Winry salió de casa arrastrando los pies y, entre jadeos, retiró de su hombro la trenza de cabello rubio. Todavía le ardía la mejilla a causa de la dolorosa bofetada que le había propinado su padre, pero se la había merecido.
Mientras Winry corría por el polvoriento camino hacia el huerto, con el delantal ondeando al viento, alzó la barbilla con orgullo. Dijera lo que dijese su padre, ella estaba convencida de que algún día sería una dama.
Josh Rockbell no era uno de esos adivinos que había visto Winry el año anterior en la feria. No podía saber lo que ocurriría en el futuro, y menos aún lo que le ocurriría a ella. Winry tendría una vida mejor y se alejaría para siempre de la deprimente existencia que ahora llevaba. Era dueña de su destino y en algún lugar, más allá de la pequeña parcela de tierra de su padre, se encontraba su felicidad.
Pero por el momento, con su madre muerta desde hacía mucho tiempo, Winry tenía que trabajar de sol a sol. Barría el suelo de las dos habitaciones que formaban la casa y cocinaba los precarios alimentos que obtenían de lila parcela de tierra que tenían arrendada. Winry recogía patatas, arrancaba nabos, pasaba la azada por el huerto y también ayudaba a su padre en los campos de trigo.
Se trataba de una existencia penosa, agotadora y repetitiva que Winry deseaba dejar atrás. Lo deseaba con todas sus fuerzas y tenía un plan.
Una vez al mes, Edmund Elric, cuarto conde de Greville, pasaba el día examinando sus campos y vigilando a sus trabajadores. Aquel día era más caluroso de lo habitual, el sol era una abrasadora esfera blanca que iluminaba la tierra otorgándole a los caminos llenos de surcos la consistencia del granito. El conde acostumbraba montar uno de sus sementales, pero aquel día, con tanto calor, optó por un ligero carruaje con la esperanza de que el toldo le proporcionara algo de sombra.
Se reclinó en el asiento de piel agradecido por la suave brisa que soplaba del norte. A sus cuarenta y cinco años, de piel blanca y cabellera dorada, con alguna que otra cana, seguía siendo un hombre atractivo y muy popular entre las mujeres. De joven había dispuesto de las mejores opciones, pues en tanto que heredero de un condado habría podido escoger entre la flor y nata. Pero a medida que se había ido haciendo mayor, sus preferencias habían ido cambiando. Ahora, en lugar de las habilidades de una amante experimentada, prefería la ternura y la exuberancia de la juventud.
Edmund pensó en su actual amante, Delilah Cheek, una joven que residía en Londres. Delilah era la hija de una actriz a la que él había conocido, en el sentido bíblico de la palabra, en una ocasión. Mantenía relaciones con Delilah desde hacía un año, y su cuerpo joven y tierno seguía excitándole.
El mero hecho de pensar en sus pequeños pechos firmes y en su larga cabellera cobriza le excitaba. La primera vez que Edmund se acostó con ella, Delilah tenía tan sólo dieciséis años y era virgen. Desde entonces, él le había enseñado cómo complacerle.
Ahora Delilah estaba a punto de alcanzar la edad adulta y su cuerpo ya no evidenciaba las formas casi masculinas que tanto habían atraído a Edmund, por lo que éste pronto se cansaría de ella. No tardaría en buscar a otra inocente chica más joven y bella, como siempre.
Sin duda una problemática predilección.
Al recordar los días de su juventud, Edmund lanzaba alguna palabra malsonante. Se había casado con diecinueve años. Un matrimonio de conveniencia que únicamente había dejado amargos recuerdos de una esposa retraída y frígida, muerta hacía ya mucho tiempo, y una hermosa hija, en lugar del hijo y heredero que necesitaba, que no le servía de nada.
Estaba Edward, por supuesto, su hijo bastardo, fruto de su relación con Trisha Bedford, la hija de un caballero de la zona. Trisha había sido salvaje y hermosa, tan imprudente y hedonista como él. Edmund se resistía a aceptar que el chico fuera suyo, pero el parecido físico, así como la enemistad que surgió entre ellos fueron pruebas irrefutables.
Mientras el carruaje descendía por el pedregoso camino que conducía hasta la casa de su arrendatario, Josh Rockbell, Edmund pensó en Delilah y en cómo disfrutaría de su joven cuerpo cuando regresara a la ciudad. Pero al ver a la rubia hija de Josh, que acababa de cumplir catorce años, su centro de interés cambió. Winry era un poco baja para su edad y su cuerpo era muy esbelto, y si bien todavía no era realmente una mujer, pronto lo sería. Con sus largos y lizo cabellos rubios, unos grandes ojos azules, una boca suave y bien modelada y un rostro en forma de corazón, la chica iba camino de ser una auténtica preciosidad.
Cuando Edmund acudía de visita, siempre se mostraba muy amable con ella. Aún no tenía la edad suficiente para él, pero a Edmund le gustaba dejar una puerta abierta.
Winry observó el elegante carruaje negro que se aproximaba a su casa.
Sabía que iba a venir. El conde los visitaba siempre el mismo día del mes.
Consciente de que la observaban, Winry se alisó la falda azul y la limpia blusa blanca que había lavado la noche anterior especialmente para la ocasión. Sin darse cuenta, Winry pasó la mano por el ribete de su muslo mientras su padre la observaba. Estaba convencido de que Winry flirteaba con Jack Dobbs, el hijo menor del tonelero, pero no era cierto. Jack Dobbs estaba loco por Betsy Sills, la hija del carnicero, la mejor amiga de Winry, pero cuando Josh Rockwell bebía, como había ocurrido la noche anterior, la verdad no importaba.
Extrañamente, Winry se alegraba de que hubiera sido así. Era el empujón que necesitaba para poner en marcha su plan.
El carruaje avanzó entre una nube de polvo. El conde tiró del freno y descendió. A ojos de Winry, las canas y aquellos extraños ojos dorados le convertían en un hombre guapo. Teniendo en cuenta su edad, sin duda resultaba atractivo.
-Buenos días, señor -saludó Winry mientras le dedicaba una reverencia de cortesía. Había estado practicando durante días y se alegró al comprobar que, al realizar aquella difícil maniobra, no había perdido el equilibrio.
-Un día precioso, señorita Rockbell. -Edmund la examinó con su acostumbrada admiración. Aquella mirada provocó que Winry se sintiera una mujer y no una simple niña-. ¿Dónde está tu padre en un día tan bonito como éste?
-Tenía que hacer un recado en el pueblo. Debe de haber olvidado que usted iba a venir. -Winry no se había molestado en recordárselo. Había dejado que su padre se marchara para poder hablar a solas con el conde.
-Lamento no poder verle, pero supongo que no tiene importancia.
-Edmund echó un vistazo a los campos, su afable expresión mostraba su conformidad-. Veo que los cultivos van bien. Si el tiempo sigue así, este año tendréis una buena cosecha.
-Estoy segura de que así será. -El conde se alejó de Winry y observó su carruaje, pero Winry le agarró del brazo-. Perdóneme, señor, pero hay algo que quería hablar con usted.
Edmund se volvió y le dedicó una sonrisa.
-Por supuesto, querida, ¿de qué se trata?
-¿Me... me considera guapa? -Winry estaba segura de que así era, pues el conde siempre parecía mirarla de un modo especial. Si la respuesta era negativa su plan se vendría abajo.
Edmund esbozó una tímida sonrisa. Examinó la boca de Winry y la línea de su mandíbula y luego observó sus pechos. A Winry le habría gustado tenerlos tan redondos y grandes como Betsy.
-Eres muy guapa, Winry.
-¿Cree que... que un hombre, alguien como usted... cree que dentro de algunos años... me refiero a que si un hombre como usted podría interesarse por una chica como yo?
El señor Elric frunció el ceño.
-Hay muchos tipos de interés, Winry. Tú y yo no pertenecemos al mismo círculo social, pero esto no significa que no pueda considerarte atractiva. Creo que dentro de unos años serás una mujer preciosa.
A Winry le dio un vuelco el corazón.
-Entonces, me preguntaba... He oído historias acerca de... acerca de las mujeres que tiene en Londres.
El hombre volvió a fruncir el ceño y le dedicó una mirada que ella no supo interpretar.
-¿Qué historias has oído, querida?
-¡Oh! Nada malo, señor -se apresuró a contestar Winry-. Sólo acerca de las chicas... Que las trata muy bien y que les regala vestidos preciosos y cosas así.
Él no le preguntó dónde había oído aquellas historias. Todo el mundo en el pueblo sabía que, a lo largo de los años, el conde había tenido varias jovencitas por amantes.
-¿Qué me estás preguntando exactamente, Winry?
-Tenía la esperanza de que, tal vez, usted y yo podríamos hacer una especie de trato.
-¿Qué clase de trato?
Winry lo dijo todo de un tirón, como si de pronto se hubiera roto una presa.
-Quiero ser una dama, señor. Es lo que más deseo en este mundo.
Quiero aprender a leer y a escribir. Quiero aprender a hablar correctamente y quiero llevar prendas bonitas. Y arreglarme el cabello. -Winry alzó la larga melena para demostrarle de qué estaba hablando. Cuando Winry la soltó, ésta volvió a caer hasta la cintura-. Si usted pudiera enviarme al colegio para aprender todas estas cosas... Si yo pudiera acudir a una de esas escuelas donde le enseñan a una a ser una dama, yo accedería a ser una de sus chicas.
Winry observó cómo la mirada de sorpresa del conde se transformaba en una mirada especulativa, de un brillo pecaminoso, y sintió entonces los primeros indicios de temor.
-¿Quieres que pague tu educación? ¿Es eso lo que me estás pidiendo?
-Sí, señor.
-Y, a cambio, estarías dispuesta a convertirte en mi amante.
Winry tragó saliva con dificultad.
-Exacto.
-¿Sabes lo que significa esa palabra?
A Winry se le enrojecieron las mejillas pues sabía a la perfección que eso implicaría el compartir la cama con aquel hombre. Lo que no sabía es si supondría hacer algo más, pero no le importaba. Estaba dispuesta a pagar el precio que fuera necesario para abandonar a su padre y dejar atrás su penosa vida en la granja.
-Creo que sí, señor.
El hombre volvió a mirarla con detenimiento, examinándola de pies a cabeza con sus pálidos ojos. A Winry le dio la impresión de que el conde la estaba desnudando lentamente y sintió el ridículo impulso de cubrirse el cuerpo con los brazos. Pero en lugar de hacerla soportó el examen y alzó la barbilla estoicamente.
-Es una proposición muy interesante -dijo él-. Debemos tener en cuenta a tu padre, por supuesto, pero conociéndolo, tal vez deberíamos buscar la manera de convencerlo. -El conde se agachó y tomó la barbilla de Winry, giró su rostro a un lado y a otro mientras examinaba los hoyos que se le formaban bajo las mejillas y la barbilla. Pasó un dedo por encima de los labios de Winry y luego asintió.
-Sí, desde luego es una propuesta interesante. Pronto tendrás noticias mías, querida Winry. Hasta entonces, te aconsejo que no hables con nadie de este asunto.
-Muy bien, señor. Así lo haré. -Winry observó cómo el conde se subía a su carruaje y hacía chasquear las riendas sobre el lomo de sus negros caballos. El corazón de Winry latía muy deprisa y las palmas de sus manos estaban ligeramente húmedas.
Se puso nerviosa al pensar que su plan tal vez se convertiría en realidad. Acto seguido se sintió insegura. Winry no pudo evitar pensar con temor que, a cambio de la oportunidad de disfrutar de una vida mejor, tal vez había vendido su alma.
ACLARACIONES: Antes de que digan: "Maldito pederasta" en aquellos tiempo así era la cosa, niñas de 15 años casadas o relacionadas con viejos de 50 a 60 años pero billetudos, eran matrimonios por conveniencia y en caso de las hijas de actrices o personas pobre lo mucho que podían aspirar eran ser prostitutas o amantes exclusivas de algún aristócrata, también no piense que a Winry le gusta "la vida alegre" esperen unos capítulos más y ya verán lo que pasara. Respecto a la otra historia que publico si no tengo mas contratiempos esta semana la termino de subir solo son com capítulos más.
