A/N: Un algo que escribí en la mañana de un Domingo

Disclaimer: Remus y Sirius son de Rowling, bien? Ahora me voy a un rincón a lamentar lo que acabo de mencionar.


Los primeros rayos de sol atravesaban la amplia ventana de la habitación, iluminando las minúsculas partículas de polvo que danzaban en el aire. Siluetas brillantes se dibujaban en las sábanas, la oscuridad del dormitorio quebrada por finas espadas de luz intensa. Luego de voltearse dos veces en la antigua cama, el hombre que había estado durmiendo sobre ella decidió levantar su pesado y cansado cuerpo. Presionando sus dedos índice y pulgar contra sus ojos, luego contra su sien, flexionó los músculos de su espalda en un intento frustrado por aliviar el dolor ubicado allí. Se mantuvo firmemente parado junto a la cama, tratando de estabilizarse, y la intensa luz exterior marcaba el contorno de su figura maltratada. La Luna había dejado su desagradable marca otra vez, y otra vez su mano se dirigía inconscientemente a la más reciente cicatriz quemada en su pálido abdomen como souvenir eterno de La Noche

Al bajar la escalera de caracol negra, se dirigió a la pequeña cocina. Preparó té sobre la mesada que se encontraba frente a una gran ventana, la cual permitía ver el horizonte ardiendo a medida que las nubes daban lugar a un sol que todo lo quería abarcar. Deteniéndose a la mitad de sus movimientos para contemplar el despertar de un día demasiado brillante, pensó el licántropo lo irónico que era tener a semejante vista frente a su gris semblante. Pese al triste contraste, logró sonreír de forma leve.

La temperatura en la casa era más que agradable, lo cual le permitía al cansado hombre estar sin remera para poder controlar el proceso de curación de sus heridas. La resistencia que su condición le daba la mayor parte del tiempo, desaparecía por completo cuando La Luna sucedía. Y, desafortunadamente, los dos días posteriores.

Reposó su cadera contra la fría mesada y comenzó a remover parcialmente el vendaje que rodeaba su torso. Interrumpiendo su inspección, levantó la mirada instintivamente. Un olor familiar había sobrecogido su olfato de forma repentina. Un aroma tan familiar que le provocaba dolor en la nariz. Frente a esto, se mantuvo inmóvil en su lugar, concentrándose en su alrededor y notando que ese aroma se hacía cada vez más intenso. Y más inconfundible.

Fue en el segundo que un ruido se oyó en la puerta principal que el licántropo salió de su ensimismamiento. Se apuró hacía la entrada. Abrió la puerta; sin cuidado, sin precaución.

El gran perro negro sentado frente a él comenzó a mover la cola alegremente. El hombre lo miró, con sus vendajes colgando de su torso y una sonrisa que lentamente se iba formando en su cara. El semblante gris del licántropo se tornó más cálido y gentil cuando en su puerta ya no había más un perro, sino otro hombre. La palabra que éste murmuró a continuación contenía un significado y sentimiento que en oídos de cualquier otro no hubiera sido más de lo que era, pero la connotación era evidente entre los dos hombres parados en la entrada del hogar.

– Remus.