Ola, es el primer fic que escribo... espero que os guste. Todo lo que reconozcáis no es mio, pero la historia sí. Me gustaría saber si os gusta, si os parece una idea absurda, si no es buena la redacción... todo lo que penseis.

Capítulo I: Encuentros nocturnos

Bajé las escaleras frías hasta la oscura mazmorra, iluminado tan solo por la luz tenue que emanaba mi varita. De nuevo, el placer de enfrentarse a lo prohibido me llenaba. El encontrarme otra vez frente al peligro: la más dulce, amarga y picante de todas las sensaciones.

Alcé el brazo en alto para iluminar la sala, cada vez más conocida. Ella ya estaba allí. Por una vez era yo quien llegaba tarde, no porque deseara menos estar en su compañía, sino porque mis amigos habían tardado mucho en dormirse.

Estaba acurrucada en un rincón, envuelta en una manta, con los rizos largos y rojos cayéndole sobre la cara. No me pareció bien despertarla, por lo menos durante un rato.

Simplemente, me acerqué y me acomodé junto a ella, iluminando su cara de ángel con mi luz dorada. Era preciosa.

Sus rasgos suaves y expresivos estaban ahora relajados, dándole un aspecto tranquilo. Su piel clara despedía reflejos dorados por la luz. Le aparté los mechones de pelo que le caían por los ojos cerrados.

Cuando estaban abiertos, sus ojos tenían un color verde y profundo, mezclado con unas alegres motitas azules, que provocaban que parecieran unos ojos muy grandes.

La manta en la que estaba envuelta olía a perfume de rosas. Sabía que me encantaba ese perfume. Se lo ponía cada vez que quedaba conmigo.

Me abracé suavemente a su cuerpo, para sentir su calor y oler su fragancia. Sus ojos verdes se abrieron, y cogió mis brazos con cariño.

-Lily. –susurré en su oído. –Si estás cansada, vuelve a tu cama.

-No quiero, quiero estar contigo. –dijo ella, quitándose la manta y mi cuerpo de encima. –Pero esta habitación es muy asfixiante, quiero dar un paseo por el colegio.

-Vale. –concedí, levantándome.

Sin más palabras, salí de la mazmorra y subí las escaleras, con ella cogida de mi brazo. En realidad, ahora me doy cuenta de que no hablábamos mucho, y aún así nos entendíamos bien.

El pasillo estaba vacío. Más a la izquierda estaba la clase de pociones, y si caminabas por un rato entre los laberínticos pasadizos subterráneos, llegabas a la sala común de Slytherin.

A la derecha, en cambio, había unas escaleras que llevaban hacia arriba, y ese fue el camino que tomamos. En los pasillos del colegio no había nadie.

Si lo hubiera habido, hubiéramos tenido serios problemas para explicar que hacía yo allí sin camiseta, con una chica que en teoría no era ni amiga mía, la cual iba tapada con una manta y un camisón fino de esos súper ceñidos.

Sólo cuando llegamos a los pasillos de alrededor de la torre de Gryffindor, pude ver una sombra salir por el cuadro de la dama gorda. Inmediatamente, cogí a Lily y la metí detrás de una armadura.

Miré con cautela a la persona que acababa de salir de nuestra sala común. El olor a rosas de Lily me desconcentraba. El pasillo estaba muy oscuro, y sólo se oían nuestras dos respiraciones aceleradas. Por un momento pensé que nos pillarían a los dos.

El intruso nocturno giró hacia donde estábamos nosotros, y siguió caminando despacio en dirección a la armadura que era nuestro escondite. Nos había oído. Por un segundo contuve la respiración, estaba sólo a unos pasos, se acercaba cada vez más...

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-¿James? –el licántropo se incorporó en la cama, preocupado. -¿Dónde estás? –preguntó tanteando la cama. Sólo estaba él. Había sido un sueño.

Remus había tenido una pesadilla horrible. Aunque ya no se acordaba de ella. James había desaparecido. Se levantó, algo angustiado. Se encontraba mal.

El suelo, como siempre, estaba frío. Se anotó mentalmente por enésima vez que tenía que comprarse unos calcetines. Aún así, descorrió la cortina de la cama de su amigo. Estaba vacía.

-¿James? –gimoteó Remus (¿no es adorable?) – ¿Sirius? –se dirigió a la cama de Sirius.

Cada vez se encontraba peor. Estaba todo sudado, y la cabeza le daba vueltas. Abrió apresuradamente las cortinas, y vio la cama de Sirius vacía también.

Reprimió unas estúpidas ganas de llorar y caminó tambaleándose hasta la cama de Peter. Tenía muchísimo frío, pero le ardían los ojos. Temblaba.

-¿Peter? ¿Dónde estáis? –estaba cada vez más mareado. Tenía que ser una pesadilla idiota.

Abrió esperanzado la única cortina cerrada. En la cama estaban Peter y una rubia de bote que estaba durmiendo encima de él, tapados con unas sábanas.

Remus se giró de repente, y vomitó encima de la cortina que aún tenía en la mano, arrancando varias de las anillas que la sujetaban.

Peter se despertó, sorprendido, y vio a Remus agarrado a su cortina. El licántropo levantó la cabeza, dirigiéndole una acusadora mirada de reproche y salió corriendo mareado, limpiándose la boca con el brazo, hacia la sala común.

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Admito que me descontrolé un poco. No sabía como excusar el estar con Lily ante un alumno de mi propia casa o un profesor. Por un momento pensé en las consecuencias. Cada vez me ponía más nervioso, conforme se iba acercando.

Nos apretamos contra la pared, acongojados. Ya casi se podía oír su respiración rebotando contra el metal de la armadura, sus dedos rozaron la coraza y vi como ligeramente se asomaba.

-¡Sirius, James! –gritó alguien desde la puerta de la sala común.

La cabeza de nuestra sombra se giró bruscamente, hacia la entrada. Al igual que yo, él también había reconocido en el instante aquel quejido.

-¿Remus? –preguntó.

Me sorprendí al oír aquella voz tan conocida. Aún así, no salimos de nuestro escondite.

-Lily, quédate aquí. –dije en voz baja. –No salgas hasta que se hayan alejado. Son mis amigos.

Salí valientemente de detrás de la estatua, y me acerqué a ellos.

-Remus, estás ardiendo. –dijo nuestra sombra entre dientes.

-¿Dónde está Peter? ¿No te ha ayudado? –pregunté atrayendo su atención sobre mi.

-En serio, tíos, me encuentro muy mal. –gimió Remus apremiante.

Los tres fuimos corriendo hacia la enfermería y de Lily no supe nada más.

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Lily se quedó un tiempo detrás de la armadura, hasta estar segura de que no había nadie en el corredor. Después siguió a los tres merodeadores por el pasillo. No sabía por qué lo hacía. Simplemente, no quería volver a su cuarto.

Los siguió durante un rato, con Remus gimiendo de dolor de vez en cuando, montando escena, más que nada. Cuando llegaron por fin a la enfermería, se quedó atrás un momento, protegida por las sombras.

Los tres chicos entraron en la sala blanca y ella se quedó fuera, sin decidirse a acercarse a la puerta entreabierta. Al final se acercó y miró con cautela por el espacio abierto.

En una cama estaba Remus, con la señora Ponfrey examinando sus amígdalas a la vez que calculaba cual era el asqueroso potingue que tendría que darle para que se curara.

Sentado en un sillón, con la mirada perdida, estaba Sirius, y James se había sentado en la cama, al lado de Remus.

De repente, los ojos azules de Sirius se dirigieron hacia ella, manteniendo la mirada un momento. Lily se alejó de la puerta y corrió camino a la torre, pero antes de darse cuenta, tenía la mano de Sirius sujetándola por el brazo.

El chico le sonrió enigmáticamente, apartándose el pelo oscuro de la cara con elegancia, para que el flequillo no le tapara los ojos azules.

Lily sólo le observó un momento, recuperando el aliento. Su figura musculosa se dibujaba en la oscuridad. La pelirroja se acercó a él y le apartó los mechones de las mejillas, acariciando suavemente su cara.

-Hueles a rosas. –dijo él medio protestando. –Lo haces a propósito.

-¿No ves que sí? –contestó ella.

-Se nos ha estropeado la noche, ¿eh?

-No pasa nada. –afirmó quitándole importancia.

-Si James nos hubiera visto esta noche... –empezó Sirius, pero Lily le puso un dedo en la boca.

-... no se lo hubiera dicho a nadie. –finalizó. –Deberías decírselo a ellos, ¿no te parece?

-No tienen por qué conocer mi vida. –cortó Sirius.

Lily no siguió discutiendo. Sólo se deslizó bajo sus brazos. Sirius sabía que no estaba de acuerdo, pero no diría nada más. Era una tregua simbólica, por así decirlo.

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Guié a Lily por el castillo desierto. Los cuadros dormidos eran únicos testigos de nuestro paseo nocturno. Subimos hasta la torre de astronomía y contemplamos las estrellas, suspirando tonterías.

Parecía que me perdía dentro de sus ojos. Por la noche, esas motitas azules en los ojos verdes esmeralda... daban un efecto acuático de estar nadando, y yo siempre he sido de los que se dejan llevar.

Bajamos cuidadosamente las escaleras, ella cogida de mi mano, diciendo cosas que yo no escuchaba. Sólo intentaba mantenerse despierta un poquito más, a tiempo para caer en su cama y olvidarse de mi, o tal vez soñara conmigo, no sé.

A esas horas de la noche, tenía una expresión risueña y despreocupada, cosa que no tenía por el día.

A lo mejor pensaba que estaba soñando, probablemente era eso, porque si no, no hubiera dejado que por el día yo coqueteara con todas las tías que se me pasaban por delante.

Cuando llegamos a la sala común, como siempre, me dio pereza tener que dejarle allí. Entonces, Lily se tiró en un sillón.

-Yo ya no me muevo de aquí, que estoy muy cansada. –gruñó.

Mi primera reacción fue tirarme encima de ella pero la contuve y decidí llevarla en brazos hasta su habitación. Cuando llegué ya estaba dormida. Su cama era la única con la cortina descorrida, cosa de agradecer.

Le dejé en la cama, y la arropé con cariño, como si fuera una muñeca de porcelana. Me incliné sobre Lily y le di un beso, un suave roce en los labios, y ella, no tan dormida como parecía, me pasó la mano por el pelo oscuro.

-Sirius... –suspiró.

Yo le dediqué una última sonrisa salí y cerre la puerta, cuidando de no hacer ruido.

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Aún no eran ni las tres de la mañana cuando Lily se despertó desvelada. Sirius no se le iba de la cabeza. Intentó apartar la imagen de su mente, pero era absolutamente imposible.

Al cabo de un rato, decidió levantarse. Medio sonámbula, pasó el corredor que llevaba a las escaleras, bajó a la sala común y atravesó el retrato de la dama gorda.

El castillo por la noche era tranquilo, y le gustaba pasear por él. Los profesores a esas horas estaban durmiendo, por lo que no era peligroso. Decidida a seguir hacia abajo, acabó en el laberinto de mazmorras que era casa de los Slytherin.

Instintivamente, bajó a la sala donde se encontraba con el merodeador, con la falsa ilusión de que estuviera allí. El lugar estaba vacío.

Volvió a subir, y siguió caminando por los estrechos pasillos de piedra fría y oscura. De repente, un escalofriante gemido resonó por todo el corredor, haciendo eco.

Sonaba como el lamento de un fantasma, como Mirtle la Llorona, cuando chillaba, pero más ahogado. Sorprendida, Lily buscó la fuente del sonido en la oscuridad, pero ya no se oía nada más. Claramente había sido un niño.

Con cuidado empezó a buscarlo. No entendía como los Slytherin podían orientarse y ver en la oscuridad del entramado de sótanos y escaleras que eran las mazmorras.

Los pasadizos eran oscuros, y sólo los principales tenían antorchas para iluminarlos. La piedra negra no hacía más fácil la búsqueda.

Tras unos minutos de incertidumbre, encontró a un niño acurrucado detrás de una columna. El Slytherin, con sus ojos acostumbrados a las mazmorras, hacía un rato que la había visto.

Lily se encontró de repente con que no sabía como actuar. Para empezar, se acercó a él, con cuidado, sin olvidar que era un Slytherin.

-Buenas noches. –empezó con mucho tacto.

El chico intentó hacerse invisible en la columna, pero Lily ya lo había visto y tuvo que contestar.

-Si te pillan aquí le quitarán puntos a tu casa. ¿Qué haces en las mazmorras? –preguntó con voz cortante.

-¿De qué curso eres? –preguntó sin hacer mucho caso a su tono de voz.

-Soy de sexto. –murmuró el chico.

La pelirroja le miró un momento. Parecía mucho más pequeño de lo que decía. Lily no se atrevió a acercarse más, pero siguió preguntando.

-¿Por qué llorabas? –preguntó con suavidad.

-¡No estaba llorando! –casi chilló el chico, reaccionando violentamente.

-Vale. –contestó Lily, apaciguadora. -¿Quieres que me quede? Si necesitas algo...

-¡Puedo arreglarme yo solo! No necesito a nadie, ¿entiendes? Vete.

Lily se le quedó mirando algo triste, y luego tomó una decisión.

-Soy prefecta. –anunció endureciendo la voz. –¿Qué haces en un pasillo a estas horas de la noche? Está prohibido, ¿sabes?

El chico levantó la mirada, y por un momento, relampaguearon sus ojos negros en la oscuridad.

-Eres una zorra. –gruñó.

-Dime por qué estás aquí o empezaré a quitarte puntos. –advirtió Lily.

-Mis compañeros de casa me han tirado. –dijo el chico al fin, enterrando la cara en las rodillas. Aún seguía acurrucado en el suelo, y Lily estaba de pie.

La pelirroja se quedó en el sitio, pensando qué hacer.

-No pueden tirarte de una casa. –dijo Lily por fin.

-Eso díselo a ellos. –dijo entre dientes.

-Mañana mismo hablaré con el cabeza de la casa Slytherin. ¿Cómo te llamas?

-No necesito tu ayuda, zorra prefecta. –escupió sin mucho convencimiento.

-¿Cómo te llamas? –repitió Lily.

-Mi nombre es Severus Snape. Y no hace falta que hables con mi cabeza de casa, ya me las apañaré. –Severus se levantó. –No creo que a Malfoy le vaya a hacer mucha gracia, pero no puede ser peor que esos jodidos merodeadores.

-Si necesitas ayuda alguna vez, pídemelo. Normalmente estoy encontrable.

Snape ya estaba andando por el pasillo oscuro, camino de su sala común.

-Descuida, no lo haré. –murmuró sin girarse.

-Me llamo Lily Evans. –dijo. –Pregunta por mí.

Severus se perdió en el pasillo, y Lily decidió volver de nuevo a su cama. Deambuló durante un tiempo por el castillo y las mazmorras, hasta encontrar de nuevo su sala común.

Miró con nostalgia la escalera que llevaba al cuarto de los chicos. Sabía que por la mañana no vería al verdadero Sirius, vería aquella máscara que tanto se complacía en lucir.

Un Sirius creído e insultante, que alardeaba con sus amigos de ser el mejor. No podría ver a Sirius hasta, quizá la noche siguiente, o la otra o la que viniera después.

Él elegía cuando quitarse el maquillaje, y Lily sólo le seguía, enamorada de aquella persona que llevaba detrás.

La cama se le hizo asquerosamente vacía. Las cortinas de las camas de al lado estaban cerradas. Sus amigas dormían en ellas.

Si por lo menos pudiera contárselo... Pero sabía lo que podía pasar.

"Un secreto es algo que NADIE sabe" había dicho Sirius.

De alguna forma, si llegaba a oídos de su familia que el chico se veía con una "sangre sucia" como ella, no se lo quería ni imaginar. Sirius estaría en una situación familiar muy incómoda, por no mencionar lo que le podía hacer a ella su hermano.

Se durmió, algo preocupada. No confiaba en que los problemas se solucionaran con el tiempo. Nunca lo había hecho.