Las gigantescas huellas del atronador se internaban por el desfiladero y la buscadora no dudo en internarse en su búsqueda. Ya falta poco, se dijo Aloy sin bajar su nivel de alerta. Desde niña había sido entrenada a no confiarse nunca. Las palabras de Rost seguían en su cabeza: un cazador confiado era un cazador muerto. Ya era como un instinto que permanecía siempre con ella, aunque llevaba días sin que nada, animal, persona o máquina, diese señales de vida. La verdad es que no la preocupaba; siempre había sido una marginada y considerada una paria desde su nacimiento. Ella aún no está acostumbrada a que le respondan cuando hablaba con otra cosa que no sea un silencio, algunos llenos de desdén y desprecio. Sonrió ligeramente. Ahora le hablaban los fieros generales, los cazadores experimentados, los sacerdotes impíos y hasta un rey. Pero en lo esencial no había cambiado nada; estaba sola. Tampoco preocupaba mucho eso a Aloy, al no conocer la amistad tampoco podía echarla de menos, solo imaginarse como sería.
Aloy no llevaba puesta la pesada armadura nora (la tribu a la que pertenecía), sino una más refrescante y práctica armadura de seda azul propia de los carja. Su piel ya se había curtido tras años viviendo en la intemperie y había cogido cierto moreno. Su rostro cubierto de pecas era anguloso e irradiaba juventud, determinación y, si uno sabía buscar bien, una dulzura que hasta ella desconocía. La pelirroja estaba peinada con sencillas trenzas y poseía un cuerpo delgado, ágil y fuerte, con los músculos de los brazos marcados ligeramente, y unos muslos poderosos para dar grandes saltos y escalar.
Aloy llevaba muchos días siguiendo el rastro de la gran máquina, que había provocado estragos en un pueblo demasiado alejado de la capital Meridian. Ella, ansiosa por probar sus habilidades de cazadora y necesitada de los suministros que podía conseguir del atronador, no dudó en rastrearlo. Y ahora ya podía oír a la bestia de metal. Siguió avanzando, siempre a cubierto y vigilante que ninguna otra máquina más pequeña acechase y la tomase por sorpresa. Parapetada tras una gran roca, escudriñó a la bestia, analizando sus posibles puntos débiles. Había visto ya a un atronador en sus viajes, pero no tenía suficientes armas y solo pudo huir sin ser advertida. Ya entonces le había parecido un rival temible, y ahora que podía verlo de cerca las dudas le asediaban. Todavía tenía tiempo para huir. Se encontraba con una bestia de acero que supera con creces al resto de máquinas que había visto. Sabía que utilizaba su larga cola de acero como arma de cuerpo a cuerpo, así que no se podría acercar sin estar en un grave peligro. En el lomo tenía diferentes armas como dos lanzadores de discos explosivos y una batería de cañones láser. Una auténtica monstruosidad salida de la entrañas de la tierra y nacida exclusivamente para el combate.
Ante eso, ¿qué podía hacer ella? Lo primero es despejar las dudas de su interior y examinar el terreno para elaborar un plan. Esta vez había venido preparada y dedicó mucho tiempo para colocar todo tipos de trampas. También elaboró explosivos y todo tipo de munición para su arco que pudiera necesitar. Solo cuando consideró que estaba lista cargó una flecha – de las que llamaba de extracción por su facilidad de destruir componentes completos – y tensó la cuerda del arco. Mientras apuntaba notaba el sudor de su frente y la pesadez de su respiración. El atronador caminaba desprevenido, confiado que nadie le atacaría debido su tamaño. Era una verdadera insensatez. Aloy se dijo que era muy tarde para volver a una casa que no tenía y disparó.
Dio en el blanco, justo en uno de los lanzadores de disco y la máquina bramó, buscando el lugar desde donde se había lanzado el ataque. Aloy volvió a disparar y dar de nuevo en el mismo lanzador de discos, que se desprendió y cayó al suelo. La nora sabía que era esencial neutralizar las armas más poderosas para sobrevivir en la lucha. Más ahora, que la máquina sabía donde estaba y cargaba hacia ella.
Aloy disparó otra fecha, pero sin precisión ya que aunque dio en el corpachón del atronador, este no sintió la flecha clavándose. Tras lanzarla corrió, atenta al suelo para no pisar las trampas. El atronador destrozó la roca donde antes se guarnecía la nora. Y no perdió velocidad en su acometida. Ya veía a su agresora y estaba dispuesto a convertirla en su víctima. Ya estaba cerca cuando bajo sus pies explotó una bomba enterrada. Cayó al suelo, pero solo un momento. Tras erguirse lanzó una andanada de disparos lasers pero su objetivo se protegió detrás de otra roca. El atronador, visiblemente enfadado y agresivo, fue avanzando. Finalmente, lanzó discos al aire desde donde vieron a Aloy y fueron cayendo en picado hacia ella, explotando en cuanto chocasencon el suelo. Era su arma más mortal. Aloy lo sabía y mostró su agilidad y velocidad tanto corriendo como dando volteretas. La arena caía sobre ella pero había conseguido evitar el fuego de las explosiones. Una vez terminada la andanda, pudo volver a coger su arco y disparar, apuntando al otro lanzador de discos. El atronador cargó hacia ella, pero esta vez no se movió para esquivarlo sino siguió disparando hasta que volvió a desprenderse la arma devastadora. Ya notaba el olor a metal de la bestia y su fétido aliento proveniente de restos de cazadores que habían tenido la osadía de enfrentarse a él.
En su carrera frenética, la máquina no vió que antes de llegar a Aloy había una cuerda con la que su poderosa pata se enredó y explotó. La máquina cayó al suelo, debilitada por los sucesivos ataques, y fue el momento que aprovechó Aloy para acercarse y atacar a la bestia con su lanza. Sabía donde podía hacer más daño y su lanza golpeó con furia y determinación el metal, que se iba cayendo debido a sus lanzadas. Aloy se dio cuenta que el atronador se recuperaba y trataba de erguirse. Rápidamente trató de volver a la protección de una roca para seguir disparando o provocando que cayera en una de sus trampas. A pesar de sus precauciones, la cazadora se sorprendió de la velocidad con que su objetivo se levantaba, y tuvo que esquivar un potente ataque con la cola de metal que hubiera acabado con ella. Por poco lo consiguió. Frustrado, el atronador lanzó una andanada de disparos láser que Aloy volvió a evitar de forma milagrosa hasta que pudo protegerse en la roca para recuperar el aliento. Pero poco descanso tuvo, porque la bestia volvió a cargar, destrozando en su carrera la roca y a tratar de aplastarla con su poderosa cola. Esta vez Aloy fue demasiado lenta.
Por un momento creyó que estaba muerta. Luego comprendió que no lo está porque la cola solo la dio de refilón, cuando la cola regresaba y el impacto no fue tan violento. Sin embargo, su torso tenía un enorme moratón y puede que un par de costillas rotas. El aire le quemaba en los pulmones. Pero no podía quejarse. Afortunadamente no había sido derribada por completo, sino solo estaba con la rodilla en el suelo, y pudo levantarse rápidamente y, aguantando el dolor, volver a esquivar otra vez la cola. Tras conseguir volver a tener una distancia prudencial volvió a disparar una flecha incendiaria, aunque Aloy comprobó que el fuego tampoco provocaba un grave efecto en esta bestia.
Aloy ya estaba advertida en sus carnes del peligro del atronador y, mientras se reprochaba su imprudencia, siguió disparando, pero ahora manteniendo una distancia prudencial. Sus flechas se clavaban una y otra vez, dando en los lugares donde hacían más daño a la bestia hasta que su hostigamiento volvió a tener prremio y cayó de nuevo al suelo. Aloy decidió no arriesgarse y sacó su honda para, desde la seguridad de la distancia, lanzar bombas que uno tras otro explotaban con violencia en el lomo del atronador, que rugía de dolor. Sus componentes volaban por lo aires, provocando que la bestia apenas se levantará. Cuando a duras penas lo consiguió, vio como Aloy había preparado su arco de nuevo y disparó con precisión mortífera. Los circuitos no lo soportaron más y, tras la última explosión, murió.
La triunfante cazadora boqueaba por el esfuerzo. Tenía los músculos doloridos y se vio obligada a arrodillarse buscando aire y reposo hasta que se obligó a ponerse en pie. En cualquier momento podían aparecer chatarreros o rapaces, que huelen la muerte a kilometros y quieren hacerse con su propio botín, y ya si que no podía soportar otro combate. Se volvió a tocar el costado, y gritó de nuevo de dolor. Sacó de una de sus bolsas hierbas machacadas y las mordió para que le ayuden a soportar el dolor. Tras recuperarse, se acercó a la máquina para ver que componentes podía recuperar. Todavía sudada y dolorida - estaba segura que una de sus costillas se había roto - emprendió su tarea de recolección.
Tras ello, echó un vistazo al duro y largo camino de regreso a Meridian, la capital de sol tan extraña que no podía aún llamarla hogar. Tampoco podía considerar casa la tierra sagrada de los nora. Bebió un trago de agua y sus dientes rechinaron debido al dolor. Volvió a la vuelta, con suerte encontraría una montura a la que domar y viajar más rápido a la ciudad. La cabeza le daba vueltas, la hierba le provocaba pensamientos que siempre espantaba. El principal era el deseo de tener un hogar. Y quien sabe, tener a alguien cerca con el que tener cierta complicidad. Ya no pedía amor, eso ya era demasiado y apenas lo reconocía más allá de las personas que pedían ayuda para el rescate de sus seres queridos. En estos momentos se sentía maldecida por su perenne soledad y cansada de ser una paria que vagaba por el mundo. Finalmente Aloy sacudió la cabeza. No había tiempo para esas cosas y siguió su camino. Pero tampoco pudo evitar cierta sonrisa – que rara vez aparecía en su rostro que prefería permancer generalmente melancólico o duro – imaginando que quien sabe, quizá algún día...
