Después de varias semanas, Rebeca recordó lo sucedido dos noches antes de que José Arcadio le anunciara a Petro Crespi que el primero y su hermana adoptada se casarían. Comenzó a chuparse el pulgar con la mirada perdida al frente. José Arcadio entró con indiferencia, por lo que ella se mordió una sola vez el pulgar, con una fuerza que casi esperaba que llamara la atención de José Arcadio. Él hacía un silencio que no dejaba de desesperarla, a pesar de que ella también se esforzaba para que el habla no fuera necesaria. Rebeca se volteó para no ver a José Arcadio. Esperó unos segundos, aún con el pulgar en la boca. José Arcadio volteó el cuerpo de Rebeca y la miró a los ojos. Rebeca esperaba estar hablando con sus ojos que pedían un único favor. Un favor que ambos sabían que a José Arcadio no le molestaría hacer. Aunque él no tenía una expresión que demostrara comprensión de sus gestos, con su mano deslizó lentamente el pulgar de Rebeca hasta sacarlo de su boca. Ella lo miraba mientras él lo metía en su propia boca. Rebeca sintió el roce de sus dientes en su pulgar. Él lo exploró exiguamente con la lengua. La suciedad de su dedo se manifestó a través de un sabor salado que José Arcadio percibió. Él le besó los hombros a ella con los labios ensalivados, repitiendo lo dicho hace tiempo:
''Ay, hermanita.''
José Arcadio la abrazó fuertemente por la cintura y llevó su mano a lo más bajo de la espalda de Rebeca y ahí la acarició. José Arcadio comenzó a frotar sus labios con la mejilla de Rebeca y ella giró su cabeza. Él comenzó a rozar sus labios aún húmedos con los de ella. La dejó por un momento y se sentó.
''Ven'' dijo. Rebeca se sentó sobre él y sintió la respiración de José Arcadio en su cuello. Él comenzó a tocar los pechos de ella. Entre sus piernas, Rebeca pudo sentir la rigidez de la enorme posesión de José Arcadio mientras éste le tocaba los muslos a ella, con sus manos cubiertas de tatuajes. A ella le pulsaba la intimidad con un deseo de contemplar de nuevo la magnífica desnudez de José Arcadio.
