Escuchó como la señalética se desprendía del concreto, y sintió por debajo de sus pies como la calle se agrietaba en un rugido que pronunciaba su nombre.
Tenía que correr, pensar.
Tenía que hacerlo rápido.
Las dos, ambas cosas.
Giro en una esquina esquivando el certero tiro que le cercenaría la cabeza, y se oculta entre las tinieblas de ese callejón a esperar que la bestia rubia se cansara de buscarle. Ciertamente no era lo más elaborado que su cerebro había concebido, pero de que lo haría ganar tiempo, lo haría.
"maldito bastardo"
O tal vez no.
"Si eres tan inteligente como dices no comprendo porque huyes si sabes que voy a matarte" lo escucho reírse. Shizuo, se estaba riendo.
No muy lejos vio los lentes azules aproximarse, ese aliento a tabaco que con el frío viajaba hasta su cara y una máquina expendedora acuestas. Shizuo Heiwajima estaba listo para matarlo.

Extrañamente, y como nunca antes había ocurrido, Izaya Orihara se había petrificado. Al punto de sentir las piernas temblar. Resbalo al suelo teniendo al rubio enfrente, y balbuceo cualquier cosa inentendible con ojos hinchados cuando sus ojos se encontraron y una sombra le cubrió por completo.
"Shi-Shizu-chan"
Miró desesperado a los lados, fijándose que nadie viniese, porque nadie lo haría: Shizuo Heiwajima e Izaya Orihara juntos era el peor escenario para cualquier ser consiente en Ikebukuro.

Si se había tardado tanto y no había soltado aún la carga pesada sobre ese infeliz era porque quería disfrutar hasta la última facción que Izaya tenía tatuada en la cara. Miedo y su rostro serían lo último que vería antes de ser aplastado como la cucaracha que era… no había crimen en disfrutarlo.
Claro que, el sonido del zipper bajando no estaba en los planes de ninguno: "¿I-Izaya que estas-?" El pelinegro apretó su boca contra el miembro para hacerlo callar, y usó sus dientes para que no hablara más. Ahora eran las piernas de Shizuo las que temblaban.
Situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas: Por lo que siguió masajeando su boca contra la entrepierna de Shizuo, separando los firmes muslos para atenderle mejor. Lo seguiría haciendo hasta que los brazos del otro se cansasen; cosa que no tardo mucho pues sintió como los dedos del rubio se deslizaban por su cabello y lo apretaban contra él, indicándole que lo quería más fuerte.
Izaya panqueó, no porque el rubio lo estuviese disfrutando, sino porque ahora sostenía la maquina con una sola mano. Y por la forma en la que empezaba a gemir dudaba que se quedaría arriba por mucho tiempo.

Trago saliva queriendo respirar, comprimiendo el latente miembro entre su lengua y paladar: Escuchando como la máquina expendedora caía tras ellos. Se detuvo en seco, algo pálido y sin aire.
Al menos su mayor problema se había ido.
"¿Por qué paras?" se quejo el mayor tirando de sus cabellos y mirando regañadientes hacía abajo "No vas a dejarlo a la mitad, ¿verdad?"
O tal vez no.