Como una sombra, imponente y antigua, se alzaba la oscura figura de un magnífico castillo en medio de una noche donde una lluvia, torrencial y espesa, opacaba los vastos campos de un recóndito lugar cercano a Escocia.

En la planta baja del castillo, dentro de un salón, un reducido grupo de hombres y mujeres se reunían entorno a una gran chimenea, en la que un fuego alegre y de danzantes llamas que con una tenue luz alumbraba aquella habitación, otorgándole una luz un tanto misteriosa a los antiquísimos, aunque algo raídos, muebles y retratos que la decoraban.

El ambiente era demasiado tenso, hasta tal punto que cualquier ruido –por insignificante que fuese- alteraba a aquellas figuras, de oscuras y largas capas, que con rostros sombríos y llenos de preocupación, navegaban en sus propios océanos de pensamientos...estaba claro que la batalla era inminente...los esperaba amenazante...arrolladora...devastadora.

Los ojos verdes, que a pesar de su bellísimo color lucían apagados, y angustiados, de un joven de unos veintiún o veintidós años, brillaban al ritmo de las llamas que crepitaban en la chimenea; poco a poco, sin que nadie se percatase de ello, el joven se fue alejando del semicírculo formado alrededor del fuego, hasta salir sigilosamente de aquella habitación.

Una vez fuera del salón comenzó a caminar por los pasillos, a subir por amplias escaleras, o a penetrar por angostos pasadizos, como si no tuviese rumbo, deseando que sus pies fuesen sus únicos guías, y lo llevasen a donde quisiesen. Al cabo de algún tiempo se topó con una gran puerta, de doble hoja, de una bella y oscura madera tallada; al abrirla sus ojos se asombraron al descubrir una hermosísima alcoba, por cuya decoración –supuso el joven- era más o menos del siglo XVIII. Así, que una vez dentro, maravillado por la beldad de aquel lugar, encendió algunas velas, y se puso a explorar la habitación.

Justo frente a la puerta, sobre la pared opuesta, una gran cama con dosel, con un finísimo edredón, lo invitaban a que –aunque sólo fuera por aquella noche- descansase plácidamente. A la izquierda, sobre la pared de la entrada, un tocador digno de la realeza, llamó la atención del joven, logrando que observara su reflejo en el amplio espejo. Algunas heridas en su rostro, daban fe de que no hacía poco había estado en combate, aunque no lograban opacar su belleza; su mirada era algo perdida, como si nadase por turbios recuerdos, y una cicatriz en forma de rayo le daba un halo de solemnidad.

Sacudiendo la cabeza, miró hacia su izquierda y vio amplios y finos sillones al otro lado de la puerta. Sobre la pared de la izquierda una esbelta puerta daba paso a un antiguo baño, donde una hermosa tina se ubicaba en el centro; el joven decidió que no sería mala idea tomar un baño, y abrió el grifo de la tina, una vez que estuvo llena, sacó su varita de entre su capa y aplicó un hechizo para que el agua se mantuviese templada.

Luego de quitarse la ropa, se introdujo en la tina y cerró un momento los ojos, disfrutando de la sensación del agua sobre su cuerpo. Miles de imágenes venían a su mente, todas ellas relacionadas con aquella guerra, aquella maldita guerra maquiavélica, que había acabado con los que amaba, primero sus padres, luego su padrino, más tarde su mentor, por un momento se creyó solo en el mundo, pero se dio cuenta –tarde- de que no era así.

Los miedos por la próxima batalla se adueñaban poco a poco de su cuerpo, a la vez que el deseo de venganza y justicia lo invadía, el deseo de acabar de una buena vez con su destino, con aquel maldito destino que le había arrancado de su lado a tanta gente, aquel maldito destino que acababa con sus sueños y esperanzas.

Aún veía, al cerrar los ojos la imagen de los cuerpos inertes de sus seres queridos; el cuerpo de su mejor amigo, Ronald Weasley, tendido en el suelo; su piel, nívea, llena de magulladuras y heridas. Aún veía –como en cámara lenta- cómo los cuerpos de Ginevra Weasley y Draco Malfoy se hundían en los abismos del Tártaro; cómo aquellos amantes habían preferido sucumbir juntos, abrazados, a pasar una vida separados el uno del otro.

El rostro de su mejor amiga, Hermione Granger, al descubrir los cadáveres de sus padres en medio del caos y ruinas en que transformó su casa. Incluso algunas noches (cuando lograba caer el un sopor, débil y confuso) se despertaba sobresaltado, cubierto de sudor y lágrimas, sufriendo por el dolor que las pesadillas traían al hacerle revivir la muerte de Sirius, Dumbledor, la de sus tíos, la de sus primos.

Todavía lo embargaba el dolor y la impotencia que sintió en el funeral de Ron, en el de Ginny y Draco (que murieron a manos del propio padre de éste), en el de los Sres. Weasley.

Definitivamente todos y cada uno de los recuerdos que lo envolvían en desolación aquella noche necesitaban se acallados aquella noche, con urgencia.

Una vez que hubo acabado su baño, con algo de pesar se vistió y salió de allí, para dirigirse al gran balcón ubicado en la pared opuesta a la del cuarto de baño. La lluvia había cesado, y una vez que hubo abierto las esbeltas puertas, las cortinas de seda comenzaron a danzar al son de la brisa fresca que soplaba. Por la vista que obtuvo al salir al balcón, supuso que aquella sería la última habitación de la torre este del castillo. El olor a pinos mojados invadió por completo sus sentidos, y refresco un poco su mente, pero aún así las angustias lo recorrían por completo.

Sabía que su destino era inexorable, que jamás podría huir de él, y por un momento se sintió como Edipo o Eneas, por lo que debía enfrentarse a él de la forma más digna posible, porque después de todo la salubridad del mundo entero, mágico o no, dependía de él. Pero ella...lo de ella era distinto, no había necesidad para que se expusiera así, y aunque él tenía la certeza de que darían la vida el uno por el otro, prefería mil veces caer en brazos de la muerte a sobrevivir sin ella.

Había intentado hacerla razonar, disuadirla de abandonar aquella guerra, pero su respuesta fue avasallante, clara y segura –como de costumbre-; le dijo que había perdido todo lo importante para su vida, que lo único que le quedaba era él, y que no planeaba perderlo, por lo que si debían morir, lo harían juntos, como todo lo que habían hecho desde que se conocieron...hacía tantos años ya

Tan ensimismado estaba en sus pensamientos, que no oyó cuando los pasos de alguien se acercaban, justo por detrás de las cortinas de seda vaporosa.

-Harry...