Advertencia(s): Yaoi, insinuación a lemon, fluff.

Pareja(s): 10069100. Y... ¿BúhoxOrquídea?

Notas: En su momento, escribí este fic a la par de Breve Vuelta a la Infancia. Debía irme de viaje por un mes y, como no había llegado a terminar el siguiente capítulo de dicho fic, colgué este a modo de compensación para mi adoradas lectoras. Importante: esta historia fue super inspirada el fic "The Orchid and the Owl" (nótese el título), de la autora Angel Descendant. Esta en inglés.

Anyway, ¡Disfruten por favor!


Se deja caer pesadamente sobre el colchón, exhausto. Cierra los ojos. Siente todo el cuerpo caliente, sabe que sus mejillas están rojas por tanto movimiento, el cual también fue el causante del sudor que ahora cubre su cuerpo, y del cual siente algunas gotas resbalando lentamente por su sien, sus costillas, su espalda.

Suspira (más bien exhala abruptamente), y siente el peso del otro cayendo a su lado. Definitivamente, nunca se cansa de tener sexo con el albino.

Pasan unos minutos en silencio, escuchándose solo las respiraciones agitadas. La mano del menor toma la del mayor, entrelazando sus dedos en un gesto que tal vez podría parecer cariño.

– Ne, Mukuchan – habla el albino, interrumpiendo el silencio que ya se ha alargado demasiado para su gusto.

El de cabello azul ríe, una risa sellada por los labios del otro. Un suave beso.

– Tú siempre arruinando el silencio, – lo culpa, sus dedos tamborileando sobre la mano ajena – ¿Qué quieres?

– ¿Conoces la historia de "El Búho y la Orquídea"? – le pregunta, voz suave y calmada, casi un ronroneo, a diferencia de su usual tono excesivamente meloso y juguetón que solo indica malas noticias.

– No, no la conozco, – responde, sin prestarle mucha atención. Está más concentrado en el movimiento de sus falanges repiqueteando suavemente sobre la piel cremosa de su pareja – ¿Por qué?

– Entonces te la contaré, – habla el menor de ambos, y sus ojos color lavanda reflejan un cierto entusiasmo que Mukuro no comprendería. Por suerte, no hay nada que deba comprender, ya que ni siquiera lo está viendo a la cara.

El de ojos heterocromáticos sonríe de lado, deteniendo el movimiento de sus dedos y acomodándose mejor contra el albino con un suspiro pesado, como un animal resignado a su suerte.

– Aunque diga que no, lo harás de todos modos, Byakuran. – musita, mejilla presionada contra la almohada en una posición no demasiado cómoda, pero es que es ahí donde su rostro cayó y, de momento, no tiene el ánimo de moverse.

Byakuran se coloca de costado, apoyando su codo sobre el mullido colchón, y su rostro sobre la palma de su mano. La izquierda suelta la mano de Mukuro y, ahora libre, sube por el antebrazo del japonés; sigue su brazo, su hombro, su cuello, y acaba en el rostro de su acompañante, posándose sobre su mejilla en un ligero roce, como la caricia de una mariposa, para luego bajar y volver a unir sus manos.

– Es una historia que, según recuerdo, mi madre nos contaba a mí y a mi hermanita cuando era pequeño – aclara. Mukuro solo asiente, ojos cerrados en aparente aburrimiento. Byakuran tiene la impresión de que espera desalentar su narración con esa actitud, pero ahora no piensa echarse atrás. No parará hasta que Mukuro haya oído toda la historia. – "Había una vez – comienza, con ese inicio trillado de los cuentos infantiles, – hace mucho tiempo, un búho, tan blanco como la nieve, que odiaba el día más que a cualquier otra cosa...

... Detestaba todo aquello que le hiciera recordar a ese momento tan horrendo en que la noche, oscura y pacífica, se volvía un conjunto de ruidos y piares de otros pájaros diurnos, y cuya luz brillante y blanquecina le molestaba.

Sin embargo, él nunca había notado que el día y la noche siempre están conectados por ese momento llamado amanecer, en que no hay luna ni sol, en que el cielo no es celeste ni negro. Y por eso, nunca se preguntó ¿Qué será estar unidos de tal manera, en la cual pocas cosas lo están? ¿Cómo se sentirá estar siempre juntos, y de igual manera por siempre separados?

El búho era el "líder", por llamarlo de alguna manera, de un grupo de seis aves como él. Por las noches, cazaba. Por los días, dormía.

Fue en una de sus vueltas al hogar, al amanecer, cuando se dio cuenta que debajo de un árbol cercano crecía una hermosa flor. Intrigado, el búho se acercó, volando hasta posarse sobre una de las ramas del árbol que daba cierto cobijo a la nívea flor. La observó, olvidando por completo el sol que a esas horas ya despuntaba en el horizonte, hasta que los primeros rayos del astro rey iluminaron sus blancas plumas. Entonces, el búho voló hasta su escondite diurno, un hueco hecho en el tronco de un árbol a unos cuantos metros."

– Que interesante, – murmura la única persona en la audiencia, divertido por la historia. Un ojo tan azul como el más profundo mar se entreabre para ver al narrador, arqueando una ceja.

Byakuran no se desanima.

– No me interrumpas, Mukuchan – habla quien cuenta la historia, haciendo un mohín en son de queja.

Su pareja ríe y, haciendo un gesto con la mano, le indica que continúe.

–"Todas las noches, el búho salía a cazar – repite, – y todas las madrugadas al volver a su hogar, sobrevolaba a la flor que lo había cautivado…

Fue una de esas ocasiones, un tiempo antes del amanecer, que el búho decidió dejar de simplemente espiar desde la lejanía y hablarle a la hermosa flor que tanta intriga le daba. Dejó su grupo de caza, sin que estos se dieran cuenta, y voló hasta la ubicación de la blancura en plena noche.

Se acercó al árbol, pero esta vez no se posó en sus ramas. Esta vez se aproximó al objeto de su curiosidad, dejando sus patas posarse sobre la tierra que circundaba a la blanca flor, sin importarle que sus garras se ensuciaran.

Al sentir su presencia, la flor abrió sus pétalos al fresco aire nocturno. El ave, titubeante, se acercó.

Esa noche, el búho y la orquídea se conocieron. Ambos blancos, en apariencia puros como la misma nieve, eran completamente diferentes. Sin embargo en esa primera noche que hablaron, el búho, sin saberlo, se enamoró perdidamente de aquella bella flor.

Y la orquídea, creyendo al búho un ave del día, se enamoró de él también."

– Qué romántico, – acota Mukuro con cierta ironía patente en la voz. El comentario ácido no se hace esperar, – y también estúpido. ¿Cómo un ave y una flor pueden enamorarse?

Byakuran sonríe, esperando el comentario.

– Eso es, Mukuchan, parte de la magia de los cuentos para niños.

– Hm.

"Desde entonces, el búho visitaba cada noche a la orquídea. Y cada noche conocía más a la flor, y más perdidamente se enamoraba de esta. Hasta llegó al punto de preguntarse si realmente odiaba el día tanto como él creía. Después de todo, algo tan bello como esa blanca flor no podría venir de una cosa tan mala.

En un principio, sus charlas se daban solo antes del amanecer. Pero la estadía del búho al lado de su adorada orquídea se alargaba cada vez más, hasta que comenzaron a quedarse charlando también durante el día.

Por esa razón, el búho cazaba de noche y, de día, se quedaba junto a la orquídea. Hasta que caía la noche.

El tiempo pasó y, con él, el búho y la orquídea se conocían cada vez más. Y mientras más sabían uno del otro, más se enamoraban.

Pero los compañeros del búho comenzaron a notar problemas en el. Por la noche, se encontraba tan cansado que su habilidad para cazar, antes perfecta, comenzaba a decaer. Entonces, las otras aves, que ya sabían de los encuentros diurnos de su líder con la blanca flor, le dijeron que dejara de estar con esta tanto tiempo. Sin embargo, el búho no les hizo caso alguno.

Entonces fue cuando los otros búhos decidieron confrontar a su líder, y le exigieron que dejara a la flor o dejara a la pequeña bandada. Sin ninguna duda, el búho eligió a su adorada flor, y así fue como se convirtió cada vez más en un ave diurna, eso que antes tanto detestaba.

El búho, dichoso con su amada orquídea, supuso que lo malo ya había pasado, y que ahora podría ser completamente feliz con la pequeña flor. Pero lo peor aún estaba por venir..."

– Oh mira, – dice Mukuro, jugando con el pulgar de Byakuran – tu linda historia tiene una tragedia.

Byakuran atrae la mano del mayor a sus labios, besando sus dedos con suavidad y cariño antes de continuar la historia con su siempre presente sonrisa.

"Las estaciones pasaron, y el clima se fue volviendo más frío y fiero. Ni el búho ni la orquídea, en su idílico amor, notaron la aproximación del invierno.

Mientras tanto, el grupo de búhos, que aún velaba por su líder, miraba preocupado el desarrollo de las cosas.

Y entonces llegó el invierno, y los búhos debían migrar ya que no podían tolerar el frío. El grupo se presentó frente a su líder, pidiéndole que fuera con ellos, pero este se negó, objetando que no podía dejar sola a la pobre flor.

El búho no estaba acostumbrado a tales temperaturas, y debía migrar con el resto, por lo que intentó que la orquídea lo acompañara en su viaje. Sin embargo, no pudo convencerla, pues ella le dijo que no aguantaría el viaje, y aún si lo hacía, no estaba acostumbrada a las tierras de otras zonas. No podía abandonar su tierra natal por más que quisiera. Y así, el búho se encontró de nuevo en una situación donde debía elegir.

Justo cuando los primeros copos de nieve comenzaron a caer sobre sus blancas plumas, el búho hizo su elección, tras mucho pensar, y solo pudo esperar y rogar que fuera la decisión correcta, que no se hubiera equivocado..."

Mukuro, recientemente interesado, gruñe al notar que Byakuran hace un alto en la historia.

– ¿Entonces? – apremia – ¿Qué sucedió?

Byakuran sonríe, con esa sonrisa desgraciada en la que enseña sus perfectos dientes blancos, y que hace que sus ojos se afilen un poco. Parece un zorro.

– Ohh, ¡Mukuchan está interesado en la historia! – se alegra el albino con exagerada jocosidad.

El otro sonríe de lado, altanero.

– Para nada, solo quiero que dejes de balbucear sinsentidos y me dejes dormir.

El menor, manteniendo su sonrisa, habla antes de continuar.

– Era solo una parada dramática, para crear tensión.

"El búho se quedó con su amada orquídea. Esa misma noche, una ventisca de gélido viento y copos de blanca nieve azotó el pequeño lugar donde ambos se encontraban. Con la poca fuerza que le quedaba para hablar a causa del frío, tiritando, el búho le preguntó a la orquídea por qué no podía dejar su tierra para ir con él.

La orquídea, triste por ver a su amado así, le contestó que no podía dejar la tierra donde había nacido. Esta tierra le había dado la vida, y por eso, como toda flor, le debía mucho, y daría todo, hasta que su último pétalo cayera, para ella. Y con sus restos, le daría vida a esa infértil parcela.

El búho, mientras sentía cómo su cuerpo se iba enfriando de a poco, entendió lo que las palabras de su querida orquídea significaban, y la admiró secretamente por su gran entrega a su tierra madre. La nívea ave, profundamente enamorada, abrazó tiernamente a su amada, resguardándola bajo su ala, dándole lo último que quedaba de su calor corporal. Y con un frío que le calaba hasta los huesos, habló tiritando:

'Entonces, vamos a darle vida juntos'

Y el búho jamás se arrepintió de su decisión, de quedarse junto a su amada y blanca flor. No la abandonó, hasta el final.

La mañana siguiente, los demás búhos decidieron buscar a su líder, por si acaso hubiera decidido acompañarlos. En su lugar, lo encontraron tendido sobre la tierra, cubierto de nieve y con los ojos cerrados. Estaba congelado.

Lo único que había quedado de la hermosa orquídea era un tallo con un único pétalo, el cual voló con la fría brisa mañanera, perdiéndose en la blancura. Los demás habían volado de igual manera con la gélida ventisca en la oscura noche.

Los búhos, llenos de tristeza y con lágrimas en los ojos, enterraron a ambos enamorados juntos, bajo el árbol.

El ave de la noche y la flor del día estaban, por fin, juntos. Esta vez, por la eternidad."

Byakuran termina su historia, sumiendo la habitación en un silencio sepulcral.

– ¿Y así acabó? – pregunta Mukuro, dudando. Incrédulo es poco, no puede creerse la historia que acaba de oír. ¿No era una historia para niños? ¿Qué rayos le contaban a este tipo antes de dormir? Con razón acabó así de rarito.

El albino sonríe, ajeno a los pensamientos del japonés, y a la vez imaginando lo que puede estar pasando por su cabeza.

– Se que te gustó, Mukuchan, no trates de ocultarlo.

El aludido alza una ceja, clavando sus ojos dispares en los claros orbes de su amante. No le agrada que no respondan sus preguntas.

– ¿Eso te contaba tu madre cuando eras pequeño? No hay duda de por qué saliste tan alterado mentalmente, – prefiere darle voz a sus pensamientos y acusar al otro, antes que aceptar que sí, tal vez le haya gustado la historia. Aún si el romance no es lo suyo.

Byakuran ríe ante las ocurrencias del otro.

– No es así, Mukuchan. Mamá nos contaba otra versión, en la que el búho y la orquídea pasaron el invierno perfectamente, y luego el ave ayudo a dar vida a esa tierra, trayendo flores cercanas y semillas de distintas plantas, creando un lugar totalmente distinto para su amada flor.

– Y entonces, ¿este final lo inventaste tú? – pareciera que Mukuro no está seguro de qué es peor, la idea de que a Byakuran le contaran esta historia para hacerlo dormir de pequeño, o la posibilidad de que su pareja haya inventado algo tan dramático solo porque si.

Sin embargo, sus preocupaciones viven poco.

– Nop, esto nos los contó mi madre cuando fuimos más grandes, lo suficiente como para salir de las historias de príncipes y hadas con finales de "Y vivieron felices para siempre".

Esbozando una ligera sonrisa de lado, Mukuro pregunta.

– ¿Por qué decidiste contarme esta, y no la otra versión?

– Porque... – comienza el albino, parando un segundo. Sus ojos se mueven hacia un costado y un poco hacia arriba, como si pensara por un momento, antes de volver a mirar a su acompañante, – Porque creo que refleja mejor el amor de ambos, que no se separaron hasta el final.

Mukuro, en un súbito impulso, se incorpora ligeramente y deja un suave beso en los labios del menor.

– Hm, ya veo, – murmura, contento con esa respuesta, – Pero esa historia no se parece a la nuestra.

El albino, sabiendo a lo que se refiere, ríe con ganas. Le da un beso, ahora él, y separándose le dice.

– Si tú eres el búho, Mukuchan, y yo soy la orquídea, dime ¿Por qué voy arriba entonces? – pregunta en tono burlesco.

– Solo porque yo te lo permito – devuelve la sonrisa el otro – Además, recuerda que los papeles cambian en todo momento.

Como haciendo énfasis en sus palabras, Mukuro toma a Byakuran y lo pone de espaldas sobre la cama, subiéndose a él y acomodándose entre sus piernas.

– ¿Crees que este sea uno de esos momento? – pregunta divertido el albino.

– Lo es, créeme – responde el de cabello azul, inclinándose para besar a su pareja, esta vez con más pasión.

El día y la noche, así son ellos. Y, como el día y la noche, no pueden estar uno sin el otro.

Justo como el búho y la orquídea.


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Kirin~off.