Disclaimer:La Tierra Media y sus personajes pertenecen a nuestro querido J.R.R. Tolkien y a sus herederos. Demás personajes y lugares inventados son míos.
Sumary completo:
Un elfo rubio.
Una elfa morena.
Él se fue a cumplir su deber.
Ella se hartó de esperar y salió a buscarlo.
¿Lo encontrará?
¿Podrá superar los obstáculos del camino para reunirse con él?
¿Tendrá esta historia un final feliz?
Sólo el tiempo lo dirá...
Anti-Marisues, aunque no lo parezca, bienvenidas.
El inicio de la caza
Ary paseaba por la orilla del río, enfadada y triste. Faltaban cinco horas para que terminase el plazo que le había concedido a Legolas para regresar. En el fondo no perdía la esperanza de que su querido príncipe apareciese a lomos de su caballo, cansado pero sonriente, la tomase entre sus brazos y...
Suspiró, era poco probable que eso sucediese. No era imposible, nada había imposible en Arda. Pero si tras año y medio de finalizada la guerra contra Sauron aún no había vuelto, ¿qué posibilidad había de que apareciese en ese momento? Casi ninguna.
Regresó a su casa al anochecer. Faltaban sólo tres horas para la medianoche, para que el tiempo se agotase. Apenas pudo cenar y luego, tras dejarse caer en su cama, le costó entrar en el dulce mundo de los sueños. Sabía que los guardias la avisarían si él regresaba durante la noche pero no pudo si no sentirse inquieta ante la idea de cerrar los ojos, mas al fin lo logró.
A la mañana siguiente, cuando por fin se levantó de la cama temiendo el quinto aviso de su madre, bajó y engulló el desayuno sin tener noción alguna de lo que hacía. Salió disparada hacia el cuartel de la guardia. Estaba nerviosa. Ardía en deseos de oír que su elfo había vuelto ya, que había llegado durante la noche preguntando por su amada y que la estaba esperando en el palacio del rey. El corazón le decía que había vuelto.
Una vez que llegó al cuartel, buscó a Erán. Tuvo que sortear a los demás guardias, mientras ellos la miraban burlonamente. Pero Ary no les prestaba atención, por lo que ya podían estar haciéndole todo tipo de gestos obscenos, que ella seguía tan tranquila. Por fin localizó a su primo tercero, por parte del padre de una abuela materna y casi corrió hasta él. Tropezó con un cubo y cayó al suelo, pero eso no la detuvo. A los cinco segundos estaba al lado de Erán.
—Buenos días, Erán. —Saludó Ary.
—Buenos son, en verdad —afirmó él—. ¿Sucede algo? Pareces muy agitada.
Él sabía que la pregunta estaba de más, ya que no había día que su prima no acudiese por lo mismo. Le sorprendía que el príncipe hubiese dejado plantada a una joven como ella. Su largo cabello castaño caía desorganizado por su espalda, sus ojos agua marina lucían una chispa traviesa y sus labios tenían siempre una ligera sonrisa. Aunque en el fondo podía comprender al príncipe. Ary tenía un carácter difícil. Era respondona, alocada, testaruda y desobediente. Erán sabía perfectamente porque Ary era así.
Desde pequeña, a Ary su abuelo siempre le había dicho que no debía dejar que nadie le diese órdenes, que el matrimonio no servía de nada y que era mejor una buena aventura que un romance, ni aunque fuese con el mismísimo rey. Y ella, aunque se había criado entre elfas que no hacían más que suspirar como princesa encerrada en torreón esperando por su príncipe azul, había grabado a fuego en su mente las enseñanzas de su abuelo. Así era que, aun suspirando como princesa en torreón, entre suspiro y suspiro Ary soltaba algún que otro ladrido. Erán tampoco querría volver.
—¿Hay alguna nueva para mí? —le preguntó ella, esperanzada, poniendo cara de niña buena.
—Lo siento Ary, pero no hay ninguna nueva que pueda interesarte —confesó el elfo, mientras se alejaba un poco, temeroso de su reacción. Ary era muy dada a reaccionar de forma exagerada.
—¡Oh! Está bien, no pasa nada —dijo ella, con un leve tic en el ojo izquierdo. Su estúpido corazón se había vuelto a equivocar. Se dio la vuelta y se alejó lentamente. Luego, sin previo aviso, se paró y se puso a gritar al cielo — ¡Legolas Hojaverde, te juro que te encontraré aunque sea lo último que haga en esta vida! Y cuando lo haga... ¡te ataré a un árbol, te azotaré y te cortaré el pelo hasta dejarte calvo! ¡Los orcos a mi lado te van a parecer tiernas y dulces ovejas!
Y se fue corriendo hacia su casa, al tiempo que lanzaba una risa demoníaca, dejando a todos los que se cruzaban con ella asustados. A miles de kilómetros de distancia, cierto elfo rubio sintió un escalofrío.
[— — —]
Revisó su equipaje por última vez. En su macuto llevaba: dos mudas de ropa, comida para varios meses, dos antorchas pequeñas, cinco navajas, tres yescas, tres pedernales, hojas de papel, una pluma. diez tinteros, un par de libros, cuatro cantimploras, un peine, tres jabones, dos mantas, dos cuerdas, una tijera, un abrigo, un par de botas, un retrato de su familia, un retrato de su elfo, su flauta, algunas partituras, pinturas, una cacerola pequeña, un plato de barro, dos tenedores, dos cucharas, especias, sal.
Añadió también una bufanda, dos pares de guantes, una red, cintas para el pelo, unas piedras, una honda, ocho mapas distintos, cuatro pañuelos de tela, hierbas curativas, vendas, un amuleto, unos cuantos palos, algo de paja seca, dos bolsas de monedas, una capa, un martillo pequeño, clavos, cuatro herraduras, unos grilletes y unas tiras de cuero. Asintió con la cabeza.
Se quitó el vestido que llevaba puesto, de seda color verde con encajes hechos a mano, y se puso un pantalón corto de tela marrón. Completó el atuendo con una camiseta de asas color tierra, un chaleco de cuero negro y unas botas negras hasta la rodilla. Después ciñó dos espadas largas y dos dagas al tahalí. Metió ocho cuchillas en cada una de las botas. Para finalizar, enganchó un látigo al pantalón por la parte derecha y una cadena rematada en una cuchilla a la parte izquierda.
Se puso a modo de cinturón una cuerda con estrellas arrojadizas enganchadas. Colgó cruzando su espalda su carcaj y su arco, y metió con las flechas una espada corta y un hacha pequeña. Meditó llevar también un par de cuchillos de cocina, pero finalmente lo descartó. No le apetecía nada llevar mucho peso encima. Se echó una capa por encima y salió de la casa, donde sus padres la esperaban para despedirla.
—Arian, cielo, quizás deberías esperar unos días más… o unos años —añadió su madre por lo bajo.
—No pienso esperar ni un segundo más —declaró ella obstinadamente—. Iré a buscarlo y lo traeré, aunque tenga que arrastrarlo de vuelta.
—Está bien. —Accedió el padre—. Pero al menos, ya que vas a buscar al príncipe, podrías pedirle al rey que te acompañen un par de guardias. No tengo duda alguna de que lo permitirá. Al fin y al cabo, eres la prometida de su hijo.
—Partiré sola, llevar a alguien conmigo solo retrasaría mi viaje —replicó Ary molesta—. No soy una niña, padre. Sé cuidarme. Erán me ha estado entrenando todos estos años para poder usar cualquier arma. Y estoy bien armada —añadió, mientras dejaba ver a su familia su arsenal.
—Es... obvio que lo estás —dijo su padre tras mirar asombrado las armas de su "inocente" niña—. No vamos a conseguir hacerte entrar en razón por lo que, al menos, acepta llevar mi caballo. Es el más rápido de los que tenemos y estaré un poco más tranquilo sabiendo que Fire está contigo.
—Eso haré, padre —dijo Ary.
Dicho eso, se dirigió al establo de la casa para coger a Fire. Era de color negro con una pequeña mancha blanca en la frente. Era el más grande y rápido que su familia tenía, y estaba acostumbrado a los viajes largos. Ary hubiese preferido llevarse a su fiel caballo, Night, pero era muy joven y no tenía experiencia en viajes más allá del lago. Ensilló a Fire con calma. Después, cogió las alforjas y se las puso. Repartió su equipaje en ellas para equilibrar el peso que iba a soportar el caballo, que no era poco. Se despidió de su caballo y salió del establo a paso lento.
Dio una vuelta de despedida al jardín, plagado de rosales y margaritas. Luego, volvió a donde sus padres aún esperaban. Unos amigos de la familia se habían acercado hasta la casa, para decirle adiós a la joven. Estaban formando un corro alrededor de sus padres, preguntando sin cesar. Ary suspiró y se dirigió allí.
—Padre, madre, parto ya —anunció Ary en voz alta.
—Ten cuidado hija, y vuelve pronto —dijo su madre al borde de las lágrimas, abrazándola—. Estaremos esperando tu regreso.
—Volveré tan pronto haya encontrado a Legolas, madre. Y lo traeré conmigo. —Prometió ella.
—No tengo duda alguna de eso, Arian. Mas recuerda, no debes obligar a una persona a hacer algo en contra de su voluntad —dijo su padre solemnemente—. Que mi bendición te acompañe. Ojalá tus pasos sean afortunados. Ve... y vuelve pronto.
—Gracias padre. —Lo abrazó conmovida—. Volveré.
Se montó en el caballo y se alejó lentamente por las calles del pueblo, sin mirar atrás. Luego, tras unos segundos de silencio, paró el caballo y miró al cielo. Estaba despejado. Sonrió y luego gritó la que, probablemente, fuese la frase que todos recordarían siempre que alguien hablara de ella.
—¡Legolas Hojaverde, voy a convertirte en el primer elfo calvo de la historia!
Y partió al galope hacia la espesura del Bosque Negro, dejando tras de sí a un grupo de elfos conmocionados. A miles de kilómetros de distancia, cierto elfo rubio sintió otro escalofrío.
[— — —]
Habían pasado unas cinco horas desde que se había adentrado en el bosque... y ya se había perdido. Resignada, se detuvo en el mismo claro por el que ya había pasado tres veces. Sabía que había recorrido unas quince millas en la dirección correcta pero luego se había alejado del sendero unos metros para rodear un tronco caído sobre él, encontrándose con que el sendero ya no estaba cuando trató de volver. Había vuelto sobre sus pasos, consiguiendo perderse más si cabía. Se sentó en la hierba con el mapa del bosque ante ella, pero sin poder encontrar el punto en el que se había detenido. Le dio vueltas y más vueltas, sin resultado. Tras la centésimo quinta vuelta, se dio cuenta de que ese mapa no era del Bosque Negro. Enfadada consigo misma, lo arrojó a la alforja y buscó el correcto. Lo había sacado y estaba trazando una ruta, cuando escuchó un ruido a su izquierda proveniente de los árboles.
—¿Hay alguien ahí? —preguntó mirando hacia ese lugar. Guardó el mapa rápidamente y se preparó para salir al galope. Su pregunta no obtuvo respuesta—. ¿Hola?
Siguió sin obtener respuesta. Estaba subida ya al caballo cuando, de entre los árboles, surgió una gran pata fina y peluda. A Ary no le hizo falta ver más para salir de allí lo más rápido posible. En el Bosque Negro vivían arañas gigantes, que eran muy poco amables con los viajeros que cruzaban sus dominios. Ary había tenido la esperanza de no toparse con ellas, ya que odiaba las arañas, pero al parecer su suerte la había abandonado ese día. Mientras se alejaba a galope tendido, oyó claramente como la araña comenzaba a perseguirla y como dos más se le unían. Desesperada, trató de seguir la ruta que había trazado para encontrar el camino. Aunque era difícil, teniendo tres arañas a la zaga dispuestas a comérsela, ganando terreno gracias a sus enormes patas. El hecho de esquivar árboles no parecía retrasarlas demasiado. Mientras, en su cabeza discutía consigo misma como salir de aquel enredo en el que se hallaba.
Las arañas tienen miedo al fuego, estúpida. Usa las antorchas, que para algo las tienes.
—¿Y cómo las enciendo? ¿Soplando? ¡No puedo pararme a usar las yescas! —Le replicó tontamente a su subconsciente. ¿Hablaba sola? Por Eru Ilúvatar y todos los ainur…
Ups, es verdad. En ese caso... ¡corre!
—¿Qué crees que hago?¿Bailar la conga? —Para guasa, la que tenía la voz de su conciencia. O su fëa, su imaginación o quién quiera que fuese la resabida que se atrevía a contestarle.
Podrías intentarlo, igual les gusta tu forma de bailar y te dejen ir.
—¡Oh, cállate!
Las arañas la persiguieron durante aproximadamente media hora. Luego se fueron, quizás rindiéndose o quizás para tenderle una trampa más adelante, no podía saberlo. Suspiró algo aliviada. Detuvo el caballo y tomó tierra con precaución, mirando a su alrededor con una mano en la empuñadura de una de sus dagas. Tras asegurarse que no le iba a salir una araña de ninguna parte, volvió a tomar el mapa de la alforja. Lo extendió en el suelo y se sentó, cogiendo un lápiz para marcar la ruta en el mapa y no perderse de nuevo. Le costó localizar el lugar donde se hallaba pero por fin logró encontrar la ruta más corta para salir del bosque y dirigirse a las Montañas Nubladas. De momento, su plan era dirigirse a la Comarca. Allí vivía Frodo Bolsón, el que había destruido el anillo. Él quizás supiera algo de Legolas.
Para cuando consiguió salir del bosque había pasado una semana. Se había perdido cinco veces más, aun usando el mapa. También se había encontrado otras tantas veces con las arañas... pero no desfalleció. Tenía su objetivo muy claro: dejar calvo a... ejem… encontrar a Legolas y llevarlo de vuelta a casa.
Una vez que salió de esa trampa mortal se dirigió hacia las Montañas Nubladas, cruzando por donde hiciese falta: caminos, montañas, ríos, propiedades privadas... dejando a su paso una estela de destrucción y campesinos furiosos que reclamaban sus destrozos. Ary los ignoraba por completo.
Cuando llegó al pie de la montaña era casi de noche y decidió esperar al día siguiente para cruzarla. Se tumbó a dormir tranquilamente soñando diferentes formas de torturar a un elfo, sin saber que en las sombras unos seres la observaban con codicia
Mientras tanto, a miles de kilómetros de distancia de allí, Legolas caminaba inquieto de un lado otro de su habitación sintiéndose amenazado por Ilúvatar sabía qué. Aragorn, que pasaba por allí, escucho los pasos nerviosos y entró a ver que sucedía.
—¿Qué te inquieta, amigo? —le preguntó al elfo, cuando lo vio desenfundar un arma y darse la vuelta asustado.
—Noto como si una sombra malvada se cerniese sobre mí —respondió Legolas intranquilo.
—La guerra ya ha pasado, no hay más sombras en el horizonte. —Lo tranquilizó el rey.
—Tal vez tengas razón —murmuró no muy convencido el elfo.
Aragorn se fue y Legolas se tumbó en la cama. Después de unos segundos, volvió a sentir un escalofrío coincidiendo con el sueño de Ary en el que lo ataba a una roca y lo tiraba a un volcán. Se levantó y retomó sus paseos nocturnos.
Continuará...
N/A: ¡Editado! Se aceptan comentarios. Un abrazo.
