Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia a Lisa Marie Rice.
Renesmee Cullen necesita desesperadamente un huésped, ya que la reciente muerte de su hermana menor la ha dejado con grandes deudas médicas. Entonces llega un extraño alto a su tienda, observándola con especial intensidad. Aunque Jacob Black parece peligroso y despierta sentimientos oscuros, el blando corazón de Renesmee se apiada cuando ve sus mugrientas ropas. La suerte de Jacob está por los suelos y ella sabe lo que se siente..
Lo que Renesmee no sabe es que Jacob tiene 21 millones de dólares en diamantes de sangre robado de un operativo contra traficantes en África, o que Jacob ha pasado los últimos 12 años soñando con ella.
PRÓLOGO
Summerville, Washington
Refugio de San Judas para personas sin hogar
Nochebuena
Necesitaba a Renesmee como necesitaba la luz y el aire. Más.
El muchacho demacrado, vestido con harapos, pasó junto al cuerpo de su padre tendido desmadejadamente sobre el suelo helado del refugio.
Su padre había estado muriéndose desde hacía mucho tiempo, de hecho, la mayor parte de su vida. Siempre había habido en él algo por lo que no quería vivir. No podía recordar la última vez que había visto a su padre limpio y sobrio. No tenía madre. Durante toda su vida siempre habían sido dos, padre e hijo, que iban a la deriva, de refugio en refugio, quedándose hasta que era eran expulsados.
Se detuvo durante un momento mirando hacia abajo, a su único pariente en este mundo muerto en un charco de vómito y mierda. Nadie había visto el cadáver de su padre todavía. Nadie reparó en ellos alguna vez, ni siquiera miraban en su dirección si podían evitarlo. Incluso otras almas perdidas, sin esperanza en el refugio, reconocían a alguien mucho peor y entonces, los evitaban.
Miró a su alrededor, a los rostros que los soslayaban con los ojos fijos en el suelo.
A nadie le importaba que el borracho no se levantara nunca más. A nadie le importaba lo que le pasara a su hijo.
No había nada para el chico aquí. Nada.
Tenía que llegar hasta Renesmee.
Tenía que actuar con rapidez antes de que descubrieran que su padre había muerto. Si encontraban el cuerpo allí, la policía y los trabajadores sociales vendrían por él. Tenía dieciocho años, pero no podía probarlo. Y sabía lo suficiente acerca del modo en que funcionaban las cosas como para deducir que lo pondrían bajo tutela del estado. Lo encerrarían en algún orfanato parecido a una prisión.
No. De ninguna manera. Prefería morir.
El muchacho se dirigió hacia las escaleras que lo llevarían fuera del refugio, a la gélida tarde fangosa.
Una anciana levantó la vista al pasar; los ojos nublados parpadearon con el reconocimiento. Sue. La vieja Sue, sin dientes. Ella no se había perdido en el alcohol como su padre. Estaba perdida en las profundidades del humo de su propia mente.
—Jake, ¿chocolate, chocolate?—. Cacareó y se rió con sus labios arrugados, parecidos a la goma. Él compartió una vez una barra de chocolate que Renesmee le había traído y Sue, desde entonces, lo buscaba por los dulces.
Allí era conocido como Jake. En el último refugio, Portland, ¿fue ahí?, su padre lo había llamado Dick, después de que el director del refugio les diera espacio en el piso húmedo durante algún tiempo, no siempre. No lo suficiente.
Tarde o temprano, los protectores se enfermaban, hartos de la rabia de borracho de su padre y encontraban una razón para echarlos.
La manos de Sue, con sus uñas largas, negras, desiguales, se aferraron a él. Jake se detuvo y las sostuvo durante un momento.
—No hay chocolate, Sue—, dijo suavemente.
Como una niña, sus ojos se llenaron de lágrimas. Jake se inclinó para darle un beso en su arrugada y sucia mejilla y luego se precipitó por las escaleras, saliendo al aire libre.
No había dudas de que se dirigía hacia la calle Morrison. Sabía exactamente dónde iba. Hacia Masen. Hacia Renesmee.
La única persona sobre la faz de la tierra que se preocupaba por él. La única persona que lo trataba como un ser humano y no como un animal medio salvaje, que olía a ropa sucia y comida podrida.
Jake no había probado bocado en dos días y tenía solamente una chaqueta de algodón demasiado corta, para mantener a su cuerpo alejado del frío. Sus muñecas grandes y huesudas sobresalían de las mangas y tuvo que mantener sus manos bajo las axilas para retener algo de calor.
No importaba. Había estado helado y hambriento antes.
Lo único cálido que quería en este momento era la sonrisa de Renesmee.
Al igual que la flecha de una brújula hacia la estrella polar, se inclinó contra el viento para caminar los dos kilómetros y medio hasta Masen.
Nadie lo miró mientras caminaba. Era invisible, una figura solitaria, alta, vestida con harapos.
No le molestaba. Siempre había sido invisible. Ser invisible lo había ayudado a sobrevivir.
El tiempo empeoró. El viento sopló e hizo volar agujas de hielo directamente a sus ojos hasta que los tuvo que entrecerrar en ranuras.
No importaba. Tenía un excelente sentido de lo orientación y podía hacer el camino hasta Masen con los ojos vendados.
Con la cabeza hacia abajo y los brazos envueltos alrededor de sí mismo conservando el poco calor que había sido capaz de absorber en el refugio, Jake dejó atrás y a la izquierda, poco a poco, los oscuros edificios de la parte sombría de la ciudad donde estaba el refugio. Pronto los caminos se convirtieron en avenidas pobladas de árboles. Los antiguos edificios de ladrillo dieron paso a edificios elegantes, modernos, de acero y cristal.
No pasaba ningún coche, el tiempo era demasiado malo para ello. No había nadie en las calles. Bajo sus pies crujía el hielo acumulado.
Casi estaba allí. Las casas eran grandes, en esta parte rica de la ciudad. Grandes y bien construidas, con césped en pendiente, ahora cubierto de hielo y nieve.
Por lo general, cuando caminaba por la calle se apartaba del centro comercial haciéndose invisible como siempre. Alguien como él en este lugar de gente rica y poderosa sería inmediatamente detenido por la policía, siempre tomaba las calles alejadas durante un día común. Pero hoy las normalmente concurridas estaban desiertas y él andaba visible por las amplias aceras.
Casi siempre le llevaba media hora llegar a pie hasta Masen, pero hoy las aceras resbaladizas y el duro viento le arrastraban. Una hora después de salir del refugio, seguía caminando. Era fuerte, pero el hambre y el frío comenzaron a desgastarlo. Sus pies, en los zapatos agrietados estaban entumecidos.
La música sonó tan ligeramente que al principio se preguntó si estaba alucinando por el frío y el hambre. Notas que flotaban en el aire, como arrastradas por la nieve.
Dobló en una esquina y allí estaba Masen. La casa de Renesmee. Su corazón latía con fuerza cuando surgió de la niebla fangosa. Siempre le palpitaba cuando venía aquí, al igual que le palpitaba siempre que ella estaba cerca.
Generalmente entraba por la puerta trasera, cuando sus padres estaban en el trabajo y Renesmee y su hermana en la escuela. La criada se marchaba y a partir del mediodía hasta la una la casa era suya para explorar. Podía entrar y salir como un fantasma. La cerradura de la puerta trasera era débil y había estado abriendo cerrojos, desde que tenía cinco años.
Vagaría de una habitación a otra, absorbiendo la rica atmósfera, el aroma de la casa de Renesmee.
El refugio raras veces tenía agua caliente pero, de todos modos, siempre que podía procuraba lavarse cada vez que se dirigía hacia Masen. El hedor del refugio no tenía lugar en la casa de Renesmee.
Masen estaba mucho más allá de lo que alguna vez pudiera esperar tener, pero no había ningún celo, ninguna envidia mientras tocaba los lomos de los miles de libros de la biblioteca, andaba por armarios perfumados llenos de ropa nueva, abría la enorme nevera para ver las frutas y verduras frescas.
La familia de Renesmee era rica de una manera que no podía comprender, como si ellos pertenecieran a una especie diferente que viviesen en otro planeta.
Para él era simplemente el mundo de Renesmee. Y vivir en él durante una hora al día era como tocar el cielo.
Hoy nadie podía verlo acercarse en la tormenta. Caminó hacia la entrada sintiendo la grava en las delgadas suelas de sus zapatos. La nieve se intensificó, el viento azotaba partículas dolorosas de hielo a través del aire. Jake sabía cómo moverse silenciosamente, furtivamente cuando tenía que hacerlo. Sin embargo, no era necesario ahora. No había nadie para verlo o escucharlo, mientras crujía el camino hacia la ventana.
La música era más fuerte ahora, surgía de un resplandor amarillo. Cuando llegó hasta el final de la calzada, Jake se dio cuenta que el brillo amarillo procedía del gran ventanal de la sala de estar y la música procedía de alguien que estaba tocando el piano.
Conocía la sala de estar, así como todas las habitaciones de la gran mansión. Había vagado por todas ellas, durante horas. Sabía que la enorme sala siempre olía un poco a humo de leña de la gran chimenea. Sabía que los sillones eran profundos y cómodos y las alfombras suaves y espesas.
Se dirigió directamente hacia la ventana. La nieve ya se le había metido dentro de sus zapatos. Nadie podía verlo, ni oírlo.
Era alto y podía asomarse por sobre el alféizar sin tener que ponerse de puntillas. La luz había desaparecido del cielo y sabía que nadie en la habitación podría ver el exterior.
El salón parecía como algo salido de un cuadro. Cientos de velas parpadeaban en todas partes, sobre la repisa de la chimenea, sobre todas las mesas. La mesa del centro contenía los restos de un banquete, la mitad de un jamón en una tabla de cortar, una enorme barra de pan, un gran plato de quesos, varias tartas y bizcochos. Una tetera, tazas, vasos, una botella abierta de vino, otra de whisky.
La boca se le hizo agua. No había comido durante dos días. Su estómago vacío le dolió. Casi podía oler la comida desde la ventana.
Entonces, la mesa desapareció completamente de su mente.
Una hermosa voz resonó, clara y pura, cantando un villancico de Navidad que él había oído en un centro comercial una vez mientras ayudaba a su padre a mendigar. Algo sobre un joven pastor.
Era la voz de Renesmee. La reconocería en cualquier lugar.
Una ráfaga de viento gélido golpeó en el jardín, rastrillando su cara con aguanieve. Ni siquiera lo sintió cuando llegó hasta su cabeza por encima del alféizar de la ventana.
¡Allí estaba ella! Como siempre, su aliento quedó atrapado cuando la vio.
Era tan hermosa que a veces le dolía mirarla. Cuando lo visitó en el refugio, se había negado a mirarla durante los primeros minutos. Era como mirar al sol.
La miraba con avidez, grabándola cada segundo en su memoria. Se acordaba de cada palabra que había dicho alguna vez, recordaba cada prenda de ropa que le había visto llevar.
Ella estaba al piano, tocando. Nunca, en realidad, había visto a nadie tocar uno y parecía a algo mágico. Sus dedos se movían con gracia sobre las teclas blancas y negras, mientras la música se derramaba como aguan en un torrente. Su cabeza se llenó con esa maravilla.
Estaba de perfil. Tenía los ojos cerrados mientras tocaba, una leve sonrisa en su rostro, como si ella y la música compartieran algo secreto. Cantaba otra canción que él reconoció.
"Noche de paz". Su voz se elevó, pura y luminosa.
El piano era negro y alto, alumbrado con velas alojadas en candelabros de cobre brillante a lo largo de los lados.
A pesar de que todo el salón estaba alumbrado con velas, Renesmee brillaba con más intensidad que cualquiera de ellas. Estaba iluminada con luz, su pálida piel brillante con la luz de las velas, mientras cantaba y tocaba el piano.
La canción llegó al final y sus manos se dejaron caer en el regazo. Alzó la vista sonriendo ante los aplausos y a continuación comenzó otro villancico, levantando su voz alta y pura.
Toda la familia estaba allí. El Señor Cullen, un pez gordo en los negocios, alto, castaño, parecía el rey del mundo. La señora Cullen, increíblemente bella y elegante. Carlie, la hermana de siete años de Renesmee. Había otra persona en la habitación, un hombre joven y guapo. Estaba vestido elegantemente, su pelo rubio oscuro peinado hacia atrás. Sus dedos golpeaban la parte superior del piano al compás del villancico. Cuando Renesmee dejó de tocar, él se inclinó y le dio un beso en la boca.
Los padres de Renesmee se echaron a reír y Carlie dio un salto mortal sobre la gran alfombra.
Renesmee sonrió al joven guapo y le dijo algo que lo hizo reír.
Él se inclinó para besar su pelo.
Jake miró con el corazón detenido.
Era el novio de Renesmee. Por supuesto. Compartían el mismo aire de privilegiados.
Guapo, rico, educado. Pertenecían a la misma especie. Estaban destinados a estar juntos, estaba claro.
Su corazón se desaceleró en el pecho. Por primera vez sintió el peligro del frío. Sintió que unos dedos helados se alzaban hasta él para arrastrarlo hasta donde su padre había ido.
Tal vez debía dejarse llevar.
No había nada aquí para él, en esta hermosa habitación iluminada con velas. Nunca sería una parte de este mundo. Él pertenecía al frío y la oscuridad.
Jake se dejó caer sobre los talones, alejándose lentamente de la casa hacia atrás de la luz de la ventana perdiéndose en el aguanieve y la niebla. Temblaba de frío mientras caminaba de regreso por el camino de entrada, la nieve húmeda se metía por los agujeros de sus zapatos empapando sus pies.
Media hora más tarde, llegó a la unión interestatal y se paró tambaleándose sobre sus pies.
El ser humano en él quería hundirse en el suelo, enroscarse en una pelota, y esperar que la desesperación y la muerte se lo llevaran, como se habían llevado a su padre. No tomaría mucho tiempo.
Pero el animal en él era fuerte y quería vivir con ferocidad.
A la derecha, la carretera se extendía hacia el norte, hasta Canadá. A la izquierda, se dirigía al sur.
Si se dirigía al norte iba a morir. Era tan simple como eso.
Girando a la izquierda, Jake caminó arrastrando los pies, con la cabeza baja, contra el viento helado.
