Aburrido como estaba, solo podia atinar a pasear la mirada por el club, esperando ver pasar a alguien que cumpliera algunas de las características físicas que Francisco me había contado de su amigo.
En el club sonaba horrenda música escandalosa y apestaba aún peor a marihuana, ebriedad y sudorosos cuerpos restregandose entre sí. No era ni por asomo el tipo de ambiente que me gustaba frecuentar, pero fichado por la policía de un país extraño y acusado de asesinato tampoco es que pudiera quejarme demaciado, al menos estaba fuera.
—¡Eh, Donald! ¿Vienes?— José, el extraño tipo que había conocido en la cárcel y el cual me había ayudado a escapar, estaba haciendo el tonto con dos despampanantes bellezas morenas. Supongo que había logrado algo, pues estaba invitandome a acompañarlos. Negué con la cabeza al tiempo que José ponía una expresión de triunfo, desapareciendo entre la muchedumbre con las chicas.
Ahora sí estaba solo. Un jodido norteamericano rubio fugitivo en Zamora, un pequeño país del Caribe donde, para suerte mía, hablaban inglés.
Ni Francisco ni su misterioso amigo aparecían por ningún lado. La voz imponente y rasposa de mi difunto tío se hizo presente en mi cabeza, con una claridad como si estuviera ahí mismo. "Te dejaron a tu suerte, idiota, les has causado muchos problemas y no tienes forma de compensarlos" Eso realmente sonaba como algo que él diría. La filosofía de vida de mi tío, Scrooge McDoug, se basaba sobre todo en el ojo por ojo. En el dar y recibir de igual manera. Yo había ya recibido muchos favores y hospitalidad por parte de Francisco y José e, independiente de que no me agradarán demaciado, dependía de ellos. Por ahora yo era un pobre diablo sin nada, pero encontraría la forma de recompensarlos, era por eso que necesitaba al amigo de Francisco.
Me había dicho que era un ladrón profesional.
En parte, era por eso por lo que ellos seguían respaldandome. Había ideado un plan para saquear un pequeño banco en el que Francisco había trabajado como guardia de seguridad. Tenía ya muchos baches cubiertos, pero necesitaba a un experto en forzar cerraduras y Frank me había recomendado a su amigo.
El putrido ambiente comenzaba a asfixiarme y las luces parpadeantes de colores a marearme. No quería arriesgarme a salir y que alguien en la calle me reconociera, pero tampoco podía quedarme adentro. Me hize paso a empujones como pude, hasta hayar la bendita salida. En el trayecto sentí manos acariciar mi cuerpo, más en busca de mi cartera que de seducción, sin embargo no quería nisiquiera mirar a otras mujeres. Seguramente mi Daisy seguiría preocupada por mí y yo no podía ni llamarla ni escribirle porque la policía vigilaba.
Sentí el alivio recorrer mi cuerpo en cuanto respiré aire puro -o lo más puro que podía ser el aire en una ciudad contaminada como aquella-. Aún llevaba mi soda en la mano y me recargue en una pared a terminarmela, con la capucha de la sudadera puesta en actitud de no te metas conmigo. Yo no resultaba muy intimidante; media 1.70 y estaba algo flaco, pero el tiempo que había pasado en la cárcel me había enseñado a comportarme como esos matones a los que no les gusta que los molesten.
—Que bien te sentó estar unos meses en chirona, comienzas a parecer un hombre— La voz de mi tío muerto se presentó de nuevo, vieja y cascada, burlándose de mí como siempre solía hacerlo.
—Ojala pudiera decir lo mismo de tu muerte —respondí después de un largo trago— Pero ni así dejas de ser una patada en el culo.
Crei verlo frente a mí, con su impecable traje Armani y el bastón con una cabeza de león tallada en plata con el que se desplazaba. De pronto lo extrañé.
—No puedo creer que piensen que me mataste. Eso es un insulto a mi memoria, que digan que un patético pedazo de gusano como tú pudiera conmigo.
—Anciano, por primera vez estoy de acuerdo con la mierda que escupes— levanté la botella de soda, como si estuviera brindando con él.
No solo era un insulto para él el suponer que yo lo había matado, sino para mí mismo. Me resultaba una total falta a mi persona el que se dijera que podía haber asesinado a sangre fría a mi tío, a alguien de mi familia, por poder y dinero. Yo, que siempre anteponía a mi familia por sobre todo, que trataba de vivir de acuerdo a las leyes, que nunca me había metido con nadie ni desafiado a nadie. Yo, que era el chivo expiatorio perfecto porque manejaba sus cuentas. Me terminé el refresco y arrojé la botella que se hizo añicos al impactar contra el suelo de concreto. Los vidrios volaron por todas partes.
—Hey, ten más cuidado donde arrojas eso.
Me incorporé sobresaltado. No había notado que había alguien más allí y no tenía ni idea de cuánto tiempo.
Un hombre alto y delgado estaba parado en el extremo contrario al mio. Era muy blanco, casi albino, con largo cabello de un tono rubio platinado e iba vestido para el antro. Su mano derecha sostenía un cigarrillo y se encontraba recargado en la pared.
Quise decir "Lo siento" por instinto, pero eso mataría la apariencia de chulo que quería dar.
—Tú fíjate por donde andas— dije, tratando de engrosar la voz.
—Tranquilo, niño. No vayas a meterte en problemas y tenga que llamarle a tu mamita. — soltó el otro, burlón. Supe de inmediato que era americano como yo, pues su voz dejaba adivinar un acento de Nueva York, tal vez de Brooklyn.
—¿Niño? Estoy seguro que soy mas viejo que tú. Tengo 32— Me esforzaba por parecer relajado, sin embargo, me preocupaba que en cualquier momento sacará un arma o algo por el estilo. Esta era la ciudad donde mataban por nada.
El otro se quedó sin decir nada por un instante.
—Vaya, si eres mayor que yo—dijo y el tono en el que lo hizo provocó que todas mis defensas bajaran. Parecía que genuinamente le interesaba y le divertia que fuera mayor.
Viéndolo mejor, el tipo aquel no lucia muy peligro, todo lo contrario, más bien parecía un poco…afeminado. Alto, pero no imponente y nada musculado. Lo único inquietante en él eran sus ojos, que por las luces de neón del cartel que anunciaba el nombre del club – El Kumbala- no podía determinar de qué color eran, pero eran claros y parecían estar analizando cada movimiento. No tenía idea de que era lo que pretendía.
—Oe, si quieres ligarme o algo, tengo novia— dije más confiado. El otro se rió.
—Una lástima, eres lindo…—No tenía idea si lo decia para hacerme enojar o no. De hecho parecía que estaba drogado hasta las patas.
—Linda va a ser la jodida se te voy a dar si no dejas de fastidiarme— Está vez no tuve que fingir nada, la amenaza era real.
—¿Debo tomarte la palabra? — respondió en coqueteo, acercándose más.
—Estoy harto— Me di la media vuelta para irme de regreso al club. No quería pelear con este tipo y llamar la atención.
—Buena idea. Frank y Zé deben estar esperándote.
Contuve mi sorpresa lo mejor que pude sin dejar de caminar. El tipo este debía de haber estado vigilandome mucho rato si sabía que vine con Francisco y José. Contemple a posibilidad de que él fuera el amigo del que Frank me había hablado, pero la descripción no podía ser más diferente. El amigo de Frank era negro, de al menos 1.75 y con aspecto de poder derribar un camión. Este sujeto era todo lo contrario.
Lo ignore y entré enseguida. Eran al menos las tres de la mañana y la multitud se había reducido. Alcance a ver a mis acompañantes sentados en donde había estado momentos antes. José estaba hundido en el asiento con cara de pocos amigos, a saber que había pasado con las bellezas morenas. Francisco sonrió al verme.
—¡Don, creíamos que ya te habían atrapado Los Garras!— "Los Garras" corto para Garrapatas, la forma respectiva con la que llamaban a la policia por allí.
—Ya quisieran esos mierdas aunque sea la más mínima pista de donde estoy.
Francisco se levantó de su asiento para dejarme paso. Inmediatamente sus casi dos metros de altura lo hicieron destacar, y es que Frank llamaba tanto la atención que no me explicaba como no nos habían encontrado todavía. Era blanco como yo, pero a pesar de ser mexicano debía tener raíces escocesas o algo así debido al color rojo tan encendido de su cabello y sus ojos azul oscuro. Donde quiera que pasaba parecía hacer un escándalo ya fuera por su voz estridente o su personalidad hiperactiva.
José, por otro lado, era la pereza en persona.
Al parecer había querido combinar con Francisco, porque se había teñido sus espesos rizos castaños de verde oscuro. Su piel de un tono olivaceo dejaba ver su origen brasileño y sus ojos somnolientos eran marrón claro. No se veía especialmente imponente ni destacaba más que por su cabello, pero habría que tener cuidado con él, tenía las ágiles manos de un jugador de cartas y la codicia del dueño del casino. En ese momento tenía expresión de molestia.
—¿Qué le pasa? — pregunté a Frank señalando a José con un gesto.
—¡Pude haber tenido la mejor noche de mi vida con esas zorras, pero gracias a este tarado todo se fue a la mierda!— soltó José de pronto.
Francisco río con ligereza. Otra de sus características era que nunca se sentía ofendido ni se enojaba por nada.
—¿Tengo que decirte de nuevo que estás en la lista de más buscados y cualquier contacto con gente que no conoces podría ser perjudicial?
Joe refunfuño, pero ya no dijo nada. A pesar de tener 27 años, era bastante inmaduro.
—No es que no me interese para nada donde mete José la polla—comenzé, fastidiado — Pero vinimos aquí con otro motivo. ¿Ese cabron va a venir o no?
Francisco se rascó la nuca.
—Llamó hace un rato. Dijo que era mejor que nos reuniéramos en su casa mañana— Fantástico.
—¡¿Llamó?! ¿A dónde mierda llamó?
— Aquí, al club. El dueño me conoce y me paso el recado.
—Cojonudo. Entonces vinimos aquí por nada —protesté.
—Yo pude haber conseguido algo— dijo José.
Sin nada más que añadir, nos retiramos por esa noche en un auto que Francisco había conseguido sabía Dios donde. La casa donde nos escondíamos me la había cedido un contacto político que tenía, pero el muy cabron no había querido prestarme la cantidad de dinero que ahora habría de robar. En mis viejos días jamás habría pensado en hacer estas cosas; andar en autos robados, pedirle ayuda a Mike y menos pedirle cantidades millonarias, pero me encontraba en una situación desesperada en donde tenía que limpiar mi nombre y descubrí que ya no me importaba un carajo los métodos. Creo que una de las reacciones secundarias de vivir en este país -ademas de las picaduras de mosquitos- era perder toda clase de escrupulos.
Desperté a la mañana siguiente con el intenso sol golpeándome sin piedad en la cara. Si me quedaba aquí un poco más a lo mejor conseguiría un buen bronceado. Tenía la espalda hecha añicos por tener que dormir en el piso; el cabron de Mike ya podía habernos dado una casa con muebles. Arrojé la pierna izquierda de José lejos de mi cadera, asiendo que azotará pero ni eso pareció despertarlo, el bastardo roncaba como un oso.
Escuché música en el pequeño cuarto que nos servia como cocina. Francisco deba a estar haciendo el desayuno. Tenía la costumbre de despertarse muy temprano aún cuando no tenía la necesidad de, como un gallo.
—¿Y al menos sabes dónde vive?— dije como saludo matinal, entrando a la otra habitación. Olia muy bien a carne.
—¡Hola, Donald! Compré tacos— ignoró mi pregunta, mostrandome una bolsa con algo enrrollado en papel. Al abrirlo el rico olor a carne fue mas intenso, aunque eso no se parecía en nada a los tacos que conocía. La tortilla era blanda y no llevaban lechuga, sin embargo no iba a protestar por comida gratis.
Francisco comía a lado mío sin hablar. Algo había en él, en su forma de saludar y las expresiones de alegría que ponía al conocer a alguien nuevo, que me recordaban a un perro y me hacía imposible el que me desagradara. Jamás me habría relacionado con alguien como él o José, que robaban, engañaban y vivían a expensas de la sociedad, pero en Frank había una sinceridad en todo lo que hacía y que era difícil de ver en otras personas.
—No se exactamente dónde vive— dijo de pronto, limpiándose la boca con una servilleta. —Pero hay un punto de encuentro, dijo que después de ahí será fácil.
—No parece ser muy profesional, tu amigo. Falta a sus citas y su casa es fácil de localizar. ¿No dijiste que era alguien muy buscado como yo y José?
—Oh, si que lo es. Pero ya deberías haberte dado cuenta de que la seguridad pública en Zamora es un chiste. La única razón por la que eres prioridad, es porque eres americano y a países chicos como éste no le gusta tener problemas con Estados Unidos.
—Pero…tu amigo también es americano ¿No?
—Esta nacionalizado desde niño y el no se metió en algo tan turbio como el asesinato de un hombre de negocios gringo que resulta que también era un capo de tutti capi. No solo la policía gringa quiere tu cabeza, sino también la familia criminal de tu tío. Este país podrá ser todo lo que quieras, pero hasta las familias criminales tienen fuertes códigos acerca de la traición entre sus miembros y quién te haya incriminado lo sabía.
Otra razón por la que Frank me agradaba. No creía que yo fuera culpable.
—¿Y tu amigo aún así quiere ayudarnos a pesar de mi pintoresco historial?— pregunté.
Frank sonrió, pero a pesar de eso su voz sonó apagada.
—No te preocupes, le gusta el peligro.
A las pocas horas ya íbamos en el viejo Nissan Quest rojo con matrículas falsas. Yo viajaba enfrente con una gorra de béisbol mientras que José aún babeaba dormido en el asiento trasero. Encontraba fascinante a la vez que irritante la forma que tenía Zé de pasar de todo e ignorar el lío en el que andaba metido. El hijoputa aún se daba el lujo de dormir como un bendito.
No tenía idea de a dónde nos dirigiamos, pero había visto un par de kilómetros atrás un letrero que anunciaba que estábamos saliendo de Santa María, la capital. En una situación diferente, me habría encantado recorrer la ciudad como turista en lugar de estar escondiéndome como perro. La mayor parte del país tenia el clima tropical que a todo habitante de los fríos países del norte encantaba, pero su biodiversidad ofrecía mucho más y eso me quedaba claro ahora. Toda la humeda vegetación había quedado atrás para dar paso a un clima desértico que me recordaba a mis andanzas por Nevada. En varios kilómetros a la redonda no se veía más que montañas, postes de teléfono y carretera.
Después de lo que pareció una eternidad de canciones rancheras siendo gritadas por Francisco, al fin el paisaje varió y comenzó de nuevo la civilización. Frank se detuvo súbitamente en una tienda de autoservicio con el nombre "Ajax".
—¿Y bien?
—¿Ya llegamos?— balbuseo José, despertado.
—Ahí lo tienen— dijo Frank encendiendo un cigarrillo. No tenía idea que fumara.
Voltee a ver lo mismo que él. A la distancia, justo al lado de la tienda Ajax, estaba estacionada una vagoneta que parecía blindada y estaba toda pintada de negro, con unas letras en grafiti que decían "Misery Machine" a un costado. Reconocí la parodia a la "Mistery Machine" de las caricaturas de Scooby Doo de inmediato. Internamente me pregunte porque alguien que era conocido por ser buen ladrón vivia en una pocilga así.
—Tengo hambre— dijo José sin el menor interes, mirando la tienda de autoservicio.
—Te hubieras levantsdo a desayunar con nosotros— dijo Francisco saliendo del Nissan.— Pero vamos, tengo algunas cosas básicas que comprar. Jabón, cepillos de dientes y eso.
—¿Y qué pasa con tu amigo?
—Creo que será mejor que te presentes sin nosotros, después de todo tú lo estás contratando. Él aprecia eso.
No me hacía gracia la idea de ir solo. No tenía ni la más puta idea la clase de chalado que seria ese sujeto o si me iba a reventar a tiros con una escopeta si me acercaba a su camioneta, pero Frank tenía razón, era responsabilidad mía. Salí, muy a mi pesar, mientras Francisco y Zé entraban a la tienda. Capte movimiento en el vehículo, señal de que había alguien dentro. Me acerqué con un nudo en el estómago por el mal presentimiento hasta que de pronto escuché ruidos que no supe bien como identificar. Toqué la puerta corrediza y tanto el movimiento como el ruido cesaron.
—¿Qué quieren?— dijo una voz gruesa desde dentro. Trague saliva.
—Vengo en nombre de Francisco González— Fue lo único que se me ocurrió decir.
Después de un instante, la misma voz profunda respondió.
—Vale, abre.
Me sentí más seguro, pero me duró poco. Al correr la puerta casi caigo para atrás de la impresión por la mierda que veía. La cara me ardió de la vergüenza y la ira y es que estos cabrones se estaban burlando de mí. Eso o es que no tenían pudor alguno.
Había dos personas dentro de la camioneta, en donde el único mobiliario constaba de los asientos del piloto y copiloto, una colchoneta en la parte de atrás y una motocicleta. En la colchoneta estaban acostados dos hombres, uno encima de otro en la posición del misionero con una fina sábana cubriendo sus cuerpos claramente desnudos. El que estaba arriba, negro, de unos veintitantos y con aspecto de poder romper columnas de un manotazo sonrió al verme. El que estaba abajo lo reconocí de inmediato a pesar de que antes solo había podido verlo entre oscuridad y luces fluorescentes. Era el mismo sujeto palido que me había encontrado afuera del Kumbala la noche anterior.
—Tenias razón— dijo el negro dirigiéndose al otro— Que patoso. Parece poca cosa.
Si era posible me encabroné aún más. Tenía los puños y los dientes apretados con violencia. No iba a dejar que un maricon me insultara en mi puta cara, pero antes de poder decir -gritar- algo sentí la manaza de Francisco en mi hombro.
—Esta cerrado, al parecer aún es muy temprano— dijo mi colorado amigo recargandose en mí. Luego volteo a ver a la pareja, tomándole sin cuidado la situación— ¡Ah, Daffy! ¡Cuánto tiempo, carnal!
No supe si interpretar el que su apodo fuera Daffy como buena o mala señal.
—¡Pancho! ¡Estas más alto, cabron! ¡Pareces un jodido bambú!
Daffy se levantó y aunque temí lo peor en realidad estaba en boxers. Salió de la camioneta. Aunque solo era unos diez centímetros más alto que yo, algo lo hacía lucir mucho más grande, tal vez el hecho de que uno solo de sus músculos era más grande que mi cabeza. Transpiraba chulería por cada uno de sus poros y tenia un aura inconfundible de maleante.
Dio un apretón de manos a Francisco y medio abrazo. Luego fue con José.
—Hey, Zé ¿Y esa peluca de payaso?
—Sí bueno, la hice con el vello púbico de tu madre— Ambos rieron e igual se abrazaron. Yo me quedé parado sin decir nada sintiéndome como tarado.
El otro chico, el afeminado, igual salió de la camioneta ya cambiado con una playera de Aerosmith que le quedaba enorme. Me sorprendió un poco el ahora verlo completamente erguido, pues el hijoputa era casi tan alto como Francisco, pero donde Frank era todo vitalidad, músculo y con la agilidad de una araña, este tipo era cadaverico y sin color, parecido al esqueleto de The Nightmare Before Christmas.
—Joder, que fiesta se traen— mencionó. Daffy se paró a lado de él y nos miró sin darle importancia.
—¡Tú debes ser Bugs!— dijo Frank con el entusiasmo de un perro faldero moviendo la cola—¡Daffy te ha mencionado tanto!
—¿De verdad? — preguntó Bugs -vaya con los apodos- levantando la ceja y mirando a Daffy con sorna.
—No en realidad— mencionó este con un tono diferente al que había usado con Frank y Joe. Para habérselo estado follando hace solo unos minutos parecía indiferente ante el pálido.
—Ya lo suponía— Bugs se rió, dejando ver qué sus largos incisivos superiores.
Luego me observó directamente, demaciado conciente de mí. Tenía unos hipnóticos ojos violetas y pecas por toda la cara. No era bien parecido, pero resultaba atractivo de una manera muy extraña.
—Hola de nuevo— me dijo. Todos repararon en nosotros.
—Acaba de pasar Halloween, ¿Por qué traen a un mocoso pegado a sus faldas? — dijo Daffy.
—¡Jodete!
—No es un mocoso, Daffy. Tiene 32— Bugs repitió lo que le había dicho la noche anterior.
—¿Y tiene enanismo o algo? Todos acá tenemos menos de treinta y medimos el doble
—¡Sigue diciendo esa mierda y te vas a…!— No pude terminar la frase, Frank se interpuso entre nosotros. Yo no solía ser conflictivo, pero la cárcel me dejó ciertas actitudes. José, apartado de todo, se estaba descojonando de la risa.
—Cuida a tu Gansito, Frank. Se está haciendo salvaje.— dijo Daffy burlándose.
Mi furia quedó disminuida un momento por el insulto. —¿Gansito?
—Un personaje de la tv mexicana— aclaró Frank— Y viéndolo bien, si te pareces a él.
Una vena palpitó en mi sien.
—Mejor no me ayudes...
—¡Y una mierda! ¿Están aquí para hablar de algo o solo me están haciendo perder el tiempo?
Daffy había comenzado a ponerse ropa. Un par de pantalones rotos de las rodillas y una playera negra de una banda de heavy metal que no conocía descolorida por el sol. Llevaba sandalias naranjas, ideales para el clima.
—Es complicado— dije yo calmandome. No iba a llegar a nada peleando con el sujeto que iba a ayudarnos.
—Para su fortuna tengo todo el jodido día— mencionó sarcástico— A un par de kilómetros hay una gasolinería y a lado un diner. Si a sus altezas reales se les antoja, podemos hablar allí.
—Comida. Estoy de acuerdo.— dijo José.
Nosotros volvimos al Nissan y ellos entraron en la Misery Machine. Repasé mentalmente todo lo que pensaba decirles y todo lo que no; seguramente Frank lo había puesto al tanto de mi situación, pero debía idear la manera en la que contarles mi plan suicida sin que se descojonaran en mi cara.
