Death Note, Matt, Mello y parte de mi alma pertenecen a Tsugumi Oba y a Takeshi Obata

Una nueva historia para aportar algo al fandom y con la esperanza de no morir ignorada


1. Caída en picada

La soledad de la habitación hacia que sintiera una depresión que le quemaba los huesos, lo hacía sentir enfermo y las ganas de vivir se le esfumaban cada vez que respiraba. Era algo que no podía expresar con palabras, un sentimiento tan fuerte que hacía que sintiera una fuerte presión en el pecho, ganas de llorar que sólo se quedaban en un fuerte nudo en la garganta que le impedía gritar.

En una sucia habitación de motel totalmente oscura en un día de verano completamente soleado, el calor hacia que el cabello se le pegara a la frente y que el tiempo fuera de forma más lenta. El reloj en la mesita de noche parecía que marcaba las 4:54 p.m desde hace diez años y que él no se había movido desde el momento en que llegó ahí.

"¿Cómo es que llegue a este punto? " pensó mientras miraba la ventana de la habitación y el sol que se esforzaba por entrar a ésta pero sin lograrlo por las cortinas negras que cortaban el paso de la luz.

Sintió los músculos tensos cuando intento moverse un poco. En su intento se encontró con una botella que estaba a su lado, se la llevo a los labios con bastante esfuerzo y sin preocuparse en su contenido, el líquido ardió en su garganta, quemando todo a su paso, pensó que algo de alcohol lo ayudaría a olvidar todo.

No era del tipo de chico que hacia esto por una chica.

—No soy así, yo no hago estas cosas.—se decía en la carretera,montado en su viejo auto conduciendo sin un destino en particular, llegando justamente al horroroso motel en medio de la nada, donde era que sus pensamientos le recomendaban que dejará de ser un idiota, pero desde que tenía memoria lo era, eso no había forma de cambiarlo.

Había salido con lo que había pensado era la chica de sus sueños por un año, un maldito año en el que había dado todo de si, su tiempo, su esfuerzo y su alma, todo eso para que esa estúpida chica de ojos bonitos y de sonrisa extraña le dijera que no era para ella, que el problema era él y que ya nada tenía solución.

En ese momento se rompió.

Se había dicho a sí mismo que nada sentimental podía lastimarlo, pero había estado tan equivocado que se daba vergüenza. Había ignorado todas las llamadas de su único amigo, había rechazado todo contacto con el mundo, encerrandose en su mundano apartamento para después no poder soportar más la ciudad y terminar alejándose de todo.

La pantalla de su celular se iluminó por décima vez en el día, alguien que se preocupaba por él intentaba hacer contacto, preguntar como estaba e intentar que volviera. Podía ser su madre, que preocupada por su único hijo marcará por primera vez luego de que había dejado su hogar para saber como estaba. O un amigo de la universidad, que preocupado por su ausencia o por la presión de algún profesor marcará para preguntar por su ausencia en las clases y de paso pedir sus apuntes de historia universal. O podía ser su peor pesadilla y mejor amigo de toda la vida, él le había estado marcando desde su encierro en el departamento, e incluso había estado ahí, golpeando su puerta durante horas, ahora se sentía una mierda por haberlo rechazado y huir sin decirle adiós o algo parecido. Pero ahora ya no podía.

Escuchó el sonido de un motor detenerse afuera del hotel, escuchó la puerta abrirse y las pisadas fuertes del nuevo inquilino, una voz que amortiguada por las paredes, era difícil entender lo que decía, hablaba con un tono de desesperación que se notaba desde su posición. El recepcionista, un muchacho de no más de diecisiete años, sonaba claramente nervioso y se escuchaba balbucear y con miedo, posiblemente el nuevo cliente sería un viajero malhumorado de cincuenta años que demandaba saber algo o la mejor habitación del lugar donde claramente no había ninguna.

La conversación afuera de su habitación fue pasando a segundo plano cuando recordó que no había comido nada desde que había abandonado su apartamento, y el hecho de no recordar claramente cuando había sido eso lo hizo preocuparse un poco, ¿Cuánto tiempo llevaba sentado en una esquina de la habitación viendo a la ventana con no más que una botella de alcohol barato? ¿Una hora? ¿Un día? ¿Una semana? ¿Un mes?

Si quería moverse y conseguir algo que comer necesitaría ayuda, y eso era algo que no quería pedir en ese momento. No quería ver a nadie. Y además posiblemente su aspecto fuera horrible, digno de lástima y eso era algo que no quería causar.

La puerta fue abierta súbitamente, la luz del pasillo dio directo a su rostro haciendo que cerrará los ojos y que unos cuantos ruidos de dolor nacieran de su garganta. Escucho unas pisadas fuertes que se dirigían hacia él, esa persona desconocida lo levantó del suelo sin algún esfuerzo y pudo sentir su aliento golpeando su mejilla.

—Eres un idiota maldito hijo de puta, ¿Sabes por cuanto tiempo te he estado buscando? Responde maldito bastardo.

Reconoció la voz con rapidez y supo que nada terminaría bien.

—Termine tirando la puta puerta de tu puto apartamento para descubrir que tú, maldito bastardo, ya no estabas ahí. — lo movió con violentas sacudidas, remarcando cada palabra que decia — Viaje durante dos malditos días hasta encontrar este puto lugar en medio de la nada y tuve que hacer que el chico de la recepción mojara sus pantalones para que me dijera que estabas aquí.

Lo sacudió por un tiempo más para finalmente tirarlo al suelo. Su cuerpo resintió el impacto pero sus miembros ya no estaban tan rígidos y pudo levantarse y abrir los ojos lentamente.

—¿No tienes nada que decir? Apurate antes de que empiece a patearte.

Ahí estaba su mejor amigo de toda la maldita vida, con sus típicas ropas negras acompañadas de unas botas de motociclista, su cabello rubio largo, esos ojos azules tan gélidos que en ese momento mostraban una rabia que espantaba y esa cicatriz que marcaba su delicado rostro que mostraba un ceño fruncido que nunca antes había visto así.

—Tu aliento huele a chocolate, Mello.—era la primera vez que hablaba desde hace bastante tiempo, su voz salió ronca y se pregunto si realmente era suya.

—Y tu te ves patético Matt, más de lo normal.

Y dicho esto, Mello empezó a patear a su amigo.