Katekyo Hitman Reborn no me pertenece.
Ésta historia es un GxGokudera y está narrado en forma de drabbles. Espero que os guste, ya que busqué de ésta pareja y apenas encontré nada. ¡Indignante!
Y para mis lectoras de otras historias; la publicación de ésta no afectará a las demás, puesto que tan emocionada estoy con el G-Gokudera que tengo 15 capítulos escritos (total, son drabbles. No es tan difícil xD).
Sin más, espero que os guste :))
I
Gokudera cerró la puerta de su apartamento con fuerza, resonando ésta por todo el edificio. Un par de insultos salieron de su boca y apretó sus puños con intensidad, provocando unas marcas superfluas que perdurarían por unas horas. Serró los dientes, y lanzó su bolsa de la escuela en un rincón.
-¿Qué pasa, Gokudera? ¿No te lo había dicho ya?
El nombrado le dirigió a su anillo Vongola una mirada de odio y de rabia, escuchando las palabras de G como si le sangraran los oídos. Muy a su pesar y contrario a la idolatría que sentía por su Décimo, se quitó el anillo y también lo tiró hacia el mismo rincón que la mochila. No tenía ganas de escuchar a nadie, y mucho menos de escucharle a él.
No recordaba en qué momento exacto G empezó a dirigirle la palabra a través del anillo Vongola, pero tenía claro que ninguna de esas conversaciones fue de su agrado; empezó hablando sobre uno de sus fracasos como mano derecha, burlándose de su enfermiza devoción por el Décimo, de él en varias ocasiones por simple aburrimiento, y también, esa la recordaba muy bien, de lo que sentía por Sawada Tsunayoshi. Y eso molestaba a Gokudera, porque el primer guardián opinaba que el castaño no se fijaba en él de la misma forma.
Y por ese motivo le dirigió otra mirada de odio al condenado anillo. No sabía si el pelirosado podía ver dentro de la joya, pero si ese era el caso esperaba intimidarle un poco. No podia darle una paliza o lanzarle una bomba, pues no tenía su cuerpo en frente para hacerlo.
En su cocina, empezó a prepararse algo de cenar. No solo se había quedado hasta tarde en casa de los Sawada, sino que apenas había comido en todo el día por haberle dado su almuerzo al Décimo -acto del cual no se arrepentía.
Y así terminó, sentándose en la mesa con algo de arroz casi crudo en el plato y dos trozos de carne quemada.
