Hola! Bueno, esta es la segunda historia que subo a este sitio. Es bastante personal y espero que la disfruten mucho! :) mel gracias desde ya por leer.


Capítulo 1: "Mentiras, Mentiras"

Habían pasado diez años desde esa últim noche de fiesta, cuando se vieron por última vez; cuando ella decidió por él bien de su corazón que cortaría para siempre todas las relaciones con él. Y sí que fue difícil... después de esa vez, su fiesta de fin de curso, a donde obviamente él había asistido; porque así debía ser, porque eran amigos, porque ella jamás debería haber sentido nada por él, porque nunca bajo ningún concepto tendría que haberse permitido pasar todo el tiempo que pasó enamorada de él.

Pero se había terminado, o eso era lo que se obligaba a creer. Después de aquella última fiesta donde había usado la excusa de estar borracha para probar un segundo de sus labios, había huido de la ciudad y se había obligado a enterrarlo en el olvido. Y esa decisión fue la más difícil que tomó en toda su vida, por eso sacrificó a sus amigos, sacrificó miles de momentos que podría haber vivido junto a ese maravilloso grupo dónde se sintió más en casa de lo que se había sentido en toda su vida. Pero más que nada, había perdido por aquella elección los momentos en los que lo veía y sentía que se le llenaba el alma, era como si de repente con solo verlo un momento o por estar en sus brazos un par de segundos su cuerpo pareciera disminuír de peso y elevarse en el aire. Su presencia era como un bálsamo para cualquiera de sus heridas y le pintaba en el rostro la sonrisa más brillante del mundo.

Pero todo eso estaba en el pasado, se obligó a repetirse mientras caminaba por las calles de su barrio rumbo al quiosco. En todo ese tiempo no había regresado a la ciudad porque sabía que no solo él, sino todos estaría allí y no soportaría las ganas de verlos y, entonces, todo el círculo comenzaría otra vez.

Fue una sorpresa extraña descubrir que el quiosco seguía exactamente igual pero había cambiado de dueño. No le costaba nada cerrar los ojos e imaginarse todos los momentos que habían pasado juntos compartiendo gaseosas por la tarde o todos los días a la salida del colegio. Intentó no darle mucha importancia mientras compraba un atado de cigarrillos y apenas se alejó unos pasos lo prendió para tratar de relajarse un poco.

En el camino de vuelta a la casa de su madre, pasó por la esquina de la casa donde él había vivido y no pudo evitar el reflejo de mirar hacia la izquierda para ver si lo veía venir como solía hacer cada vez que pasaba.

Sintió como en una parte oculta y cerrada de su corazón algo se revolvía inquieto y amenazante y pensó que jamás debería haber regresado... pero se trataba de su madre, tenía que volver.

Además, quizás ni siquiera la reconocieran... cuando ese pensamiento cruzó su cabeza un poco de tranquilidad la embargó. Cuando se había ido de la ciudad era una simple adolescente desorganizada, ahora era toda una mujer. Había cambiado su color de cabello y su forma de vestir. Lo único que se mantenía igual en ella era ese asqueroso hábito de fumar que le había costado la vida de su abuela y su antiguo sueño frustrado de ser escritora.

La música de su teléfono móvil en el bolsillo de los jeans la sobresaltó mientras abría la puerta y suspiró al leer el nombre en la pantalla.

-April -soltó cansada mientras abría la puerta.

-Buen día doctora Gilbert, sé que me dijo estrictamente que no la llamara de no ser muy necesario pero...

-April, ve al punto.

-El señor Mikaelson dice que las audiencias de esta mañana fueron un desastre y que no pudo hacer nada para evitar que el juez pusiera en vigor las medidas cautelares en el caso Flemming.

Elena suspiró agotada: su trabajo de abogada era algo que le gustaba, pero jamás habría decidido dedicarse a ello de no ser por las presiones de su madre. Y en épocas como esa, cuando su teléfono no dejaba de sonar a todas horas incluso cuando había advertido en el estudio jurídico que se ausentaría por problemas familiares llegaba al punto de ser demasiado molesto.

-April, hazle saber que si aún no hay una resolución oficial firmada por el juez que avale las cautelares no tendrán efecto; que sea firme y pelee por la absolución. Sino, dile que no hay mucho que hacer al corto plazo y que por favor no me moleste.

-Me pidió que por favor la llamara por consejo.

-Dile a Kol de mi parte que aprenda de su hermana y que tenga pelotas en el juzgado, sino siempre lo van a pasar por encima -declaró Elena quitándose el cabello de la cara mientras dejaba las llaves y su bolso sobre la mesa.

-Su mensaje será entregado -dijo tímidamente April y Elena imaginó sus mejillas sonrosadas, aquella niña estaba muerta por el menor de los Mikaelson.

-¿Algo más?

-Nada más doctora Gilbert, muchas gracias

-Oh y envíale otro mensaje: es su último caso en tres meses si no hace las cosas bien. No me importa su apellido ni quién sean sus padres: está actuando como un inútil y el estudio paga por su negligencia. No quiero más problemas.

-Está bien, doctora, que tenga buen día.

-Igualmente, April.

Ella no esperó a escuchar la respuesta de la joven secretaría del estudio jurídico a dónde trabajaba, hizo la última calada a su cigarrillo y tiró el filtro por la ventana. Era cierto que la pobre April no tenía la culpa de que Kol fuera tan idiota a veces pero aquel chico la estaba sacando de sus casillas. Por más que ella no fuera una Mikaelson, Mikael le había enseñado a ella más que a ninguno de sus hijos y ella siempre le tuvo mucha admiración y aprecio. Elena aún recordaba cuando, aún estando en el secundario, Mikael la llevaba con él al juzgado donde peleaba por la tenencia de sus cuatro hijos que con el tiempo fueron siguiendo la profesión de la familia y, mucho después de que Mikael se hubiese asociado con Elena, comenzaron a integrarse en el estudio. Por eso, cuando Mikael se retiró, ella quedó a la cabeza y el estudio tenía una gran fama por lo que detestaba que Kol, el más rezagado de los hermanos, que recién había terminado su carrera estuviera manchado la imagen que tanto habían trabajado ella y su padre para construir.

Con Rebecka, Nik y Elijah las cosas eran diferentes. Becka era abogada de familia y había que reconocer que la chica, aún cuando no hacía más de un año que estaba recibida, era increíble en su trabajo: amaba lo que hacía y tenía una tenacidad envidiable. Niklaus era su socio favorito, se dedicaba a los casos penales igual que ella y ambos hacían un gran equipo aunque él solía ser demasiado frío para su gusto, ella era mucho más compasiva. Luego estaba Elijah, que se dedicaba a los casos civiles y comerciales, de menor adrenalina pero que exigían una enorme paciencia, y manejaba la contabilidad del estudio en el resto de su tiempo ya que no solo había estudiado en la facultad de derecho, sino que también era licenciado en ciencias económicas.

Todos hacían un gran equipo y Elena, a pesar de ser menor que algunos de ellos, llevaba la batuta ya que se había recibido muy joven y había trabajado con Mikael por mucho tiempo más del que lo habían hecho sus propios hijos. Los chicos eran buenos... pero echaba de menos trabajar con Mikael. Era muy diferente.

-¡Lenna!

El gritito agudo de su media hermana llamó su atención incluso antes de que la niña entrara corriendo en la sala.

-Hola, Maggie ¿Qué haces?

-Tengo tarea por hacer y mama me dijo que podrías ayudarme con la de historia, no entiendo por qué debería interesarme en toda esta gente muerta.

Elena no pudo contener su risa y se sentó junto a su hermana de doce años en la mesa del comedor mientras la pequeña extendía sus libros y carpetas en la mesa.

Durante una hora, mientras su madre continuaba durmiendo, Elena le explicó a la pequeña Maggie parte del tema que tenía que estudiar: la expansión ultramarina de Europa, uno de los temas de historia que más veces había explicado en su vida porque Caroline, una de sus mejores amigas, repitió esa materia por lo menos nueve veces.

Mientras Maggie, satisfecha, guardaba sus cosas Elena contuvo el aire al pensar en las épocas que pasaba entre sus amigos cuando iba al secundario teniendo poco más que un par más de años que su hermana. Maggie regresó a su habitación a hacer el resto de su tarea mientras Elena, intentando retrasar al máximo el momento de regresar a su habitación después de tanto tiempo, fue a ordenar la cocina y aprovechó para batirse un café instantáneo.

Finalmente, dos horas después de que ella llegara a la casa, la madre de Elena se levantó sonriente al ver a la mayor de sus hijos en la cocina tomando tranquilamente una taza de su café favorito.

-¡Mamá! -dijo ella apenas la vio, asustándose por su estado, y corrió a ayudarla.

-Tranquila, Elena -sonrío Isobel- Son sólo un par de puntos, estoy bien.

-Mamá, ya no tienes treinta. Una operación no es lo mismo ahora...

-¿Estás diciéndole vieja a tu madre? -bromeó sentándose en el sofá con ayuda de Elena- Mira que solo tengo 46 años chiquilla atrevida.

Elena rió acariciando el brazo de su madre cariñosamente y volvió a tomar su taza de café.

-Lo siento, estoy un poco preocupada.

-En realidad te llamé para que me ayudaras un poco con los niños, son ellos los que me preocupan, no esta estúpida operación de nada.

-Margaret y Jer ya no son ingunos niños, mamá... bueno quizás Maggie un poco pero Jer... Vamos, ya le pesan las...

-¡Elena!

-Lo siento, lo siento -dijo sonriente mientras bebía un trago más de café recordando lo mucho que su mamá odiaba que dijera malas palabras- No importa la excusa, me querías en casa y aquí estoy, má. La próxima no necesitas una operación para convencerme de tomar un avión y cruzar un par de estados para verte...

-La verdad es que te extrañaba, Lena...

-Está bien -sonrío- Te estás volviendo vieja y sentimental.

Ambas sonrieron y se abrazaron. Elena había llegado hacía pocas horas de su vuelo desde Washington hasta Virginia para ver a su madre que se recuperaba de una cirugía en la que le extirparon un tumor benigno. No hubo mayores complicaciones, pero después de irse por diez años, Elena supo que el llamado de su madre debía ser escuchado: tenía que ir a casa a ver qué había sido de su vida. Y en ese momento, donde las dudas sobre su vida, su trabajo y las elecciones de su carrera amenazaban con hacer explotar su cabeza parecía una buena idea ir a refugiarse por un tiempo en el pueblo en el que creció. Por supuesto que no contaba con que apenas pisara su hogar cada pequeña cosa le recordaría a él y a los amigos que habría deseado conservar por toda su vida. Pero ya era muy tarde, ya había ilusionado a su madre y hermanos al regresar y no podía irse de nuevo ahora.

-Hija -llamó Isobel mientras Elena estaba perdida en sus pensamientos, fumando un cigarrillo en la ventana.

-¿Sí?

-¿Por qué no vas a cambiarte e instalarte? Tu habitación sigue tal cual la dejaste, ha sido un verdadero problema mantener a Maggie alejada de ahí pero al fin y al cabo allí está...

-Gracias, má -suspiró ella simplemente y le dio otra calada a su cigarrillo.

-Iré a ver algo de televisión, avísame si necesitas algo.

-Tú también, madre... en serio.

-De acuerdo.

Pero lo que Elena no había querido decirle a su madre era que no quería ir a su habitación porque temía que le recordara a todos sus amigos de la misma manera que lo había hecho cada cosa desde que puso un pie en el pueblo. Pero era obvio que ya no podía seguir retrasando el momento así que apagó el cigarrillo y se encaminó lentamente a su habitación.

Recordó en el camino las veces que había hecho ese mismo camino por el pasillo gritándole a su madre o a sus hermanos, en ese entonces pequeños; las veces que había regresado cansada de verlo con ella y con lágrimas en los ojos solo para encontrar su almohada y llorar un rato, todas las que había entrado feliz y también las pocas veces que había hecho ese camino sola con él. Pero nada fue tan fuerte como abrir la puerta y que todo su pasado la golpeara como una cachetada.

Las paredes de la habitación seguían siendo igual de intensamente fuxias, con todas las frases que ella y sus amigas habían escrito con pintura. Su cama estaba prolijamente tendida a diferencia de lo que solía ser normal en su adolescencia donde peleaba todos los días con Isobel porque era muy desordenada, el teclado eléctrico seguía en su rincón, su armario estaba abierto, el espejo seguía en el mismo lugar al igual que su equipo de música. Hasta encontró sus cosas del colegio amontonadas en donde las dejó la última vez, sus libros en la pequeña biblioteca y un par de repisas llenas de fotos y recuerdos que no se atrevió a mirar.

Cada parte de aquella habitación le recordó a los años de su adolescencia y los ojos se le llenaron de lágrimas. Mirando a la pared, una frase escrita con labial rojo le llamó la atención y eso fue todo lo que necesitó para romper a llorar. "Aquel tesoro con dueño hoy es mi perdición", había escrito una tarde, pensando como siempre en él y lo mucho que seguía extrañando todo eso pesó demasiado en ese momento por lo que, como tantas otras veces había hecho, se sentó en la cama ignorando las lágrimas silenciosas.

Sintió inmediatamente su diario debajo de la almohada y lo sacó conteniendo un sollozo. Allí no solo contaba toda la historia de lo que había sentido por él sino cada recuerdo alegre de sus años en el pueblo con sus amigos.

No supo en qué momento se durmió, pero cuando despertó tenía lágrimas secas en el rostro y abrazaba su diario abierto en la página donde estaba escrita la última carta de amor que se permitió escribirle. Una de las tantas que no había enviado.

Utilizando toda la frialdad que ser la doctora Gilbert le había dado en los últimos años, atribuyó todos sus sentimientos a la nostalgia y se aseguró tantas veces como fue necesario que ya no lo amaba, que jamás lo había hecho. Escondió el diario en un rincón de su habitación y se metio en la ducha. Miró sus manos buscado calma y encontró el anillo de plata que señalaba su compromiso. Pensó en Matt y se sintió culpable, su prometido era un perfecto médico que la quería y la respetaba. Había construído la vida que querían para ella y Matt iba a ayudarla con el resto. Eso era todo lo importante que quedaba. No pensar en estúpidos enamoramientos adolescentes.

Esa etapa estaba en el pasado. No lo amaba, era solo un dulce recuerdo de su tierna adolescencia que hacía años había dejado ir. Eso era todo, no había nada más que decir. Estaba aquí con el propósito de acompañar a su familia y de hacer una búsqueda interna para ser un poco más feliz con su vida. No iba a dejar que un par de viejos y caprichosos sentimientos infantiles le arruinaran la vida otra vez. Todo estaría bien y, si se lo encontraba, no iba a ser nada más que aquella vieja amiga a la que no veía en años.

Era hora, después de años, de terminar con toda aquella ilusión sin fundamentos y enfrentarse al resto de su vida como la doctora Gilbert-Donnovan, brillante abogada y mujer intachable y feliz: todo un ejemplo a seguir, todo lo que su madre siempre había querido de ella. No la pequeña y débil Elena, enamorada de un imposible siempre y contando cuentos por la vida... eso ya había quedado completamente superado desde ese momento para el resto de su vida.